Borja Castillas, el hombre que se viste de mujer, protagonista
del blasfemo espectáculo llevado a cabo en el Carnaval de Canarias,
España, el 28 de febrero de 2017.
Inicio:
ofrecemos esta Hora
Santa y el rezo del Santo Rosario meditado en reparación y desagravio por la
blasfemia cometida contra Nuestro Señor Jesucristo y la Virgen María en un
carnaval en Canarias, España, por parte de un grupo de hombres que
habitualmente se travisten como mujeres. La información acerca de esta
lamentable blasfemia se encuentra en los siguientes enlaces: https://infovaticana.com/2017/02/28/carnaval-canarias-blasfema-la-santisima-virgen-cristo-crucificado/;
https://www.aciprensa.com/noticias/video-carnaval-de-canarias-premia-a-drag-queen-que-se-disfrazo-de-virgen-maria-87722/;
http://www.actuall.com/laicismo/el-drag-de-las-palmas-que-ridiculizo-el-cristianismo-quiere-ser-profesor-de-religion/
Puesto que los ofendidos son Nuestra Señora
de los Dolores y Jesús Crucificado, las meditaciones girarán en torno al
Calvario. Imploramos el perdón para quienes cometieron tan horrible blasfemia y
la conversión de sus corazones, además de pedir por nuestra propia conversión, por
nuestros seres queridos y por todo el mundo. Nos sumamos de esta manera al
pedido del Sr. Obispo de Canarias, quien convocó a una Eucaristía (http://www.religionenlibertad.com/desolado-obispo-canarias-denuncia-una-carta-frivolidad-55179.htm
) en reparación y desagravio por este innombrable ataque al Hombre-Dios y a su
Madre, María Santísima.
Canto inicial: “Cantemos al Amor de
los amores”.
Oración
de entrada: “Dios mío, yo creo, espero, te
adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran,
ni te aman” (tres veces).
“Santísima
Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco
el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo,
Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes,
sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido.
Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado
Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.
Inicio
del rezo del Santo Rosario. Primer Misterio (misterios a elección).
Meditación.
“Al pie de la Cruz estaba María, su Madre”, dice el
Evangelio (Jn 19, 25-27), al narrar
el Día en el que llegaba a su ápice la profecía del anciano Simeón: “Una espada
de dolor te atravesará el corazón” (Lc
2, 35). Al pie de la Cruz, al lado de su Hijo que agoniza y de pie junto a la
Cruz, se encuentra Aquella que es llamada Reina de los cielos, Madre siempre
Virgen, Madre de Dios, Rosa Mística, Estrella de la mañana, Inmaculada
Concepción, y cientos de títulos más, unos más grandiosos y majestuosos que otros,
y todos debido al privilegio único de ser la Madre de Dios y, al mismo tiempo,
Virgen Inmaculada. Pero también al pie de la Cruz, María Santísima recibe un
título especialísimo, que compite en majestuosidad con todos sus otros títulos,
y es el de “Nuestra Señora de los Dolores”, un título que había comenzado a
poseerlo en el momento mismo de la Encarnación, que llegaba a su ápice en la
Crucifixión, y que había sido profetizado por el anciano y santo Simeón en la
Presentación. En esta profecía, se anticipaba ya que al pie de la Cruz, la
Madre de Jesús habría de ser Nuestra Señora de los Dolores porque su Inmaculado
Corazón habría de alojar no solo el dolor de la muerte del Hijo de su amor,
sino también todos los dolores de todos los hombres de todos los tiempos. Al pie
de la Cruz la Virgen es Nuestra Señora de los Dolores, porque además de los
dolores de sus hijos adoptivos, los hombres, también habrían de estar todos los
dolores de su Hijo Jesús, los mismos dolores de su Cuerpo martirizado,
golpeado, llagado, cubierto de hematomas y de heridas sangrantes de las que
salía su Sangre a borbotones, porque aunque Ella no recibía los golpes en su
propio cuerpo purísimo, era tan fuerte el Amor que la unía a su Hijo, que a cada
bofetada, cada latigazo, cada espina de la corona, cada clavo de la Cruz, la
Virgen experimentaba el dolor, como si fuera que a Ella misma la estuvieran
crucificando. Es al pie de la Cruz en donde llega a su ápice la profecía de
Simeón y es al pie de la Cruz en donde la Virgen es la “Mujer” que se convierte
en Madre de todos los hombres (cfr. Jn
19, 26) al adoptar, por pedido de Jesús, a todos los hombres, representados en
Juan Evangelista. Así, la Virgen es Madre de Dios y Madre de todos los hombres
y ahora, como Madre, sufre dolores inenarrables por ambos: sufre por su Hijo,
que es el Hijo del Eterno Padre, y sufre por sus hijos adoptivos, los hombres:
sufre porque el Hijo de su Corazón, Cristo Jesús, el Hombre-Dios, agoniza en la
Cruz inmerso en un océano de dolor y los dolores de su Hijo son sus dolores, aunque
la Virgen Madre sufre también porque son sus hijos adoptivos, aquellos que Ella
adoptó al pie de la Cruz, los que con sus pecados, sus enormes pecados,
crucifican a Jesús, que es la Vida de su alma Inmaculada. Y así, porque el
dolor por su Hijo y por los hombres, sus hijos adoptivos, la atenaza y la
invade con oleadas de dolor que a cada segundo y a cada latido aumentan cada
vez más de intensidad, la Virgen empalidece, se estremece de dolor, y sus ojos
purísimos se cubren de amargas lágrimas que, en un llanto silencioso que parece
no tener fin, nubla sus ojos purísimos, cubre su rostro preciosísimo, y riega
la Tierra Santa en la que la Cruz está clavada. ¡Oh Madre mía, Nuestra Señora de los Dolores, dame el dolor de tu
Inmaculado Corazón, para aliviarte en tus penas y para que mi corazón pecador,
triturado por el dolor de mis pecados, se resuelva a morir antes que antes que volver
a ofender a tu Hijo, que tan lastimado por mí está en la Cruz!
Silencio para meditar.
Padrenuestro,
Diez Ave Marías, Gloria.
Segundo
Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
Jesús
sufre dolores atroces en la Cruz, son los dolores de su Cuerpo, pero le duelen todavía
más su Alma y su Corazón, porque la causa de su crucifixión, es la malicia del
corazón de los hombres. Jesús sufre dolores atroces en su Mano derecha,
atravesada por un grueso clavo de hierro; son dolores lancinantes, quemantes,
porque el clavo, además de lacerar los músculos, toca el nervio mediano y lo
irrita y lo inflama de tal manera, que a Jesús le parece que a cada segundo le
vierten, en su mano y en su brazo todo, agua en ebullición y el dolor es tan
intenso y profundo, que a Jesús le parecer morir a cada instante, solo por el
dolor de su Mano derecha. Así, Jesús expía nuestros pecados de idolatría, toda
vez que alzamos las manos, no en acción de gracias y en alabanzas al Único Dios
Verdadero, Dios Uno y Trino, sino para idolatrar a los ídolos neo-paganos de
nuestra modernidad: el placer, el hedonismo, el materialismo, el dinero, los
falsos dioses de la Nueva Era, el hombre mismo y así, con su dolor en la Mano
derecha, Jesús expía por nuestros pecados de idolatría. Por el dolor también
inenarrable de su Mano izquierda, igualmente perforada por un grueso clavo de
hierro, Jesús expía nuestros pecados cometidos contra el prójimo, toda vez que
levantamos nuestras manos para herirlo y no para auxiliarlo. ¡Oh Jesús crucificado, que yo eleve mis
manos hacia el cielo, para dar gracias a la Trinidad por tu Santo Sacrificio en
Cruz y por tu gracia y que tienda mis manos hacia mi prójimo, siempre y solo
para obrar la misericordia, sobre todo con los más necesitados!
Silencio para meditar.
Padrenuestro,
Diez Ave Marías, Gloria.
Tercer
Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
Jesús,
el Rey de reyes y Señor de señores, el Dios Tres veces Santo, Aquel ante el
cual los ángeles se postran en adoración día y noche, y ante el cual no se
atreven a levantar la cabeza, tan grandiosa es su majestad divina, recibe de
los hombres, no alabanzas y adoración, como se merece, sino una corona de
gruesas, duras y filosas espinas, que desgarran y laceran su cuero cabelludo,
haciendo fluir torrentes inagotables de su Sangre Preciosísima, que brotando a
borbotones se derrama por su Cabeza y su Santa Faz, así como el arroyo de
cristalinas aguas baja, impetuoso, de la montaña. De esa manera, Jesús expía
nuestros pecados de pensamientos, los pensamientos malos de todo tipo –lujuria,
vanidad, orgullo, soberbia, venganza, ira, blasfemias, sacrilegios,
menosprecios a su Presencia Eucarística-, y los borra y lava todos con su
Sangre Preciosísima. ¡Oh Virgen María,
Nuestra Señora de los Dolores, que yo no solo no tenga malos pensamientos, sino
que tenga siempre pensamientos santos y puros, los mismos pensamientos santos y
puros que tiene Jesús, coronado de espinas!
Silencio para meditar.
Padrenuestro,
Diez Ave Marías, Gloria.
Cuarto
Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
Jesús,
el Verbo de Dios hecho carne, que del seno del Padre Eterno fue llevado por el
Espíritu Santo al seno virgen de María, para adquirir un Cuerpo y ser así
visible por los hombres, el mismo que al llegar a la edad madura caminó por
Palestina predicando la Buena Nueva de la salvación de los hombres, ahora tiene
sus pies clavados al madero por un clavo de hierro que le impide todo
movimiento, que desgarra sus pies y hace brotar abundante cantidad de su Sangre
Preciosísima. Así, Jesús expía por las veces en que los hombres dirigen sus
pasos, movidos por la malicia de sus corazones, para cometer todo tipo de
crímenes y pecados; expía por las veces en que los hombres, encaminándose en
dirección opuesta al sagrario y al Altar Eucarístico se dirigen, movidos por
sus bajas pasiones, en dirección al pecado que, cometido en la tierra y de no mediar
una sincera conversión, conduce al pecador al Infierno. Jesús sufre dolores
agudísimos en sus pies, por todas las veces que nos encaminamos no en dirección
a la Fuente de la Gracia, su Sagrado Corazón Eucarístico, sino a cometer un
pecado tras otro. Por eso, en reparación y desagravio, e implorando su perdón,
nos arrodillamos ante Jesús crucificado y besamos sus pies y su Sangre
Preciosísima, al tiempo que decimos a la Virgen: ¡Oh María, Nuestra Señora de los Dolores, que estás al lado de la Cruz,
de pie y sin moverte, acompañando a Jesús que muere por nuestra salvación, haz
que nuestros pasos no solo nunca se encaminan en dirección al mal, sino que se
dirijan siempre y sólo hacia el Calvario, hacia el sagrario y hacia la Santa
Misa!
Silencio
para meditar.
Padrenuestro,
Diez Ave Marías, Gloria.
Quinto
Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
Luego
de una dolorosísima agonía, en la que Jesús sufrió la muerte más cruel que
jamás nadie haya sufrido –en su muerte estaban todas las muertes de todos los
hombres de todos los tiempos-, los hombres no tienen compasión siquiera de su
Cuerpo ya muerto y es así como un soldado, para asegurarse de que ya estuviera sin
vida, atraviesa su Costado y lo traspasa con su lanza brotando, al instante, “Sangre
y Agua” (cfr. Jn 19, 34). En la
Sangre y el Agua están contenidos el Espíritu Santo y la gracia santificante,
que Dios Padre derrama, por medio de los Sacramentos de la Iglesia, sobre las
almas de los hombres que han matado a su Hijo. Ésa es la respuesta de Dios a la
furia deicida del hombre, azuzada por Satanás: en vez de responder con su
Divina Justicia, Dios Padre, en mérito al Sacrificio en Cruz de Jesús, nos dona
su Amor, el Espíritu Santo, contenido en la Sangre del Sagrado Corazón de
Jesús, y nos dona la Gracia santificante, contenida en el Agua que brota de su
Costado traspasado. A nuestro odio deicida, que termina con la vida de su Hijo “muy
amado” (cfr. Mt 3, 17) en la Cruz,
Dios Padre nos responde con la fuerza de su Divina Misericordia, la Sangre del
Cordero que da la vida a las almas y el Agua de su gracia que las justifica. Al
permitir que la lanza traspase su Corazón, Jesús expía por los pecados que nacen
del corazón del hombre, lugar del que nacen “toda clase de cosas malas” (cfr. Mc 7, 21), ofreciendo al Padre su
Purísimo Corazón, pleno de Bondad Divina y de santidad y envuelto en las llamas
del Divino Amor, en expiación por nuestros pecados del corazón. ¡Oh María, Nuestra Señora de los Dolores,
por la lanza que atravesó el Corazón de Jesús, concédenos la gracia de tener
los mismos sentimientos, puros y santos, que tiene el Sagrado Corazón, y
concédenos amarlo con el Amor que inhabita en tu Inmaculado Corazón, el
Espíritu Santo!
Meditación
final.
Cuando
el soldado atraviesa con la fría lanza de hierro el Sagrado Corazón de Jesús
(cfr. Jn 19, 34), y aunque su Divinidad
permanece unida a su Humanidad -y es por esto la Causa de la vida divina para los
hombres al derramar sobre estos el Espíritu Santo, que expira con el Padre y que
va junto con la Sangre-, Jesús ya está muerto, por lo que no experimenta dolor
alguno por la lanzada. Sin embargo, la Virgen y Madre, que está de pie al lado
de la Cruz, por su participación mística en la Muerte de su Hijo y por la unión
en el Divino Amor que existe entre los Sagrados Corazones de la Madre y el Hijo
experimenta, como si fuera a Ella misma en persona a quien le clavaran, en la
Purísima musculatura de su Inmaculado Corazón, el frío hierro de la lanza, y
siente en su cuerpo Purísimo y en su Alma Inmaculada un dolor de tal intensidad,
que acabaría en el instante con su vida si no estuviera asistida, como lo está,
por la Omnipotencia, la Sabiduría y de Amor de Dios. Junto al dolor físico, la
Virgen y Madre experimenta otros dolores, aún más intensos, si es que ello es
posible, y es el dolor moral y el dolor de espiritual, provocado por aquellos
hijos suyos a los cuales -con todo el Amor de su Corazón y siguiendo la
Amabilísima Voluntad del Hijo y el Padre- acaba de adoptar al pie de la Cruz. Sí,
son los pecados de sus hijos adoptivos –nosotros- los que provocan sus más
grandes dolores, del Alma y del Corazón, cuando los bautizados en la Iglesia
negamos a su Hijo en la Cruz; menospreciamos el Don de dones, su Sacrificio
Santo en el Calvario; ignoramos su Presencia real, verdadera y substancial en
la Eucaristía –su Presencia de Él mismo en Persona, porque así como está en el
cielo, glorioso y resucitado, así está en la Eucaristía, sólo que oculto bajo
la apariencia de pan- y así lo dejamos solo, lo abandonamos, lo olvidamos a Él,
que es el Dios del sagrario, cuando no cometemos los más abominables ultrajes,
sacrilegios, profanaciones, ofensas, burlas, menosprecios, blasfemias, herejías,
injurias, que hacen llorar de tristeza a los ángeles del cielo. Pero si los benditos
ángeles sólo lloran, la Madre y Virgen, Nuestra Señora de los Dolores
experimenta en su Inmaculado Corazón y de modo místico y sobrenatural, la fría
dureza del hierro y el golpe brutal que lacera y desagarra el Sagrado Corazón
de su Hijo, y el dolor físico, moral y espiritual que la invade es tan inmenso
y de tanta intensidad, que le parece a la Virgen sumergirse en un océano de
dolor, un océano sin playas y sin fondo, sin límites, un océano de amargo
dolor, que atenaza su Purísimo Corazón, al comprobar la cruel malicia y la
poderosa fuerza del pecado de sus hijos adoptivos, aquellos –nosotros, los
bautizados- que apenas hacía un rato habíamos sido adoptados, en la persona de
San Juan Evangelista, como hijos adoptivos suyos muy queridos. ¡Oh María Santísima, Madre y Virgen, Nuestra
Señora de los Dolores, dame tus ojos, para ver a Jesús como tú lo ves; dame tus
oídos, para escuchar la voz de Jesús como tú la escuchas; dame tu olfato, para embriagarme,
junto contigo, con el perfume agradabilísimo de tu Hijo Jesús, el “buen perfume
de Jesús” (cfr. 2, Cor 2, 15), su gracia y su Amor; dame tus labios, para
contigo sólo hable de Jesús; dame tu adoración, para adorar a tu Hijo, que
agoniza en la Cruz y que está vivo y glorioso en la Eucaristía, para adorarlo
con tu misma adoración; dame el Amor de tu Inmaculado Corazón, para amar con
este mismo Amor a tu Hijo Jesús; dame, por fin, Madre mía amantísima, las
lágrimas puras y cristalinas que brotan de tus hermosísimos ojos, para llorar
por mis pecados, para nunca más herir de muerte con ellos al Hijo de tu Amor,
el Sagrado Corazón de Jesús!
Un
Padrenuestro, tres Ave Marías, un gloria, para ganar las indulgencias del Santo
Rosario, pidiendo por la salud e intenciones de los Santos Padres Benedicto y
Francisco.
Oración
final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te
amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman”
(tres veces).
“Santísima
Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco
el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo,
Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes,
sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido.
Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado
Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.
Canto
final: “Junto a la Cruz de su Hijo”.
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