jueves, 18 de septiembre de 2014

Hora Santa y rezo del Rosario meditado en honor a la Santa Misa y en reparación por la misa negra satánica a celebrarse en Oklahoma


         Inicio: iniciamos esta Hora Santa y rezo del Rosario meditado en honor a la Santa Misa y en reparación por la misa negra satánica a celebrarse en Oklahoma, EE.UU., el próximo 21 de septiembre de 2014, y también en reparación por todos los "ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales son ofendidos los Sacratísimos Corazones de Jesús y de María".
              Nos unimos así a los actos de reparación de la Iglesia de Oklahoma y en otras partes del mundo, que deseen reparar este horrendo crimen contra Nuestro Señor Jesucristo, Presente con su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad en la Eucaristía. Una Misa Negra no es expresión de "libertad religiosa", sino un atentado directo contra una confesión religiosa, en este caso, contra la Iglesia Católica. Proponemos esta Hora Santa con el rezo del Rosario meditado en reparación por tan cruel y sacrílego acto; pediremos también por la conversión de nuestros prójimos, aquellos que están decididos a llevar a cabo este incalificable evento, para que Nuestro Señor Jesucristo, por intercesión de María Santísima, Medianera de todas las gracias, les conceda la gracia de la contrición del corazón, e invitamos a todos los bautizados a esta Hora Santa, en horario que les sea conveniente.

         Canto inicial: “Sagrado Corazón, Eterna Alianza”.

         Oración inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo, te pido perdón, por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

         “Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente, y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismos es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón, y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

         Enunciación del Primer Misterio (a elegir) del Santo Rosario (…)

Meditación

         La Santa Misa es la obra de la Santísima Trinidad que supera en grandiosidad y majestuosidad a todas las obras grandiosas y majestuosas de esta misma augustísima Trinidad; la Santa Misa es la renovación incruenta, sacramental, del Santo Sacrificio del Calvario y por eso su nombre principal es el de Santo Sacrificio del Altar; en la Santa Misa, el Hombre-Dios Jesucristo realiza su oblación, de modo actual, sobre el altar eucarístico, cada vez que se pronuncian las palabras de la consagración, al producirse la transubstanciación del pan y del vino en su Cuerpo, su Sangre, su Alma y su Divinidad, de manera tal que las substancias del pan y del vino dejan de ser tales, para pasar a ser la substancia del Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo. Este milagro, el de la transubstanciación, trae a nuestro "hoy", a nuestra existencia, al Rey de los cielos, para que nosotros, como Iglesia Peregrina, lo adoremos en el altar eucarístico, uniéndonos así a la adoración que le tributa la Iglesia Triunfante en los cielos, y por este motivo, la obra de la Santa Misa supera a la obra de la Creación del Universo visible e invisible y ninguna obra se le puede comparar, y es tan grande admirable, que si Dios Trino quisiera hacer una obra más grande y hermosa que la Santa Misa, empleando a fondo toda su Divina Sabiduría y todo su Infinito Amor, no lo podría hacer, y todo esta obra maravillosa, fruto de su Amor Eterno por nosotros, nos lo entrega en cada comunión eucarística, para nuestro gozo y alegría, sin ningún mérito de nuestra parte, solo por pura gratuidad y Amor de parte suya. Por este don de tu Sagrado Corazón, te damos gracias, oh Hombre-Dios Jesucristo, y en acción de gracias, te ofrecemos a Ti mismo en la Eucaristía, y al Inmaculado Corazón de María, con todos los actos de amor hacia Ti en él contenidos, y al mismo tiempo, te pedimos perdón y reparamos por todos aquellos hermanos nuestros que, cegados por Satanás, realizan blasfemas y sacrílegas misas negras; te pedimos, oh Jesús, por tu infinita Misericordia, y por la intercesión y los dolores del Inmaculado Corazón de María, tu amadísima Madre, que no les tengas en cuenta este horrible pecado, que clama venganza al cielo, y les concedas en cambio, a ellos y a nosotros, el don de la contrición perfecta del corazón, para que algún día gocemos de la contemplación de tu Rostro en el Reino de los cielos. Amén.     


Silencio para meditar.

         Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Gloria



         Enunciación del Segundo  Misterio del Santo Rosario (…)

         Meditación

La Santa Misa es memorial de la Pasión, porque actualiza, por medio de la acción sacramental y del misterio litúrgico, la Pasión, Muerte y Resurrección de Nuestro Señor Jesucristo, de manera tal que quienes asistimos a la Santa Misa, asistimos a la renovación incruenta y sacramental del único sacrificio en cruz de Nuestro Señor, realizado hace dos mil años en el Calvario. Por la Santa Misa, memorial de la Pasión, la Iglesia “hace memoria” del Sacrificio de Cristo, pero no se trata de un mero recuerdo psicológico; tampoco se trata de la repetición de un hecho histórico; se trata de un hecho infinitamente más grandioso, que supera cuanto la mente humana y angélica pueden siquiera elaborar; por la Santa Misa, la Iglesia, Esposa Mística del Cordero de Dios, hace “Memoria Litúrgica” del sacrificio en cruz del Salvador, lo cual quiere decir que, por medio del Espíritu Santo, que actúa por medio de las palabras y los gestos del sacerdote que preside la asamblea litúrgica, en nombre de Cristo (in persona Christi) y a través de la liturgia eucarística, se actualiza todo el misterio pascual salvífico de Jesús, el Hombre-Dios, haciendo misteriosamente presente y actual el sacrificio de la cruz sobre el altar eucarístico, para que los hombres de todos los tiempos, tengamos acceso a los frutos de la Redención obtenidos por Jesucristo, y así seamos capaces de acceder a la Fuente de la Misericordia Divina, el Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús. Por este don de tu Sagrado Corazón, te damos gracias, oh Hombre-Dios Jesucristo, y en acción de gracias, te ofrecemos a Ti mismo en la Eucaristía, y al Inmaculado Corazón de María, con todos los actos de amor hacia Ti en él contenidos, y al mismo tiempo, te pedimos perdón y reparamos por todos aquellos hermanos nuestros que, cegados por Satanás, realizan blasfemas y sacrílegas misas negras; te pedimos, oh Jesús, por tu infinita Misericordia, y por la intercesión y los dolores del Inmaculado Corazón de María, tu amadísima Madre, que no les tengas en cuenta este horrible pecado, que clama venganza al cielo, y les concedas en cambio, a ellos y a nosotros, el don de la contrición perfecta del corazón, para que algún día gocemos de la contemplación de tu Rostro en el Reino de los cielos. Amén.

         Silencio para meditar.

Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Gloria.

         Enunciación del Tercer  Misterio del Santo Rosario (…)

         Meditación

La Santa Misa es el mismo y único Santo Sacrificio de la Cruz, en el que oficia el mismo y Único Sacerdote, que es a la vez, la misma y Única Víctima, Cristo Jesús; sólo cambia el modo, puesto que en el Calvario, el sacrificio fue cruento, con derramamiento de su Preciosísima Sangre, el Viernes Santo, mientras que en la Misa, el sacrificio es incruento, y su Preciosísima Sangre es recogida en el cáliz, quedando oculta bajo la apariencia de vino, luego de las palabras de la consagración, que realizan la transubstanciación. Por su estado glorioso, Cristo ya no muere más, pero por la Transubstanciación del pan en el Cuerpo y del vino en la Sangre, se tiene tanto a su Cuerpo como a su Sangre, y así las especies eucarísticas simbolizan la separación cruenta del Cuerpo y de la Sangre. Así, la conmemoración de su muerte, que realmente sucedió en el Calvario, se repite en cada uno de los sacrificios del altar, ya que por medio de las señales diversas se significa y se señala a Jesucristo en estado de Víctima. Entonces, puesto que son el mismo y único sacrificio, tanto en el Santo Sacrificio de la Cruz, como en el Santo Sacrificio de la Misa, los fines son los mismos: la glorificación de la Santísima Trinidad, la Acción de Gracias, la expiación y propiciación y la impetración. Por la Santa Misa –como por la Cruz- glorificamos a la Santísima Trinidad por medio de Jesucristo, el Hombre-Dios, quien glorificó a Dios Trino desde el primerísimo instante de su Encarnación, porque al unirse el Verbo de Dios con la humanidad creada de Jesús de Nazareth en el seno de virginal de María Santísima –humanidad creada en ese mismo instante de la concepción, puesto que no hubo relación marital, desde el momento en que María fue Virgen antes, durante y después del parto-, la divinidad del Verbo y el Espíritu Santo, procedente del Verbo y del Padre, ungieron a la Humanidad Santísima del Verbo –que en ese momento tenía solo el tamaño de una pequeña célula, el cigoto-, glorificándolo, aunque por un milagro de la Divina Providencia, los efectos visibles y sensibles de la glorificación quedaron ocultos, a fin de que Jesús pudiera sufrir la Pasión. La glorificación de la Trinidad es, entonces, el fin principal de la Encarnación, Pasión, Muerte en Cruz y Resurrección de Jesús, y es también el fin principal de la Santa Misa. Por este don de tu Sagrado Corazón, te damos gracias, oh Hombre-Dios Jesucristo, y en acción de gracias, te ofrecemos a Ti mismo en la Eucaristía, y al Inmaculado Corazón de María, con todos los actos de amor hacia Ti en él contenidos, y al mismo tiempo, te pedimos perdón y reparamos por todos aquellos hermanos nuestros que, cegados por Satanás, realizan blasfemas y sacrílegas misas negras; te pedimos, oh Jesús, por tu infinita Misericordia, y por la intercesión y los dolores del Inmaculado Corazón de María, tu amadísima Madre, que no les tengas en cuenta este horrible pecado, que clama venganza al cielo, y les concedas en cambio, a ellos y a nosotros, el don de la contrición perfecta del corazón, para que algún día gocemos de la contemplación de tu Rostro en el Reino de los cielos. Amén.

Silencio para meditar.

Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Gloria.

         Enunciación del Cuarto  Misterio del Santo Rosario (…)

         Meditación

La Santa Misa es la suprema acción de gracias que la Iglesia tributa a la Santísima Trinidad y lo hace por intermedio del sacrificio de Jesucristo; por medio del sacrificio de Jesús en la cruz, damos gracias a Dios Uno y Trino por ser Él quien es: Dios Tres veces Santo, Dios de infinita majestad, Dios de infinita bondad, Dios de misericordia inagotable e incomprensible. Aún si Dios no hubiera hecho nada por nosotros, merecería que le diéramos gracias por ser Él quien es, Dios de majestad y santidad inefables, pero que Dios no haga nada por nosotros es un imposible, porque Dios no solo es nuestro Creador, sino que es además nuestro Salvador y nuestro Santificador, y por todo eso, merece nuestra alabanza, nuestra adoración y nuestra eterna acción de gracias. Pero debido a que somos demasiado imperfectos y debido a que además somos, como dicen los santos, “nada más pecado”, todo lo que podamos hacer y decir, por nosotros mismos, es igual a nada, de modo que, al momento de dar gracias, aun los más justos entre los hombres, se encuentran con las manos vacías, por eso es que la Única que puede ofrecer una Acción de Gracias digna de Dios Uno y Trino y acorde a su majestad y santidad, es la Santa Iglesia Católica, y esta Acción de Gracias que ofrece la Iglesia es el sacrificio de Jesús por medio de la Santa Misa, la Eucaristía (cfr. CIC 360), porque en ese sacrificio Jesucristo, Sumo y Eterno Sacerdote, se ofrece a sí mismo, con su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, y con el Amor de su Sagrado Corazón, como Víctima Purísima, Santa, Inmaculada, en el Altar que es su propia Humanidad Sacratísima, inhabitada por la Divinidad, en reparación por los ultrajes, sacrilegios y ofensas, con los cuales Dios Uno y Trino es horriblemente ultrajado por los hombres ingratos; sólo en el sacrificio de Cristo en la cruz, renovado y actualizado sacramentalmente y de modo incruento en el Santo Sacrificio del Altar, la Santa Misa, encuentra Dios Uno y Trino adecuada reparación y satisfacción por los sacrilegios, ofensas e ingratitudes que le tributa la humanidad, y sólo por este sacrificio puede la humanidad ofrecer a la Santísima Trinidad una acción de gracias digna de su infinita majestad, porque Cristo Jesús une a su Persona –que es la Segunda de la Santísima Trinidad, unida hipostáticamente a la naturaleza humana de Jesús de Nazareth- a todos los fieles, y los asocia a su alabanza e intercesión, y así el sacrificio de alabanza al Padre es ofrecido por Cristo y con Cristo para ser aceptado con Él (CIC 1361). Por este don de tu Sagrado Corazón, te damos gracias, oh Hombre-Dios Jesucristo, y en acción de gracias, te ofrecemos a Ti mismo en la Eucaristía, y al Inmaculado Corazón de María, con todos los actos de amor hacia Ti en él contenidos, y al mismo tiempo, te pedimos perdón y reparamos por todos aquellos hermanos nuestros que, cegados por Satanás, realizan blasfemas y sacrílegas misas negras; te pedimos, oh Jesús, por tu infinita Misericordia, y por la intercesión y los dolores del Inmaculado Corazón de María, tu amadísima Madre, que no les tengas en cuenta este horrible pecado, que clama venganza al cielo, y les concedas en cambio, a ellos y a nosotros, el don de la contrición perfecta del corazón, para que algún día gocemos de la contemplación de tu Rostro en el Reino de los cielos. Amén.

Silencio para meditar.

Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Gloria.

         Enunciación del Quinto  Misterio del Santo Rosario (…)

         Meditación

Otros fines de la Santa Misa son la expiación y propiciación: por la Santa Misa podemos expiar nuestros pecados y dar una propiciación satisfactoria por las culpas del género humano, porque es Cristo, el Hombre-Dios, la Víctima Inocente, quien lo hace por nosotros, porque siendo Él Puro e Inmaculado, cargó sobre sus espaldas todos nuestros pecados, interponiéndose entre nosotros y la Justicia Divina, y permitiendo, voluntariamente, que todo el peso de la Justicia y de la ira divina cayesen sobre Él, para quitarnos nuestros pecados, para borrar la malicia de nuestros corazones, para aplacar a la Justicia Divina, justamente encendida por nuestras iniquidades, y para concedernos el don de la filiación divina. Como dice el profeta Isaías, Jesús fue “triturado por nuestras culpas” (53, 5), “molido por nuestras iniquidades”, quedando tan desfigurado por los golpes, al punto de no parecer un hombre, sino “un gusano” (Sal 22, 6), y de causar tanta impresión por sus heridas, que era como alguien “ante quien se da vuelta el rostro”; Él es “la Vid verdadera” (Jn 15, 1-8) que fue exprimida en la vendimia de la Pasión, para extraer de Él la bebida de salvación, el Vino de la Alianza Nueva y Eterna, la Sangre del Cordero “como degollado” (Ap 5, 6). Sólo Él, el Cordero sin mancha, podía cargar sobre sus espaldas la inmensidad de la malicia de los corazones humanos, para borrarlos con su Sangre Purísima y Preciosísima, pero esto sucedería una vez que su Sangre brotara a borbotones cuando comenzaran a caer sobre Él, como una tormenta impiadosa, los latigazos de sus verdugos. Sólo Él, Cristo Jesús, el Dios gigante y victorioso, podía dar una satisfacción adecuada a Dios Trino por la inmensidad de las culpas del género humano y por eso Él se ofreció ante el Padre para inmolarse en la Cruz como “propiciación por nuestros pecados, y no sólo por los nuestros, sino por los de todo el mundo” (1 Jn 2, 2). Y es este mismo sacrificio en Cruz, el que se renueva en el altar eucarístico todos los días, en la Santa Misa, por nuestra Redención, para que también nosotros nos veamos libres de nuestros pecados y seamos recibidos en el Reino de los cielos. Y esto no sólo para nosotros, los que estamos en esta vida mortal, sino también., como rezamos en la Santa Misa, y como dice el Misal Romano, “para todos aquellos que descansan en Cristo, los que nos han precedido por el signo de la fe y duermen ya el sueño de la paz”, “porque lo mismo vivos que muertos, no nos separamos del único Cristo”. Por este don de tu Sagrado Corazón, te damos gracias, oh Hombre-Dios Jesucristo, y en acción de gracias, te ofrecemos a Ti mismo en la Eucaristía, y al Inmaculado Corazón de María, con todos los actos de amor hacia Ti en él contenidos, y al mismo tiempo, te pedimos perdón y reparamos por todos aquellos hermanos nuestros que, cegados por Satanás, realizan blasfemas y sacrílegas misas negras; te pedimos, oh Jesús, por tu infinita Misericordia, y por la intercesión y los dolores del Inmaculado Corazón de María, tu amadísima Madre, que no les tengas en cuenta este horrible pecado, que clama venganza al cielo, y les concedas en cambio, a ellos y a nosotros, el don de la contrición perfecta del corazón, para que algún día gocemos de la contemplación de tu Rostro en el Reino de los cielos. Amén.

Silencio para meditar.

Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Gloria.

Meditación final

El último fin de la Santa Misa es el de la impetración, y cuando vemos en el diccionario qué significa “impetración”, vemos que significa “acción y efecto de solicitar algo con empeño e insistencia” y que “impetrar” es decir, es “el pedir algo con vehemencia y ahínco”. ¿Qué es lo que “solicitamos con empeño e insistencia” en la Santa Misa? ¿Qué es lo que solicitamos “con empeño e insistencia”? Y si algo imposible de conseguir, ¿quién lo solicita por nosotros? Para saberlo, debemos recordar que nuestros primeros padres, Adán y Eva, tentados por la Serpiente Antigua, perdieron el estado de gracia en el que habían sido creados, y prefirieron escuchar la voz seductora del Príncipe de las tinieblas, antes que la Voz de la Sabiduría y del Amor divinos, que los llamaba a obedecer y a no comer del Árbol del Bien y del Mal; de esa manera, sucumbieron a la tentación y el hombre, tentado por el Príncipe de las tinieblas, consintió a la tentación y perdió la amistad con Dios y así, voluntariamente, se vio privado de la gracia. Pero el mismo Dios fue quien dispuso que aquel que venció en un árbol, fuera en un Árbol vencido, y así el Demonio fue vencido, de una vez y para siempre, en el Árbol victorioso de la Cruz, porque desde la Cruz, adonde Jesús subió voluntariamente, Cristo ofreció “oraciones y súplicas con poderosos clamores y lágrimas y fue escuchado por su reverencial temor” (cfr. Heb 5, 7) y ese ruego desde la cruz se renueva cada vez que se celebra la Santa Misa, en los altares eucarísticos, para que todos recibamos la gracia santificante y “seamos colmados de toda clase de gracias y bendiciones” (cfr. Misal Romano). Entonces, si de la Cruz emana la fuerza salvadora de Cristo Jesús, y esta Cruz fue elevada hace veinte siglos, por la Santa Misa, el Sacrificio Eucarístico, esa fuerza salvadora se nos aplica en nuestro “hoy”, en nuestro “aquí y ahora”, para la remisión de nuestros pecados cotidianos. Esto es así porque el Sacrificio de la Cruz de Jesús es infinitamente perfecto, al haber sido realizado no por un simple hombre, sino por el Hombre-Dios Jesucristo, y como el Acto de Ser de su Persona Divina, que es la Segunda de la Santísima Trinidad, es Eterno, su obrar trasciende todo tiempo y lugar, y es por eso que su oblación, la oblación de la Cruz, si bien fue realizada hace veintiún siglos, nos alcanza a nosotros, hombres que vivimos en el siglo XXI, pero para que podamos establecer un contacto vital con este Sacrificio de la Cruz y con sus méritos infinitos que de él se derivan, es decir, para que podamos lavarnos en la Sangre del Cordero, es necesario que entremos en contacto con la Sangre del Cordero, y para ello es que se renueva el Santo Sacrificio de la Cruz, actualizándose y haciéndose presente, por medio del misterio de la liturgia, por medio del Santo Sacrificio del Altar. Así, la Santa Misa, Santo Sacrificio del Altar, continúa “desde la salida del sol hasta el ocaso” (Malaq 1, 11), renueva y actualiza, por el misterio litúrgico eucarístico, de modo incruento y sin derramamiento de sangre, para ponernos en contacto con él, el Santo Sacrificio de la Cruz, para que, al igual que la Santísima Virgen y Juan el Apóstol, que estuvieron a los pies de Jesús crucificado, también nosotros entremos en contacto con la Sangre del Cordero de Dios. De esa manera, uniéndonos por la Santa Misa al Sacrificio en Cruz de Cristo, y lavándonos con su Sangre, podemos decir con San Pablo: “Estoy crucificado con Cristo, y ya no vivo yo, es Cristo quien vive en mí” (Gal 2, 19-20). Por este don de tu Sagrado Corazón, te damos gracias, oh Hombre-Dios Jesucristo, y en acción de gracias, te ofrecemos a Ti mismo en la Eucaristía, y al Inmaculado Corazón de María, con todos los actos de amor hacia Ti en él contenidos, y al mismo tiempo, te pedimos perdón y reparamos por todos aquellos hermanos nuestros que, cegados por Satanás, realizan blasfemas y sacrílegas misas negras; te pedimos, oh Jesús, por tu infinita Misericordia, y por la intercesión y los dolores del Inmaculado Corazón de María, tu amadísima Madre, que no les tengas en cuenta este horrible pecado, que clama venganza al cielo, y les concedas en cambio, a ellos y a nosotros, el don de la contrición perfecta del corazón, para que algún día gocemos de la contemplación de tu Rostro en el Reino de los cielos. Amén.

         Canto final: “Plegaria a Nuestra Señora de los Ángeles”.

         Oración final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo, te pido perdón, por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

         “Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente, y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismos es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón, y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.


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