Inicio: ofrecemos esta Hora Santa y el
rezo del Santo Rosario meditado en reparación por el acto vandálico sufrido por
una capilla en la localidad de Aracruz, Brasil. Para mayores datos, consultar
el siguiente enlace:
Oración inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido
perdón, por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres
veces).
“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo
os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor
Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los
ultrajes, sacrilegios e indiferencias con los cuales Él mismo es continuamente
ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del
Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores.
Amén”.
Canto inicial: “Cristianos, venid, cristianos, llegad”.
Inicio del rezo del Santo Rosario meditado. Primer
Misterio (a elección).
Meditación.
Quien
se despreocupa por su destino eterno y en vez de buscar la gracia que lo
conduce a la bienaventuranza, se dedica a los bienes terrenos, pierde de vista
el sentido de nuestro paso por la tierra. Los que se procuran la gracia, sí
pueden llamarse “bienaventurados”, en tanto que los que se procuran con
exclusividad bienes terrenos, no pueden
ser llamados así[1].
Por eso dice San Pablo de los ricos en bienes materiales, que se despreocupan
por la vida eterna: “Metiéronse en muchos dolores” (1 Tim 6, 10).
Silencio para meditar.
Padrenuestro, diez Ave Marías, Gloria.
Segundo Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
Tampoco
son causa de bienaventuranza las honras mundanas, porque como dice Aristóteles,
la honra no está en el que es honrado, sino en el que honra y la
bienaventuranza ha de ser bien propio, no ajeno; y así, la honra en quien la
tiene no puede ser bienaventuranza propia, pues aún no es bien propio. Agrega
el filósofo que la honra no puede ser bienaventuranza, porque no es por sí,
sino por el testimonio de la virtud. En cambio, la gracia es bienaventuranza
por sí misma[2].
Silencio para meditar.
Padrenuestro, diez Ave Marías, Gloria.
Tercer Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
Las
honras mundanas no sólo son vanas, sino también peligrosas, como lo considera
San Anselmo, comparando a los que la pretenden con los niños que se cansan
buscando mariposas. Dice el santo: “Así se han los que apetecen las honras de
este mundo, como los muchachos que siguen las mariposas, las cuales cuando vuelan
no van por camino derecho, sino revoloteando aquí y allá y cuando parece que se
sientan en alguna parte no se detienen en ella y así, al procurar atraparlas,
no miran por donde pisan y suelen caer con frecuencia. De la misma manera hacen
los que buscan honras mundanas”[3]. Pero
la gracia no sólo no es peligrosa, sino amable y apetecible para el alma.
Silencio para meditar.
Padrenuestro, diez Ave Marías, Gloria.
Cuarto Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
Continúa
San Anselmo: “Las honras mundanas no tienen camino cierto y cuando están en
poder de uno, fácilmente se escapan, para reposar en otro, y así sucesivamente.
Por esto, los hombres necios, deseando alcanzarlas, se apresuran por
procurarlas por todas las vías posibles, no reparando en los medios ni en las
formas, de manera que caen en graves pecados, con los que dañan a sus almas
indefectiblemente (…) Y si las alcanzan alguna vez, se felicitan a sí mismos,
como si hubieran alcanzado gran honra, sin darse cuenta que son nada en sí
mismas y que para procurarlas han cometido grandes pecados”.
Silencio para meditar.
Padrenuestro, diez Ave Marías, Gloria.
Quinto Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
Como
afirma un autor: “Las honras mundanas son peligrosas porque pervierten el
juicio, mudan las buenas costumbres, apartan de Dios y ellas en sí mismas no
son más que vanidad. La pompa del mundo y el favor del mundo es igual a humo y
es una marea que se desvanece prontamente. San Juan Crisóstomo comenta los
casos de reyes que se quejaban amargamente de las cargas y peligros que suponía
el portar una corona real: así, el rey don Alonso de Nápoles decía que tenía
tantos desvelos la corona, que era mejor la vida de los asnos que la de los
reyes[4]. De
la misma manera, quien se procura bienes materiales, no descansa en paz,
mientras que quien se procura la gracia, ya goza, desde esta vida terrena, de
la paz y de la alegría de la Trinidad.
Silencio para meditar.
Padrenuestro, diez Ave Marías, Gloria.
Oración final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo.
Te pido perdón, por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman”
(tres veces).
“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo
os adoro profundamente, y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y
Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del
mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias con los
cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo
Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los
pobres pecadores. Amén”.
Canto final: “Plegaria a Nuestra Señora de los Ángeles”.
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