Inicio: ofrecemos esta Hora Santa y el rezo del Santo Rosario
meditado en reparación por el horrible sacrilegio cometido en el pueblo
mexicano de Catemaco, en el que se celebran con suma frecuencia sacrílegas “misas
negras”, a cargo de siniestros brujos, hechiceros y magos al servicio del Ángel
caído, Satanás. Para mayores detalles acerca de esta abominación que clama al
Cielo, consultar el siguiente enlace:
https://www.infocatolica.com/blog/infories.php/2503070956-misa-negra-en-catemaco-mexico
Canto de entrada: “Cantemos al Amor de los amores”.
Inicio del rezo del Santo Rosario. Primer Misterio
(misterios a elección).
Meditación.
El amor
de la Santísima Trinidad hacia nosotros los hombres es tan incomprensible, que
no solo ha dejado en nuestras manos, en el sentido de nuestro libre albedrío,
sino también ha facilitado en grado sumo, al punto de bastar acceder a los
Sacramentos, el hacernos partícipes de su vida divina, de su Amor Trinitario,
de su naturaleza celestial. ¡Y somos tan necios que dejamos de lado la gracia
de los Sacramentos, por la nada y el barro del oro del mundo!
Un
Padrenuestro, diez Avemarías, un Gloria.
Segundo Misterio.
Meditación.
Si a
alguien se le ofreciera, en un supuesto caso, adquirir la inteligencia, la
hermosura, la perfección de los ángeles, que aun siendo creaturas creadas por
Dios no dejan de ser admirables, este tal, de ninguna manera dejaría pasar la
ocasión de adquirir tales perfecciones, porque mucho antes que pensar en las
perfecciones de una naturaleza superior, como la angélica, envidiamos las
cualidades y perfecciones de naturalezas inferiores a la nuestra, a la
naturaleza humana, porque si de nosotros dependiera, adquiriríamos la fuerza
del león, la velocidad del leopardo, el vuelo del águila, etc. Si esto es así,
debe causarnos una profunda vergüenza el comprobar cómo los esplendores
infinitos y eternos de la naturaleza divina están a nuestro alcance y apenas
con un pequeño esfuerzo de nuestra parte y aun así los desaprovechamos[1].
¿Dónde está nuestra fe en los Santos Sacramentos de la Santa Iglesia Católica,
que nos conceden la participación en la vida divina trinitaria?
Un
Padrenuestro, diez Avemarías, un Gloria.
Tercer Misterio.
Meditación.
Supongamos,
dice un autor[2],
que Dios resumiera en un solo hombre todas las maravillas de la Creación; supongamos
que este hombre fuera más fuerte que el león, más hermoso que la aurora, más
refulgente que el sol, más radiante incluso que los querubines. Supongamos que
ese tal aventurara todos esos bienes en una jugada de dados. ¿Quién contemplaría
sin estremecerse tamaña locura? Pero nosotros demostramos poseer una locura en
grado mayor cuando vendemos nuestra intimidad con Dios, cuando regalamos por nada
el esplendor del sol divino, la fuerza de las virtudes divinas a la carne
miserable, hija de la corrupción, hermana y madre de gusanos. Por eso, debemos pedir
a los ángeles de paz que lloren la profanación de tantos tesoros divinos, por
parte de los hombres desagradecidos.
Un
Padrenuestro, diez Avemarías, un Gloria.
Cuarto Misterio.
Meditación.
Aquellos
que tienen todavía los ojos puros y el alma sana, guarden con honor su
dignidad; están en el deber de amar con todas las fibras de su corazón a su
Padre, el Padre de las luces. Si los planetas pudieran darse cuenta de su
belleza, se mostrarían reconocidos al sol, ya que gracias a la luz recibida de
él se convirtieron en su imagen resplandeciente. Si cada quien expresa su amor
a su semejante, ¿no debemos elevarnos de la tierra hacia Dios con un pensamiento
de parentesco y semejanza, ya que hemos recibido este parentesco con Dios por
la gracia?
Un
Padrenuestro, diez Avemarías, un Gloria.
Quinto Misterio.
Meditación.
Los católicos
debemos tomar ejemplo de algunos de los filósofos paganos pre-cristianos,
porque ellos, esclarecidos por la sola razón natural, tenían un gran aprecio
por la dignidad humana: para ellos, el hombre constituía una obra maravillosa,
era el corazón del mundo, el rey de la creación[3]. Si
el hombre, a la luz de la razón natural, encarnada en los más lúcidos filósofos
paganos pre-cristianos, aparecía tan grande y majestuoso, ¿qué será entonces a
la luz de la fe, ya que por la gracia se convierte en hijo adoptivo de Dios,
partícipe de la vida del Ser divino trinitario, heredero del Reino de los
cielos? Abramos los ojos del alma y sigamos el consejo de San Juan Crisóstomo: “Os
ruego y os suplico que no permitáis que los más bellos dones del cielo
(aquéllos que hemos recibido por la gracia de Cristo) aumenten a causa de su
misma grandeza, el pecado de nuestra negligencia”.
Oración
final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido
perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres
veces).
“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo
os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, de Nuestro Señor
Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los
ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente
ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del
Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores.
Amén”.
Canto final: “La Virgen María nos reúne en Nombre
del Señor”.
Un Padrenuestro, tres Avemarías y un Gloria, pidiendo
por las intenciones del Santo Padre.
[1] Cfr. Matías José Scheeben, Las maravillas de la gracia divina,
Editorial Desclée de Brower, Buenos Aires 1951 29.
[2] Cfr. Scheeben, ibidem, 29.
[3] Cfr. Scheeben, ibidem, 30.
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