viernes, 27 de septiembre de 2019

Hora Santa en reparación por los que blasfeman 270919



Inicio: ofrecemos esta Hora Santa y el rezo del Santo Rosario meditado en reparación y desagravio por quienes tienen el sacrílego hábito de blasfemar. Utilizaremos para estas meditaciones el libro del P. Gobbi[1].

Canto inicial: “Alabado sea el Santísimo Sacramento del altar”.

Oración inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

Inicio del rezo del Santo Rosario. Primer Misterio (Misterios a elección).

Meditación.

         Jesús está en la Eucaristía, con su Cuerpo glorioso, tal como está en el cielo, ante los bienaventurados. Su Presencia es real, verdadera y substancial, y Él se queda en la prisión de amor, el sagrario, para ser visitado por aquellos por quienes dio su vida en la Cruz, los bautizados. Sin embargo, en vez de visitas, amor y adoración, su Presencia Eucarística se ve rodeada de indiferencia, vacío e ingratitud. Aun así, su Sagrado Corazón se estremece de gratitud y de amor cuando uno de sus hijos va a postrarse ante sus pies en el sagrario.

         Un Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.

         Segundo Misterio.

         Meditación.

         Jesús procede del Padre desde la eternidad, pero en el tiempo nació, al haberse encarnado por obra del Espíritu Santo, del seno de María Virgen. Jesús nació de María Virgen en Belén, Casa de Pan, para entregarse como Pan de Vida eterna y continúa su oblación y entrega en cada Eucaristía, porque prolonga su Encarnación en la Hostia consagrada, por obra del Espíritu Santo, en cada Santa Misa, convirtiendo al altar en un Nuevo Belén, en una nueva Casa de Pan, adonde pueden acudir los hijos de Dios en busca del Verdadero Maná bajado del cielo.

Un Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.

         Tercer Misterio.

         Meditación.

         La Virgen es la Madre del Santísimo Sacramento y ha llegado a serlo por su “Sí” al designio amoroso de salvación del Padre: por su asentimiento al plan salvífico de la Trinidad, la Virgen posibilitó que el Verbo bajara a su seno virginal, llevado por el Espíritu Santo. Así, la Virgen es Madre de Dios, porque Jesús es verdadero Dios, dándole de su naturaleza humana para permitir que el Verbo, la Segunda Persona de la Trinidad, se encarnara en su seno purísimo.

         Un Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.

         Cuarto Misterio.

         Meditación.

         La Virgen es Madre de la Encarnación y es Madre también de la Redención, la cual se efectúa desde el momento de su Encarnación hasta el momento de su muerte en Cruz, donde Jesús pudo llevar a cabo lo que como Dios en Sí mismo no podía: sufrir, padecer agonía, morir de muerte dolorosísima, ofreciéndose al Padre como oblación perfecta y pura, dando también a la Divina Justicia una reparación digna y justa.

         Un Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.

         Quinto Misterio.

         Meditación.

         En la Cruz, en el Sacrificio del Calvario –que se renueva de modo incruento y sacramental en cada Santa Misa-, Jesús ha sufrido por todos nosotros, redimiéndonos del pecado y dándonos la posibilidad de recibir la Vida Divina, perdida para todos en el momento del primer pecado, cometido por los primeros padres, Adán y Eva. Desde el descenso mismo hasta el seno virginal de María, hasta su elevación en la Cruz, Jesús ama, obra, ruega, sufre y se inmola, en una perenne acción sacerdotal, acción redentora llevada a cabo en conjunto con la Virgen, Corredentora de la humanidad porque Madre de Jesús Sacerdote.

Oración final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

Canto final: “Cantad a María, la Reina del cielo”.



[1] Estefano Gobbi, A los Sacerdotes, hijos predilectos de la Santísima Virgen, Editorial Nuestra Señora de Fátima, Avellaneda Argentina 1992, 2ª Edición Latinoamericana, 629-630; Rubbio, Vicenza, 8 de Agosto de 1986, Mensaje dado de viva voz, después del rezo del Santo Rosario.

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