miércoles, 3 de abril de 2019

Hora Santa en reparación por ofensa contra la Madre de Dios por sacerdote católico 291208



         Inicio: ofrecemos esta Hora Santa y el rezo del Santo Rosario meditado en reparación y desagravio por las expresiones injuriosas contra la Madre de Dios por parte de un sacerdote católico. Dichas expresiones –la Virgen no tiene poder y no hace milagros- pueden ser recabadas en los siguientes enlaces:


         Si bien ha pasado ya algún tiempo –el artículo data del año 2008- la ofensa sigue vigente, por lo que también es necesaria la reparación. Con respecto a los dos aspectos negados a la Virgen, su poder y su capacidad de hacer milagros, hay que decir que la Virgen es llamada por los santos “Omnipotencia Suplicante”, por lo que, al menos, tiene poder de intercesión ante Dios y ese poder es infinitamente superior al poder que tienen los santos y los ángeles. Pero además Dios le participa de su propia omnipotencia y de allí el poder de la Virgen de “aplastar la cabeza de la serpiente”[1] con su pie. Con respecto a su poder de hacer milagros, quien hace milagros es Dios, sí, pero es la Virgen quien distribuye sus gracias y por eso es llamada “Mediadora de todas las gracias”.

          Canto inicial: “Cantemos al Amor de los amores”.

Oración inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

Inicio del rezo del Santo Rosario. Primer misterio (misterios a elección).

Meditación.

         Para concedernos el don inestimable de la gracia, el Hombre-Dios no dejó por hacer nada de lo que podía hacer por nosotros[2]: dejó el seno del eterno Padre y se encarnó en el seno de la Madre de Dios; nació milagrosamente como Niño, fue amenazado de muerte al nacer, tuvo que huir con la Sagrada Familia a Egipto; cuando fue ya adulto, predicó y pasó toda clase de necesidades, para darnos la Buena Noticia; cuando llegó la Hora destinada por el Padre, comenzó el suplicio de la Pasión, siendo traicionado, encarcelado, juzgado y condenado a muerte, flagelado, coronado de espinas y crucificado. Antes de morir, nos dio a su Madre amantísima como Madre Nuestra del cielo y como Mediadora de todas las gracias y además instituyó el sacerdocio y la Eucaristía para ser el Emanuel, el “Dios con nosotros”, cumpliendo así su promesa de estar con nosotros “todos los días, hasta el fin del mundo”.

         Silencio para meditar.

Un Padre Nuestro, diez Ave Marías, un Gloria.

Segundo Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

         Pero el Hombre-Dios no se contentó con hacer todo esto, e hizo y hace mucho más por nosotros, para que no solo tengamos la gracia participada, que ya es un gran don, sino para que lo tengamos a Él en Persona, que es la Gracia Increada. Es para esto que instituyó el Sacramento de la Eucaristía, porque no le bastó con bajar del cielo del seno del eterno Padre a ese cielo en la tierra que era el seno de la Madre de Dios en la tierra; ni tampoco le bastó el bajar a los infiernos[3], para rescatar a los justos, luego de morir en la cruz: quiere bajar cada vez del cielo en la Santa Misa, para descender a la profundidad y negrura abismal de nuestros corazones por medio de la Eucaristía y todo para darnos su Amor y su gracia santificante.

         Silencio para meditar.

Un Padre Nuestro, diez Ave Marías, un Gloria.

 Tercer Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

         No le fue al Hombre-Dios suficiente el nacer como “Hijo de hombre”, siendo Dios del hombre e Hijo de Dios Padre; no le bastaba en la Pasión el hacerse “gusano y oprobio” de los hombres, “como ante quien se da vuelta la cara”, tan deformado y golpeado estaba su rostro por los golpes, trompadas, cachetazos y salivazos recibidos de parte nuestra; no le bastaba ser “molido a golpes por nuestras iniquidades”[4]; no le bastaba recibir la corona de espinas que desgarró su cuero cabelludo, provocándolo dolores acerbísimos y haciendo fluir ríos de roja y preciosísima Sangre, la Sangre del Cordero, la Sangre con la cual habría de lavar nuestros pecados. No le bastó todo esto al Hombre-Dios, que tuvo que inventar el hacerse Él mismo, por propia decisión, obediente a las palabras del sacerdote y descender, en cada Santa Misa, en las palabras de la consagración, a las manos del sacerdote ministerial, para luego descender a la insondable negrura de nuestros corazones por medio de la Sagrada Eucaristía.

         Silencio para meditar.

Un Padre Nuestro, diez Ave Marías, un Gloria.

Cuarto Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

Los Patriarcas, habiendo recibido de Dios en Persona la noticia de que el Mesías habría de arribar en la plenitud de los tiempos, quedaron atónitos y dedicaron todos los días de sus vidas a esperar tan ansiado momento, deseando que se cumpliese cuanto antes. Y sin embargo, ellos no pudieron ver lo que los cristianos, por la fe, podemos ver: cómo el Verbo se encarna, se hace Niño Dios y luego Hombre-Dios, sufre una acerba y amarga Pasión, se deja coronar de espinas, se deja crucificar, muere y resucita al tercer día y luego actualiza y renueva su misterio pascual en cada Santa Misa, prolongando su Encarnación en el Pan Vivo bajado del cielo, para así descender a nuestras almas y darnos, no un grado de gracia, sino su Sagrado Corazón Eucarístico, Fuente Increada de la Gracia Increada. Esto, que hubieran deseado los Patriarcas ver y vivir, lo vemos nosotros por la fe y lo vivimos y experimentamos en cada comunión eucarística.

Silencio para meditar.

Un Padre Nuestro, diez Ave Marías, un Gloria.

Quinto Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

         Los santos del Antiguo Testamento desearon con todas sus fuerzas ver el día del Hijo del hombre[5]; desearon ver al Mesías con sus propios ojos, escuchar sus palabras; atesorar sus enseñanzas y no pudieron. Nosotros, que podemos escucharlo a través de las Escrituras, que podemos verlo Presente en Persona en la Eucaristía, con la luz de la fe; que podemos acudir ante su Presencia Eucarística en el sagrario y postrarnos ante Él cada vez que lo deseemos; que podemos recibirlo cada vez que queramos por la Sagrada Comunión; ¿atinamos a hacerlo? ¿Nos damos cuenta del enorme privilegio que tenemos, de poder recibirlo cada vez en la Sagrada Eucaristía, a Aquel a quien los cielos no pueden contener? ¡Oh, si los santos antiguos vivieran en nuestros tiempos, teniendo tan acabada idea del Hijo de Dios y amándolo tanto en sus corazones, cómo atesorarían cada grado de gracia y sobre todo, cómo atesorarían la Fuente Infinita de gracia, la Sagrada Eucaristía!

         Oración final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

Canto final: “Plegaria a Nuestra Señora de los Ángeles”.




[1] Cfr. Gn 3, 15.
[2] Cfr. Juan Eusebio Nieremberg, Aprecio y estima de la Divina Gracia, Apostolado Mariano, Sevilla s. d., 110.
[3] Cfr. Nieremberg, ibidem, 110.
[4] Cfr. Is 53, 5.
[5] Cfr. 110.

No hay comentarios:

Publicar un comentario