jueves, 16 de agosto de 2018

Hora Santa en reparación por ataque vandálico a iglesia en Quequén, Argentina 080818



         Inicio: ofrecemos esta Hora Santa y el rezo del Santo Rosario en reparación por el ataque vandálico perpetrado contra una iglesia parroquial en Quequén, Argentina, el pasado agosto de 2018. La información relativa a tan penoso episodio se puede encontrar en los siguientes enlaces:



         Basaremos nuestras meditaciones en el libro “La Palabra continúa en el signo de los tiempos”, de Giuliana Crescio[1].

Canto inicial: “Cristianos, venid, cristianos, llegad, a adorar a Cristo que está en el altar”.

Oración inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran ni te aman” (tres veces).

“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

Inicio del rezo del Santo Rosario (misterios a elección).

Primer Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

Dios Uno y Trino ha creado al hombre a su imagen y semejanza y aunque el hombre vive en la tierra, no está destinado a la tierra, sino que está destinado al cielo. El hombre está compuesto de cuerpo, que es materia, y de alma, que es espíritu. El hombre no debe permitir que la materia o que la carnalidad corporal ahoguen al espíritu, porque así pierde de vista que su destino final no esta tierra ni este mundo, sino el Reino de los cielos. El hombre vive en la tierra, pero la tierra es solo un destino temporal, es un destino pasajero, es un lugar de paso. El hombre está en la tierra, pero no es de la tierra. Por eso Jesús dice en el Evangelio que “atesoremos tesoros en el Cielo” y que Él irá al Cielo, después de su muerte en cruz, para “reservarnos una habitación en la Casa del Padre”. Si Jesús no dijera ni hiciera esto, estaríamos destinados a la tierra, pero no, estamos destinados al Cielo. Hacer de esta tierra una morada permanente es un error: el cristiano debe tener siempre los pies en la tierra y la vista del alma en el Cielo, en el Reino de los Cielos.

Un Padrenuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.

Segundo Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

Solamente más allá de esta vida terrena, en el Reino de Dios, está todo lo que el hombre puede desear. Y todavía más, porque la contemplación de la Trinidad supera infinitamente lo que el hombre pueda llegar a imaginar. Todos los deseos de felicidad se cumplen en el Cielo y de tal manera, que si el hombre no estuviera sostenido por la gracia, no podría soportar tanta felicidad. En el Reino de los cielos, “el gusano no corroe”, porque la vida y los bienes son espirituales, celestiales, sobrenaturales y no pueden perecer. Aquí, en la tierra, hasta el oro se corrompe y se corrompe también el cuerpo cuando por la muerte se separa del alma. En el Cielo no hay muerte; los bienaventurados tienen sus cuerpos y almas reunificados en la vida y la gloria de Dios y son felices, con una felicidad que no les alcanzarán eternidades de eternidades para poder gozar de ella. El hombre se equivoca cuando pone su corazón en las cosas terrenas. Es en las cosas del cielo en donde hay que poner el corazón, porque el Cielo es el verdadero y único tesoro que debe desear el hombre: “Donde esté tu tesoro, ahí estará tu corazón”. En esta tierra, nuestro tesoro debe ser la Eucaristía, de manera que nuestro corazón esté firmemente adherido y anclado a la Eucaristía. Y así, cuando llegue la hora de pasar de este mundo a la vida eterna, nuestro corazón seguirá adherido y anclado al Cordero de Dios, Jesucristo.

Un Padrenuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.

Tercer Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

El Reino de Dios, en donde se encuentran los bienaventurados –muchos de los que vivieron aquí en la tierra en tiempos pasados-, todo es belleza, armonía, paz, amor celestial y luz divina. No hay pesares, ni incertidumbre, ni llanto, ni dolor. Todo es armonía celestial, porque todas las almas de los bienaventurados, así como los ángeles de Dios, giran alrededor suyo, así como los astros giran alrededor del sol, recibiendo de Dios Trino los rayos de su gracia, que colman a la creatura con una felicidad imposible de describir con palabras humanas, pero que tampoco es posible siquiera imaginar ni tampoco se puede comprender con la mente humana. Así como las ovejas del redil saben cuál es el lugar de descanso y a él se dirigen, guiadas por el pastor, así las almas humanas deben saber que el Reino de los Cielos es su morada definitiva y que Quien nos guía es el Buen Pastor, Jesucristo. Algunas ovejas no quieren entrar, otras se extravían, otras continúan a paso firme hasta el redil, detrás del pastor. Es la imagen de las almas humanas en esta tierra: algunas no quieren entrar en el Reino de Dios, otras se detienen en el camino de la perfección, atraídos por las riquezas terrenas; otras, en cambio, van asciendo en el camino de la perfección cristiana, que consiste en la unión en el amor y la fe, a Jesús Sacramentado, como anticipo de la unión en la gloria en la vida eterna. Jesús, Buen Pastor, nos prepara el aprisco y nos alimenta, con su Cuerpo y su Sangre, en este ascender al Reino de los Cielos que consiste esta vida terrena.

Un Padrenuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.

Cuarto Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

Para llegar al Reino de los Cielos, no bastan con las buenas intenciones, ni los buenos deseos, y ni siquiera bastan las buenas acciones. Para llegar al Reino de los Cielos, es necesaria la gracia santificante; por esta razón, el alma debe estar en estado de gracia de modo permanente y si por debilidad humana la pierde, debe buscar de recuperarla cuanto antes, por medio de la Confesión Sacramental. En estado de gracia, ahí sí cobran sentido las buenas intenciones, los buenos deseos y las buenas acciones, porque la gracia diviniza al hombre y hace que todas sus obras sean meritorias para alcanzar el Cielo. Dios Trino hizo el Cielo para nosotros, los hombres, pero como en el Cielo solo cabe la gloria de Dios, nadie que no esté en gracia plena puede ingresar en el Reino celestial. “Lucha es la vida del hombre sobre la tierra”, dice la Escritura, y es lucha contra las potestades infernales y contra las pasiones propias, que solo pueden ser vencidas, unas y otras, con la gracia santificante, de ahí su importancia. La gracia santificante en el alma es el equivalente a poseer, ya en esta tierra y en esta vida, un trocito de Cielo en el corazón y contemplar y adorar la Eucaristía es contemplar y adorar, ya desde la tierra, al Cordero de Dios, para seguir después adorándolo por las eternidades de eternidades en la bienaventuranza.

Un Padrenuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.

Quinto Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

El hombre ha sido creado para el Reino de Dios, pero no puede llegar al Reino sino es por la Cruz de Cristo. La Cruz es el yugo de Jesucristo y quien no carga su yugo, no puede llegar al Cielo. El yugo de Cristo, la Cruz, parece pesada y en realidad es pesada, porque la vuelve pesada no el leño en sí, sino nuestros pecados, pero se vuelve liviana para nosotros, porque cuando nos decidimos a cargar nuestra Cruz, es Cristo quien la carga y la lleva por nosotros. Así se explican las palabras de Jesús: “Carguen sobre ustedes mi yugo y aprendan de mí, porque soy paciente y humilde de corazón, y así encontrarán alivio. Porque mi yugo es suave y mi carga liviana” (Mt 11, 28-30). Quien carga sobre sí el yugo de Cristo, carga una Cruz liviana, porque Jesús aliviana el peso de la Cruz. Pero para cargar la Cruz de cada día, es necesario que el alma aprenda de la paciencia, de la humildad y la mansedumbre de Jesucristo. Sin paciencia, sin humildad y sin mansedumbre, no se puede llevar el yugo de Cristo y así no puede el alma entrar en el Reino del Cielo, que Dios tiene preparado para nosotros. La contemplación y la adoración eucarísticas son, en sí mismas, una gracia y una gracia que convierte al alma en una imitación viviente del Sagrado Corazón de Jesús, que es “manso y humilde”, preparándola así para entrar en el Reino de los Cielos. De ahí la importancia de la adoración eucarística y el hecho de que no sea igual adorar o no adorar a la Eucaristía. Quien adora a la Eucaristía, ve convertido su corazón en una copia viviente de los Sagrados Corazones de Jesús y María y además empieza a gozar, ya desde aquí, desde la tierra, y en medio de las tribulaciones y persecuciones del mundo, de la alegría eterna del Reino de Dios, que brota del Ser divino trinitario como de una fuente inagotable.

Oración final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran ni te aman” (tres veces).

“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

Canto final: “El Trece de Mayo en Cova de Iría”.



[1] Giuliana Crescio, La Palabra continúa en el signo de los tiempos, Ediciones Fundación Camino de Emaús, Buenos Aires1 2005, 48-55.

No hay comentarios:

Publicar un comentario