Inicio: ofrecemos esta Hora Santa y el
rezo del Santo Rosario meditado en honor al Inmaculado Corazón de María y en desagravio por el ultraje cometido contra una imagen suya (Nuestra Señora de Aparecida) el 11 de enero de 2017. La información pertinente se puede encontrar en el siguiente enlace: https://www.aciprensa.com/noticias/asi-responde-sacerdote-catolico-a-pastora-evangelica-que-rompio-imagen-de-la-virgen-67858/
Oración
inicial: "Dios mío, yo creo, espero,
te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te
adoran, ni te aman" (tres veces).
“Santísima
Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco
el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo,
Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes,
sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido.
Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado
Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén".
Canto
inicial: "Cristianos, venid,
cristianos, llegad, a adorar a Cristo, que está en el altar”.
Inicio
del rezo del Santo Rosario meditado. Primer Misterio (misterios a elección).
Meditación.
Te bendecimos, te veneramos, te
honramos y te alabamos, oh Santa Madre de Dios, María Santísima, porque mereciste
llevar en tu seno virginal al Redentor y porque al pie de la Cruz, por designio
del Divino Amor, te convertiste en Nuestra amantísima Madre del cielo.
Bendita seas, María Santísima, Madre de los Dolores, porque desde el momento
mismo de la Anunciación y Encarnación, diste tu “Sí” a la obra de la redención
decretada por el Eterno Padre para nuestra salvación. Desde el primer instante
de la Encarnación del Verbo fuiste asociada a su misterio pascual de Muerte y
Resurrección, convirtiéndote en Corredentora, al ser hecha partícipe de sus
dolores, sus penas, sus angustias y su sacrificio en Cruz. Porque eres la
creatura más excelsa que jamás la Trinidad haya creado, ni habrá otra igual a
ti, pues en ti se cumple, oh María Santísima, el doble misterio y privilegio de
ser Virgen y Madre de Dios al mismo tiempo, y por ser Nuestra Madre amantísima,
te veneramos, te alabamos, te ensalzamos por encima de todos los ángeles y
santos juntos, y te suplicamos nos cubras con tu manto, nos sostengas entre tus
brazos y nos refugies en tu Inmaculado Corazón, para ser presentados por ti
ante tu Hijo Jesús, en el trono de su divina majestad en el cielo.
Silencio
para meditar.
Padrenuestro,
Diez Ave Marías, Gloria.
Segundo
Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
Te bendecimos, te
veneramos, te honramos y te alabamos, oh Santa Madre de Dios, María Santísima,
porque mereciste llevar en tu seno virginal al Redentor y porque al pie de la
Cruz, por designio del Divino Amor, te convertiste en Nuestra amantísima Madre
del cielo. En el momento de la Presentación, cuando llevaste a tu Hijo
recién nacido al Templo, el anciano Simeón profetizó que “una espada de dolor”
habría de atravesar tu Inmaculado Corazón (cfr. Lc 2, 34-35), una espada de dolor que habría de acompañarte toda tu
vida, porque sabías que tu Hijo era el Mesías, que habría de entregarse para la
salvación de la humanidad. Esa espada de dolor llegó a su culmen al pie de la
Cruz, cuando acompañabas al Cordero que, por nosotros, se inmolaba al Padre, y
mientras tú participabas de Su dolor redentor y endulzabas su agonía con tu
presencia maternal, lo ofrecías al Padre, sin queja alguna y con todo el Amor
Santo de tu Purísimo Corazón, como oblación perfectísima, prefigurando así la
oblación que la Iglesia habría de continuar en el tiempo y en el espacio por
medio de la Santa Misa, actualización incruenta y sacramental del Santo Sacrificio
de la Cruz. La espada de dolor profetizada por el anciano Simeón, que te acompañó
durante toda tu vida, llegó al culmen de su dolor en el momento de la muerte de
Jesús, y aunque la fría lanza de hierro solo atravesó su Sagrado Corazón –materialización
de nuestros pecados-, y no el tuyo, tú experimentaste en ese momento un dolor
tan vivo, como si fuera tu Inmaculado Corazón el que era atravesado, siendo el
dolor tan intenso que te habría arrancado la vida, si el Amor de Dios no te
sostenía en ese amarguísimo momento, convirtiéndote así, oh María Santísima, en
Madre de los Dolores, al verte inundada por los mismos dolores que atenazaban
el Corazón de tu Hijo, los dolores causados por la malicia de nuestros
corazones.
Silencio para meditar.
Padrenuestro,
Diez Ave Marías, Gloria.
Tercer
Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
Te bendecimos, te
veneramos, te honramos y te alabamos, oh Santa Madre de Dios, María Santísima,
porque mereciste llevar en tu seno virginal al Redentor y porque al pie de la
Cruz, por designio del Divino Amor, te convertiste en Nuestra amantísima Madre
del cielo. Por ti, oh María Santísima, Nuestra Señora de la Eucaristía,
vino al mundo Dios Hijo encarnado, naciendo milagrosamente en Belén, Casa de
Pan, para donarse a sí mismo como Pan de Vida eterna. Por ti, María Santísima,
Portal de la Luz eterna, vino a nuestro mundo, sumergido en “tinieblas y
sombras de muerte” -las tinieblas vivientes, los demonios, y las tinieblas del
error, de la ignorancia, del pecado y de la muerte-, la Luz Eterna, la Luz
Increada, Cristo Jesús, brotando de tu seno virginal. El Verbo de Dios hecho
carne nació de ti de la misma manera a como la luz del sol atraviesa el cristal
y lo deja físicamente intacto, porque así también nació milagrosamente de ti,
permaneciendo tú, María Santísima, Virgen y Pura antes, durante y después del
Nacimiento. Y tu Hijo, Luz de Luz Eterna, vino para iluminar nuestras
tinieblas, y puesto que Él es la Luz Increada que es al mismo tiempo la Vida
eterna, al iluminarnos con la luz de su gloria, que brota de su Ser divino
trinitario, derrotó para siempre las tinieblas que nos esclavizaban, pero
también nos concedió la participación en su vida misma, la Vida divina que
brota de su Ser divino trinitario. Y esta gracia de ser iluminados y
vivificados por Jesús, se repite en cada adoración eucarística, puesto que en
la Eucaristía está Presente, real, verdadera y substancialmente Aquel que,
naciendo de ti en el tiempo, es la luz eterna que ilumina a la Jerusalén
celestial, Cristo Jesús, el Cordero de Dios, la Lámpara de la Ciudad Santa del
Reino de Dios. Gracias a ti, oh Madre de Dios, Nuestra Señora de la Eucaristía,
tenemos la posibilidad de adorar a tu Hijo en la Eucaristía y de amarlo con
toda la fuerza de nuestros pobres corazones, como anticipo del amor y la
adoración que, por la gracia de Dios y su Misericordia, esperamos tributarle
por toda la eternidad.
Silencio para meditar.
Padrenuestro,
Diez Ave Marías, Gloria.
Cuarto
Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
Te bendecimos, te
veneramos, te honramos y te alabamos, oh Santa Madre de Dios, María Santísima,
porque mereciste llevar en tu seno virginal al Redentor y porque al pie de la
Cruz, por designio del Divino Amor, te convertiste en Nuestra amantísima Madre
del cielo. Así como estuviste en el Altar del Calvario, la Santa Cruz, en
el Viernes Santo, así también te encuentras, oh Madre de los Dolores, en el
Altar del Sacrificio Eucarístico, la Santa Misa, y así como en el Gólgota ofreciste
a tu Hijo -su Cuerpo, su Sangre, su Alma y su Divinidad- al Padre, por nuestra
salvación, y con tu Hijo te ofreciste a ti misma, en supremo acto de amor y
obediencia a la Trinidad, así también, en cada Santa Misa, ofreces el Cuerpo,
la Sangre, el Alma, la Divinidad y el Amor del Sagrado Corazón Eucarístico de
Jesús, a la Trinidad, en propiciación por nuestros pecados y por nuestra
salvación. Por esto, tú eres, Madre Santísima, nuestra Corredentora, porque
ofreciste en la Cruz y continúas ofreciéndolo en cada Santa Misa, a tu Hijo, y
al ofrecerlo, te ofreces a ti misma, porque tu Hijo es tu vida y la razón de tu
ser y de tu existir. Por esta razón nosotros, tus pobres hijos pecadores,
gimiendo bajo el peso de nuestros pecados y viviendo en el destierro en este “valle
de lágrimas”, que es la vida terrena, confiamos en ti y nos consagramos a tu
Inmaculado Corazón, para que nos consueles con tu amor maternal y nos sostengas
en las tribulaciones y dificultades de la vida, así como consolaste a Jesús con
el amor de tu Inmaculado Corazón, en el Camino de la Cruz y en el Calvario. No nos
abandones, amadísima Madre Nuestra del cielo, María Santísima; compadécete de
nuestra miseria; refúgianos en tu Inmaculado Corazón y sé nuestro consuelo en
lo que resta de nuestra vida terrena,
para que así seamos capaces de gozar de la visión beatífica de la Trinidad y el
Cordero en el Reino de los cielos, en la vida eterna.
Silencio para meditar.
Padrenuestro,
Diez Ave Marías, Gloria.
Quinto
Misterio del Santo Rosario.
Meditación.
Te bendecimos, te veneramos, te
honramos y te alabamos, oh Santa Madre de Dios, María Santísima, porque mereciste
llevar en tu seno virginal al Redentor y porque al pie de la Cruz, por designio
del Divino Amor, te convertiste en Nuestra amantísima Madre del cielo. Oh
Santa Madre de Dios, tú eres Nuestra Madre celestial, Nuestra Dueña y Patrona
de nuestras almas; somos de tu propiedad y tú tienes toda autoridad sobre
nuestras vidas; eres la amorosísima Madre de Dios y nadie está más cerca que tú
de Jesús, Nuestro Dios y Señor, y a nadie escucha Él con más amor y atención
que a ti, y a nadie le concede lo que a ti te concede. Por ser tú la Omnipotencia
Suplicante, aplacas la Justicia Divina y obtienes piedad y perdón para
nosotros, pobres pecadores, y para toda alma pecadora que a ti acuda con fe,
con amor y con el corazón contrito y humillado, y esto porque tú, María
Santísima y siempre Virgen, eres la Madre de Misericordia, ya que de ti nació
la Divina Misericordia encarnada, Cristo Jesús. En ti, oh Madre amantísima, no
hay sino bondad y amor, compasión y misericordia, principalmente para los
miserables pecadores que somos nosotros, tus hijos. Tú eres nuestro modelo y
ejemplo a seguir e imitar y lo primero que quieres que imitemos de ti es tu
amor inefable por tu Hijo Jesús, a quien llevas en tus brazos siendo Niño y a
quien nos lo ofreces, por manos del sacerdote ministerial, en la Eucaristía,
como Pan de Vida eterna que nutre nuestras míseras almas con la substancia y el
Amor divinos. A ti acudimos, oh Madre Nuestra Santísima, como niños pequeños
necesitados de su madre, para que nos conduzcas a tu Hijo Jesús. Tú, oh Reina
de cielos y tierra, eres nuestro consuelo celestial cuando nos agobian las
tribulaciones del espíritu y los dolores del cuerpo; tú eres nuestro puerto y
refugio seguro cuando nos parece naufragar en el turbulento mar de la
existencia y de la historia humana; tú eres, oh Madre amorosísima, la Estrella
brillante de la aurora que nos anuncia el fin de la noche del pecado y la
llegada del día de la salvación, la llegada a nuestras almas y al mundo del Sol
de justicia, Cristo Jesús, el Hombre-Dios y su gracia santificante; tú escuchas
nuestros llantos y gemidos y estás pronta a socorrernos, cada vez que elevamos
la mirada del alma a tu Inmaculado Corazón y es por eso que acudimos a ti con
fe y con amor, para que viviendo tú en nosotros y nosotros en tu Corazón
Purísimo, sepamos ofrecer los sufrimientos y dolores de la vida en unión con la
Cruz de Jesús. Concédenos la gracia, oh María Santísima, de imitar y de
participar de tu humildad, tu obediencia, tu espíritu de sacrificio y tu
absoluta dependencia a la Voluntad Divina, para que así, conducidos por ti -como
un niño pequeño es conducido por su madre-, seamos capaces de alcanzar las más
altas cumbre de la santidad, ocultos al mundo y refugiados en tu Inmaculado
Corazón, bajo la amorosa mirada de Dios, Nuestro Padre. Llévanos siempre en tu
Inmaculado Corazón, oh María Santísima, para que cuando cerremos los ojos a la
luz material de este mundo, los abramos a la claridad de la luz eterna. Llévanos
en tu Inmaculado Corazón, oh Santa Madre de Dios, para que nuestra alma esté
preparada y purificada para cuando llegue el encuentro definitivo con tu Hijo
Jesucristo, Nuestro Dios y Señor.
Un
Padrenuestro, tres Ave Marías, un gloria, para ganar las indulgencias del Santo
Rosario, pidiendo por la salud e intenciones de los Santos Padres Benedicto y
Francisco.
Oración
final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te
amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman”
(tres veces).
“Santísima
Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco
el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo,
Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes,
sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido.
Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado
Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.
Canto
final: “Plegaria a Nuestra Señora de los Ángeles”.
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