miércoles, 19 de diciembre de 2018

Hora Santa en reparación por ultraje a la catedral de Neuquén por horda de feministas 101218



Inicio: ofrecemos esta Hora Santa y el rezo meditado del Santo Rosario en reparación por el ultrajante acto cometido en público por parte de un grupo de feministas, contra la Catedral de Neuquén.  La información pertinente sobre el denigrante acto a cargo de las neo-marxistas feministas se puede ver en el siguiente enlace:


         Canto inicial: “Cantemos al Amor de los amores”.

Oración de entrada: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

Inicio del rezo del Santo Rosario. Primer Misterio (misterios a elección).

Meditación.

La excelencia de la gracia es tan alta, que nada puede compararse a ella y la razón es que por la gracia no es que se nos dona una virtud celestial, angélica –lo cual sería en sí mismo algo grandioso-, sino que se nos dona algo que supera toda capacidad de imaginación y de comprensión racional: nos hace participar de la naturaleza divina[1]. Es decir, por un lado, somos convertidos en hijos adoptivos de Dios, con la misma filiación divina con la cual el Hijo de Dios es Hijo de Dios, lo cual supera infinitamente a toda dignidad angélica; por otro lado, la gracia nos hace entrar en comunión de vida y amor con las Tres Divinas Personas, y esto significa que, así como con las personas humanas establecemos relaciones de amistad y amor, basadas en la razón y la voluntad, de la misma manera sucede con Dios, con cada una de las Tres Divinas Personas. A esta grandeza, inimaginable para el hombre –ser hijo y amigo de Dios Trino-, se le agrega el hecho de que la inteligencia o sabiduría con la que conocemos a Dios, es SU misma inteligencia y sabiduría y el amor con el que lo amamos, es SU mismo divino amor, y esto en virtud de la participación que la gracia nos permite tener de la naturaleza divina. No hay nada más sublime y grandioso que la gracia.

Silencio para meditar.

Padrenuestro, Diez Ave Marías, Gloria.

Segundo Misterio del Santo Rosario.

Meditación

         Un ejemplo tomado de la naturaleza nos puede ayudar a comprender la manera excelsa en la que la creatura participa de la naturaleza de Dios, por medio de la gracia. Tomemos como ejemplo al sol[2], alrededor del cual giran los planetas y, de modo particular, nuestro planeta tierra. El sol tiene virtudes por las cuales es causa de efectos en la tierra –por ejemplo, por la virtud del sol es que germinan las semillas, se evapora el agua-; además de esto, tiene virtudes o cualidades de las cuales no es efecto, sino que las posee en sí mismo, las que hacen al sol hermoso, como por ejemplo, la luz y la pureza y además hermosean a aquellos que se benefician de estas cualidades. Es decir, en el sol hay cualidades que son participadas en diverso grado por el planeta y las creaturas y por estas causa efectos admirables –el crecimiento de los vegetales, por dar un ejemplo-, mientras que hay otras cualidades, como la luz y la pureza, que están en el mismo sol y que hacen que el sol sea lo que es, una estrella resplandeciente, de luz diáfana y pura. De modo análogo sucede con Dios –uno de cuyos nombres es “Sol de justicia”-: en Dios hay infinitas virtudes, cuyas excelencias pueden ser participadas y causan efectos admirables en sus creaturas –las virtudes sobrenaturales que hacen que una persona sea santa-, mientras que hay otras virtudes que están en el mismo Dios, formalmente, siendo propias de su infinito, eterno y divino Ser y de su naturaleza divina -como el Acto de Ser divino, la Pureza, la Santidad, la Inocencia, etc.-, que son las que hacen que Dios sea Dios. La excelencia de la gracia radica en que hace que la creatura participe de la naturaleza de Dios, de modo excelente y supremo, en los atributos que están formalmente en Dios y hacen a su Ser divino infinito, perfectísimo, único, excelentísimo. Por la gracia, la creatura participa de las excelencias incalculables e inimaginables del Ser divino trinitario y esto hace a la gracia algo incomparablemente más valioso que todo el universo.

         Silencio para meditar.

Padrenuestro, Diez Ave Marías, Gloria.

Tercer Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

         La excelencia de la gracia, que hace que esta sea lo más valioso que hay en el universo, es que la gracia, según muchos autores, “hace que el alma participe del Ser de Dios, en cuanto es por su misma esencia, teniendo Ser de sí mismo: lo cual es principio y fuente de las perfecciones divinas y de la infinidad que en todas tiene”[3]. Dicho en otras palabras, la excelencia de la gracia radica en que no hace participar al alma solo de una cualidad de Dios, como por ejemplo, su Pureza Inmaculada –lo cual sería, en sí mismo, algo que haría al alma pura, con una pureza superior a la de los ángeles-, sino que hace que el alma participe de la raíz de todas las perfecciones de Dios, de aquello que hace que sus perfecciones sean perfecciones en acto y es el Ser divino trinitario. Así, el alma se adorna no solo con las virtudes mismas de Dios, sino que participa del Ser mismo de Dios, lo cual a su vez significa que el alma, en cierto sentido, se vuelve Dios, en el sentido de que se endiosa, se deifica por acción de la gracia. Por la gracia, entonces, es posible cumplir la perfección que Cristo nos pide el Evangelio: “Sed perfectos, como mi Padre es perfecto” (Mt 5, 48).

         Silencio para meditar.

Padrenuestro, Diez Ave Marías, Gloria.

Cuarto Misterio del Santo Rosario. 

Meditación.

         De estas consideraciones acerca de la excelencia de la gracia se comprende la razón por la cual los santos verdaderamente despreciaban el mundo, porque comparadas con la gracia, las más grandiosas riquezas materiales no son, o, lo que es lo mismo decir, son nada[4]. En efecto, comparadas con la gracia, todas –absolutamente todas- las riquezas de la tierra –oro, plata, cobre, diamantes, etc.- y no solo de la tierra, sino de infinitos planetas como el planeta tierra, no valen lo que el más mínimo grado de gracia. La razón es que las riquezas materiales, que son valiosas en sí mismas, no pueden, de ninguna manera, obrar en el alma lo que obra la gracia, esto es, hacer al alma partícipe no solo de las virtudes excelentísimas y perfectísimas que hay en Dios, sino del Acto de Ser mismo de Dios, por lo que el alma, por la gracia, se enriquece infinitamente, al participar de la riqueza inestimable del Ser divino trinitario. La gracia tiene, en sí, un se preciosísimo y divino, por hacer participar excelentísimamente al alma del Ser de Dios[5].

          Silencio para meditar.      

        Padrenuestro, Diez Ave Marías, Gloria.   

         Quinto Misterio del Santo Rosario.

         Meditación.

         Sólo Dios Es de sí mismo y por sí mismo, desde siempre y para siempre; sólo Dios fue siempre, es y será, por la eternidad y por esta razón, su nombre es “El que es” y por eso Él se llama a sí mismo: “Yo Soy el que Soy”[6] –y porque está en la Eucaristía con su Ser divino trinitario es que nos dice, desde la Eucaristía: “Yo Soy el que Soy”-. Nadie es, sino es por participación del Ser de Dios y sólo Dios Es, con su Acto de Ser divino trinitario, desde toda la eternidad, el Ser Purísimo y Perfectísimo en sí mismo. De Dios todos tienen necesidad de participar de su Ser, para ser y existir; en cambio, Dios no necesita de nada ni de nadie, para Ser desde toda la eternidad y continuar siendo por eternidades de eternidades. Porque Dios Es desde toda la eternidad y porque Él, al crear las cosas, las hizo participar de su Ser, es que las cosas son y por eso mismo, todo el universo –visible e invisible- depende de Él para ser. Dios es el Ser eterno e inmutable y su Ser es perfectísimo e infinito. Por esto mismo, cuando se comparan las cosas con Dios, estas no son. Así dice San Bernardo[7]: “Dios es lo que es: es su mismo ser y el ser de todas las demás cosas. Él mismo es para Sí y para todas las cosas y por esto Él es por cierta manera solo”. “Dios es solo, porque en su comparación los demás no es: ni los elementos son, ni el cielo es, ni el hombre es, ni el Ángel es, ni cuanto tiene ser y vida en la naturaleza es, ni toda la naturaleza junta es. Lo cual, como lo considerase David, dijo a Dios: “Mi substancia toda es como la misma nada delante de Ti; y aun todo hombre viviente es la mayor vanidad del mundo” (Sal 38)”[8]. Por la gracia, Dios nos saca de la nada de nuestra naturaleza humana, para hacernos ser partícipes de su Ser divino trinitario y por eso no hay nada más excelente que la gracia.

         Un Padrenuestro, tres Ave Marías, un gloria, para ganar las indulgencias del Santo Rosario, pidiendo por la salud e intenciones de los Santos Padres Benedicto y Francisco.

         Oración final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

         “Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

         Canto final: “Plegaria a Nuestra Señora de los Ángeles”.



[1] Cfr. Juan Eusebio Nieremberg, Aprecio y estima de la Divina Gracia, Apostolado Mariano, Sevilla s. d., 51.
[2] Cfr. Nieremberg, ibidem, 52.
[3] Cfr. Nieremberg, ibidem, 53.
[4] Cfr. Nieremberg, ibidem, 53.
[5] Cfr. ibidem.
[6] Cfr. Éx. 3.
[7] Lib. 5, De Consid.
[8] Cfr. Nieremberg, ibidem, 55.

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