martes, 4 de noviembre de 2014

Hora Santa y rezo del Santo Rosario meditado en Adoración a las Cinco Llagas de Jesús


         Inicio: ofrecemos esta Hora Santa y el rezo del Santo Rosario meditado en adoración a las Cinco Llagas de Jesús en la cruz.

         Canto inicial: “Sagrado Corazón, eterna alianza”.

         Oración inicial: dirigimos a Jesús, nuestro Dios, Presente en Persona en el Santísimo Sacramento del altar, las oraciones que el Ángel de la Paz les enseñara a los Pastorcitos en Fátima: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón, por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

         “Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente, y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

         Enunciación del Primer Misterio del Santo Rosario (Misterios a elegir):

         Meditación

Jesús, adoramos las Llagas de tu Cabeza coronada de espinas. Fueron los soldados romanos los que tejieron la corona formada por gruesas, duras, grandes y filosas espinas, las cuales horadaron, perforaron y desgarraron tu cuero cabelludo, provocándote dolores agudísimos, lancinantes, inenarrables, a la par que hacían brotar ríos inagotables de tu Sangre Preciosísima, Sangre que corría a raudales y desde de tu Sagrada Cabeza se derramaba sobre tu Santa Faz, bañando tus ojos, tus oídos, tu nariz, tu boca, tus mejillas, tu boca, y de tu Santa Faz caía, como sagrada cascada, hacia tu Pecho, como anticipando la herida que abría de abrirse instantes más tarde en tu Sagrado Corazón. Jesús, las heridas de tu Sagrada Cabeza, producto del desgarro y la laceración provocadas a tu cuero cabelludo por las gruesas y filosas espinas de la corona tejida por los soldados romanos, es la consecuencia directa de nuestros pecados, sobre todo los pecados de pensamiento, porque todos nuestros malos pensamientos, de cualquier orden que sean –ira, venganza, avaricia, lujuria, pereza, gula, odio-, si a nosotros no nos producen nada, o nos producen placer de concupiscencia, en Ti se materializan en esas gruesas y filosísimas espinas que te provocan esos acerbos dolores, dolores que se repiten una y otra vez, tantas veces, cuantas veces son consentidos y cometidos por nosotros los pecados de pensamiento. Tú te dejaste coronar de espinas, interponiéndote entre la Divina Justicia y nosotros, para que la Ira Divina, justamente encendida a causa de nuestros malos pensamientos, no se descargara sobre nosotros, y en vez de descargarse sobre nosotros, la Ira Divina se descargó sobre Ti, recibiendo Tú el castigo que nosotros merecíamos por nuestras iniquidades. Y aun así, ¡oh Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús, colmado de amargura por nuestras maldades!, insistimos, una y otra vez, en ofenderte con nuestros malos pensamientos, sin siquiera osar combatirlos, mostrándonos de esta manera infinitamente más crueles que los más crueles de los soldados romanos, porque mientras ellos te colocaron la corona de espinas por única vez, nosotros lo hacemos varias veces al día, cada vez que pecamos de pensamiento. ¡Oh Madre de los Dolores, míranos ante tu Hijo Jesús, concédenos la gracia de la contrición perfecta del corazón, y cuando tengamos la tentación de consentir a los malos pensamientos, alcánzanos los pensamientos santos y puros que tiene tu Hijo Jesús, coronado de espinas! ¡Te lo pedimos, oh Virgen Santa y Pura, Madre de Dios y Madre Nuestra, por los dolores que sufriste al pie de la cruz! Amén.



         Silencio para meditar.

         Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Gloria.

Enunciación del Segundo Misterio del Santo Rosario (Misterios a elegir):

         Meditación

Jesús, adoramos la Llaga de tu mano izquierda, taladrada por un grueso clavo de hierro. El clavo de hierro, martillado sin piedad por los soldados romanos, perforó tu Santísima Mano, provocándote acerbos dolores y haciendo derramar ríos de tu roja y Preciosísima Sangre. Jesús, con tus manos purísimas creaste el Universo para nosotros, y todo lo creaste con sumo Amor, Perfección y Bondad, para que usáramos la Creación para nuestro provecho y beneficio y para que disfrutáramos y gozáramos de tu magnificiencia, pero nosotros, enceguecidos por la avaricia, usamos nuestras manos para el mal, y es así que nos comportamos con la Creación como depredadores que todo lo arrasan a su paso, convirtiendo la tierra, del vergel original en el que fue creada, en un páramo desolado, árido, seco y privado de toda riqueza y belleza. Pero además de destruir la Creación por avidez de dinero, oh Jesús, lo más grave de todo, es que usamos nuestras manos, las que Tú nos diste, para que las tendiéramos en auxilio de nuestros prójimos, para levantarlas para herir y dañar a nuestros hermanos, sin importar su edad, su condición social, su raza. En vez de tender nuestras manos para obrar la misericordia y  para cuidar el mundo que Tú, oh Dios Tres veces bendito, hiciste para nosotros, las utilizamos para obrar toda clase de mal, para destruir el planeta, para quitar la vida a nuestros prójimos, por medio del aborto, la eutanasia, las guerras injustas, los asesinatos, los suicidios, los genocidios, las matanzas y los crímenes contra el hermano de toda clase. ¡Oh Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús, triturado de dolor en la cruz por nuestras iniquidades! Jesús, por el dolor que sufriste en tu Mano izquierda, y por la Sangre que derramaste, perdona nuestros pecados de violencia de toda clase, cometidos contra el prójimo, y haz que tu Madre, María Santísima, nos conceda la gracia de poseer un corazón manso y humilde como el tuyo. Amén.

Silencio para meditar.

         Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Gloria.

Enunciación del Tercer Misterio del Santo Rosario (Misterios a elegir):

         Meditación

Jesús, adoramos la Llaga de tu mano derecha, taladrada por un grueso clavo de hierro. El clavo de hierro, martillado sin piedad por los soldados romanos, perforó tu Santísima Mano, provocándote agudísimos dolores y haciendo brotar ríos de tu Preciosísima Sangre. Jesús, Tú nos creaste a imagen y semejanza de Dios, y cuando Te encarnaste, te hiciste Tú a imagen y semejanza nuestra. ¡Oh misterio inefable del Divino Amor! ¡El Creador se hace semejante a la creatura! Y al encarnarte te hiciste semejante a nosotros, adquiriste manos como nosotros, para enseñarnos que debíamos usar nuestras manos para elevarlas en plegarias de adoración, de alabanzas, de acción de gracias y de petición, al Dios Único y Verdadero, al Dios Uno y Trino, a Ti, Dios Hijo, a Dios Padre y a Dios Espíritu Santo. Sin embargo, nosotros, los hombres, enceguecidos nuestros corazones para el Bien y entenebrecidas nuestras mentes para la Verdad, nos alejamos de Ti, oh excelsa y Santísima Trinidad, para postrarnos ante ídolos mudos, inertes, sordos y ciegos, haciendo realidad tu queja en la Escritura: “Me abandonaron a Mí, fuente de agua viva, para cavarse cisternas agrietadas, que no retienen el agua” (Jer 2, 13). ¡Oh misterio de iniquidad, que nos hace alejarnos de Ti, que te nos donas en el Altar Eucarístico, Domingo a Domingo, con tu Cuerpo, tu Sangre, tu Alma, tu Divinidad, el Amor inagotable de tu Sagrado Corazón Eucarístico, descendiendo del cielo como el Verdadero Maná del cielo, el Pan Vivo bajado del cielo, que nos alimenta con la Vida eterna del Dios Uno y Trino y nos concede las delicias de la Trinidad Beatísima! ¡Oh misterio de iniquidad, que nos hace abandonar al Dios de los altares, que baja del cielo en cada Santa Misa, por las palabras de la consagración pronunciadas por el sacerdote ministerial, palabras que producen el milagro de la Transubstanciación, milagro que asombra a los ángeles en el cielo, pero que a los hombres los deja indiferentes, al punto de dejar al Pan de Vida eterna abandonado en el altar, porque corren a postrarse ante los ídolos del mundo, el dinero, las diversiones, los pasatiempos y cuantos ídolos mundanos sea el hombre capaz de inventar. Jesús, Tú te dejaste perforar tu Mano derecha, para reparar nuestros pecados de idolatrías; Te pedimos, por el dolor que te produjo y la Sangre que derramaste, haz que Tu Madre amantísima, la Virgen María, Nuestra Señora de los Dolores, que es también Nuestra Madre, interceda por nosotros para que recibamos la gracia de que nuestros corazones se vean inflamados de ardoroso amor por el Carbón Incandescente que es la Sagrada Eucaristía y dejemos, de una vez y para siempre, de postrarnos ante los ídolos del mundo, para venir a postrarnos de rodillas ante tu Presencia sacramental. Amén.

Silencio para meditar.

         Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Gloria.

Enunciación del Cuarto Misterio del Santo Rosario (Misterios a elegir):

         Meditación

Jesús, adoramos las heridas de tus pies traspasados por un grueso y frío clavo de hierro. Jesús, Te dejaste traspasar tus pies, los mismos pies con los que habías caminado por los senderos de Palestina para predicar el Evangelio de la Caridad y del Perdón de Dios; Jesús, te dejaste traspasar tus pies por un agudo y duro clavo de hierro, los mismos pies con los que caminaste para llegar a los lugares en donde yacían enfermos y endemoniados, afligidos y agobiados, y a todos curaste con la omnipotencia de tu poder y con la bondad infinita de tu Sagrado Corazón y a todos diste “Palabras de Vida eterna”, para manifestarnos que eres el “Dios con nosotros”, que ha venido a nuestro mundo, sumergido en las tinieblas del error, del mal, del pecado y de la ignorancia, para liberarnos con la luz de tu gracia, de tu Verdad y de tu Amor; Jesús, te dejaste traspasar tus pies por un agudo y frío clavo de hierro, los mismos pies con los cuales caminaste sobre las aguas, para calmar la tormenta y para auxiliar a Pedro que se hundía en el mar por su falta de fe, enseñándonos que eres Dios y que nada malo habrá de pasarnos porque Tú gobiernas la Barca de la Iglesia; Jesús, te dejaste traspasar los pies por un grueso y frío clavo de hierro, que te provocó un intenso y agudo dolor e hizo brotar abundante Sangre; Jesús, te dejaste traspasar los pies, por un agudo y durísimo clavo de hierro, los mismos pies con los cuales te dirigiste, decididamente, a Jerusalén, a recibir el Juicio Inicuo, juicio en el que serías condenado a muerte por nuestra salvación; el Juicio en el que darías tu Sacratísima Vida por nuestras vidas; te dejaste traspasar los pies, los mismos pies, con los cuales te dirigiste, una vez conocida la sentencia de muerte, a tomar el leño de la cruz, la cruz que habrías de santificar con tu Humanidad Santísima y con tu Sangre Preciosísima, la Cruz que habrías de llevar sobre tus hombros, cargando todos nuestros pecados, para lavarlos y quitarlos para siempre con tu Preciosísima Sangre, al precio altísimo del sacrificio de tu vida en el Santo Sacrificio del Calvario, porque Tú eres el Cordero de Dios que quita los pecados del mundo. Por estas muestras de tu infinito e inagotable Amor, te suplicamos perdón y reparamos, oh Jesús, por todas las veces que dirigimos nuestros pasos para alejarnos de Tu Presencia Sacramental y para dirigirnos hacia el pecado, y en reparación, oh, Jesús, besamos y adoramos las heridas de tus Sagrados Pies, y por el dolor que en ellos sufriste y por la Sangre que en ellos derramaste, Te suplicamos que hagas que tu Santa Madre nos conceda la gracia de encaminar siempre nuestros pasos hacia tu Presencia Sacramental: el Sagrario, el Altar Eucarístico, la Santa Misa, para que adorándote en la Hostia Consagrada en la tierra, continuemos adorándote, cara a cara, contemplando tu Santa Faz en la eternidad por los siglos sin fin, en el Reino de los cielos. Amén.



Silencio para meditar.

         Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Gloria.

Enunciación del Quinto Misterio del Santo Rosario (Misterios a elegir):

         Meditación

Jesús, adoramos la herida de tu Costado abierto, la herida de tu Sagrado Corazón traspasado. Después de haber expirado, tu Sagrado Corazón fue traspasado por el duro y frío acero de la lanza de Longinos, el soldado romano. Tu Madre, María Santísima, sintió que era su Inmaculado Corazón el que era atravesado por la lanza, y fue en ese momento en el que llegó a su culmen la profecía de Simeón: “Una espada de dolor atravesará tu Corazón” (Lc 2, 35). La Virgen, unida a Ti por el Amor, sufrió en su espíritu tus mismos dolores de la Pasión, por lo que Ella es, en Ti y por Ti, nuestra Madre y Corredentora. La fría lanza de acero que atravesó tu Sagrado Corazón, atravesando al mismo tiempo de dolor el Corazón Inmaculado de María Santísima, si por un lado demostraba y ponía de manifiesto, de parte del hombre y del Ángel caído, el odio deicida contra el Hombre-Dios, que no se agotaba ni siquiera estando ya Jesús muerto -porque aun estando muerto en la cruz seguían, el hombre y el Ángel caído, descargando su odio deicida contra Él, descargando el golpe de la lanza contra su Corazón, de manera tal de asegurarse de su muerte-, de parte de Dios, por el contrario, la fría lanza de acero que traspasó el Costado y el Corazón de Jesús en la cruz, manifestaba su infinita, inagotable, inabarcable e incomprensible Misericordia Divina, porque al golpe de la lanza, al instante brotó “Sangre y Agua” (cfr. Jn 19, 34) y con la Sangre y Agua que brotaron del Sagrado Corazón traspasado de Jesús, se derramó sobre el mundo la insondable Misericordia Divina. Entonces, si el lanzazo que traspasó el Sagrado Corazón manifestaba, de parte de los hombres y del Ángel caído, el odio deicida, que no descansaba ni siquiera viendo ya muerto al Hombre-Dios en la cruz, de parte de Dios, por el contrario, el lanzazo manifestaba su Amor inagotable, su Misericordia insondable, su Bondad infinita, su Ternura inacabable, su Perdón universal a todas las almas que se acerquen a la cruz y de rodillas, pidan y quieran recibir la Sangre del Cordero que lava los pecados del alma, Sangre que santifica el corazón con la inhabitación del Espíritu Santo y convierte al pecador en hijo de Dios que en Cristo es conducido, en el Amor de Dios, al seno eterno del Padre.

Meditación final

Jesús, debemos ya retirarnos, pero deseamos quedarnos ante tu Presencia Sacramental, adorándote día y noche; para ello, dejamos nuestros corazones en manos de María Santísima, Nuestra Señora de la Eucaristía, para que Ella los custodie y no permita que nada, ni las concupiscencias de la carne, ni las tentaciones del Maligno Enemigo, ni las seducciones del mundo, se interpongan entre tu Amor y nuestros corazones, para que nuestros corazones estén permanentemente irradiados por los rayos de tu infinito Amor que brotan de tu Sagrado Corazón Eucarístico. Así custodiados por la Virgen, viviremos cada día que nos queda por vivir en este duro peregrinar terreno, por el desierto de la vida, hacia la Jerusalén celestial, en donde nos esperas Tú, oh Cordero Inmaculado, y al llegar a la Jerusalén celestial, por tu Misericordia, te alabaremos y adoraremos, junto con nuestros seres queridos, y con todos los ángeles y santos del cielo, por eternidades de eternidades. Amén.

         Oración final: dirigimos a Jesús, nuestro Dios, Presente en Persona en el Santísimo Sacramento del altar, las oraciones que el Ángel de la Paz les enseñara a los Pastorcitos en Fátima: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón, por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

         “Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente, y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

         Canto final: “Plegaria a Nuestra Señora de los Ángeles”.



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