viernes, 8 de diciembre de 2017

Hora Santa en reparación por blasfemia contra la Cruz Bélgica 241117


"La vaca sagrada", blasfema "obra de arte",
emplazada en una iglesia no desacralizada de Bélgica.

         Inicio: ofrecemos esta Hora Santa y el rezo del Santo Rosario meditado en reparación por una gravísima profanación realizada en una iglesia en Bélgica: en la diócesis de Limburgo, colocaron una “obra de arte” de un “artista” de nombre Tom Kerck, titulada “La vaca sagrada”, la cual consiste en un enorme crucifijo en el cual está colgada una vaca, rodeada de un lago de leche. La blasfema obra, calificada como “imagen satánica y un insulto a Dios y al catolicismo” por parte del Katholiek Forum, y los pormenores de dicho acto sacrílego, pueden ser consultados en los siguientes enlaces:
Hacemos nuestro el pedido de los católicos belgas, quienes munidos de rosarios, clamaron por una reparación frente a este nuevo acto sacrílego: “Parad la blasfemia y el arte degenerado. Rezad por la rehabilitación”. Aunque según el “artista”, autor del engendro, “la obra no quiere ser un insulto al catolicismo, sino que hace referencia al despilfarro que se produce en nuestra sociedad”, resulta sumamente llamativo el que sea la religión católica la que sirva de “inspiración y material” para “performances” que nada tienen de artístico y sí mucho de blasfemo. Pedimos por la conversión de los que pergeñaron el sacrilegio, así como la conversión propia, de nuestros seres queridos y del mundo entero.

         Oración inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón, por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

Canto inicial: “Cantemos al Amor de los amores”.

Inicio del rezo del Santo Rosario (misterios a elección). Primer Misterio.

Meditación.

         Aunque la Cruz es el símbolo que representa la muerte[1], sin embargo, es vida y vida eterna, y la razón es que Aquel que cuelga del madero no es un hombre más, entre tantos; ni siquiera es el más santo entre los santos: el que cuelga del madero es el Hombre-Dios, es Dios hecho hombre sin dejar de ser Dios y por lo tanto, es en la Cruz el Vencedor Victorioso de la muerte, porque Él es, en cuanto Dios, la Vida eterna e Increada en sí misma. Es por esto que la Iglesia celebra la “victoria de la Cruz”, porque en la Cruz la muerte –junto al pecado y al demonio- ha sido vencida para siempre por el Hombre-Dios, quien muriendo en su naturaleza humana, abrió la fuente de la Vida eterna, su naturaleza divina, para todos los hombres. La comunicación de la Vida eterna al alma se lleva a cabo por medio de la Sangre del Cordero, inmolado y crucificado, Sangre que se transmite, por los siglos, por medio del Santo Sacrificio del Altar y por la gracia sacramental. La Iglesia, contemplando la Cruz, no canta a la muerte, sino a la vida, pero no a una vida como la que poseemos ahora, sino a la Vida eterna que del Crucificado brota para las almas: “Nosotros debemos gloriarnos en la Cruz de Nuestro Señor Jesucristo. En Él están nuestra salvación, nuestra vida y nuestra resurrección. En Él hemos sido salvados y liberados”[2].

         Silencio para meditar.

Padrenuestro, diez Ave Marías, Gloria.

Segundo Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

         La muerte en el patíbulo de la cruz es el símbolo supremo de la extinción del hombre, imagen del ajusticiado que está bajo la ira de Dios: “Maldito todo aquel que cuelga del madero” (Gál 3, 13) y en el Antiguo Testamento: “El ahorcado es maldición de Dios” (Dt 21, 23), y sin embargo, el Hijo eterno del Padre, Dios Hijo encarnado, tomó sobre sí esta maldición que pesaba sobre toda la humanidad[3], para borrarla al precio de su Sangre Preciosísima, para no solo quitar de nosotros la maldición, sino para colmarnos, por su muerte en cruz, “de toda clase de gracias y bendiciones” (cfr. Ef 1, 3). Estas “gracias y bendiciones”, obtenidas por Cristo en la Cruz, van más allá de todo lo que podemos desear, imaginar o pedir, porque lo que se nos da con la Sangre del Cordero, derramada en la Cruz, no es otra cosa que el Amor de Dios, es decir, el Espíritu Santo, la Tercera Persona de la Santísima Trinidad. Jesús toma sobre sí la maldición que pesa sobre la humanidad desde Adán y Eva, “para que la bendición de Abraham se extendiese sobre las gentes en Jesucristo y por la fe recibamos la promesa del Espíritu” (Gál 3, 14). Es decir, por Jesucristo, por su misterio pascual de Muerte y Resurrección, recibimos “la promesa del Espíritu”, y el Espíritu es una Persona, la Persona Tercera de la Trinidad, el Divino Amor, que se derrama sobre las almas por medio de la Sangre que brota del Corazón traspasado del Redentor.

         Silencio para meditar.

Padrenuestro, diez Ave Marías, Gloria.

Tercer Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

En la cruz, Jesús toma sobre sí la maldición que pesaba sobre los hombres, no solo para borrarla con su Sangre, sino para colmarnos con una bendición que supera toda capacidad de raciocinio e imaginación, tanto del hombre como del ángel, y que asombra al hombre y al ángel por toda la eternidad, porque lo que nos dona Jesús, desde la Cruz, es el Amor del Padre y el Hijo, el Espíritu Santo. La muerte en cruz de Jesús se convierte, por lo tanto, para los hombres, en fuente de vida, pero no de una vida humana, terrena, tal como la que poseemos por naturaleza y se despliega en el tiempo[4]. La muerte de Jesús en la cruz nos obtiene una vida que es eterna, porque es la vida misma de Dios, porque el Espíritu que se nos infunde con la Sangre que brota de sus heridas, es Espíritu Dador de Vida, la Vida divina, la Vida que brota del Ser trinitario de Dios. La Cruz de Cristo, Cristo en la Cruz, Cristo crucificado, se convierte, de instrumento de tortura y de muerte creado por los hombres, en instrumento de gozo y de vida eterna, porque con su Omnipotencia, su Sabiduría y su Amor divinos, Dios convierte la muerte en Vida y el castigo en Misericordia. En la Cruz, Dios invierte los significados: de instrumento de muerte, en fuente de Vida eterna; de lugar de ignominia, en Trono Sacratísimo del Redentor; de lugar de maldición por estar el hombre sujeto a la ira de la Divina Justicia –“Maldito el que cuelga del madero”- en lugar de bendición y Misericordia Divina para el alma que a la Cruz se abraza con fe, con piedad y con amor.

Silencio para meditar.

Padrenuestro, diez Ave Marías, Gloria.

Cuarto Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

         Aunque la cruz, invento de los hombres para torturar, humillar y matar, es sinónimo de ignominia y de muerte, Dios la convierte, por su omnipotencia, en Fuente de vida y de vida eterna, porque Aquel que cuelga del madero no es un hombre más entre tantos; no es un profeta; no es, ni mucho menos, un revolucionario; no es, ni siquiera el más santo entre los santos: es Dios Hijo en Persona, Dios Tres veces Santo, el Dios Eterno e Inmortal; es el Dios cuyo Acto de Ser divino es Perfectísimo, y del cual brota la Vida eterna como un manantial inagotable. El que cuelga del madero es el Dios “que Era, que Es y que vendrá” (Ap 1, 8; 4, 8); es el Dios que vino en Belén, oculta su divinidad en nuestra naturaleza humana; es el Dios que viene en cada Eucaristía, oculta su gloria en la apariencia de pan; es el Dios que ha de venir al Fin del mundo, en el Día del Juicio Final, en el esplendor de su gloria y majestad, para dar a los buenos el Cielo y a los malos el Infierno. El que cuelga del madero es Dios Hijo encarnado en el seno virgen de María por obra del Espíritu Santo, nacido en el tiempo de María Santísima, que padeció en la Cruz para salvarnos, que se quedó en la Eucaristía para darnos la Vida eterna, y que vendrá a juzgar a vivos y muertos. La cruz es símbolo de muerte, pero Dios, con su omnipotencia, la convierte en signo de vida y de Vida eterna, porque el que cuelga del madero es Él mismo, Dios omnipotente, el “Yo Soy” Eterno; el Dios que “estaba muerto –en su humanidad- pero ahora vive por los siglos, por la eternidad, con su humanidad gloriosa y resucitada unida a su divinidad”; el que cuelga del madero es “el primero y el último, el Viviente, que estuvo muerto tres días en el sepulcro, pero ahora vive por los siglos sin fin y tiene en sus manos las llaves de la vida y de la muerte y del Infierno” (cfr. Ap 1, 17), y nos da su Vida eterna por medio de la Sangre y el Agua que brotan de su Corazón traspasado, en cada Eucaristía.

         Silencio para meditar.

Padrenuestro, diez Ave Marías, Gloria.

Quinto Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

         Si el que cuelga del madero es Dios Hijo, entonces está claro cuál es el Único Camino al Cielo: Jesús crucificado, pues Él dijo: “Yo Soy el Camino, la Verdad y la Vida, nadie va al Padre si no por Mí” (Jn 6, 14). Para nosotros, que somos “nada más pecado” y cuya vida está signada por la muerte, no hay otro nombre en el que sea dada la salvación ni por el que se vaya a algo que es infinitamente más hermoso que los infinitos cielos hermosos, el seno de Dios Padre, que no sea Jesús crucificado. Jesús en la Cruz es el Único y Verdadero Árbol de la Vida, en donde nosotros, pobres pecadores y sometidos al imperio de la muerte, encontramos la Divina Misericordia, que perdona nuestros pecados y encontramos además la Vida eterna de Dios, que se nos concede con el Agua y la Sangre que brotan del Corazón traspasado del Cordero, y que se nos administra en cada comunión eucarística. La fuente de la vida eterna, el Camino para ir al Padre, están entonces, para nosotros, a los pies de Jesús crucificado y a los pies del sagrario. “¡Oh Jesús, Hombre-Dios, que diste tu Vida por mí en la Cruz, y que me concedes tu Amor Eterno en cada Eucaristía, me postro ante la Cruz y ante el Sagrario, y por manos de María Santísima, tu Madre y Madre nuestra amantísima, te ofrezco la nada de mi ser, para que borres con tu Sangre todo lo que no es de tu agrado, me concedas participar de tu Pasión en esta vida y me conduzcas al Reino de los cielos en la vida eterna! Amén”. 

         Oración final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón, por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente, y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

Canto final: “Junto a la Cruz de su Hijo”.



[1] Cfr. Odo Casel, Misterio de la Cruz, Ediciones Guadarrama, Madrid 1964, 233.
[2] Introito de la Fiesta de la Santa Cruz.
[3] Cfr. Casel, ibidem.
[4] Cfr. Casel, ibídem, 235.

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