Inicio: Llegamos al Oratorio para adorar al Rey de cielos y tierra, oculto en
algo que parece pan, pero ya no es más pan. Dejamos de lado todas las
preocupaciones, todas las distracciones, todos los pensamientos que nos
distraen y nos alejan de su Presencia. Nos unimos en adoración a los ángeles y
santos del cielo, y sobre todo a la Virgen María, que está aquí también
presente, porque donde está el Hijo, está la Madre, y es a Ella a quien le
pedimos que guíe nuestra adoración, para que sea toda entera a la mayor gloria
de Dios. También nos encomendamos a nuestro Ángel custodio, a San Miguel
Arcángel, y a los santos del cielo, principalmente, al que más devoción le
tenemos, para que también nos guíen y ayuden en esta Hora Santa, para que
estemos atentos a las inspiraciones divinas, y para que despierten en nosotros
santos propósitos. Al silencio exterior, le añadimos el silencio interior, y
con la ayuda de la Virgen, de los ángeles y de los santos, que adoran a Jesús
en el cielo, nos disponemos a adorar a Jesús Eucaristía, que se ha quedado para
nosotros y con nosotros aquí, en la tierra, y luego entonamos el canto de
entrada.
Canto de entrada: “Oh
buen Jesús, yo creo firmemente…”.
Oración inicial: “Dios
mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen,
ni esperan, ni te adoran ni te aman” (tres veces).
Meditación: Sagrado
Corazón Eucarístico de Jesús, cuyo amor por los hombres no conoce límites ni de
tiempo ni de espacio, porque es infinito y eterno, vengo hoy ante ti, a
ofrecerte el humilde homenaje de mi adoración.
Te
adoro, Te bendigo, Te ensalzo, no por lo que das, sino por lo que eres, Dios de
infinita majestad, Dios de Amor eterno, Dios de Bondad inabarcable, Dios de
incomprensible Misericordia. Vengo a adorarte en este tiempo de Semana Santa,
tiempo de gracia y de perdón, pero también tiempo de profanaciones sacrílegas a
Tu Nombre y a tu Pasión, porque para muchos de tus hijos, por quienes Tú pagaste
el rescate al precio de tu Sangre derramada en la Cruz, esos hijos tuyos,
ingratos, te olvidan y te dejan de lado, posponiéndote por los entretenimientos
profanos y mundanos.
Silencio
meditativo.
Oh
Jesús, que en tu Pasión de Amor sufriste lo inimaginable, porque cargaste sobre
tus espaldas los pecados, los dolores y las muertes de todos los hombres de
todos los tiempos, ves ahora renovarse tu Pasión al comprobar cómo aquellos por
quienes diste tu vida, toman este tiempo de Semana Santa como un tiempo de
diversión banal, cuando no sacrílega, haciendo caer en el vacío tus afrentas y
tus dolores; oh Jesús, que eres llamado “Varón de Dolores”, porque ninguna
parte de tu Cuerpo, de los pies a la Cabeza, quedó sana y sin heridas, con tal
de salvar a los hombres, y ahora los ves, en este tiempo sagrado de gracia, la
Semana de tu Pasión, arrastrarse detrás de sus pasiones; oh Jesús, que regaste
el Camino Real de la Cruz con la Sangre de tus heridas, para que el hombre
supiera cuál es el camino seguro que lo conduce al cielo, ves renovarse tu
Pasión y tus dolores, al comprobar, tristemente, cómo los hombres emprenden un
camino opuesto, el camino de la perdición, el camino de la satisfacción de sus
bajas pasiones, el camino ancho y espacioso que lo aleja del Calvario y lo
precipita en la perdición.
Silencio
meditativo.
Jesús,
Rey de reyes, que en la Pasión tuviste por corona real una corona de espinas;
por cetro el madero de la Cruz con sus tres clavos de hierro; por manto tu
Sangre que salía a borbotones de tus heridas; oh Jesús, cuyo Corazón fue
triturado de dolor en el Huerto de Getsemaní y en el Camino del Calvario, al
ver en tu divinidad la inmensidad de la malicia humana, y al comprobar que para
muchos tu sacrificio sería en vano, porque habrían de preferir sus bajas
pasiones y egoístas intereses a tu Amor, te ruego que te apiades de los pobres
pecadores, aquellos que te posponen por un mísero placer terreno. Tú sabes,
Jesús, que lo hacen porque no te conocen, porque si te conocieran, abandonarían
los falsos atractivos del mundo, y vendrían a tus pies, a adorarte y darte
gracias por tu infinito Amor, y es por eso que te ruego, por los dolores y
lágrimas de tu Madre al pie de la Cruz, que sacudas y conmuevas sus corazones
con el poder de tu gracia, de manera que despierten del letargo en el que se
encuentran sumidos, y así, abriendo los ojos de la fe, te contemplen extasiados
en tu misterio sacramental eucarístico, de modo que amándote en el tiempo,
continúen luego haciéndolo por la eternidad.
Silencio
meditativo.
Canto:
“Te adoramos, Hostia divina”.
Peticiones
A
cada intención respondemos: “Te rogamos, óyenos”.
-Por
los que en Semana Santa te pospondrán por el descanso y las vacaciones, dejando
en el olvido tu sacrificio de Amor. Oremos al Señor.
-Por
los cristianos conscientes del valor de tu sacrificio en Cruz, para que en
Semana Santa y en todo momento, sean como luces en la oscuridad, por medio de
las obras de misericordia para con los más necesitados. Oremos al Señor.
-Por
los que viven inmersos en el mundo y son seducidos por sus vanos atractivos,
para que descubran en tu Pasión de Amor el fin de sus vidas. Oremos al Señor.
-Por
los que voluntariamente se niegan a reconocerte como a su Mesías y Salvador,
para que les concedas la gracia de la contrición del corazón. Oremos al Señor.
Oración
final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo.
Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran ni te aman” (tres
veces).
Oración
de despedida: Sagrado Corazón Eucarístico de
Jesús, cuyos acerbos dolores se renuevan en Semana Santa, viendo cómo el mundo
toma estos días de penitencia y de conversión como tiempo de diversión y de
fiesta, olvidando que la verdadera fiesta está en el cielo, porque allí hacen
danza festiva los bienaventurados que te aman por la eternidad, y que para ser
partícipes de esa fiesta celestial es necesario aquí en la tierra, seguirte
camino del Calvario cargando la Cruz de todos los días, para morir crucificado
contigo y luego resucitar, te rogamos por quienes no te ruegan, y te suplicamos
que aceptes el mísero don de nuestro corazón, al que dejamos al pie del altar
eucarístico, para que en todo momento ame y adore por quien no te ama ni te
adora.
Canto de despedida: “El trece de
mayo la Virgen María”
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