Inicio:
ofrecemos esta
Hora Santa y el rezo del Santo Rosario meditado en reparación por una Misa
sacrílega llevada a cabo en una universidad jesuita, a la cual han denominado “Misa
Coldplay”[1],
ya que en la misa se utilizaron, en diversas partes de la Misa, música de esta
banda musical británica: de acuerdo a los organizadores, se escucharán “las
canciones del grupo británico, y buscarán “reflexionar” y “profundizar” sobre
estas melodías en diversos momentos de la celebración eucarística. La información
acerca de este abuso[2]
–introducir música profana y alterar el normal desenvolvimiento de la Santa
Misa-, se puede obtener en los siguientes enlaces:
https://www.aciprensa.com/noticias/universidad-catolica-jesuita-organiza-misa-coldplay-en-mexico-33837; https://www.aciprensa.com/noticias/arquidiocesis-se-deslinda-de-misa-coldplay-en-universidad-jesuita-de-mexico-17683;
La Arquidiócesis de Puebla, lugar
en donde se llevó a cabo el sacrilegio contra la Santa Misa, dijo entre otras
cosas que la Eucaristía es el “sacramento de piedad, signo de unidad, vínculo
de caridad, banquete pascual, en el cual se come a Cristo”[3].
La misión de la Iglesia es santificar el mundo, y no al revés, es decir, no
puede la Iglesia mundanizarse y convertirse en algo similar al mundo. Si así lo
hace, no solo fracasa estrepitosamente en su misión, sino que se convierte en
enemiga de Nuestro Señor. Como siempre lo hacemos, pediremos por nuestra
conversión, la de nuestros seres queridos, la de quienes perpetraron este
sacrilegio, y por la conversión eucarística del mundo entero. Centraremos nuestras
meditaciones en el misterio de la Santa Misa, sirviéndonos del libro del P.
Enrico Zoffoli “Questa è la Messa! Non altro”.
Oración
inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y
te amo. Te pido perdón, por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te
aman” (tres veces).
“Santísima
Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo,
Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los
sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e
indiferencias con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los
infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de
María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.
Canto
inicial: “Cantemos al Amor de los amores”.
Inicio
del rezo del Santo Rosario (misterios a elección). Primer Misterio.
Meditación.
La
Misa es un verdadero sacrificio, incruento, porque es imagen, figura y símbolo
del sacrificio de la Cruz llevado a cabo en el Calvario[4].
La Misa es una repetición incruenta y bajo los signos sacramentales, de la
Ofrenda cruenta del Calvario. Es el renovación del sacrificio de la Cruz y de
tal manera, que la Eucaristía es llamada “sacramento de la Pasión”. Sin
embargo, Santo Tomás nos advierte que no se trata de una mera imagen, sino la
realidad misma del único sacrificio de Cristo. Cristo, el Verbo de Dios
encarnado, es uno e no multiplicable; es el Cristo paciente y por lo tanto
único es su sacrificio. Esto significa que, aun cuando el rito se multiplique,
sin embargo permanece único el Sacrificio. La noción de una repetición numérica
es no solo superflua sino inconcebible, además de sacrílega[5]. Más
allá de esto, el hecho de saber, por la Fe bimilenaria de la Iglesia, que nos
encontramos frente al más grande y absoluto misterio de todos los misterios
absolutos sobrenaturales de Dios, esto es, la Presencia y la actualización
sacramental del Santo Sacrificio de la Cruz, debe llevarnos a postrarnos en
acción de gracias y en adoración al Cordero de Dios, por entregar su Cuerpo y
Sangre en la cruz y por prolongar su entrega en el Santísimo Sacramento del
altar.
Silencio
para meditar.
Padrenuestro,
diez Ave Marías, Gloria.
Segundo
Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
La Santa Misa es un verdadero y propio sacrificio; no es una
inmolación física, ni una inmolación virtual, ni una inmolación mística: es el
Sacrificio esencial y numéricamente idéntico al de la Cruz, con la distinción
del todo accidental de que es incruento por ser sacramental, y no cruento, como
en el Calvario. Pero que sea incruento y no cruento, no hace a la esencia y a
la naturaleza en sí misma de Sacrificio y a su contenido de misterio
sobrenatural absoluto que se despliega ante los ojos corpóreos, oculto en la
realidad sacramental, en el altar eucarístico. Siendo el Sacrificio de la Cruz
único e irrepetible, lo que le agrega la Misa, si así se puede decir, a este
Sacrificio, y es en lo que consiste la esencia del rito eucarístico, es que es
simplemente signo o sacramento del Sacrificio[6]. Es
un signo que no agrega nada a la Inmolación del Cordero en el Calvario; sólo se
limita a hacer evidente esta inmolación, tal como es en sí misma, sin ninguna
repetición o renovación intrínseca, puesto que en sí misma la inmolación del
Cordero es perfecta. Esta significación o re-presentación se verifica
únicamente en la consagración distinta del pan y del vino, símbolo de la
separación violenta de la sangre del cuerpo del Cordero degollado[7] y
es en esta consagración en la que se ofrece el sacrificio. Puesto que no es
posible la efusión de sangre, la Divina Sabiduría ha encontrado el modo
admirable de hacer manifiesto el Sacrificio de Nuestro Redentor con signos
exteriores que son símbolos de muerte[8]. Por
medio de la Transubstanciación del pan en el cuerpo y del vino en la sangre de
Cristo, se tiene realmente presente su Cuerpo y su Sangre, y así las especies
eucarísticas, bajo las cuales está presente, simbolizan la separación cruenta
del Cuerpo y de la Sangre, ocurridas en el Calvario el Viernes Santo. De esta
manera, el memorial de su muerte real sobre el Calvario se repite en cada
sacrificio del altar, porque por medio de símbolos distintos se significa y se
demuestra que Jesucristo se encuentra en estado de Víctima[9]. Es
decir, por la Santa Misa, nos encontramos delante del Redentor que, ofrecido
como Víctima Inmolada en el Calvario, prolonga y perpetúa, cada vez, sobre el
altar, su inmolación, aunque oculta a los ojos corporales, pero significada por
la consagración por separado del pan y del vino. Y esto constituye un milagro
admirable, prodigioso, frente al cual solo cabe la contemplación extasiada, la
adoración y la acción de gracias.
Silencio para meditar.
Padrenuestro,
diez Ave Marías, Gloria.
Tercer
Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
La Santa Misa es el “Sacrificio del Calvario hecho
sacramentalmente presente en nuestros altares”[10] y
esto de manera real, actual, viva, presente, porque “en virtud de las palabras
de la consagración, las especies del pan y del vino representan, en modo
sacramental e incruento, el Sacrificio cruento propiciatorio, ofrecido por
Nuestro Señor Jesucristo en la Cruz, al Padre, por la salvación del mundo”[11]. El
hecho de ser signo significa que la representación de la Ofrenda cruenta de la
Cruz se hace de modo particularmente evidente en la consagración del vino, luego
de la consagración del pan. En la Misa, la muerte del Cordero de Dios en la
Cruz se revela y significa precisamente en el momento en el que la sangre fluye
del cuerpo de la víctima sacrificada. Es decir, así como en la Cruz, la muerte
cruenta de Jesús se produce por la separación también cruenta de la Sangre del
Cuerpo, así también en la Santa Misa, la consagración por separado del pan y
del vino, representan y significan, sacramental e incruentamente, esta
separación del cuerpo de la sangre.
Silencio
para meditar.
Padrenuestro,
diez Ave Marías, Gloria.
Cuarto
Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
Por esta razón, en la Misa no hay repetición del sacrificio,
ni una nueva inmolación o una nueva oblación[12],
distinta de la inmolación y de la oblación de la Cruz, porque en virtud de
unicidad y perfección absoluta, el sacrificio del altar obtiene su virtus sobrenatural del sacrificio del
Calvario. La oblación de la Cruz y la oblación del Altar están comprendidas la
una en la otra siendo perennemente las mismas, y se comunican gracias a la
institución del sacramento o signo sensible eficaz, que concilia o hace posible
la unidad y la multiplicidad, la perennidad con la repetición; la suficiencia,
la trascendencia, la unicidad del Calvario, con la renovación cotidiana e
indefinida del rito, que pone al Calvario sobre nuestros altares[13]. Y
en esto radica el misterio más absoluto: que por la liturgia eucarística, se
hace presente, delante de nuestros ojos, sobre el altar eucarístico, en nuestro
hoy, en nuestro aquí y ahora, el Santo Sacrificio de la Cruz, el mismo y único
Santo Sacrificio del Calvario, llevado a cabo por el Cordero hace veinte
siglos, en Palestina. Por la Misa, el altar se convierte en Calvario, y el Calvario,
el Viernes Santo, es la Misa -toda Misa, cada Misa-, anticipada en el tiempo.
Silencio para meditar.
Padrenuestro,
diez Ave Marías, Gloria.
Quinto
Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
La
Santa Misa, entonces, es el mismo Sacrificio del Calvario, no otro distinto,
sino numéricamente uno y único, de manera tal que excluye toda nueva ofrenda,
todo nuevo sacrificio, desde el Calvario hasta la Parusía. La Eucaristía no se entiende
sin el Sacrificio del Calvario del Viernes Santo; es una relación al Sacrificio
histórico y meta-histórico, temporal y eterno, de Jesucristo. Es por esto que
por la Misa, tenemos no una nueva ofrenda, sino la ofrenda actual[14],
que es la ofrenda del Calvario, esto es, el Cuerpo, la Sangre, el Alma y la
Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo. Es esto lo que debemos tener, en la
mente y en el corazón, al asistir a la Santa Misa: asistimos al Sacrificio del
Calvario, el único Sacrificio del Calvario, que para nosotros, por el poder del
Espíritu Santo y por medio de la liturgia eucarística, se hace presente delante
de nuestros ojos, sobre el Altar Eucarístico. Y, en acción de gracias por tan
insondable misterio, postrémonos ante Jesús Eucaristía aclamándolo, amándolo,
adorándolo en su Presencia Eucarística real, verdadera y substancial.
Oración
final: “Dios mío, yo creo, espero, te
adoro y te amo. Te pido perdón, por los que no creen, ni esperan, ni te adoran,
ni te aman” (tres veces).
“Santísima
Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente, y os ofrezco
el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo,
Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes,
sacrilegios e indiferencias con los cuales Él mismo es continuamente ofendido.
Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado
Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.
Canto
final: “Un día la veré, en célica
armonía”.
[1] ¿Qué pasó en la
Misa? Se usaron en entrada, ofertorio, comunión y salida canciones del grupo Colplay;
tal música fue grabada y arriba del altar había una pantalla que mientras se
ponía la canción se veían imágenes de los jóvenes que colaboraron en labores
posteriores al sismo. Todo lo del ordinario (Señor ten Piedad, aleluya, santo,
cordero) fue rezado. En los audios NO se da ningún tipo de explicación de “cómo”
se relacionan esas canciones al acto litúrgico, de hecho el sacerdote solo dice
“haremos esto mientras escuchamos este canto”. Esto constituye claramente un
abuso que se convierte en sacrilegio. Dentro de muchos otros abusos, el más
evidente fue el que se realizó en materia de canto principalmente: si hizo uso de
música grabada y de canciones seculares que ni siquiera son religiosas, en voz
de un vocalista que se ha pronunciado no católico, que incluso en mofa señala
que le convence más Zeus como dios. Aunado a lo anterior la centralidad del
acto fue en torno a imágenes y canciones y verdaderamente a Cristo. La elección
del repertorio obedeció al gusto personal de alguno de los organizadores. Las
canciones NO cumplen la función de Glorificar a Dios y santificar a los fieles.
Las canciones no reflejan nuestra doctrina, no están escritas para la liturgia
y su estilo musical de ningún modo se acerca a la dignidad de la música
litúrgica. No existe justificación evangelizadora para que se haya realizado
este evento que constituye un sacrilegio (Profanación de algo que se considera
sagrado, especialmente cuando el profanador conoce el valor sagrado de lo que
profana). Afirmamos esta falta de justificación ya que se supone que los
estudiantes de la universidad Jesuita de alguna u otra forma están evangelizados,
sensibilizados y conocen al menos lo mínimo de la vida Cristiana, tan es así
que en dicha universidad todos los días celebran misa. Cfr. https://liturgiaytradicioncatolica.wordpress.com/2017/10/11/misa-coldplay-cronica-de-un-sacrilegio-anunciado/
[2] Cfr. Redemptionis sacramentum. [183.] De forma muy especial, todos
procuren, según sus medios, que el santísimo sacramento de la Eucaristía sea
defendido de toda irreverencia y deformación, y todos los abusos sean
completamente corregidos. Esto, por lo tanto, es una tarea gravísima para todos
y cada uno, y, excluida toda acepción de personas, todos están obligados a
cumplir esta labor. [184.] Cualquier católico, sea sacerdote, sea diácono, sea
fiel laico, tiene derecho a exponer una queja por un abuso litúrgico, ante el Obispo
diocesano o el Ordinario competente que se le equipara en derecho, o ante la
Sede Apostólica, en virtud del primado del Romano Pontífice.[290] Conviene, sin
embargo, que, en cuanto sea posible, la reclamación o queja sea expuesta
primero al Obispo diocesano. Pero esto se haga siempre con veracidad y caridad.
Corresponde al Obispo ahora actuar acorde a los artículos 176 y subsecuentes
del mismo documento y solicitamos a todos los miembros de este grupo que hagan
saber su opinión e inconformidad a los superiores Jesuitas y oficinas de
pastoral de Ibero a través de los medios que les sea posible.
[4] Cfr. Enrico Zoffoli, Questa
è la Messa. Non altro! Contro arbitri, errori e profanazioni, Edizioni
Segno, Roma 1994, 55.
[5] Cfr. ibidem.
[6] Cfr. Pío XII, Enciclica Mediator
Dei.
[7] Cfr. Summa Theologica, III, q. 80, a. 12, 3um.
[8] Cfr. Mediator Dei.
[9] Mediator Dei.
[10] Pablo
VI, Profesión de fe.
[11] Cfr. Juan Pablo II, DC 9.
[12] Cfr. Zoffoli, o. c., 57.
[13] Cfr. E. Masure, Il
Sacrificio del Corpo Mistico, Morcelliana, Brescia 1952, 37.
[14] Cfr. J. Moroux, Fate questo
in memoria di me, Morcelliana, Brescia 1971, 37.
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