sábado, 10 de noviembre de 2012

Muchos dudan que la Iglesia de a comer la carne del Cordero



Cristo Cordero en la Eucaristía

“¿Cómo puede darnos a comer su carne?” “¿Cómo puede darnos la Vida eterna, si sólo es un hombre?” (cfr. Jn 6, 52-59). Los judíos no pueden creer en las palabras de Jesús y se muestran atónitos frente a la propuesta de Jesús de que quien coma su carne y beba su sangre, recibirá la Vida eterna.
No pueden creer ni una ni otra cosa: no pueden creer que un hombre pueda dar su carne y su sangre como alimento, y mucho menos todavía que quien coma la carne y la sangre de este hombre, recibirá la Vida eterna.
Ven a Jesús con ojos humanos, escuchan a Jesús con oídos humanos y razonan con pensamientos que no trascienden los límites de la razón humana: ése es el  motivo por el cual no pueden creer en las palabras de Jesús.
Para creer lo que Jesús dice, acerca de que quien coma su carne y beba su sangre tendrá Vida eterna, es necesario ver en Jesús no a un simple hombre, sino al Hijo Unigénito de Dios, encarnado; es necesario ver en Jesús al Hijo eterno del Padre, que comunica la Vida eterna de Dios porque la posee Él desde la eternidad, donada por su Padre; para creer en las palabras de Jesús, se debe pedir la luz del Espíritu Santo, que permita ver en Jesús al Hombre-Dios, que dona su cuerpo y su sangre en la Última Cena, en la cruz y en la renovación y actualización de la Última Cena y del sacrificio de la cruz, el sacrificio del altar.
“¿Cómo puede darnos a comer su carne?” La incredulidad de los judíos hacia las palabras de Jesús se repite hoy entre muchos de los bautizados, cuando escuchan a la Iglesia que en la elevación de la Hostia consagrada dice: “Este –el pan consagrado- es el Cordero de Dios”.
Así como Jesús donó la Vida eterna en la cruz, envuelta esta vida en el ropaje de su carne y de su sangre, así también la Iglesia dona la Vida eterna al dar como alimento la carne resucitada del Hijo de Dios, la carne del Cordero, envuelta en el ropaje de la apariencia de pan y también, hoy como ayer, muchos dudan, así como dudaban los judíos y por los mismos motivos: no creer en Cristo como Hijo eterno del Padre, que se dona a sí mismo en la cruz y en el sacramento del altar, en su Iglesia.
Los judíos se decían: “¿Cómo puede este darnos a comer su carne?” “¿Cómo puede darnos la Vida eterna, si es sólo un hombre?”
Hoy, en la Iglesia, muchos repiten la misma pregunta incrédula, por ver a la Iglesia no con los ojos de la fe, no como a la Esposa del Cordero, sino como a una iglesia más entre otras: “¿Cómo puede la Iglesia darnos a comer la carne del Cordero, si sólo es un pan? ¿Cómo puede la Iglesia darnos la Vida eterna, si nos da como alimento sólo un poco de pan?”

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