martes, 2 de abril de 2019

Hora Santa en reparación por actos públicos de satanismo en Mar del Plata, Argentina 010419


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Afiche en el que se hace apología pública del satanismo, el cual implica siempre y en todos los casos una agresión y una blasfemia a los Sagrados Corazones de Jesús y María, por lo cual es siempre necesario hacer una pública reparación, al ser pública la ofensa.


Inicio: ofrecemos esta Hora Santa y el Santo Rosario meditado en reparación por la realización pública de actos manifiestamente satánicos. La realización de un evento satánico implica siempre una agresión y una blasfemia contra nuestro Único y Verdadero Dios, Jesucristo, toda vez que se invoca a Satán de la siguiente manera: “in nomini dei nostri satanas”. Esto es ya una blasfemia y al ser hecha públicamente, es necesario que se haga pública la reparación. La información relativa al encuentro “cultural” –que no es tal, sino simplemente satánico y blasfemo- se encuentra en los siguientes enlaces:



Además de la pública reparación y desagravio a Cristo Nuestro Señor y al Inmaculado Corazón de María, los primeros ofendidos por hechos de esta naturaleza, pediremos por la conversión de nuestros hermanos, enceguecidos por el ocultismo.

Canto inicial: “Cantemos al Amor de los amores”.

Oración inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

Inicio del rezo del Santo Rosario. Primer misterio (misterios a elección).

Meditación.

Para ganarnos la gracia, Nuestro Señor Jesucristo, obedeciendo a su Padre Dios, de Quien fue engendrado en la eternidad en su seno celestial, se encarnó en el seno purísimo de María Virgen, por obra del Espíritu Santo. Es decir, abandonó el cielo eterno que significa el seno del Padre, para asumir en su Persona divina una naturaleza tan inferior y baja como la nuestra, tomando así carne el Hijo de Dios, para que de Dios Invisible que era, apareciera y fuera visible por todos, primero como Niño Dios y luego como Hombre-Dios y para que nadie pudiera decir que nadie sabía cómo era Dios, puesto que quien veía a este Niño y a este Hombre, veía a Dios Hijo en Persona. Ya esta sola humillación del Verbo de Dios, que se hizo hombre sin dejar de ser Dios, para que nosotros por la gracia nos hagamos Dios por participación, merece de nosotros toda nuestra alabanza, toda nuestra gratitud, todo nuestro amor, toda nuestra adoración, en lo que nos reste de vida en el tiempo terreno y luego por toda la eternidad.

 Silencio para meditar.

Un Padre Nuestro, diez Ave Marías, un Gloria.

Segundo Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

Pero el deseo de conquistarnos la gracia no quedó ahí para el Verbo del Eterno Padre, encarnándose y no dejando de hacer nada de lo que podía hacer para conseguirnos la gracia. Como afirma un autor[1], en relación a los esfuerzos que hizo el Hombre-Dios para darnos la gracia: “¿Qué pudo hacer Él por ella –la gracia- que no hiciese? Hizo cuanto pudo para dárnosla y para darla a estimar. Preciosísima es, por cierto, pues se dio por ella la cosa más preciosa que hay en cielo y tierra, que es la vida del Hijo de Dios. ¿Para qué el ayuno de Jesús? ¿Para qué sus trabajos? ¿Para qué su sudor? ¿Para qué sus azotes? ¿Para qué sus espinas? ¿Para qué su cruz? ¿Para qué su muerte? ¿Para qué todo esto? Por la gracia”[2]. ¡Nuestra Señora de la Eucaristía, que llevemos impresos, en nuestros ojos y corazones, la Pasión del Señor, para que nunca nos apartemos de la gracia que nos consiguió al precio de su Sangre derramada en la cruz!

Silencio para meditar.

Un Padre Nuestro, diez Ave Marías, un Gloria.

 Tercer Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

Sin embargo el Hombre-Dios, no quedándose todavía contento con todo lo que hizo, hizo todavía algo más, para darnos a saber cuánto aprecio tiene Él por la gracia que nos conquistó: antes de morir de muerte humillante y dolorosísima en cruz, nos dio a su Madre Santísima, para que Ella no solo nos adoptara como hijos al pie de la cruz, sino para que toda gracia que necesitemos, nos venga por Ella y solo por Ella, nombrándola, además de Madre Nuestra del cielo, como Mediadora de toda gracia. De esta manera, no hay ninguna gracia, por pequeña o grande que sea, que no venga por nuestra amadísima y purísima Madre celestial, María Santísima. Por otra parte, nombrándola a María Santísima con el doble título de Madre Nuestra y Mediadora de toda gracia, no habríamos de tener reparo alguno en pedir ninguna gracia, porque, ¿quién no se atreve a pedirle a su Madre amada que lo auxilie, cuando está en alguna necesidad? ¿Y por acaso esta Madre amantísima habría de negar a sus hijos, por pecadores y desagradecidos que fuesen, la gracia que sus hijos le piden, para salvación de nuestras almas? ¡Oh, Sabiduría Divina, que todo lo haces por medio del Divino Amor, por intermedio de la Virgen te damos gracias, postrados ante Ti, por tu infinita y eterna Misericordia!

Silencio para meditar.

Un Padre Nuestro, diez Ave Marías, un Gloria.

Cuarto Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

Afirma este mismo autor[3] que en su deseo de concedernos la gracia, el Hombre-Dios no se contentó con todo lo que había hecho hasta ese momento, esto es, el haber sufrido su Pasión y el habernos dado a su Madre amantísima como Madre nuestra y Mediadora de toda gracia, sino que además quiso quedarse en medio nuestro, acompañándonos todos los días que tengamos asignados vivir en esta vida terrena y para ello, en su Divina Sabiduría y en su Eterno Amor, ideó la Eucaristía, para quedarse en el sagrario como el Emanuel, esto es, como “Dios entre nosotros”[4]. La Eucaristía es por lo tanto el cumplimiento de la promesa de Jesús de “quedarse todos los días con nosotros, hasta el fin del mundo”: “Yo estaré con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo”[5], para que acudiendo nosotros al pie del sagrario y postrándonos ante su Presencia eucarística, recibamos en nuestras almas el torrente inmerecido de innumerables gracias, emanadas de su Sagrado Corazón Eucarístico, Fuente Increada de la Gracia Divina.

 Silencio para meditar.

Un Padre Nuestro, diez Ave Marías, un Gloria.

Quinto Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

Para que tuviésemos acceso a la Fuente de la Gracia Divina, el Hombre-Dios se quedó en el “perpetuo sacrificio y Sacramento”[6], la Sagrada Eucaristía, de modo que pudiéramos acudir cuantas veces quisiéramos, a saciar nuestra sed de gracia y amor divino, de esta Fuente inagotable de gracia que es su Divino Corazón Eucarístico. Jesús instituyó el Sacramento de la Eucaristía, quedándose en Persona, oculta su Persona divina en apariencia de pan, para que en cualquier momento y a cualquier hora, en consolación o desolación, en tristeza o en alegría, acudiéramos a postrarnos ante su Presencia eucarística para llenar nuestros corazones de la Divina Consolación que el don de su gracia supone para nuestras almas. ¡Nuestra Señora de la Eucaristía, que siempre acudamos ante el sagrario, a postrarnos ante Jesús Eucaristía, para recibir de Él la gracia santificante que brota de su Corazón Eucarístico!

 Oración final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

Canto final: “Plegaria a Nuestra Señora de los Ángeles”.



[1] Cfr. Juan Eusebio Nieremberg, Aprecio y estima de la Divina Gracia, Apostolado Mariano, Sevilla s. d., 110.
[2] Cfr. Nieremberg, ibidem, 110.
[3] Cfr. Nieremberg, ibidem, 110.
[4] Cfr. Is 7, 14.
[5] Cfr. Mt 28, 20.
[6] Cfr. Nieremberg, ibidem, 110.


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