Inicio:
ofrecemos esta
Hora Santa y el rezo del Santo Rosario meditado en reparación por el asesinato
de un sacerdote ministerial, ocurrido en Venezuela. Para mayores datos acerca
de este luctuoso suceso, consultar el siguiente enlace:
Canto
inicial: “Adoro te devote, latens Deitas”.
Oración
inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te
adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran,
ni te aman” (tres veces).
“Santísima
Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco
el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo,
Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes,
sacrilegios e indiferencias con los cuales Él mismo es continuamente ofendido.
Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado
Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.
Inicio
del rezo del Santo Rosario. Primer Misterio (misterios a elección).
Meditación
La
gracia comunica un valor inestimable a las obras del justo, para que éste
merezca la vida eterna. Entre tantas grandezas y bienes que trae consigo la
gracia, está la grandeza de dignidad que le confiere a las obras de los que las
realizan estando en gracia, de manera que éstas le sean agradables a Dios[1].
Además, por cada obra buena realizada en gracia, se merece más gracia y más
gloria eterna, según el Concilio Tridentino[2],
las Sagradas Escrituras y los Padres de la Iglesia.
Silencio
para meditar.
Un
Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.
Segundo
Misterio.
Meditación
Hay una enorme diferencia en hacer una obra buena estando en
gracia a hacerla careciendo de ella, porque si se hace en gracia, cualquiera
que sea, merece más gracia más gloria. Por esto es que se dice en las
Escrituras que “el fruto del justo es árbol de vida”[3], porque
sus obras buenas merecen la inmortalidad y la vida eterna.
Silencio para meditar.
Un
Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.
Tercer
Misterio.
Meditación
Si una misma obra la hiciera quien carece de gracia, no
merecería ni la inmortalidad, ni la vida eterna, aunque siempre es provechoso
obrar el bien, porque aun a los que están en pecado mortal les sirve para salir
de él y mover las entrañas de la misericordia divina, para tener compasión de
su estado y ayudarles a levantar de la miseria en que están caídos. Ahora bien,
la eficacia y el valor de la gracia es tan notable, que al punto que está en el
hombre, realza de tal manera todas sus obras, que por ellas le debe Dios
justamente no menos que la bienaventuranza eterna[4].
Silencio para meditar.
Un
Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.
Cuarto
Misterio.
Meditación
El merecimiento de la bienaventuranza eterna por parte del
que obra en gracia, no se debe tanto a la substancia de la obra, sino a la
dignidad de la persona, dignidad conferida por la gracia[5].
Es decir, el premio eterno del que obra en gracia se debe a la gracia y no
tanto a la obra, que puede ser mayor o menor. Esto se debe a que Nuestro
Redentor Jesús, el Hijo de Dios, mereció para nosotros el premio eterno en
virtud de sus obras, que fueron de infinito valor, siendo la menor de ellas
suficiente para redimir millones de mundos.
Silencio para meditar.
Un
Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.
Quinto
Misterio.
Meditación
El valor de las obras de Cristo no se debe tampoco a la
substancia de las obras en sí, sino a la dignidad infinita de su Persona
divina, debido a lo cual tenía Cristo la gracia substancial, esto es, la misma
Divinidad, a la cual estaba unida la sacratísima Humanidad substancialmente por
razón de la unión personal. De manera que las mayores obras de Cristo, como el
ser azotado, coronado de espinas y crucificado, si las hiciera las mismas un
hombre puro, es decir, que no fuera el Hombre-Dios, no serían bastantes para
merecer gracia dignamente, pero por la dignidad de la Persona del Verbo de Dios
se realizaron de manera que no sólo el ser crucificado, sino el levantar los
ojos Cristo al Padre, sería bastante obra para redimir a todos los hombres y a
los hombres de miles de millones de planetas, si los hubiera[6].
Un Padrenuestro, tres Avemarías y un Gloria pidiendo
por la salud e intenciones de los Santos Padres Benedicto y Francisco.
Oración
final: “Dios mío, yo creo, espero, te
adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran,
ni te aman” (tres veces).
“Santísima
Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco
el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo,
Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes,
sacrilegios e indiferencias con los cuales Él mismo es continuamente ofendido.
Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado
Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.
Canción
de despedida: “Plegaria a Nuestra Señora de los
Ángeles”.
[1] Cfr. Juan Eusebio Nieremberg, Aprecio
y estima de la Divina Gracia, Apostolado Mariano, Sevilla s. d., 331.
[2] Sess. 6, cap. 10.
[3] Prov. 11.
[4] Cfr. Nieremberg, ibidem, 332.
[5] Cfr. Nieremberg, ibidem, 332.
[6] Cfr. Nieremberg, ibidem, 332.
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