domingo, 31 de marzo de 2013

Hora Santa reparadora para Semana Santa




         Inicio: Llegamos al Oratorio para adorar al Rey de cielos y tierra, oculto en algo que parece pan, pero ya no es más pan. Dejamos de lado todas las preocupaciones, todas las distracciones, todos los pensamientos que nos distraen y nos alejan de su Presencia. Nos unimos en adoración a los ángeles y santos del cielo, y sobre todo a la Virgen María, que está aquí también presente, porque donde está el Hijo, está la Madre, y es a Ella a quien le pedimos que guíe nuestra adoración, para que sea toda entera a la mayor gloria de Dios. También nos encomendamos a nuestro Ángel custodio, a San Miguel Arcángel, y a los santos del cielo, principalmente, al que más devoción le tenemos, para que también nos guíen y ayuden en esta Hora Santa, para que estemos atentos a las inspiraciones divinas, y para que despierten en nosotros santos propósitos. Al silencio exterior, le añadimos el silencio interior, y con la ayuda de la Virgen, de los ángeles y de los santos, que adoran a Jesús en el cielo, nos disponemos a adorar a Jesús Eucaristía, que se ha quedado para nosotros y con nosotros aquí, en la tierra, y luego entonamos el canto de entrada.
Canto de entrada: “Oh buen Jesús, yo creo firmemente…”.
Oración inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran ni te aman” (tres veces).
Meditación: Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús, cuyo amor por los hombres no conoce límites ni de tiempo ni de espacio, porque es infinito y eterno, vengo hoy ante ti, a ofrecerte el humilde homenaje de mi adoración.
Te adoro, Te bendigo, Te ensalzo, no por lo que das, sino por lo que eres, Dios de infinita majestad, Dios de Amor eterno, Dios de Bondad inabarcable, Dios de incomprensible Misericordia. Vengo a adorarte en este tiempo de Semana Santa, tiempo de gracia y de perdón, pero también tiempo de profanaciones sacrílegas a Tu Nombre y a tu Pasión, porque para muchos de tus hijos, por quienes Tú pagaste el rescate al precio de tu Sangre derramada en la Cruz, esos hijos tuyos, ingratos, te olvidan y te dejan de lado, posponiéndote por los entretenimientos profanos y mundanos.
Silencio meditativo.
Oh Jesús, que en tu Pasión de Amor sufriste lo inimaginable, porque cargaste sobre tus espaldas los pecados, los dolores y las muertes de todos los hombres de todos los tiempos, ves ahora renovarse tu Pasión al comprobar cómo aquellos por quienes diste tu vida, toman este tiempo de Semana Santa como un tiempo de diversión banal, cuando no sacrílega, haciendo caer en el vacío tus afrentas y tus dolores; oh Jesús, que eres llamado “Varón de Dolores”, porque ninguna parte de tu Cuerpo, de los pies a la Cabeza, quedó sana y sin heridas, con tal de salvar a los hombres, y ahora los ves, en este tiempo sagrado de gracia, la Semana de tu Pasión, arrastrarse detrás de sus pasiones; oh Jesús, que regaste el Camino Real de la Cruz con la Sangre de tus heridas, para que el hombre supiera cuál es el camino seguro que lo conduce al cielo, ves renovarse tu Pasión y tus dolores, al comprobar, tristemente, cómo los hombres emprenden un camino opuesto, el camino de la perdición, el camino de la satisfacción de sus bajas pasiones, el camino ancho y espacioso que lo aleja del Calvario y lo precipita en la perdición.
Silencio meditativo.
Jesús, Rey de reyes, que en la Pasión tuviste por corona real una corona de espinas; por cetro el madero de la Cruz con sus tres clavos de hierro; por manto tu Sangre que salía a borbotones de tus heridas; oh Jesús, cuyo Corazón fue triturado de dolor en el Huerto de Getsemaní y en el Camino del Calvario, al ver en tu divinidad la inmensidad de la malicia humana, y al comprobar que para muchos tu sacrificio sería en vano, porque habrían de preferir sus bajas pasiones y egoístas intereses a tu Amor, te ruego que te apiades de los pobres pecadores, aquellos que te posponen por un mísero placer terreno. Tú sabes, Jesús, que lo hacen porque no te conocen, porque si te conocieran, abandonarían los falsos atractivos del mundo, y vendrían a tus pies, a adorarte y darte gracias por tu infinito Amor, y es por eso que te ruego, por los dolores y lágrimas de tu Madre al pie de la Cruz, que sacudas y conmuevas sus corazones con el poder de tu gracia, de manera que despierten del letargo en el que se encuentran sumidos, y así, abriendo los ojos de la fe, te contemplen extasiados en tu misterio sacramental eucarístico, de modo que amándote en el tiempo, continúen luego haciéndolo por la eternidad.
Silencio meditativo.
Canto: “Te adoramos, Hostia divina”.
Peticiones
A cada intención respondemos: “Te rogamos, óyenos”.
-Por los que en Semana Santa te pospondrán por el descanso y las vacaciones, dejando en el olvido tu sacrificio de Amor. Oremos al Señor.
-Por los cristianos conscientes del valor de tu sacrificio en Cruz, para que en Semana Santa y en todo momento, sean como luces en la oscuridad, por medio de las obras de misericordia para con los más necesitados. Oremos al Señor.
 -Por los que viven inmersos en el mundo y son seducidos por sus vanos atractivos, para que descubran en tu Pasión de Amor el fin de sus vidas. Oremos al Señor.
-Por los que voluntariamente se niegan a reconocerte como a su Mesías y Salvador, para que les concedas la gracia de la contrición del corazón. Oremos al Señor.
Oración final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran ni te aman” (tres veces).
Oración de despedida: Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús, cuyos acerbos dolores se renuevan en Semana Santa, viendo cómo el mundo toma estos días de penitencia y de conversión como tiempo de diversión y de fiesta, olvidando que la verdadera fiesta está en el cielo, porque allí hacen danza festiva los bienaventurados que te aman por la eternidad, y que para ser partícipes de esa fiesta celestial es necesario aquí en la tierra, seguirte camino del Calvario cargando la Cruz de todos los días, para morir crucificado contigo y luego resucitar, te rogamos por quienes no te ruegan, y te suplicamos que aceptes el mísero don de nuestro corazón, al que dejamos al pie del altar eucarístico, para que en todo momento ame y adore por quien no te ama ni te adora.
Canto de despedida: “El trece de mayo la Virgen María”

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