sábado, 21 de julio de 2018

Hora Santa en reparación por profanación de una iglesia en Canarias, España 080718



Inicio: ofrecemos esta Hora Santa y el rezo del Santo Rosario en reparación por la profanación sacrílega de una Iglesia en Canarias, España, profanación ocurrida cuando un grupo de hombres vestidos de mujer utilizaron a la sede parroquial como camerino para su espectáculo inmoral. La información relativa al sacrilegio mencionado, ocurrido en el mes de julio de 2018, se encuentra en la siguiente dirección electrónica:


Canto inicial: “Alabado sea el Santísimo Sacramento del altar”.

Oración inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran ni te aman” (tres veces).

“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

Inicio del rezo del Santo Rosario (misterios a elección).

Primer Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

La gracia santificante es una cualidad grandiosa, sobrenatural, otorgada por Dios y mediante la cual nos hacemos partícipes de la naturaleza divina y sus propiedades[1]. Al haber sido nuestra naturaleza humana elevada y glorificada por la participación en la naturaleza divina, comenzamos a formar una unión íntima, misteriosa y viva con Dios, lo cual aumenta todavía más el valor y la gloria de la gracia. Es a la Tercera Persona de la Trinidad, el Espíritu Santo, la Persona Divina a la cual se le atribuye, en primer lugar, la unión de Dios con la creatura y de la creatura con Dios. Siendo el Espíritu Santo el representante personal del Amor Divino, del que procede, es en virtud de este amor que se obra la unión de Dios con la creatura. Es decir, en la unión de Dios Trino con la creatura, el “encargado”, por así decirlo, de esta unión, es el Espíritu Santo, o sea, el Amor de Dios. Ahora bien, puesto que Dios se une a nosotros por el Amor, como hemos visto –la Tercera Persona de la Trinidad-, en la vida de la gracia nuestra unión con Dios consistirá principalmente en el amor que le profesemos. Si Dios se une a nosotros por amor, es lógico que nosotros le respondamos uniéndonos a Él por amor. A Dios no lo mueve, para unirse a nosotros, otra cosa que el Amor Divino, el Espíritu Santo; es lógico entonces que, de nuestra parte, seamos capaces de responder a este Divino Amor con nuestro amor, por pequeño y limitado que sea, según el adagio: “Amor con amor se paga”.

Un Padrenuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.

Segundo Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

         El Espíritu Santo, según la Tradición, es el don por excelencia hecho por Dios al hombre[2]. Esto quiere decir que todo el misterio pascual del Hombre-Dios –su Encarnación, Pasión, Muerte y Resurrección- está encaminado y tiene como objetivo el don del Espíritu Santo a la humanidad, el cual la santifica con su Presencia. El Espíritu Santo, donado a la Iglesia por parte de Jesús resucitado en Pentecostés y a cada alma en particular en la comunión eucarística –con lo que la comunión eucarística se convierte así en un mini-Pentecostés o en un Pentecostés personal-, lo cual constituye un Don cuyo valor sobrenatural, infinito y eterno, por sí mismo, está fuera del alcance de toda imaginación y de toda capacidad de raciocinio por parte de la creatura inteligente, sea hombre o ángel. Ahora bien, esta presencia del Espíritu Santo en el alma, consecuencia del misterio pascual del Hombre-Dios Jesucristo, no excluye la presencia de las otras Personas Divinas, el Padre y el Hijo. Por esta verdad de la inhabitación trinitaria del alma, que se produce cuando el alma comulga en estado de gracia, con fe y con amor, podemos decir que la comunión eucarística constituye un Don tan inmensamente grande del Amor eterno de Dios, que no nos alcanzarán las eternidades de eternidades, ni para comprenderlo en su plenitud, ni para valorarlo adecuadamente, por lo que es nuestro deber de amor y justicia para con la Trinidad el comenzar a dar gracias ya desde esta vida terrena, en todo momento y circunstancia, postrándonos en adoración ante el Santísimo Sacramento del altar.

Un Padrenuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.

Tercer Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

         Según los más grandes santos de la Iglesia, como Santo Tomás, “con la gracia nos viene el Espíritu Santo, el cual se nos da en la gracia y por la gracia permanece en nosotros de modo inefable”[3]. Ahora bien, esta presencia del Espíritu de Dios en nosotros, posible por la gracia, ejerce una acción transformadora de nuestras almas: según el Apóstol, el Espíritu de Dios nos transforma, por medio de su poder divino, en imagen de Dios[4]. En otras palabras, sin la gracia, somos simplemente creaturas, seres creados, limitados, que participan del Acto de Ser porque poseen el ser, pero con la gracia, se da en nosotros una transformación vital y cualitativa, porque pasamos de ser, de creaturas, a imágenes vivientes de Dios. Esta transformación no es meramente externa: es una transformación interna, interior, sobrenatural y la imagen que más nos sirve para entender de qué se trata, es la del fuego que, al penetrar en la madera, la convierte en brasa incandescente y a tal punto que se puede decir que la madera, por la acción del fuego, se transforma en el mismo fuego. Como dice un autor, “es como el sello con el que Dios imprime en nuestra alma la imagen de su naturaleza divina y de su santidad”. Así como el sello moldea la cera y deja impresa en ella su imagen, así el Espíritu Santo, sello del Amor de Dios en el alma, moldea el alma a imagen y semejanza de Dios, al hacerla partícipe de su naturaleza divina. Pero a diferencia del sello que imprime su forma en la cera, que para hacerlo es necesario que entre en íntimo contacto con ella, el Espíritu Santo no puede darnos su gracia sin dársenos Él mismo, y de ahí el nombre de Don de dones. Si la gracia es un don, el Espíritu Santo es el Don que hace posible el don de la gracia.

Un Padrenuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.

Cuarto Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

         Por la gracia viene a nosotros el Espíritu Santo e inhabita en nuestras almas, aunque también es cierto que es el Espíritu Santo el que debe venir primero a nosotros, para que nosotros poseamos la gracia. En la gracia y por la gracia poseemos al Espíritu Santo. El Espíritu Santo nos da la gracia y por la gracia obtenemos no sólo más gracia, sino al Amor de Dios, el Espíritu Santo y esto es un misterio sobrenatural inefable, conseguido para nosotros al precio altísimo de la Sangre Preciosísima del Cordero de Dios, crucificado por nuestros pecados. Por la gracia el alma se vuelve capaz no solo ya de gozar de los bienes creados, como toda creatura, sino que se vuelve capaz de gozar del Bien Increado en sí mismo, Dios Uno y Trino y “es ésta la misión invisible del Espíritu Santo al hacernos el don de la gracia santificante”[5], pero no obstante esto, junto con la gracia, el Espíritu Santo se nos dona Él mismo en Persona, de manera que pasamos a poseerlo como un bien de nuestra posesión personal. Otro aspecto a considerar es el modo de amar al Espíritu Santo por la gracia: no solo conocemos y amamos al Espíritu Santo y gozamos del Espíritu Santo, tal como se conoce y se goza y se ama a un objeto que no nos pertenece ni que no es inherente a nosotros, sino que la gracia nos capacita para conocer, amar y gozar del Espíritu Santo en sí mismo, en su misma substancia[6], porque la gracia hace que poseamos al Espíritu Santo en su Persona, en su Ser mismo de Dios. En otras palabras, la substancia divina no sólo es el objeto de nuestro gozo –tal como lo puede ser un objeto que no nos pertenece- sino que está presente en nosotros de un modo inefable, real e íntimo.

Un Padrenuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.

Quinto Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

         La forma en la que el Espíritu Santo está unido a nosotros por la gracia es equivalente a la unión que en el cielo tienen los bienaventurados con Dios: así como en la otra vida la visión beatífica de Dios es inconcebible sin la presencia real e íntima de Dios en el alma, así también en esta vida podemos amar a Dios de un modo sobrenatural, desde el momento en que está presente de la manera más íntima en nuestra alma, como objeto de nuestro amor[7]. Si en el cielo Dios es el objeto de la visión beatífica, en la tierra y por la gracia, Dios es el verdadero alimento de nuestra alma, a la cual está unido tan estrechamente, como lo está el alimento al cuerpo. También el amor sobrenatural de Dios es ya un verdadero abrazo espiritual por el que le tenemos, le poseemos y lo disfrutamos en lo más profundo del alma, como si fuera algo propio, de nuestra propia pertenencia. Entonces, en esta vida, el Espíritu Santo viene a nosotros de dos maneras: como el autor de la gracia y junto con ella y luego, en un segundo momento, es la gracia la que nos lleva y nos une a Él, pero de manera tal que gozamos de Él como algo que es de nuestra propiedad, porque nos pone en posesión del Espíritu Santo, de la naturaleza divina y de las otras divinas Personas, las del Padre y del Hijo.

Oración final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran ni te aman” (tres veces).

“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

Canto final: “Plegaria a Nuestra Señora de los Ángeles”.



[1] Cfr. Matthias Joseph Scheeben, Las maravillas de la gracia divina, Editorial Desclée de Brower, Buenos Aires 1945, 58.
[2] Cfr. Scheeben, ibidem.
[3] Cfr. Summa Theol., I. q. 38, a. 1; q. 43, a. 3.
[4] Cfr. Scheeben, ibidem.
[5] Cfr. Summa Theol., I, q, 43, a. 3.
[6] Cfr. Scheeben, ibidem.
[7] Cfr. Scheeben, ibidem.

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