Inicio: ofrecemos esta Hora Santa y el
rezo del Santo Rosario meditado en reparación y desagravio por la decisión de
las autoridades del cementerio de la localidad italiana de Pieve, Bologna, de
ocultar las cruces y las imágenes religiosas católicas con el objetivo de no “ofender”
a los integrantes de otras religiones. La información relativa a esta muestra
de ecumenismo mal entendido, se encuentra en el siguiente enlace:
Canto
inicial: “Cantemos
al Amor de los amores”.
Oración inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo.
Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman”
(tres veces).
“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo
os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y
Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del
mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los
cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su
Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la
conversión de los pobres pecadores. Amén”.
Inicio del rezo del Santo Rosario. Primer misterio
(misterios a elección).
Meditación.
Fueron
y son los santos quienes, iluminados por el Espíritu Santo, comprendieron el
valor inestimable de la gracia santificante conseguida para nosotros al
altísimo precio de la Pasión del Redentor. En efecto, para los santos, el mundo
y sus honras, pasaron a no valer nada, en comparación con la gracia; para los
santos, esta vida terrena era igual a un poco de arena, comparada con la
gracia; para los santos, la honra mundana, la salud del cuerpo y las riquezas
terrenas no valían lo que un grado mínimo de gracia y por esta razón lo dejaron
todo y, cargando la cruz, fueron detrás del Hombre-Dios, camino del Calvario,
para morir al hombre viejo y nacer al hombre nuevo, el hombre nacido del seno
de Dios por la gracia.
Silencio para meditar.
Un Padre Nuestro, diez Ave Marías, un Gloria.
Segundo Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
Cristo el Redentor nos dio ejemplo de cuánto se ha de
estimar la gracia[1],
porque no solo se encarnó en el seno de María Virgen, para crecer al amparo de
sus padres terrenos; no solo salió a predicar, siendo ya adulto, pasando todo
tipo de pobreza y escasez; no solo sufrió su dolorosa Pasión y murió en cruz,
para darnos la gracia, sino que además nos dio a su Madre como Madre nuestra
adoptiva y no contentándose con esto, decidió quedarse en medio nuestro, como
el Emanuel, como “Dios con nosotros”, en la Sagrada Eucaristía. Todo lo que
hizo el Verbo de Dios encarnado, lo hizo para darnos la gracia, de modo que la
contemplación de su misterio pascual de muerte y resurrección es para nosotros
un permanente recordatorio de cuánto nos ama Dios, que no escatimó en dar su
vida en la cruz para que adquiriésemos la gracia.
Silencio
para meditar.
Un Padre Nuestro, diez Ave Marías, un Gloria.
Tercer Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
Para
que nos diéramos una idea, aunque sea lejana, del valor inestimable de la
gracia, el Hombre-Dios la llamó margarita preciosa[2],
tesoro escondido, perla de gran valor y hasta incluso reino de los cielos. Quien
posee la gracia en esta vida, posee, en forma incoada, el reino de los cielos y
su eternidad, y es por esto que puede considerarse a esta alma como la más
afortunada del mundo. Quien posee la gracia lo posee todo, aunque materialmente
no posea nada, porque posee el tesoro escondido del que habla Jesús, pero sobre
todo, porque por la gracia su alma se convierte en algo similar a los cielos,
ya que es verdad de fe católica que las Tres Divinas Personas vienen a
inhabitar en el alma en gracia. Quien posee la gracia lo posee todo, aunque materialmente
no posea nada y al revés también es cierto: quien no posee la gracia, no posee
nada, aunque materialmente lo tenga todo.
Silencio para meditar.
Un Padre Nuestro, diez Ave Marías, un Gloria.
Cuarto Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
Afirma un autor que el Redentor, a fin de que obtuviéramos
la gracia, no dudáramos en hacer un trueque o intercambio: nos dijo que
vendiésemos todas las cosas, que renunciáramos a padre, madre y hermanos y a
nosotros mismos y que nos negáramos a nosotros mismos e incluso que diéramos la
vida por ella. El trueque o intercambio que nos propone el Redentor, entonces,
es el siguiente: que renunciemos a toda esta vida terrena y al mundo con sus
atractivos, para que libres de estas ataduras, seamos capaces de recibir la
gracia, que nos viene con la cruz, mediante la cual, unidos a Él en el Monte
Calvario, morimos al hombre nuevo para nacer a la vida del hombre nuevo, el
hombre que nace “de lo alto y del Espíritu”, el hombre que vive la vida de la
gracia.
Silencio
para meditar.
Un Padre Nuestro, diez Ave Marías, un Gloria.
Quinto Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
Cuando pensamos en el misterio pascual del Hombre-Dios, con
el sufrimiento que este misterio implica; cuando contemplemos la Santa Cruz y a
Jesús crucificado, coronado de espinas, cubierto de heridas sangrantes,
sostenido por tres gruesos clavos de hierro, agonizando en medio de atroces
dolores, con el único consuelo de la compañía de su madre al pie de la Cruz –porque
en apariencia, solo en apariencia, hasta Dios Padre parece haberlo abandonado
el Viernes Santo-, cuando en fin reflexionemos en los dolores y angustias del
Señor Jesús y que todo lo sufrió sólo para darnos la gracia, entonces nos
decidamos a no solo no perderla jamás por el pecado, sino a adquirirla,
conservarla y acrecentarla aun a costa de perder esta vida terrena. Para merecernos
la gracia, Jesús dejó el seno del eterno Padre para encarnarse en el seno de la
Virgen Madre y por eso nos pide que dejemos padre y madre para poseer la
gracia; dio su vida y su alma y derramó su Sangre en la Cruz y por eso nos pide
que llevemos nosotros nuestra propia Cruz en pos de Él. La gracia, dice un
autor, es la “margarita preciosa”[3],
por la cual dejarlo todo es poco. Es justo por lo tanto que Jesús nos pida que
renunciemos a todo por la gracia, para que dejándolo todo por la gracia,
obtengamos el Reino de los cielos, por anticipado en el tiempo y luego por toda
la eternidad.
Oración
final: “Dios
mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen,
ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).
“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo
os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y
Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del
mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los
cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su
Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la
conversión de los pobres pecadores. Amén”.
Canto final: “Un día al cielo iré y la contemplaré”.
[1] Cfr. Juan Eusebio Nieremberg, Aprecio
y estima de la Divina Gracia, Apostolado Mariano, Sevilla s. d., 115.
[2] Cfr. Nierermberg, ibidem, 115.
[3] Cfr. Nierermberg, ibidem, 116.
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