Inicio: ingresamos
en el oratorio. Hacemos silencio, exterior e interior. El silencio es
indispensable para la oración y para la adoración, porque la voz de Dios es
suave como el susurro. Dios no habla en el bullicio; Dios no habla en el
estruendo, en el terremoto, sino “en la brisa suave” (cfr. 1 Re 19), y quien no
aquieta sus pensamientos, no puede escucharlo y solo se escucha a sí mismo. Pedimos
la ayuda de María Santísima para que nuestra humilde oración llegue a los pies
del trono del Cordero en los cielos. Ofrecemos esta Hora Santa en honor y
desagravio al Sagrado Corazón de Jesús y también en reparación por los ultrajes
cometidos contra el Inmaculado Corazón de María Santísima.
Oración inicial:
“Dios mío, yo creo,
espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni
te adoran, ni te aman” (tres veces).
“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y
Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo,
Sangre, Alma y Divinidad, de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los
sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e
indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los
infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de
María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.
Canto inicial: “Sagrado Corazón, eterna alianza”.
Meditación
Sagrado Corazón de Jesús, cuando contemplamos los latidos de tu Corazón, nos
parece estar contemplando un corazón humano más, que late con el ritmo cardíaco
con el que lo hace cualquier otro corazón humano, pero no es así: se trata del
Corazón del Hombre-Dios; se trata del Corazón del Verbo de Dios hecho Carne; se
trata del Corazón de Dios Hijo que, sin dejar de ser Dios y por lo tanto, Espíritu
Purísimo y Perfectísimo, se hace al mismo Carne y Músculo cardíaco, para latir
al ritmo del Amor Divino, para transmitirnos en cada latido la potencia
infinita del Divino Amor y de la Divina Misericordia. Siendo Tú el Amor y la
Misericordia Divina en Persona, para manifestarte visiblemente a los hombres,
sin dejar de ser lo que eres, te convertiste en músculo cardíaco, en un Corazón
Viviente, en el Sagrado Corazón, que late y contiene en sí al Espíritu Santo,
al Amor Divino, y es por eso que las llamas del Amor de Dios arden en Ti y te
consumen y ardes en deseos de comunicarlas a quienes quieran recibirlas con fe
y con amor. ¡Oh, Jesús Eucaristía, henos aquí, con nuestros corazones,
haz que María Santísima, Nuestra Madre amantísima, convierta nuestros duros
corazones en corazones de hierba y pasto seco, para que cuando te recibamos en
la comunión, nuestros corazones ardan de amor al contactar con las Llamas
ardientes del Fuego de Amor que abrasa tu Sagrado Corazón! Amén.
Silencio para meditar.
Sagrado Corazón de Jesús, la contemplación del Amor de tu Corazón da paso al
horror cuando constatamos el enorme daño que nuestros pecados provocan a tu
Corazón, porque nuestros pecados están representados en la corona de espinas
que rodean, estrechan, aprisionan y desgarran al Sagrado Corazón en cada latido.
Y así, a cada latido tuyo, en donde expresas la potencia infinita del infinito
Amor Divino, sufres al mismo tiempo la potencia indecible de la cruel malicia
del corazón humano que está representada y materializada en las espinas de la
corona. Las espinas, las gruesas y afiladas espinas que rodean, rasgan y desgarran el músculo cardíaco en cada
latido, en cada sístole, en cada diástole, en cada contracción y en cada
expansión de tu Sagrado Corazón, provocándote lacerantes heridas y atroces
dolores, son la materialización y representación de todas las especies de
pecados de que somos capaces de cometer los hombres. En esas espinas están
representados, contenidos, materializados, simbolizados, actualizados, todos y
cada uno de los pecados cometidos por todos los hombres de todos los tiempos,
desde los más leves, hasta los más aborrecibles y abyectos pecados que ni
siquiera puedan ser concebidos por mente alguna. En esas espinas están
materializados los pecados que los hombres, creados por Ti para amarse
mutuamente en tu Amor Santo, cometen día a día, sin cesar, y no dejan de
hacerlo, buscando incluso formas nuevas y más atroces de destrozarse mutuamente
con más eficacia y con más brutalidad, con más odio y con más placer. Es por
esto que, a cada latido tuyo, que dice: “¡Amor!”, el hombre te responde:
“¡Odio!”, y así cada latido significa para Ti la muerte, porque el dolor es
insoportable, tanto cuando el músculo cardíaco se expande, en la diástole, y
las espinas dan de lleno contra la carne, como cuando el músculo cardíaco se
retrae, para contraerse, en la sístole, y las espinas se retiran, desgarrando
la carne en su retirada. Tanto en la sístole, como en la diástole, es decir, en
cada latido, tu dolor por nuestros pecados, Sagrado Corazón, es insoportable.
Permítenos entonces, oh Sagrado Corazón, llorar nuestros pecados, a los pies de
la Virgen Dolorosa, para que uniendo nuestras lágrimas a las de la Virgen,
reparemos por nuestros pecados y los del mundo entero. Amén.
Silencio para meditar.
Sagrado
Corazón, la cruz que está en la base de tu Corazón, nos enseña que es el único
camino para ir al cielo. La cruz es el Camino Real para ir al cielo y no hay
otro posible. Se engaña quien pretende salvarse por otro camino que no sea el
Camino Real de la Cruz, el camino que está señalado por tus huellas y por tu
Sangre, el camino regado por las lágrimas de la Virgen Dolorosa, el camino que
por el dolor de la Pasión lleva a las alegrías eternas del cielo, el camino que
por la muerte de cruz lleva a la gloria de la resurrección, es el camino que
Dios Padre nos ha señalado, es el Camino Verdadero, en donde encontramos la
Vida eterna; la cruz es el Camino seguro, en donde estás Tú con los brazos
abiertos, para fundirnos en un abrazo eterno y llevarnos al Padre al Reino de
los cielos, en cuya morada santa viviremos para siempre. La cruz que está en la
base de tu Sagrado Corazón, oh Jesús, nos dice que debemos morir a nosotros
cada día, para poder llegar al cielo, y esto no de una manera metafórica, sino
real, porque no podemos entrar al cielo con el hombre viejo, cargados de
pasiones; no podemos entrar al cielo con ira, con lascivia, con borrachera, con
pereza, con mentiras, con toda clase de maldades. Solo entraremos en el cielo
renovados por la gracia, y solo seremos renovados por la gracia cuando seamos
crucificados junto a Ti, y solo seremos crucificados cuando carguemos la cruz
de cada día y, negándonos a nosotros mismos, marchemos tras de Ti, acompañados
por tu Madre, siguiéndote por el Via
Crucis, por el Camino Real de la Cruz. Sagrado Corazón de Jesús, que la
contemplación de la cruz en la base de tu Corazón, renueve en nosotros el deseo
negarnos a nosotros mismos, de tomar la cruz de cada día, y de seguirte camino
del Calvario, para morir al hombre viejo y para renacer al hombre nuevo, como
hijos de Dios, para el cielo, para la vida eterna. Amén.
Silencio para meditar.
Sagrado
Corazón de Jesús, contemplamos ahora la herida abierta por donde fluye,
incontenible, la Sangre, tu Sangre Preciosísima. A cada latido, se escapa por
la herida abierta un chorro incontenible de Sangre roja, rutilante, brillante,
que te pedimos que caiga sobre nosotros y sobre nuestros seres queridos y sobre
el mundo entero, inundándonos por completo, porque esta Sangre que así fluye
por esta herida abierta por la lanza, no es una sangre cualquiera: esta Sangre es
Preciosísima porque es la Sangre del Cordero, que contiene al Espíritu Santo, el
Amor del Padre y del Hijo. La potente pulsión del Sagrado Corazón de Jesús
representa la efusión ad extra del
Amor trinitario; es el mismo Amor que se espiran mutuamente al interno de la
Trinidad el Padre y el Hijo. La efusión de Sangre del Sagrado Corazón es también
la respuesta de Dios al deicidio del hombre; Dios responde con la Misericordia
Divina al odio humano. ¡Oh Sagrado Corazón traspasado de Jesús, que a nuestras
iniquidades respondes con la efusión del Espíritu Santo, el Amor Divino,
contenido en tu Preciosísima Sangre! ¡Concédenos una sed ardiente de tu Sangre
bendita, para que nada deseemos que no sea saciar nuestra sed en tu Costado
traspasado! Amén.
Silencio para meditar.
Sagrado
Corazón de Jesús, contemplamos ahora las llamas que envuelven tu Corazón. Son llamas
que nacen de lo más profundo de tu Corazón, porque esas llamas representan al
Amor Divino, que es Fuego de Amor Divino, el Espíritu Santo, el Amor que el
Padre te espira desde la eternidad, y que Tú espiras al Padre también desde la
eternidad. Las llamas –dulces, suaves, de tierno y suave amor- representan y
simbolizan al Amor trinitario, al Amor que es tan fuerte, que es Persona
Trinitaria, la Tercera Persona de la Trinidad, el Amor que el Padre le dona al
Hijo y que el Hijo le dona al Padre en la eternidad, y que el Padre y el Hijo,
en un exceso de amor que asombra a los cielos, quieren donar a los hombres por
medio del Sagrado Corazón, y para eso encienden la Carne Sagrada del Corazón
del Verbo, como si fuera una Brasa ardiente y viva que desea hacer arder en el
Amor Divino a todo aquel que se le acerque con humildad, con fe y con amor. Pero
los hombres –o al menos, la inmensa mayoría de ellos-, desprecia este don que
la Santísima Trinidad les hace en la Sagrada Eucaristía, y es así que a esta
Brasa Ardiente de Amor Divino la dejan arder sola, día y noche, en el sagrario,
porque eligen morir congelados en los gélidos amores mundanos, antes que ser
abrasados por el dulce Amor del Sagrado Corazón. ¡Oh Sagrado Corazón
Eucarístico de Jesús! ¡Haz que nuestros corazones sean como la hierba seca,
para que al contacto con tu Corazón Eucarístico, en la comunión, ardan con las
llamas del Fuego del Amor Divino, en el tiempo y en la eternidad! Amén.
Silencio para meditar.
Meditación final
Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús, debemos ya retirarnos,
pero queremos permanecer en tu Presencia día y noche, y por eso dejamos
nuestros corazones a los pies de tu Santa Madre, María Virgen, para que Ella
los custodie y no permita que ningún amor profano los distraiga y los desvíe de
tu contemplación. Haz, oh Buen Jesús, que nuestros pensamientos, deseos y
acciones, estén siempre y en todo momento orientados hacia Ti, en cada instante
que nos queda de la vida terrena, para que todo nuestro ser quede fijado
plenamente en Ti y en tu Amor, para siempre, en el momento de pasar a la vida
eterna. Amén.
Oración final:
“Dios mío, yo creo,
espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni
te adoran, ni te aman” (tres veces).
“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y
Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo,
Sangre, Alma y Divinidad, de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los
sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e
indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los
infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de
María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.
Canción final: “Los
cielos, la tierra, la misma Trinidad”.
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