Inicio: ofrecemos esta Hora Santa y el
rezo del Santo Rosario meditado en reparación por el crimen del aborto en
general y en particular por la ley del aborto sancionada en Nueva York, una de
las leyes más crueles jamás pergeñada por la mente del hombre. Los detalles de
esta cruel ley se encuentran en el siguiente enlace:
Canto
inicial: “Cantemos al Amor de los amores”.
Oración
inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te
adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran,
ni te aman” (tres veces).
“Santísima
Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco
el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo,
Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes,
sacrilegios e indiferencias con los cuales Él mismo es continuamente ofendido.
Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado
Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.
Inicio
del rezo del Santo Rosario. Primer Misterio (misterios a elección).
Meditación
Cuando un padre terreno adopta un hijo, se preocupa por
darle, además del amor que fue lo que lo llevó a adoptarlo, el alimento para el
cuerpo. En efecto, el hombre, compuesto por cuerpo y alma, necesita alimentos
para sus dos componentes: alimentos corporales, materiales, para su cuerpo y
alimentos espirituales para su alma. El hombre que adopta se preocupa, en
primer lugar, de darle alimento para el cuerpo y también le da alimento para el
alma, cada vez que le proporciona su amor de padre adoptivo. Cuando Dios Padre
adopta un alma, convirtiéndola en hija adoptiva suya, también se preocupa por
darle alimento y el primer alimento que le da es el más importante, el
espiritual: además de darle el Amor de Dios, el Espíritu Santo, que fue el que
lo llevó a adoptar a esa alma como hija suya, Dios le da a su nuevo hijo
adoptivo, por medio de la gracia, un alimento celestial, el Cuerpo y la Sangre
de Cristo, contenidos en la Sagrada Eucaristía[1].
Silencio.
Un
Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.
Segundo
Misterio.
Meditación
A partir del momento en que Dios prohija un alma, por medio
de la gracia le procura el sustento del Cuerpo y la Sangre de su Hijo
Jesucristo, la Eucaristía[2]. De
hecho, el Bautismo es el sacramento que, al mismo tiempo que convierte al alma
en hija adoptiva de Dios, la hace capaz de recibir ese alimento celestial, el
Cuerpo y la Sangre de Cristo. Este don de la Eucaristía supera todo lo que el
hombre puede siquiera pensar o imaginar acerca del Amor que Dios tiene para con
sus hijos adoptivos: dar como sustento de sus hijos adoptivos la propia Carne y
Sangre de su Hijo natural, Cristo Dios, que es Dios como su Padre.
Silencio.
Un
Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.
Tercer
Misterio.
Meditación
El hecho de recibir como alimento espiritual el Cuerpo y la
Sangre de Cristo Dios, da la idea de la inmensa majestad y grandeza divinas
comunicadas al alma con la divina filiación. En efecto, Dios da a sus hijos
adoptivos, en vez de leche, como hacen los padres de la tierra con sus hijos
pequeños, la Sangre Preciosísima del Cordero de Dios y por pan, en vez del pan
material, que es el que dan los padres de la tierra, Dios da a sus hijos
adoptivos el Cuerpo de su Hijo Unigénito, más precioso y valioso y más puro que
la infinidad de estrellas que pueblan el universo[3]. Quienes
están en gracia, poseen una grandeza incomparable, infinitamente superior a la
de los ángeles más poderosos, y por esta grandeza incomparable, merecen ser
alimentados como hijos de Dios, con el Cuerpo y la Sangre del Cordero de Dios.
Silencio.
Un
Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.
Cuarto
Misterio.
Meditación
Es tan grande para los hijos adoptivos de Dios el don de
recibir el Cuerpo y la Sangre de su Hijo Jesús, que al mismo Dios le pareció
grandísimo. Por medio del Profeta Isaías[4],
dice al alma santa: “Yo te pondré para soberbia de los siglos, gozo de
generación y generación; tomarás la leche de las gentes y del pecho de los
reyes”. Por “soberbia de los siglos”, dice un autor, se entiende la admiración
que suscita la suma grandeza del hecho de ser hijos adoptivos de Dios, porque
en todos los siglos, pasados y por venir, no se verá mayor honra y majestad con
que un padre haya tratado a su hijo. Tampoco ha habido algo semejante en
generaciones de generaciones, que haya proporcionado mayor gozo al alma que el
ser adoptada como hija de Dios y, por añadidura, ser alimentada nada menos que
con la Carne y la Sangre del Cordero de Dios, sacrificado en el ara de la Cruz.
Silencio.
Un
Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.
Quinto
Misterio.
Meditación
Por
su misma naturaleza divina, el Amor de Dios como Padre celestial es
infinitamente más grande que todo el amor que los padres humanos pudieran dar
naturalmente a sus hijos, naturales y adoptados y este Amor infinito se
demuestra en dos dones, incomparablemente grandiosos para las almas: el don de
la gracia y el don del Cuerpo y la Sangre de Jesús[5].
Por la gracia, se puede decir que son más hijos de Dios los hijos por Él
adoptados, que de sus propios padres biológicos; y por la Carne y la Sangre
recibidos en alimento y sustento espiritual, son alimentadas estas hijas de
Dios con un manjar suculento, celestial, superior en sabor y dulzura a cuanto manjar
terreno pueda un hombre dar a su hijo. Al dar de comer el Cuerpo y la Sangre del
Cordero, Dios se comporta con un Amor infinito, más grande que el amor con el que
la madre terrena alimenta a sus hijos con su substancia, ya que el Cuerpo y la
Sangre de Cristo Jesús superan en grandeza a los alimentos terrenos
infinitamente más que cuanto el cielo está separado de la tierra.
Un
Padrenuestro, tres Avemarías y un Gloria pidiendo por la salud e intenciones de
los Santos Padres Benedicto y Francisco.
Oración
final: “Dios mío, yo creo, espero, te
adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran,
ni te aman” (tres veces).
“Santísima
Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco
el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo,
Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes,
sacrilegios e indiferencias con los cuales Él mismo es continuamente ofendido.
Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado
Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.
Canción
de despedida: “Un día al cielo iré y la
contemplaré”.
[1] Cfr. Juan Eusebio Nieremberg, Aprecio
y estima de la Divina Gracia, Apostolado Mariano, Sevilla s. d., 168.
[2] Cfr. Nieremberg, ibidem, 168.
[3] Cfr. Nieremberg, ibidem, 169-170.
[4] 60, 15.
[5] Cfr. Nieremberg, ibidem, 170.
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