En el milagro del Oratorio,
la sangre se materializa
en una imagen de Jesús.
En la Santa Misa,
la Sangre de Jesús
aparece en el cáliz
bajo la apariencia de vino.
En el oratorio se materializa la sangre de Jesús, lo cual constituye un hecho sobrenatural, de origen celestial, ya que es imposible la explicación de la materialización por parte de los hombres. Descartado el factor humano, sólo queda la intervención divina, quien obra el prodigio, el cual consiste en la materialización de la sangre en una imagen del Divino Redentor.
La sangre se materializa, se corporaliza; es decir, en donde antes no había nada, ahora hay sangre.
El milagro debe llevarnos a pensar en la Santa Misa, pues en la Santa Misa también sucede un prodigio, como el del cuadro del Oratorio, aunque inmensamente mayor. Entre el milagro del Oratorio, y la Santa Misa, hay semejanzas y diferencias.
¿Cuáles son?
En el cuadro del Oratorio, se materializa la sangre de Jesús, la cual, desde su cabeza coronada de espinas, cae en el cáliz; en la Santa Misa se hace Presente, en su realidad de materia espiritualizada y glorificada, la Sangre del Redentor, la cual aparece, oculta bajo las apariencias del vino, en el cáliz.
En el milagro del Oratorio, la sangre se materializa sobre una imagen de Nuestro Señor en la Última Cena, en la que aparece ostentando la Hostia en su mano; en la Santa Misa, no una imagen, sino Nuestro Señor en Persona, aparece en la Sagrada Hostia, cuando luego de la consagración el sacerdote ostenta la Hostia entre sus manos.
En la imagen del milagro, Nuestro Señor muestra la Eucaristía; en la Santa Misa, se nos dona en la Eucaristía.
En el milagro, su Santísima Sangre permanece, fija, en su rostro, como testimonio de su Pasión de Amor; en la Santa Misa, su Santísima Sangre corre, desde su cabeza coronada de espinas, por todo su cuerpo, hasta caer en el cáliz, portando con ella al Amor de Dios, el Espíritu Santo.
En el milagro del Oratorio, la sangre materializada de los cielos sobre el cuerpo de metal de la imagen nos recuerda la Misericordia infinita de un Dios que no vacila en donar su vida por amor; en la Santa Misa, el Hombre-Dios, movido por su Misericordia infinita, nos dona su Cuerpo, su Sangre, su Alma y su Divinidad en la Eucaristía, y desde la Eucaristía nos sopla su Espíritu de Amor, el Espíritu Santo.
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