viernes, 11 de julio de 2014

Hora Santa pidiendo por la paz en Medio Oriente



         Inicio: ingresamos en el Oratorio, hacemos genuflexión delante de Jesús sacramentado, como signo exterior de la adoración interior del corazón, que tributamos al Dios de la Eucaristía. Pedimos a María Santísima, Madre y Maestra de los Adoradores Eucarísticos, que nos asista en esta Hora Santa, para que nuestra humilde adoración se eleve como aroma de suave fragancia hasta el altar del cielo, por su intercesión. Ofrecemos esta Hora Santa pidiendo de manera especial por el cese de las hostilidades armadas en Medio Oriente.

         Oración inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón, por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

        “Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente, y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón, y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

         Canto inicial: “Sagrado Corazón, Eterna Alianza”.

         Meditación

         Jesús, Tú que en el Evangelio dijiste: “Mi paz os dejo, mi paz os doy” (Jn 14, 27), venimos a implorarte el don de la paz, para todo el mundo y para todos los hombres, pero especialmente para Medio Oriente y para nuestros hermanos judíos y palestinos, quienes se encuentran, en estos momentos, enfrentados por diversos problemas, todos los cuales, el apelar al recurso a la violencia solo los hará empeorar en vez de solucionarlos. Jesús, Tú que eres llamado “Rey Pacífico”, porque sólo Tú puedes dar la verdadera y única paz que proporciona consuelo y alivio al corazón humano, porque es la paz espiritual, profunda, la paz que sobreviene al alma como consecuencia de la reconciliación con su Dios, por haber sido perdonada por sus pecados; es la paz que le sobreviene al alma, al saber que Dios la abraza con su Amor infinito y eterno, porque le lava sus iniquidades con la Sangre del Cordero degollado en el ara de la cruz; es la paz que desciende como suave bálsamo sobre el corazón del hombre, luego de que el Cordero de Dios le quita sus pecados, al precio de su vida, al dar su vida en la cruz, ofrendándola a Dios Trino como sacrificio santo, ofrendando sus llagas y su Sangre Preciosísima en rescate de su alma, no solo para que no se pierda en el Abismo del dolor sin fin, sino para que sea conducida a las delicias y dulzuras del seno amoroso del Padre Eterno; sólo Tú, oh Jesús Eucaristía, Cordero de Dios que quitas el pecado del mundo, concedes la verdadera paz, la paz del espíritu, la paz del corazón, la paz que nadie más puede conceder, y es por eso que te pedimos esa paz para nuestros hermanos judíos y palestinos, para que cesen en sus enfrentamientos milenarios y Te conozcan a Ti, Príncipe de la paz. Escúchanos, Te lo pedimos, por la poderosa intercesión del Inmaculado Corazón de María, Tu Madre y Nuestra Madre. Amén.

            Silencio para meditar.


Adoración Eucarística pidiendo por la paz en Medio Oriente 1/3

                Jesús, la discordia y la guerra entre los hombres, por causa de motivos ideológicos, son signos de la ausencia del Espíritu Santo. La discordia, la división, la desunión, el enfrentamiento y el ver al prójimo como un enemigo al cual hay que eliminar a toda costa cuando no se pliega a la propia ideología, es una de las nefastas consecuencias del pecado original, pecado causado por la envidia del Demonio que, infectando las mentes y los corazones de nuestros primeros padres, Adán y Eva, les hizo perder el estado de gracia con el cual los habías creado y al perder la gracia, perdieron la comunión contigo, Dios de la paz y del Amor, y así se introdujo en el seno de la humanidad la semilla de la discordia, de la guerra, de la desunión, del odio y del enfrentamiento entre los hombres, que perdura hasta nuestros días. Pero Tú, Jesús, con tu Cuerpo crucificado (cfr. Ef 2, 13-16), has derribado el muro de odio que separa a los hombres, porque quien se alimenta con tu Cuerpo y tu Sangre, la Eucaristía, recibe el Fuego del Amor Divino que inflama con sus ardientes llamas tu Sagrado Corazón Eucarístico, y como el Amor de Dios, contenido en tu Sagrado Corazón Eucarístico es más fuerte que el odio que anida en el corazón del hombre caído a causa del pecado original, tu Amor eucarístico vence al odio que enfrenta a los hombres y los reconcilia con Dios y entre sí. Por este motivo, Jesús, Tú eres el Único que puede no solo detener la guerra, toda guerra, y especialmente el conflicto que se desarrolla en nuestros días en Medio Oriente y que enfrenta a nuestros hermanos judíos y palestinos, sino que, aún más, solo Tú puedes borrar para siempre el odio que anida en el corazón de los hombres, para reemplazarlo por el Amor Divino, Amor que les concede la paz y la alegría. Te suplicamos, Jesús, Mesías y Salvador de la humanidad, por los dolores del Inmaculado Corazón de María, que te des a conocer a estos hermanos nuestros, los judíos y los palestinos, que hoy están enfrentados, para que conociéndote, Te amen, y amándote, no solo depongan las armas y cesen el odio y la guerra, sino que “se amen los unos a los otros” (cfr. Jn 13, 34), con el Amor Puro y Santo del Espíritu Divino, como Tú lo mandaste en el Evangelio. Te lo pedimos por tu gran misericordia. Amén.

         Silencio para meditar.

         Jesús, Tú dijiste en el Evangelio, que son “bienaventurados los que construyen la paz” (Mt 5, 9), porque quien se esfuerza por construir la paz entre sus hermanos, lo hace guiado por tu Espíritu Santo. Quien se esfuerza por pacificar los corazones, se esfuerza por llevar a Dios al corazón de los hombres, porque Dios es el Dios de la paz, y así se convierte en bienaventurado, porque su recompensa es el mismo Dios de la paz, y no hay recompensa más grande que tener a Dios en el corazón. Quien trabaja por la paz, trabaja por el Reino de los cielos, pero no puede haber paz en donde no hay justicia ni caridad, es decir, amor sobrenatural, y no hay justicia ni caridad en donde no estás Tú, Hombre-Dios, Jesucristo. Esta es la razón por la cual, para que se obtenga la paz en los corazones de los hombres, y especialmente en Medio Oriente, es necesario que Te conozcan a Ti, Cordero de Dios, Príncipe de la Paz, porque solo Tú eres Dios de Amor infinito y de Justicia perfecta. Sólo Tú puedes iluminar las mentes y los corazones de los hombres, concediéndoles la paz profunda del alma, desterrando para siempre la ira, el odio, la animosidad, la injusticia, la violencia inaudita del hermano contra el hermano, ocurrida en tantos casos a lo largo de la historia humana, que no se explica por las meras pasiones humanas, sino es por la intervención de siniestras fuerzas sobrehumanas, preternaturales, los ángeles caídos. Jesús, Tú eres el Príncipe de la Paz, te suplicamos que concedas tu paz, la paz profunda del espíritu, la paz de Dios, la paz que sólo Tú puedes dar, a nuestros hermanos judíos y palestinos, y a todos aquellos que la necesiten, para que sean desterrados para siempre, definitivamente, la ira, el odio, la venganza, la violencia, y todo mal sentimiento, de todos los corazones de los hombres. Te lo pedimos, por los méritos, la intercesión y los dolores del Inmaculado Corazón de María. Amén.

         Silencio para meditar.

         Jesús, Tú eres el Rey Pacífico, el Príncipe de la Paz: en tu Nacimiento terreno, los ángeles anunciaron la llegada de la paz a los hombres (“Gloria a Dios en el cielo y en la tierra paz a los hombres de buena voluntad”; cfr. Lc 2, 14ss); al entrar en Jerusalén, en el Domingo, de Ramos, te aclamaron como Rey de la paz (“¡Bendito el Rey que viene en el nombre del Señor! ¡Paz en el cielo y gloria en las alturas!”; cfr. Lc 19, 38); tu legado fue el legado de la paz (“Mi paz os dejo, mi paz os doy”; cfr. Jn 14, 27); tu Iglesia concede tu paz al alma, al perdonar los pecados en el Sacramento de la Penitencia, y Tú nos conseguiste la paz definitiva, al triunfar en la cruz, derrotando para siempre a nuestros enemigos mortales, el demonio, la muerte y el pecado, abriéndonos las puertas del cielo, derramando sobre nosotros, los torrentes inagotables de tu Divina Misericordia, la Sangre y Agua que brotaron de tu Sagrado Corazón traspasado. Te suplicamos, Jesús, Príncipe de la paz, que hagas partícipes a todos los hombres, de todos los tiempos, pero especialmente, a nuestros hermanos judíos y palestinos de nuestros días, y también a nuestros hermanos sirios e iraquíes, que están inmersos en graves conflictos armados, y que por lo tanto sufren enormemente, que te des a conocer desde la Eucaristía por medio de tu Madre, la Virgen María, para que también ellos, como nosotros, te conozcan, te amen y te aclamen como a su Rey, el Rey de la Paz y de Ti reciban la paz de Dios, que sólo Tú puedes dar. Amén.


Adoración Eucarística pidiendo por la paz en Medio Oriente 2/3

         Silencio para meditar.

         Jesús, Tú eres nuestra paz, porque “reconciliaste en tu Cuerpo” (Ef 2, 14-22), a todos los hombres, “por la Sangre de tu cruz” (cfr. Col 1, 20), haciendo “reinar la paz en los corazones” (Col 3, 15), porque tu Sangre, al caer sobre los corazones, destruye el pecado que anida en ellos, y los regenera con la gracia santificante, re-creándolos nuevamente, convirtiéndolos en nuevos corazones, en corazones de luz, en corazones en gracia, en donde hace su morada Dios Uno y Trino, el Dios de la paz. Todo el que se abraza a tu cruz, obtiene de Ti la paz de Dios, porque tu Sangre limpia sus pecados, regenera su corazón con la gracia, lo convierte en morada santa y en templo del Espíritu Santo, y en Casa de la Santísima Trinidad, y la Trinidad, Dios de la paz, inhabita en ese corazón, colmándolo de paz y de santidad, de dicha, de amor y de felicidad inenarrables, imposibles siquiera de imaginar, porque son un anticipo de la vida eterna, ya aquí en la tierra (Rom 8, 6). Quien se abraza a la cruz, obtiene los frutos del Espíritu Santo, que son la caridad, el gozo y la paz (2 Cor 3, 11), porque el que se abraza a la cruz, se abraza a Dios crucificado, y Dios crucificado es el Dios del Amor y de la paz. Es por esto, oh Jesús, Dios crucificado, Dios del sagrario, Dios de la Eucaristía, Dios que quitas el pecado del mundo y que concedes la paz a los corazones, que te pedimos que te apiades de nuestros hermanos judíos y palestinos, sirios e iraquíes, y de todos los que viven en conflictos diversos, y que te manifiestes a ellos, por medio de tu Madre, María Santísima, para que Te conozcan a Ti, Dios de la Paz y del Amor Hermoso, para que conociéndote, te amen, y amándote, cesen definitivamente en sus desencuentros, en sus rencores y odios, en sus homicidios y asesinatos, en sus guerras, e inicien, de una vez y para siempre, una era de paz en el Amor de Dios, una era en donde el Amor de Dios reine en las mentes y en los corazones de los hombres. Amén.

         Silencio para meditar.

         Meditación final

         Jesús Eucaristía, Dios del sagrario, Príncipe de la paz, que nos obtuviste la paz al precio de tu Sangre derramada en la cruz, te pedimos por nuestros prójimos en Medio Oriente, sobre todo aquellos que sufren de un modo particularmente violento el flagelo de la guerra y de la violencia armada, nuestros hermanos judíos y palestinos, sirios e iraquíes, y sobre todo los más indefensos, los niños, las mujeres, los enfermos y los ancianos. Por la intercesión del Inmaculado Corazón de María, te pedimos que cesen los enfrentamientos armados y que tu paz reine en sus corazones. Amén.  


Adoración Eucarística pidiendo por la paz en Medio Oriente 3/3

         Oración final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón, por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

         “Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente, y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón, y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.


         Canto final: “Plegaria a Nuestra Señora de los Ángeles”.

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