Inicio: ofrecemos esta Santa Misa y el rezo del Santo Rosario
meditado en reparación por el robo con fines satánicos de Hostias consagradas
ocurrido en la capilla de un hospital en Italia. Para más detalles acerca de
este lamentable suceso, consultar el siguiente enlace: https://www.youtube.com/watch?v=D8xFGSMoCCs
Canto de entrada: “Postrado a vuestros pies
humildemente”.
Inicio del rezo del Santo Rosario. Primer Misterio
(misterios a elección).
Meditación.
La Santa Misa nos enseña a vivir en la paz de la
infinita misericordia de Dios, porque según el Concilio de Trento, en el que se
citan a los Padres de la Iglesia y en el que se resume la tradición y la
teología del sacrificio, se afirma que “el Señor, serenado por la oblación del
sacrificio concede la gracia y el don de la penitencia y remite los crímenes y
los pecados, por más grandes que éstos sean”. Así se expresa el Concilio de
Trento; y el Papa Inocencio III afirma que “por la inmolación de esta Hostia
saludable nuestros pecados son remitidos y nosotros somos reconciliados con
Dios Todopoderoso”. No hay nada más grandioso y de más valor entonces que el
hecho de que Nuestro Señor Jesucristo obre por medio de sus ministros, los
sacerdotes ministeriales, sobre el altar eucarístico, la oblación sacrificial
que no es otra que la de la Santa Cruz y que Él aplica sobre las almas con todo
su valor santificador[1].
Un Padrenuestro, diez Avemarías, un Gloria.
Segundo Misterio.
Meditación.
A través del ministerio de los sacerdotes, Jesús
ofrece su Cuerpo inmolado y su Sangre derramada -por medio de las especies
sacramentales-, por los pecados personales de cada uno de los bautizados y por
los pecados de las multitudes de gentes. Por el hecho de ser Jesucristo el
Hombre-Dios, la eficacia de su Sacrificio en la cruz del Calvario fue absoluta
e infalible[2].
En la Santa Misa, la ofrenda se reproduce por la Iglesia y por un sacerdote
anónimo -en el sentido de que puede o no ser conocido por el fiel laico- y que puede
o no ser santo, pero aun así Jesús se ofrece sacramentalmente y nada puede
quitar a esta ofrenda su carácter de identidad substancial con la ofrenda del
Calvario. Y es también cierto que Dios, en su infinita misericordia, me perdona
a causa de la oblación de Jesucristo, tanto sobre la cruz, como sobre el altar[3].
Un Padrenuestro, diez Avemarías, un Gloria.
Tercer Misterio.
Meditación.
San Belarmino afirma que la suma inmensa de
satisfacción redentora fue derramada en el Calvario y que nosotros la
alcanzamos y la hacemos nuestra gracias al misterio de nuestros altares, es
decir, gracias al misterio de la Santa Misa. La Pasión aporta la remisión de
los pecados como causa universal de salvación, dice Santo Tomás, pero la Pasión
debe ser aplicada a cada persona en particular, debe ser alcanzada por la fe de
cada persona y debe ser vivificada por la caridad y es por esto y para esto que
se confecciona el Santísimo Sacramento del Altar, la Sagrada Eucaristía.
Un Padrenuestro, diez Avemarías, un Gloria.
Cuarto Misterio.
Meditación.
Entonces, tanto la Misa, como la Pasión, tienen un
valor infinito, pero este valor es participado de una manera finita por la
Iglesia según la intensidad de su amor y según el tiempo en el que viven sus
hijos bautizados; el valor de la redención se aplica a cada generación por la
mediación de la fe y de los sacramentos y es para este para el cual se
instituye el Santísimo Sacramento del Altar, el Sacramento de la Eucaristía.
Un Padrenuestro, diez Avemarías, un Gloria.
Quinto Misterio.
Meditación.
El Cardenal Cayetano comenta así comenta así el texto
de Santo Tomás (III, q 79): “La ofrenda de la Eucaristía, en razón de su propio
valor, es suficiente para satisfacer por todas las penas; esta ofrenda es
satisfactoria por todos los que la ofrecen y por todos los que es ofrecida,
según la intensidad de su devoción. El resultado del primer punto es que la
Misa es satisfactoria para todos los pecadores, tanto vivos como muertos; como
tal, su valor es infinito, puesto que es el Cristo el que es ofrecido. El resultado
del segundo punto es que una Misa única no pierde nada de su virtud
satisfactoria para ser ofrecida por una, dos, tres personas”. La Santa Misa
tiene entonces un valor infinito de redención, tanto para la Humanidad entera, como
para una persona, tanto para vivos, como para difuntos, tanto para quienes
aspiramos llegar al Cielo desde la tierra, como para quienes están purificando
sus penas en el Purgatorio.
Oración final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo.
Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman”
(tres veces).
“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo
os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, de Nuestro Señor
Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los
ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente
ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del
Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores.
Amén”.
Canto final: “El Trece de Mayo en Cova de Iría”.
Un Padrenuestro, tres Avemarías y un Gloria, pidiendo
por las intenciones del Santo Padre.
[1] Cfr. Francois Charmot, S. j., La Messe, source de sainteté,
Editorial Spes, París 190, 83.
[2] Cfr. Charmot, ibidem, 86.
[3] Cfr. ibidem.
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