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Interior de la Iglesia parroquial en donde ocurrió el vandálico ataque
a manos de una mujer de fe evangelista, perteneciente al culto "Asamblea de Dios"
en la localidad de Umari, Brasil, el pasado abril de 2019.
Inicio: ofrecemos esta Hora Santa y el
rezo del Santo Rosario meditado en reparación por el ataque vandálico sufrido
por una iglesia parroquial católica en la localidad de Umari, en Brasil, por
parte de una mujer de fe evangelista. Como consecuencia del ataque, numerosas imágenes sagradas fueron destruidas. El informe acerca del lamentable episodio
se encuentra en el siguiente enlace:
Canto
inicial: “Cantemos
al Amor de los amores”.
Oración inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo.
Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman”
(tres veces).
“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo
os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y
Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del
mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los
cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su
Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la
conversión de los pobres pecadores. Amén”.
Inicio del rezo del Santo Rosario. Primer misterio
(misterios a elección).
Meditación.
Cuando están inmersos en la mundanidad, los hombres se
preocupan por conseguir no solo bienes materiales más allá de los que necesita,
sino también por obtener honra mundana y por ello se desviven y hacen todo lo
que está a su alcance para obtener el aplauso de los hombres y cuanta gloria
mundana sean capaces de obtener. Cuando esto hacen, no se dan cuenta de dos
cosas: por un lado, que la honra y los aplausos que los hombres se dan unos a por
motivos mundanos, además de no valer nada ante los ojos de Dios, duran más bien
poco o nada ya que más temprano que tarde desaparecen y aquellos que eran
honrados y aplaudidos por el mundo, de un instante a otro caen el olvido. Por otra
parte, los hombres inmersos en la mundanidad no pueden apreciar todo lo que la gracia
les concedería si ellos le hicieran un espacio en sus almas, pues los efectos
de la gracia son admirabilísimos y muchos: da vida divina al alma, la convierte en hija adoptiva de Dios, le
concede la amistad y la paz divina, la colma con virtudes sobrenaturales, la
adorna con los dones del Espíritu Santo y hace que sus obras sean meritorias
para el cielo[1].
¡Nuestra Señora de la Eucaristía, que
nunca cometamos la necedad de dejar de lado la gracia por los bienes
perecederos del mundo!
Silencio
para meditar.
Un Padre Nuestro, diez Ave Marías, un Gloria.
Segundo Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
Además
de los grandes dones que la gracia concede al alma, hay un efecto que, por sí
solo, es de grandísimo valor y la convierte a la gracia en lo más preciado que
hay en el universo entero. Este efecto, el principal y que haría que la gracia
fuera estimada por sobre la propia vida aunque no concediera otros dones, es
que la gracia “trae al alma la Tercera Persona de la Trinidad, que es el
Espíritu Santo con un modo admirable y singular, y, por consiguiente, todas las
Tres Divinas Personas vienen a inhabitar en el hombre”[2]. Es
decir, quien posee la gracia no sólo participa de Dios que por la gracia se le
infunde, sino que participa de la misma substancia de la naturaleza divina, en
cuanto la Persona Divina del Espíritu Santo entra e inhabita en el alma,
complaciéndose allí con presencia particular. ¡Oh admirable efecto de la
gracia, que hace que el alma se convierta en la morada del Amor Divino, el
Espíritu Santo!
Silencio para meditar.
Un Padre Nuestro, diez Ave Marías, un Gloria.
Tercer Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
Es por esta razón que algunos teólogos afirman “el justo
participa de dos maneras distintas de la naturaleza divina: una, de forma
accidental, en virtud de la gracia; la otra, substancialmente, por el mismo Dios
y su naturaleza divina que con el Espíritu Santo tiene en Sí”[3]. Es
decir, fuera de la gracia, se da con la gracia al justo la Persona misma del
Espíritu Santo, lo cual es un don tan inmensamente grande, que no le será
suficiente al alma las eternidades de eternidades, ni para comprenderlo, ni
para dar rendida acción de gracias. Si alguien tuviera dudas acerca de la
presencia de la Tercera Persona de la Trinidad en el alma por la gracia, San Agustín[4]
dice lo siguiente: “No debemos dudar que se dio el mismo Espíritu Santo cuando
Cristo sopló en sus discípulos (…) Es, pues, el mismo (Espíritu Santo) que fue
dado del cielo el día de Pentecostés; pues, ¿cómo no será Dios el que da el
Espíritu Santo? ¡Y cuán gran Dios es el que da a Dios!”. Es decir, San Agustín
afirma que Nuestro Señor Jesucristo no sólo sopló el Espíritu Santo después de
resucitado, sino también en Pentecostés; ahora bien, la Iglesia nos enseña, a
través de sus santos doctores, que siendo Cristo Dios y estando Él en Persona
en la Eucaristía, también sopla cada vez, en el alma del justo, en cada
comunión eucarística, al Espíritu Santo, el Divino Amor.
Silencio
para meditar.
Un Padre Nuestro, diez Ave Marías, un Gloria.
Cuarto Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
En relación al principal efecto de la gracia en el alma del
justo, que es la Presencia del Espíritu Santo, afirma Santo Tomás[5]: “En
el mismo beneficio de la gracia, que nos hace agradable a Dios, se posee el
Espíritu Santo y habita en el hombre, por lo cual el mismo Espíritu Santo se da
(…) Por el beneficio de la gracia se perfecciona la creatura racional para que
libremente, no sólo use del don creado de la gracia, sino que goce de la misma
Persona divina”. Luego Santo Tomás vuelve a repetir la misma doctrina: “La
gracia que hace a los hombres gratos a Dios, dispone al alma para tener una
Persona Divina”; en este caso, la Tercera de la Trinidad. Ahora bien, puesto
que donde está una de las Divinas Personas están las otras, el alma del justo que
por la gracia recibe al Espíritu Santo, recibe también a las Divinas Personas
del Padre y el Hijo. ¡Oh maravilloso don de la gracia, por medio de la cual el
alma es convertida en morada de la Trinidad!
Silencio
para meditar.
Un Padre Nuestro, diez Ave Marías, un Gloria.
Quinto Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
La afirmación de Santo Tomás, de que con la gracia viene a
inhabitar en el alma el Divino Amor, la Persona Tercera de la Trinidad, el
Espíritu Santo, es sostenida por otros grandes autores. Por ejemplo, San Buenaventura[6] dice:
“La perfecta posesión es en la cual se posee Dios y la gracia (…) No es dádiva
perfecta ni don perfecto, sino es que se dé un don increado, que es el Espíritu
Santo, y un don creado, que es la gracia, por la cual se ha de conceder que uno
y otro se da”. A su vez, Alejandro de Hales[7]
sostiene: “En la misión del Espíritu Santo que es por la gracia, no se da el
Espíritu Santo solamente, ni sólo sus dones; pero uno y otro, por lo cual se da
al Espíritu Santo en Sí y en sus dones”. Es decir, el alma del justo, por la
gracia, no solo recibe los dones del Espíritu Santo, sino al Dador de dones, el
propio y mismo Espíritu Santo en Persona. ¡Nuestra
Señora de la Eucaristía, que aumente en nosotros el amor a la gracia, para que
así venga a nuestras almas el Divino Amor, el Espíritu Santo!
Oración final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo.
Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman”
(tres veces).
“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo
os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y
Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del
mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los
cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su
Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la
conversión de los pobres pecadores. Amén”.
Canto final: “El Trece de Mayo en Cova de Iría”.
[1] Cfr. Juan Eusebio Nieremberg, Aprecio
y estima de la Divina Gracia, Apostolado Mariano, Sevilla s. d., 117.
[2] Cfr. Nieremberg, ibidem, 117-118.
[3] 118.
[4] In 1. disp. 14.
[5] 1, 2, q. 43, art. 3, in corp.
[6] In 1, dist. 14, art. 2, q. 1.
[7] 1 p. q. 27, memb. ad. primum.
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