Inicio: ingresamos en el Oratorio, hacemos genuflexión delante
de Jesús sacramentado, como signo exterior de la adoración interior del corazón,
que tributamos al Dios de la Eucaristía. Pedimos a María Santísima, Madre y
Maestra de los Adoradores Eucarísticos, que nos asista en esta Hora Santa, para
que nuestra humilde adoración se eleve como aroma de suave fragancia hasta el
altar del cielo, por su intercesión. Ofrecemos esta Hora Santa pidiendo de
manera especial por el cese de las hostilidades armadas en Medio Oriente.
Oración inicial: “Dios
mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón, por los que no creen,
ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).
“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu
Santo, yo os adoro profundamente, y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre,
Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios
del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los
cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su
Sacratísimo Corazón, y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la
conversión de los pobres pecadores. Amén”.
Canto inicial: “Sagrado
Corazón, Eterna Alianza”.
Meditación
Jesús, Tú que en el Evangelio dijiste: “Mi paz os dejo, mi
paz os doy” (Jn 14, 27), venimos a
implorarte el don de la paz, para todo el mundo y para todos los hombres, pero
especialmente para Medio Oriente y para nuestros hermanos judíos y palestinos,
quienes se encuentran, en estos momentos, enfrentados por diversos problemas,
todos los cuales, el apelar al recurso a la violencia solo los hará empeorar en vez de
solucionarlos. Jesús, Tú que eres llamado “Rey Pacífico”, porque sólo Tú puedes
dar la verdadera y única paz que proporciona consuelo y alivio al corazón
humano, porque es la paz espiritual, profunda, la paz que sobreviene al alma
como consecuencia de la reconciliación con su Dios, por haber sido perdonada
por sus pecados; es la paz que le sobreviene al alma, al saber que Dios la
abraza con su Amor infinito y eterno, porque le lava sus iniquidades con la
Sangre del Cordero degollado en el ara de la cruz; es la paz que desciende como
suave bálsamo sobre el corazón del hombre, luego de que el Cordero de Dios le
quita sus pecados, al precio de su vida, al dar su vida en la cruz,
ofrendándola a Dios Trino como sacrificio santo, ofrendando sus llagas y su
Sangre Preciosísima en rescate de su alma, no solo para que no se pierda en el
Abismo del dolor sin fin, sino para que sea conducida a las delicias y dulzuras
del seno amoroso del Padre Eterno; sólo Tú, oh Jesús Eucaristía, Cordero de
Dios que quitas el pecado del mundo, concedes la verdadera paz, la paz del
espíritu, la paz del corazón, la paz que nadie más puede conceder, y es por eso
que te pedimos esa paz para nuestros hermanos judíos y palestinos, para que
cesen en sus enfrentamientos milenarios y Te conozcan a Ti, Príncipe de la paz.
Escúchanos, Te lo pedimos, por la poderosa intercesión del Inmaculado Corazón
de María, Tu Madre y Nuestra Madre. Amén.
Silencio para meditar.
Silencio para meditar.
Adoración Eucarística pidiendo por la paz en Medio Oriente 1/3
Jesús, la discordia y la guerra entre los hombres, por causa
de motivos ideológicos, son signos de la ausencia del Espíritu Santo. La discordia,
la división, la desunión, el enfrentamiento y el ver al prójimo como un enemigo
al cual hay que eliminar a toda costa cuando no se pliega a la propia
ideología, es una de las nefastas consecuencias del pecado original, pecado
causado por la envidia del Demonio que, infectando las mentes y los corazones
de nuestros primeros padres, Adán y Eva, les hizo perder el estado de gracia
con el cual los habías creado y al perder la gracia, perdieron la comunión
contigo, Dios de la paz y del Amor, y así se introdujo en el seno de la
humanidad la semilla de la discordia, de la guerra, de la desunión, del odio y
del enfrentamiento entre los hombres, que perdura hasta nuestros días. Pero Tú,
Jesús, con tu Cuerpo crucificado (cfr. Ef
2, 13-16), has derribado el muro de odio que separa a los hombres, porque quien
se alimenta con tu Cuerpo y tu Sangre, la Eucaristía, recibe el Fuego del Amor
Divino que inflama con sus ardientes llamas tu Sagrado Corazón Eucarístico, y
como el Amor de Dios, contenido en tu Sagrado Corazón Eucarístico es más fuerte
que el odio que anida en el corazón del hombre caído a causa del pecado
original, tu Amor eucarístico vence al odio que enfrenta a los hombres y los
reconcilia con Dios y entre sí. Por este motivo, Jesús, Tú eres el Único que
puede no solo detener la guerra, toda guerra, y especialmente el conflicto que
se desarrolla en nuestros días en Medio Oriente y que enfrenta a nuestros
hermanos judíos y palestinos, sino que, aún más, solo Tú puedes borrar para
siempre el odio que anida en el corazón de los hombres, para reemplazarlo por
el Amor Divino, Amor que les concede la paz y la alegría. Te suplicamos, Jesús,
Mesías y Salvador de la humanidad, por los dolores del Inmaculado Corazón de
María, que te des a conocer a estos hermanos nuestros, los judíos y los
palestinos, que hoy están enfrentados, para que conociéndote, Te amen, y amándote,
no solo depongan las armas y cesen el odio y la guerra, sino que “se amen los
unos a los otros” (cfr. Jn 13, 34), con
el Amor Puro y Santo del Espíritu Divino, como Tú lo mandaste en el Evangelio. Te
lo pedimos por tu gran misericordia. Amén.
Silencio para meditar.
Jesús, Tú dijiste en el Evangelio, que son “bienaventurados
los que construyen la paz” (Mt 5, 9),
porque quien se esfuerza por construir la paz entre sus hermanos, lo hace
guiado por tu Espíritu Santo. Quien se esfuerza por pacificar los corazones, se
esfuerza por llevar a Dios al corazón de los hombres, porque Dios es el Dios de
la paz, y así se convierte en bienaventurado, porque su recompensa es el mismo
Dios de la paz, y no hay recompensa más grande que tener a Dios en el corazón. Quien
trabaja por la paz, trabaja por el Reino de los cielos, pero no puede haber paz
en donde no hay justicia ni caridad, es decir, amor sobrenatural, y no hay
justicia ni caridad en donde no estás Tú, Hombre-Dios, Jesucristo. Esta es la
razón por la cual, para que se obtenga la paz en los corazones de los hombres,
y especialmente en Medio Oriente, es necesario que Te conozcan a Ti, Cordero de
Dios, Príncipe de la Paz, porque solo Tú eres Dios de Amor infinito y de
Justicia perfecta. Sólo Tú puedes iluminar las mentes y los corazones de los
hombres, concediéndoles la paz profunda del alma, desterrando para siempre la
ira, el odio, la animosidad, la injusticia, la violencia inaudita del hermano
contra el hermano, ocurrida en tantos casos a lo largo de la historia humana, que
no se explica por las meras pasiones humanas, sino es por la intervención de
siniestras fuerzas sobrehumanas, preternaturales, los ángeles caídos. Jesús, Tú
eres el Príncipe de la Paz, te suplicamos que concedas tu paz, la paz profunda
del espíritu, la paz de Dios, la paz que sólo Tú puedes dar, a nuestros
hermanos judíos y palestinos, y a todos aquellos que la necesiten, para que sean
desterrados para siempre, definitivamente, la ira, el odio, la venganza, la
violencia, y todo mal sentimiento, de todos los corazones de los hombres. Te lo
pedimos, por los méritos, la intercesión y los dolores del Inmaculado Corazón
de María. Amén.
Silencio para meditar.
Jesús, Tú eres el Rey Pacífico, el Príncipe de la Paz: en tu
Nacimiento terreno, los ángeles anunciaron la llegada de la paz a los hombres (“Gloria
a Dios en el cielo y en la tierra paz a los hombres de buena voluntad”; cfr. Lc 2, 14ss); al entrar en Jerusalén, en
el Domingo, de Ramos, te aclamaron como Rey de la paz (“¡Bendito el Rey que
viene en el nombre del Señor! ¡Paz en el cielo y gloria en las alturas!”; cfr. Lc 19, 38); tu legado fue el legado de
la paz (“Mi paz os dejo, mi paz os doy”; cfr. Jn 14, 27); tu Iglesia concede tu paz al alma, al perdonar los
pecados en el Sacramento de la Penitencia, y Tú nos conseguiste la paz
definitiva, al triunfar en la cruz, derrotando para siempre a nuestros enemigos
mortales, el demonio, la muerte y el pecado, abriéndonos las puertas del cielo,
derramando sobre nosotros, los torrentes inagotables de tu Divina Misericordia,
la Sangre y Agua que brotaron de tu Sagrado Corazón traspasado. Te suplicamos,
Jesús, Príncipe de la paz, que hagas partícipes a todos los hombres, de todos
los tiempos, pero especialmente, a nuestros hermanos judíos y palestinos de
nuestros días, y también a nuestros hermanos sirios e iraquíes, que están
inmersos en graves conflictos armados, y que por lo tanto sufren enormemente,
que te des a conocer desde la Eucaristía por medio de tu Madre, la Virgen
María, para que también ellos, como nosotros, te conozcan, te amen y te aclamen
como a su Rey, el Rey de la Paz y de Ti reciban la paz de Dios, que sólo Tú
puedes dar. Amén.
Adoración Eucarística pidiendo por la paz en Medio Oriente 2/3
Silencio para meditar.
Jesús, Tú eres nuestra
paz, porque “reconciliaste en tu Cuerpo” (Ef
2, 14-22), a todos los hombres, “por la Sangre de tu cruz” (cfr. Col 1, 20), haciendo “reinar la paz en
los corazones” (Col 3, 15), porque tu
Sangre, al caer sobre los corazones, destruye el pecado que anida en ellos, y
los regenera con la gracia santificante, re-creándolos nuevamente,
convirtiéndolos en nuevos corazones, en corazones de luz, en corazones en
gracia, en donde hace su morada Dios Uno y Trino, el Dios de la paz. Todo el
que se abraza a tu cruz, obtiene de Ti la paz de Dios, porque tu Sangre limpia
sus pecados, regenera su corazón con la gracia, lo convierte en morada santa y
en templo del Espíritu Santo, y en Casa de la Santísima Trinidad, y la
Trinidad, Dios de la paz, inhabita en ese corazón, colmándolo de paz y de
santidad, de dicha, de amor y de felicidad inenarrables, imposibles siquiera de
imaginar, porque son un anticipo de la vida eterna, ya aquí en la tierra (Rom 8, 6). Quien se abraza a la cruz,
obtiene los frutos del Espíritu Santo, que son la caridad, el gozo y la paz (2
Cor 3, 11), porque el que se abraza a la cruz, se abraza a Dios crucificado, y
Dios crucificado es el Dios del Amor y de la paz. Es por esto, oh Jesús, Dios
crucificado, Dios del sagrario, Dios de la Eucaristía, Dios que quitas el
pecado del mundo y que concedes la paz a los corazones, que te pedimos que te
apiades de nuestros hermanos judíos y palestinos, sirios e iraquíes, y de todos
los que viven en conflictos diversos, y que te manifiestes a ellos, por medio
de tu Madre, María Santísima, para que Te conozcan a Ti, Dios de la Paz y del
Amor Hermoso, para que conociéndote, te amen, y amándote, cesen definitivamente
en sus desencuentros, en sus rencores y odios, en sus homicidios y asesinatos,
en sus guerras, e inicien, de una vez y para siempre, una era de paz en el Amor
de Dios, una era en donde el Amor de Dios reine en las mentes y en los
corazones de los hombres. Amén.
Silencio para meditar.
Meditación final
Jesús Eucaristía, Dios del sagrario, Príncipe de la paz, que
nos obtuviste la paz al precio de tu Sangre derramada en la cruz, te pedimos
por nuestros prójimos en Medio Oriente, sobre todo aquellos que sufren de un
modo particularmente violento el flagelo de la guerra y de la violencia armada,
nuestros hermanos judíos y palestinos, sirios e iraquíes, y sobre todo los más
indefensos, los niños, las mujeres, los enfermos y los ancianos. Por la
intercesión del Inmaculado Corazón de María, te pedimos que cesen los
enfrentamientos armados y que tu paz reine en sus corazones. Amén.
Adoración Eucarística pidiendo por la paz en Medio Oriente 3/3
Oración final: “Dios mío,
yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón, por los que no creen, ni
esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).
“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu
Santo, yo os adoro profundamente, y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre,
Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios
del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los
cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su
Sacratísimo Corazón, y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la
conversión de los pobres pecadores. Amén”.
Canto final: “Plegaria a
Nuestra Señora de los Ángeles”.
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