martes, 16 de abril de 2019

Hora Santa en acción de gracias porque en el incendio de Notre Dame se salvaron el Santísimo y la corona de espinas 160419



         Inicio: ofrecemos esta Hora Santa y el Santo Rosario meditado en acción de gracias porque en el incendio de la Catedral de Notre Dame de París, fueron puestos a salvos tanto el Santísimo Sacramento del altar, como una de las reliquias más preciosas de la cristiandad, parte de la corona de espinas de Nuestro Señor Jesucristo. Las noticias relativas a tan lamentable incendio como así la recuperación del Santísimo y de la corona de espinas, se encuentran en el siguiente enlace:´


         Canto inicial: “Tantum ergo, sacramentum”.

Oración inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

Inicio del rezo del Santo Rosario. Primer misterio (misterios a elección).

Meditación.

         Cuando alguien comulga en estado de gracia, recibe el Cuerpo de Cristo y esta Presencia del Cuerpo del Señor dura, según nos enseña la Iglesia, un cuarto de hora aproximadamente[1]. Ahora bien, junto al Cuerpo de Cristo, se da al alma el Espíritu Santo, aunque no para un cuarto de hora, ni para un día, sino para que permanezca siempre en el que está en gracia. No dejemos pasar esta gracia de valor infinito, pensando en cosas mundanas luego de comulgar, y haciendo acción de gracias por haber recibido el Cuerpo de Cristo, luego procuremos conservar la gracia y nunca perderla, para no perder la Presencia de tan digno e inmerecido huésped, el Espíritu Santo.

         Silencio para meditar.

Un Padre Nuestro, diez Ave Marías, un Gloria.

Segundo Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

         Cuando el Espíritu Santo se da al alma, se da para siempre[2], a menos que el alma cometa la necedad de cometer un pecado. El Espíritu de Dios se dona para estar en el alma, como en su templo, de modo perenne; el Espíritu de Dios no se corrompe, no se termina, no se arrepiente de entrar en un alma, aun cuando el alma haya estado en su vida de hombre viejo en las cosas del mundo; el Espíritu Santo es fiel, mientras el alma es fiel a la gracia, y debe retirarse del alma cuando no lo está, porque es incompatible su Divina Presencia con el pecado. El Espíritu Santo permanece siempre en el pecho del que lo recibe, comunicándole de su ardor de amor, y así hace hasta que el alma lo expulsa, neciamente, por el pecado, pero si el alma no comete pecado, el Espíritu Santo permanece en ese corazón, reposando en él, así como una dulce paloma blanca reposa en su suave nido.

         Silencio para meditar.

Un Padre Nuestro, diez Ave Marías, un Gloria.

Tercer Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

         El don el Espíritu Santo, que nos viene añadido y sin mérito alguno de nuestra parte, con el don del Cuerpo de Cristo, don del cual tampoco tenemos méritos para recibirlo, es motivo de acción de gracias perenne, continua, profunda, íntima, interior, espiritual, sin interrupción. Si Dios nos da no unos dones, sino al Dador de dones[3], es decir, si nos da su Amor, lo mejor que tiene de sí, ¿acaso no hemos de retribuirle nosotros, al menos ínfimamente, con nuestro mísero amor, el don que nos hace de su Espíritu Santo, con una vida santa? ¿No hemos de corresponder a esta dignación de su Amor, tratando de no solo no perder la gracia, sino de conservarla y acrecentarla, cada vez que nos sea posible?

         Silencio para meditar.

Un Padre Nuestro, diez Ave Marías, un Gloria.

Cuarto Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

         Puesto que el cristiano tiene en sí, por la Comunión Eucarística, a tan admirable y soberano huésped, debe, en consecuencia, adecuar su vida, sus pensamientos, su querer y su obrar a la santidad del Santo Espíritu de Dios[4]. Ya no basta con no hacer el mal; ya no basta con ser buenos; es necesario ser perfectos, como Dios nuestro Padre es perfecto y esto, por perfección, se entiende la santidad. Es necesario ser santos, para corresponder dignamente a tan alto huésped, el Espíritu Santo de Dios. Por esta razón, gran necedad cometería el cristiano que se dejara llevar por las apetencias de la carne, pues el que cosecha en la carne, obtendrá sólo pesar; en cambio, quien cosecha en el Espíritu, obtendrá el Espíritu Santo. El cristiano no puede nunca regirse por las leyes de la carne y de la sangre, sino que debe regirse por las leyes del Santo Espíritu de Dios y vivir como ángeles[5], aun siendo hombres. El Espíritu Santo no está ni estará ni estuvo nunca en hombres que se dejaron guiar por las apetencias de la carne: el Espíritu de Dios está en donde el hombre vive según el Espíritu y no según la carne, porque Él es Limpísimo y Purísimo y quiere por lo tanto gran limpieza y pureza de afectos, huyendo del alma que no los tiene.

          Silencio para meditar.

Un Padre Nuestro, diez Ave Marías, un Gloria.

Quinto Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

         La paloma, un animalito hermoso que es bondad y mansedumbre, es por estas razones figura del Espíritu Santo[6], que es todo vida divina y pureza divina y amor divino. Quien tiene la dicha de poseer en sí a la dulce paloma del Espíritu Santo, ha de vivir no una vida simplemente alejada del mal, ni meramente buena, sino una vida santa, pura, casta, limpia y espiritual. Ya el hombre viejo debe quedar atrás definitivamente, porque el Santo Espíritu de Dios no se aloja en corazones afectos a los apetitos carnales; antes bien, huye de ellos y se aleja cuanto puede. Quien tiene la dicha de poseer a la dulce paloma del Espíritu Santo, debe luchar contra su propia carne, de manera de vivir como ángeles, aun siendo hombres terrenos, pero que tienen su corazón y su espíritu puesto en las cosas del cielo. Quien tiene la dicha de poseer a la dulce paloma del Espíritu Santo debe huir de todo mal, de todo atisbo o sombra ligerísima de mal: debe huir de las inclinaciones de la carne, de las pasiones desordenadas, de los afectos que no conducen a Dios. Puesto que el Espíritu Santo es el Amor de Dios, quien le tiene, ha de ser, en consecuencia, todo amor, no carnal y pasional, sino amor de Dios[7].

         Oración final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

Canto final: “Plegaria a Nuestra Señora de los ángeles”.


[1] Cfr. Juan Eusebio Nieremberg, Aprecio y estima de la Divina Gracia, Apostolado Mariano, Sevilla s. d., 123.
[2] Cfr. Nieremberg, ibidem, 123.
[3] Cfr. Nieremberg, ibidem, 123.
[4] Cfr. Nieremberg, ibidem, 124.
[5] Cfr. ibidem.
[6] Cfr. Nieremberg, ibidem, 124.
[7] Cfr. ibidem.

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