Inicio: ofrecemos esta Hora Santa pidiendo
por el eterno descanso de los cristianos perseguidos y asesinados por su fe,
así como también en reparación por la destrucción de casi quinientas iglesias
cristianas –protestantes y católicas- a
manos de extremistas musulmanes, en el transcurso de unos pocos años. El
informe detallado acerca de estas persecuciones a cristianos se encuentra en el
siguiente enlace:
Canto inicial: “Tantum ergo,
Sacramentum”.
Oración
inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te
adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran,
ni te aman” (tres veces).
“Santísima
Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco
el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo,
Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes,
sacrilegios e indiferencias con los cuales Él mismo es continuamente ofendido.
Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado
Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.
Inicio
del rezo del Santo Rosario. Primer Misterio (misterios a elección).
Meditación
En el Primer Mandamiento de la Ley de Dios se manda amar por
tres veces: a Dios, al prójimo y a uno mismo: “Amarás a Dios por sobre todas
las cosas y al prójimo como a ti mismo”. Este amor de sí, en quien está en
gracia, lejos de ser un amor egoísta, es un amor agradecido, porque quien está
en gracia se reconoce como lo que es, como el hijo no ya de un gran rey y
señor, sino del mismo Dios, por lo que su dignidad y nobleza son altísimas,
infinitamente más altas que las de los ángeles más poderosos. Amarse a sí mismo
no por sí mismo, sino porque Dios nos ha adoptado como hijos suyos y nos ha
convertido en sagrarios vivientes, portadores de la Divinidad, es algo que todo
cristiano debe hacer siempre y en todo momento.
Silencio.
Un
Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.
Segundo
Misterio.
Meditación
El
que está en gracia, dice un autor[1], “conózcase
a sí mismo y reverénciese a sí mismo y repita muchas veces en su interior: “Hijo
de Dios soy, no tengo que hacer obras del diablo, sino obras de Dios; soy hijo
de Dios, no tengo que rebajarme a gustos de bestias, sino que debo gozarme en
los bienes celestiales, el primero de todos, la Sagrada Eucaristía; soy hijo de
Dios y por lo tanto no debo buscar ni el aplauso ni la honra de los hombres,
que comparados con la gloria de Dios son como humo que se lleva el viento; soy
hijo de Dios y debo procurar siempre y en todas partes sólo la gloria de Dios;
soy hijo de Dios, por eso en mi corazón no hay ni debe haber más lugar que sólo
para el Amor de Dios”.
Silencio.
Un
Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.
Tercer
Misterio.
Meditación
Quien
está en gracia, debe amarse a sí mismo, luego de amar a Dios y al prójimo por
amor a Dios, porque precisamente, su alma está en gracia y contiene en sí al
Dios Tres veces Santo, al que los cielos no pueden contener. Quien está en
gracia, debe amarse a sí mismo y decir: “Hijo de Dios soy y respecto de mi
dignidad las riquezas del mundo son estiércol; soy hijo de Dios y respecto de
esta honra, es degradarme pensar siquiera en desear la honra y la gloria
mundanas; soy hijo de Dios y por eso mismo, mi dignidad real y divina no me permiten
rebajarme a deleites viles; soy hijo de Dios en el tiempo y lo debo continuar
siendo por la eternidad, por lo que debo mantener, conservar y acrecentar la
gracia en todo lo que de mí dependa”[2].
Silencio.
Un
Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.
Cuarto
Misterio.
Meditación
Este
pensamiento acerca de la grandeza de la dignidad que posee el alma por ser hija
de Dios por la gracia, debe servir de escudo frente a las tentaciones del
demonio y de la carne[3]. Por
ejemplo, si es la gula la que tienta, se debe responder: “Soy hijo de Dios, mi
alimento es el Pan Vivo bajado del cielo, el Verdadero Maná descendido del
cielo, ¿y voy a rebajarme en consentir un apetito corporal y vil? Soy hijo de
Dios y Dios es mi Dios, que se me brinda en la Eucaristía, por lo que no debo
considerar a mi vientre como a un dios, pues sería degradarme en mi condición
de hijo amado y adoptivo de Dios”[4].
Silencio.
Un
Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.
Quinto
Misterio.
Meditación
Afirma
un autor[5]
que cuando a un alma en gracia la acometa la tentación de la carne, debe
responder: “Hijo de Dios soy, y mi alimento es la Carne santa del Cordero de Dios,
contenida en la Eucaristía, ¿cómo entonces me voy a rebajar a hacerme esclavo
de las bajas pasiones? Cuando el demonio tiente con ambiciones y honores
mundanos, el alma en gracia debe responder: “Soy hijo de Dios y heredero del
cielo y la gloria de Dios es mi gloria; ¿cómo voy a poner en riesgo esta
grandísima gloria, para convertirme en hijo de Lucifer? ¿Qué necesidad tengo
del aplauso y honra de los hombres, si me basta y sobra la gloria de Dios de la
cual por la gracia participo? La gloria de los hombres, comparada con la gloria
de Dios, es humo y solo humo, que se disipa con el viento. Y si el demonio
tienta con comodidades y riquezas, el alma debe responder: “La única gloria que
deseo y anhelo y amo con todas las fuerzas de mi ser, es la gloria de la Santa
Cruz de Jesús”.
Un
Padrenuestro, tres Avemarías y un Gloria pidiendo por la salud e intenciones de
los Santos Padres Benedicto y Francisco.
Oración
final: “Dios mío, yo creo, espero, te
adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran,
ni te aman” (tres veces).
“Santísima
Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco
el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo,
Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes,
sacrilegios e indiferencias con los cuales Él mismo es continuamente ofendido.
Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado
Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.
Canción
de despedida: “Un día al cielo iré”.
[1] Cfr. Juan Eusebio Nieremberg, Aprecio
y estima de la Divina Gracia, Apostolado Mariano, Sevilla s. d., 155.
[2] Cfr. Nieremberg, ibidem, 155.
[3] Cfr. Nieremberg, ibidem, 155.
[4] Cfr. Nieremberg, ibidem, 155.
[5] Cfr. Nieremberg, o. c., 155.
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