sábado, 4 de agosto de 2018

Hora Santa en reparación por la apostasía 030818



Inicio: ofrecemos esta Hora Santa en reparación por los actos sacrílegos que implican la apostasía de los bautizados. La información pertinente a tan lamentable hecho se puede consultar en la siguiente dirección electrónica:


Canto inicial: “Alabado sea el Santísimo Sacramento del altar”.

Oración inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran ni te aman” (tres veces).

“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

Inicio del rezo del Santo Rosario (misterios a elección).

Primer Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

Cuando Jesús les dice a los judíos: “Yo Soy el Pan que da la vida eterna” (cfr. Jn 6, 44-51), les trae el recuerdo del portento realizado por Yahvéh en el desierto, el milagro del maná, el pan bajado del cielo, que los alimentó en su peregrinar por el desierto. Para los judíos el verdadero maná bajado del cielo, el pan bajado del cielo, que los había salvado de morir de inanición y les había permitido llegar a la Jerusalén terrena, era el maná que habían recibido en el desierto. Lo que hace Jesús es sacarlos de esta creencia errónea, porque el verdadero maná no es el del desierto, sino Él en Persona: “Yo Soy el Pan que da Vida eterna”. No solo es el verdadero Maná, sino que da algo que el maná no puede dar y es la Vida eterna: con respecto al maná del desierto, este solo puede calmar y saciar el hambre corporal y puede dar la vida de un modo metafórico, porque lo único que puede hacer es prolongar la vida terrena. En cambio, el Pan Vivo que baja del cielo no es un pan material, no es un pan que se cuece en los hornos de la tierra y con el fuego material, sino que se cuece en el Fuego del Espíritu Santo, el Amor de Dios y da una vida que no es la vida humana, terrena, sino la vida eterna. Jesús en la Eucaristía es el Pan que da la Vida eterna, que baja del cielo al altar eucarístico, para alimentar nuestras almas con la substancia misma de Dios Uno y Trino.

Un Padrenuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.

Segundo Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

Cuando los hebreos recibieron el maná del cielo, éste no solo les permitió no morir de inanición, sino que les permitió continuar por su travesía por el desierto, para llegar hasta la Ciudad Santa, la Jerusalén terrena. Al consumir ese pan, los hebreos experimentaron nuevas fuerzas, obtuvieron de ese alimento la energía necesaria para continuar su travesía y se gozaron en el comer el pan. El Pan de Vida eterna que da Jesús, la Eucaristía, no solo impide que el alma muera de inanición, sino que la colma con la vida misma de Dios y le da la fuerza divina que le permite peregrinar por el desierto de la vida y la historia humana hasta la Jerusalén celestial. Pero además, al comulgar, el alma se une a Jesús en Persona, el Verbo de Dios encarnado y en esta unión se apropia de Él, lo posee como algo suyo, de su propiedad y en esta posesión se goza y se alegra con una alegría sobrenatural. La Eucaristía permite al alma no solo saciar su hambre de Dios y su sed de Divino Amor, sino que le permite poseer a Dios Hijo en Persona y alegrarse y gozarse en esta posesión, con una alegría y un gozo que no son de este mundo.

Un Padrenuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.

Tercer Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

         Así como el corazón es el órgano vital por excelencia, puesto que de su bombeo de sangre depende la vida del organismo, así la Eucaristía es el corazón de la Iglesia, puesto que es la Fuente Increada de gracia por la cual el organismo místico que es la Iglesia recibe la vida divina. La Eucaristía es a la Iglesia lo que el corazón al cuerpo, es el corazón de la Iglesia y así como un cuerpo no puede subsistir sin corazón, así la Iglesia no puede subsistir sin la Eucaristía. Si alguien quitara el corazón a un hombre, éste sucumbiría inmediatamente; de la misma manera, si alguien quitara a la Iglesia la Eucaristía, por ejemplo, cambiando las palabras de la consagración, de manera que ya no hubiera el milagro de la transubstanciación, la Iglesia sucumbiría inmediatamente, porque se quedaría sin su Fuente de Vida divina. Así como el corazón, con su latir continuo, envía sangre y con la sangre los nutrientes y el oxígeno que mantienen con vida  los órganos del cuerpo, así también la Eucaristía, Corazón de la Iglesia, late continuamente y en cada latido envía la vida para los miembros de la Iglesia, que es la gracia santificante. Por último, así como el corazón es la sede del amor en el hombre, de manera que sus latidos reflejan su estado afectivo, así también la Eucaristía, con los latidos de amor del Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús, reflejan el Divino Amor que Dios experimenta por los hombres.

         Un Padrenuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.

Cuarto Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

         Siendo la Eucaristía la Persona misma del Verbo divino del Padre, encarnado y Presente con su humanidad glorificada y su divinidad glorificante, oculto en apariencia de pan, es por esto mismo el centro del universo, tanto material como espiritual, porque Cristo Dios es el Sol de justicia divina alrededor del cual giran las almas de los bienaventurados, así como los planetas giran alrededor del sol. Y del mismo modo a como un planeta, cuando está más cerca del sol, tanto más calor y luz recibe, y con el calor y la luz la vida, tal como sucede con la tierra, de la misma manera, un alma, cuanto más cerca está de Jesús Eucaristía, tanto más recibe de Jesús Eucaristía lo que Él es y tiene para dar: la luz divina, el calor del Divino Amor y la Vida divina que emanan de su Acto de ser divino como de su Fuente inagotable. La Eucaristía es así el centro del universo, tanto visible como invisible, de manera tal que con sus rayos divinos alcanza a todos los rincones de este universo, dando a las almas bienaventuradas la felicidad y la dicha eternas y a los hombres que peregrinan en la vida terrena, la gracia santificante que los conducirá al cielo, recibiendo también de estos rayos benéficos que parten de la Eucaristía las benditas almas del Purgatorio, que ven así aliviadas sus penas. La Eucaristía es el centro de la Iglesia Triunfante, de la Iglesia Militante y de la Iglesia Purgante y de ella reciben sus benéficos rayos de gracia santificante.

         Un Padrenuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.

Quinto Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

En el sermón de la Montaña, Jesús proclamas las Bienaventuranzas (cfr. Mt 5, 1-12), asegurando poseerá el Reino de los cielos quien las viva. Las Bienaventuranzas, necesarias para entrar en el Reino de los cielos, no son virtudes, aunque para vivirlas sean necesarias las virtudes y la felicidad definitiva y la posesión del Reino no consiste en la sola práctica heroica de las virtudes. En realidad, las Bienaventuranzas son modos de participar a la Pasión de Jesús, son maneras que el alma tiene para unirse a Jesús en su Pasión e imitarlo, puesto que Jesús es el Primer Bienaventurado. Él es el puro de corazón, el perseguido por el reino, etc., y son bienaventurados quienes participan, según su estado de vida, de las Bienaventuranzas de Jesús. Si Jesús es el Bienaventurado, la Eucaristía es la mayor de las Bienaventuranzas, porque Jesús es el Bienaventurado por antonomasia. Quien se une a Jesús, ya desde esta vida terrena, por medio de la Eucaristía, a Jesús, y participa de su Pasión, puede decirse que es ya un bienaventurado en esta tierra, ya antes de serlo en el cielo. La mayor Bienaventuranza, para un alma en esta vida, es la Eucaristía, por lo que la unión con Jesús Eucaristía es un anticipo, en la tierra y en el tiempo, de la eterna Bienaventuranza en el cielo.

Oración final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran ni te aman” (tres veces).

“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

Canto final: “Un día al cielo iré y la contemplaré”.

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