martes, 21 de noviembre de 2017

La Adoración Eucarística, un anticipo en la tierra de la felicidad eterna del Cielo



(Homilía en ocasión del quinto aniversario del Oratorio de Adoración Eucarística Perpetua "Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús, de Villa Alberdi, Tucumán)

         Cuando los católicos nos referimos a la Eucaristía, tenemos tendencia a hablar de la misma como si fuera “algo”; es decir, tenemos tendencia a reducirla a “una cosa”. Por supuesto, algo sagrado, una cosa sagrado, pero no deja de ser algo o una cosa. Nos dejamos llevar más por los sentidos, que por lo que nuestra Fe católica nos enseña. Los sentidos nos dicen que la Eucaristía es un poco de pan sin levadura, de forma circular, que ha sido bendecido en una ceremonia religiosa y que por eso merece un trato especial. Por lo general, nos quedamos con esta idea. Y mucho más, cuando comulgamos distraída o mecánicamente: el sentido del gusto nos confirma lo que –erróneamente- hemos deducido por el sentido de la vista: la Eucaristía sabe a pan sin levadura, tiene el gusto de pan sin levadura. Para colmo de males, acostumbrados como estamos en esta sociedad hedonista, la Comunión Eucarística no sabe a manjar, ni mucho menos. Tiene el sabor de un poco de pan sin levadura, sin sal, desabrida. Y cuando el sacerdote manipula la Hostia consagrada, también recibe la misma sensación de parte de su sentido táctil: la Eucaristía, al ser tocada por las manos consagradas del sacerdote, tiene la textura de un poco de pan sin levadura.
         Este hecho, el dejarnos llevar por lo que vemos y sentimos y por lo que nuestra débil razón humana nos dice, contribuye a que le demos a la Eucaristía la característica de “algo” y contribuye también a que miles de católicos, literalmente, abandonen la Comunión Eucarística y ni se les ocurra siquiera hacer Adoración Eucarística.
         Otro modo de aproximación que tenemos los católicos, hacia la Eucaristía, además del de los sentidos, es el existencial o emocional: es decir, nos acercamos a la Eucaristía porque “no nos queda otro camino”, o porque “necesito ayuda”, o porque “tengo que salir de este problema”. En este caso, la Eucaristía se nos presenta como “algo” que da solución –más tarde o más temprano, según los casos- a un problema existencial, afectivo, emocional, financiero, etc.
         El enfoque de los sentidos y el enfoque emocional y existencial de la Eucaristía coinciden en una cosa: ambos ven a la Eucaristía como “algo”, “algo” que está ahí, “algo” que puede solucionar el problema real o imaginario que me aqueja.

         La cosa cambia radicalmente cuando dejamos de contemplar la Eucaristía con nuestros sentidos y con el limitado alcance de la razón, y cuando la dejamos de contemplar como un mero medio para alcanzar un fin, que es la solución a los problemas, y comenzamos a contemplarla con los ojos, no del cuerpo, sino del alma, y con la luz, no eléctrica, sino la luz de la Fe. Cuando esto hacemos, vemos la Eucaristía con todo el esplendor de su maravillosa e inimaginable realidad; cuando contemplamos la Eucaristía con los ojos de la Fe católica, que es la Fe del Credo, la Fe de los Apóstoles, la Fe de la Iglesia de dos mil años, la Fe que se inicia con la Encarnación del Verbo, con la Última Cena y con el Sacrificio en Cruz de Jesús, el alma solo puede caer postrada de rodillas ante aquello que jamás habría osado siquiera imaginar: vista con la luz de la Fe, la Eucaristía NO ES pan, aunque parece serlo por el gusto y por los sentidos; la Eucaristía NO ES un medio en el que busco la solución de mis problemas; la Eucaristía NO ES una “cosa”; la Eucaristía es “ALGUIEN” y un “alguien” de quien jamás podríamos siquiera imaginar que estuviera Presente, tal como lo está en el Cielo, rodeado de ángeles y santos que se postran en su adoración. Vista con la luz de la Fe, la Eucaristía es Jesús de Nazareth, el Hijo eterno del Padre, que fue concebido por obra del Espíritu Santo en el seno virgen de María, que murió en la cruz para salvarnos y conducirnos al Cielo. Vista con la luz de la Fe, la Eucaristía es un misterio inefable del Amor de Dios, porque es el mismo Dios, en la Persona del Hijo, que está oculto en apariencia de pan, para brindarnos su Amor, para mendigar nuestro pobre y mísero amor. Vista con la luz de la Fe, la Eucaristía es el Cordero de Dios, que con la luz de su divinidad alumbra la Jerusalén celestial y que viene a nuestras vidas para iluminar, con su gracia, las tinieblas y sombras de muerte en las que vivimos inmersos y no nos damos cuenta. Con la luz de la Fe, la Eucaristía es “Alguien”, es Dios Hijo, que viene a nuestras vidas, en apariencia de pan, para algo muchísimo más grande que solucionar nuestros problemas, del orden que sea: viene para darnos su Amor, el Amor de su Sagrado Corazón Eucarístico. Y esto es un motivo para adorar la Eucaristía todo el día, todos los días que nos quedan de la vida terrena, para luego continuar adorando al Cordero, en el Reino de los cielos, por toda la eternidad.

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