domingo, 21 de abril de 2019

Hora Santa en reparación por atentados terroristas contra iglesias católicas en Pascuas en Sri Lanka 200419

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Una de las iglesias atacadas en Sri Lanka por lo que las autoridades califican como 
"terrorismo religioso".


         Inicio: ofrecemos esta Hora Santa y el rezo del Santo Rosario meditado en reparación por los sangrientos atentados cometidos en diversas iglesias de Sri Lanka, en ocasión de la celebración de las fiestas pascuales. Como consecuencia de los atentados explosivos, murieron alrededor de treinta y cinco cristianos, además de quedar heridos centenares de ellos. El informe completo acerca de estos horribles y sacrílegos atentados contra la Iglesia Católica y los cristianos se encuentra en el siguiente enlace:


Canto inicial: “Cantemos al Amor de los amores”.

Oración inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amor. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

Inicio del rezo del Santo Rosario meditado (misterios a elección).

Primer Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

         Tanto la Iglesia en su Magisterio, como los santos con sus escritos, nos enseñan que la gracia es un don inestimable porque con ella nos viene no uno o varios dones del Espíritu Santo, sino el Espíritu Santo en sí mismo. Así, por ejemplo, San Juan Crisóstomo[1], dio el ejemplo de Josué, cuando detuvo el sol, para que nos diésemos una idea del valor de la gracia: “¿Acaso cada uno de vosotros quisiera tener esa gracia de mandar al sol y a la luna? Pero si queremos cosas mayores, mayores cosas podemos alcanzar. Mirad qué es lo que nos prometió Cristo: no que detengamos al sol y la luna; no que volvamos el sol atrás; pues, ¿qué fue? “Vendremos, dice, al hombre Yo y mi Padre y haremos en él mansión” –y el Padre y el Hijo vienen por el Espíritu Santo, por eso es que también el Espíritu Santo mora en el alma del justo. ¿Qué he de menester yo al sol o a la luna, o a otros milagros semejantes, pues el Señor de todas las cosas vino a mí y queda en mí firme y estable?”. Es decir, San Juan Crisóstomo nos dice: ¿qué importancia puede tener que yo haga milagros como detener el sol y la luna, si algo infinitamente más grandioso sucede en mí por la gracia y es la Presencia del Divino Amor, junto al Padre y al Hijo?

         Silencio para meditar.

Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Gloria.

Segundo Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

         Cuando Dios viene en sus Tres Divinas Personas, afirma un autor[2], no para crear un nuevo paraíso, ni para crear un mundo mejor, ni para un nuevo cielo empíreo: es para el alma de quien está en gracia, porque por ella viene Dios, a ella viene Dios, en ella descansa Dios, porque es tan grande la gracia, que convierte al alma del hombre pecador en digna morada de la Santísima Trinidad[3]. Es decir, sin la gracia, el alma del hombre es “un muladar de vicios, un infierno de pecados y cueva de ladrones”[4], mientras que por la gracia, el cuerpo se vuelve templo del Espíritu Santo, el alma morada de Dios Padre y el corazón en altar y sagrario de Dios Hijo en la Eucaristía. ¡Qué gran cosa es la gracia y cuánta poca estima se le tiene!

Silencio para meditar.

Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Gloria.

Tercer Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

         La gracia es tan poderosa, dice un autor[5], que “antes dejará Dios de estar en el cielo empíreo que en un alma en gracia”, dando a entender la firmeza y seguridad con que la gracia atrae al alma del justo a las Tres Divinas Personas. Por esta razón, la gracia es mayor que el mundo visible e invisible –el constituido por los ángeles-; es el palacio y la morada que Dios tiene entre los hombres: así como el Dios de la Eucaristía está en el sagrario, así Dios Trino está en ese sagrario viviente en el que lo convierte la gracia. De esto se sigue el gran valor y aprecio que debemos tener a los Sacramentos –sobre todo el de la Penitencia y el de la Eucaristía, que son los que más frecuentemente recibimos-, porque por ellos nos viene la gracia y nuestros pobres corazones son convertidos en moradas del Dios Altísimo, puesto que las Tres Divinas Personas vienen al alma del que está en gracia.

          Silencio para meditar. 

Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Gloria.

Cuarto Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

         También de esto se sigue cuán grande es la temeridad, necedad y ceguera de los pecadores, porque por un bien efímero y además ilícito, dejan de lado el bien infinito de la gracia y lo que ella trae, Dios Trino, para deleitarse en las cosas del mundo. No puede calificarse, la acción del pecador, que elige el pecado a la gracia, de otra cosa que de “estupendo atrevimiento y de prodigiosa maldad”[6]. Por un solo pecado mortal, las Tres Divinas Personas son expulsadas del corazón del que hasta entonces era justo por la gracia; por el pecado mortal, se derriba el trono majestuoso en el que Dios asentaba, en el corazón del que estaba en gracia. Si viéramos a alguien que, sin temor de Dios, se acercara al Pesebre y tomara al Niño y lo arrojara por el suelo, ¿no merecería este hombre el ser calificado, como mínimo, de falto de razón, además de impiadoso, hereje y sacrílego? Eso mismo sucede con el pecador, que por el pecado arroja de sí no a solo al Niño Dios, sino a todas y a las Tres Divinas Personas. ¡Nuestra Señora de la Eucaristía, que nunca caigamos en la peor desgracia que puede sobrevenir a un alma en este mundo, el cometer un pecado mortal! ¡Que frente al pensamiento de un pecado mortal, antes de cometerlo y de siquiera pensarlo y consentirlo, muramos a esta vida terrena, con tal de conservar la gracia en el alma!

         Silencio para meditar. 

Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Gloria.

Quinto Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

Ahora bien, cuando las Tres Divinas Personas vienen al alma del justo por la divina gracia, es para ser adoradas y amadas, sí, pero también para deleite de quien está en gracia, pues las Tres Divinas Personas vienen para hacer compañía al alma del justo. Quien esto considera, no puede hacer otra cosa que no salir del asombro: ¿cómo puede ser, que una creatura tan miserable y baja, como es el hombre, tenga por compañía a las Tres Divinas Personas, y esto por la gracia?[7] ¿Cómo puede ser que una creatura esté al nivel del Creador, Redentor y Santificador, Dios Tres veces Santo? ¿Cómo un esclavo, deja de ser tal, para alojar en su casa, convertida en templo de la divinidad, a Dios Uno y Trino? Esta dignación infinita que le sobreviene al hombre, le sobreviene sólo y exclusivamente por la gracia, por eso no nos alcanzará, ni lo que nos queda de vida en esta tierra, ni las eternidades de eternidades, para dar gracias a la Trinidad por el inmerecido don de la gracia, conseguido para nosotros al altísimo precio de la Sangre del Hombre-Dios derramada en la Cruz.

Un Padre Nuestro, Tres Ave Marías y Gloria para ganar las indulgencias del Santo Rosario, pidiendo también por la salud e intenciones de los Santos Padres Benedicto y Francisco y por las benditas almas del Purgatorio.

Oración final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amor. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

Canto final: “Cantad a María, la Reina del cielo”.

        
        
        


[1] Homil. 27, in ep. ad Hebr.
[2] Cfr. Juan Eusebio Nieremberg, Aprecio y estima de la Divina Gracia, Apostolado Mariano, Sevilla s. d., 128.
[3] Cfr. Nierember, ibidem, 129.
[4] 128.
[5] Cfr. Nierembeg, o. c., 129.
[6] Cfr. Nierember, ibidem, 129.
[7] Cfr. Nieremberg, ibidem, 130.

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