Inicio: ingresamos
en el oratorio. Nos ponemos en presencia de Dios, y para ello hacemos silencio
tanto exterior como interiormente. “Dios habla en el silencio”, dice Su
Santidad el Papa Benedicto XVI; por lo tanto, la ausencia de silencio dificulta
e imposibilita escuchar la Palabra de Dios. Para esta Hora Santa, pedimos la
asistencia de María Santísima y de nuestros ángeles custodios, para que nuestra
pobre oración sea llevada por los ángeles al Corazón Inmaculado de María, y
desde allí, al Sagrado Corazón de Jesús. Que la Virgen supla, con su amor sin
límites a su Hijo Jesús, todas las deficiencias de nuestra oración. Ofrecemos esta
Hora Santa pidiendo por la Nación Argentina, suplicando para ella y para sus
habitantes el mayor de los bienes posibles, el bien de la gracia santificante
de Nuestro Señor Jesucristo, que brota de su Sagrado Corazón Eucarístico como
de una fuente inagotable.
Oración inicial:
“Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te
amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman”
(tres veces).
Canto de entrada: “Dios de los corazones”.
Meditación
Jesús, Dios de los corazones, Rey de Nuestra Patria
Argentina, te damos gracias por nuestra Patria, porque viene de tus manos
amorosas. Todo en su origen nos hace ver Tu Presencia y Tu designio; todo en el
origen de nuestra Patria nos hace ver que desde siempre la elegiste para que te
sirviera, te amara y te adorara; todo en el origen de nuestra Patria, nos hace
ver que la quisiste como Hija tuya predilecta entre las naciones mundo,
quisiste desde siempre que fuera una nación católica. No fue por casualidad que
los bueyes, que llevaban la preciosísima carga de la imagen de Nuestra Señora
de Luján, se hayan detenido y no haya sido posible moverlos hasta que
descargaran el baúl que la portaba, como clarísima señal del cielo que indicaba
que la Madre de Dios quería quedarse en nuestras pampas, para siempre, para que
sus hijos argentinos, a medida que nacían al pie de la Cruz, fueran cubiertos
por su Manto celeste y blanco. No fue casualidad que nuestro prócer, el General
Belgrano, diera a la Bandera Nacional, enseña de la nueva Nación, los colores
del Manto de Nuestra Señora de Luján, los colores celeste y blanco, colores de
los cielos eternos, porque son los colores de la Inmaculada Concepción. Respondiendo
a un impulso y a una moción del Espíritu Santo, el General Manuel Belgrano creó
la Bandera Nacional dotándola de los colores de la Inmaculada de Luján, como
modo de honrar a su Purísima Concepción, realizando no un acto creador más,
sino un acto de devoción mariana, que como todo acto de amor a la Virgen, está inspirado
por el Amor de Dios. Te damos gracias, oh Jesús, Rey de nuestra Patria
Argentina, por habernos dado a María de Luján como Madre, Dueña, Patrona y
Protectora de Nuestra Patria, y por habernos dado su Manto celeste y blanco
como nuestra Insignia Nacional. Te damos gracias, Jesús, por el Sol en el
Escudo Nacional –el mismo que se encuentra en el escudo del actual Papa
Francisco-, porque no se refiere al astro sol, sino que es una representación
de Ti, Segunda Persona de la Santísima Trinidad, Sol que nace de lo alto (Lc 1, 78), porque con sus 32 rayos -10
Sefiroth que asisten al trono del Altísimo, más las 22 letras del alfabeto
hebreo- simboliza la Sabiduría de Dios, “por quien han sido hechas todas las
cosas”, y sin esta Sabiduría, que eres Tú, oh Jesús, “no ha sido hecha cosa
alguna” (Jn 1-3).
Silencio para meditar.
Jesús, Rey de nuestra Patria, de nuestras familias y de
nuestros corazones, te damos gracias por los patriotas de Mayo de 1810 y los de
Julio de 1816, y por la obra de la Independencia, independencia de la Madre
Patria España que fue solo política pero nunca cultural ni religiosa, porque los
patriotas nunca renunciaron a sus orígenes ni a la religión católica, y por eso
nuestra Patria nació hispana y católica. Jesús, Te damos gracias por los buenos
sentimientos de piedad y de amor patriota que concediste a los patriotas, sentimientos
que nos condujeron a la independencia guiados por Ti, porque según el Padre Fray
de Paula Castañeda, testigo presencial de esos hechos, nuestra independencia no
fue obra nuestra, de los argentinos, sino obra tuya, obra de Dios, y por ese
motivo decía el Padre Castañeda que cada 25 de Mayo -y también cada 9 de Julio-
debía amanecer como “un día solemne, sagrado, augusto y patrio”, al cual
debíamos agradecer “postrándonos ante los altares por tan grande misericordia”
confesando Tu autoría de este día, y que ese día debía ser siempre un día “memorable
y santo”, por el cual debía “amanecer cada año para perpetuar nuestras glorias,
nuestro consuelo y nuestras felicidades”.
Silencio para meditar.
Jesús,
Rey crucificado, que reinas majestuoso desde la Cruz, con una corona más
valiosa que el oro, la corona de espinas; Rey cuyo cetro es el leño de madero;
Rey cuyas vestimentas regias, más preciosas que la seda, están formadas por tu
Sangre preciosísima; Rey de los hombres, que vienes a llevarnos al Reino de los
cielos como herederos y dueños del Reino; Rey que en la Cruz derramas tu
Sangre, recogida en el cáliz de la Santa Misa, para donarnos tu perdón, tu paz,
tu Vida y tu Amor, te damos gracias porque en el glorioso nacimiento de nuestra
Patria estuviste Presente en el crucifijo, porque tu crucifijo presidió las
reuniones y asambleas en las que se decidió nuestro nacimiento como Nación. Te damos
gracias por la Presencia del crucifijo, porque esto indicaba visiblemente y por
un signo Tu Presencia espiritual invisible -y también la de Tu Madre y nuestra,
porque donde está el Hijo está la Madre-, en las sesiones del Cabildo de Mayo en
Buenos Aires y en las de la Casa Histórica de Tucumán, señal inequívoca de que
la Patria naciente había sido concebida y engendrada en tus entrañas de
misericordia, y que desde el primer día de su nacimiento, era bañada con tu
Sangre, la Sangre del Cordero, y era envuelta y arropada en el Manto celeste y
blanco de tu Madre, la Inmaculada de Luján, como signo de predilección entre
las naciones del mundo. Un signo de Tu Presencia y la de María Santísima en los
albores de la Patria, fue que a pesar de ser llamada “Revolución de Mayo”, no
hubo por parte de los patriotas ni derramamiento de sangre, ni traiciones, ni
codicias mundanas, ni soberbias ni apostasías, todo lo cual abunda en las
revoluciones mundanas; por el contrario, en todos ellos hubo nobleza cristiana,
nobleza que transmitieron al acto mismo de la Independencia, porque como dice
el Padre Castañeda, el 25 de Mayo es, al mismo tiempo, “el padrón y monumento
eterno de nuestra heroica fidelidad a Fernando VII”, como “también el origen el
principio de nuestra absoluta independencia política” y “el fin de nuestra
servidumbre”. Por todo esto, siempre según el Padre Castañeda, el 25 de Mayo “es
y será siempre un día memorable y santo, que ha de amanecer cada año para
perpetuar nuestras glorias, nuestro consuelo y nuestras felicidades”, y todo
esto te lo debemos a Ti, Rey de nuestra Patria, y por eso Te adoramos y te
ofrecemos esta Hora Santa en acción de gracias.
Silencio para meditar.
Jesús, Rey de reyes y Señor de señores, Rey de las mentes y
los corazones, Te damos gracias por la presencia amorosísima de tu Madre, quien
a través de un milagro, el milagro de la carreta y los bueyes, indicó cuál era
el deseo de su Inmaculado Corazón, el quedarse en nuestras tierras para asistir
al nacimiento de Nuestra Patria Argentina, para que inmediatamente nacida,
fuera bañada en la Sangre del Cordero y fuera envuelta y arropada con su Manto
celeste y blanca. Te damos gracias, oh Jesús, por los numerosísimos templos y
advocaciones marianas que se encuentran a lo largo y ancho del país, y te pedimos
que nos concedas a los argentinos la gracia de comprender que esas advocaciones
marianas no se deben a la casualidad, sino a la presencia viva de tu Madre
Santísima entre nosotros, presencia que no solo nos protege del mal sino que
derrama sobre nosotros toda clase de bienes celestiales. Te damos gracias también
por la presencia de María Santísima en las mentes y corazones de quienes
fundaron nuestra Patria, presencia reflejada en sus vidas heroicas de pioneros
y también en los nombres marianos con los que dotaron a provincias, ciudades,
pueblos, parajes, montes, islas, de nuestra Patria medio, nombres con los
cuales quisieron reflejar la gratitud que embargaba sus corazones por tener como
Protectora, Dueña, Patrona y Señora a una Madre tan amorosa como la Virgen. Te pedimos,
Jesús, que así como María Santísima estuvo en las mentes y corazones de los
primeros habitantes de nuestra Nación Argentina, custodiándolos y guiándolos en
sus trabajos y quehaceres de todos los días, para guiarlos a la Patria
celestial, así también la misa Virgen María esté en las mentes y corazones de
todos tus hijos argentinos, sin excluir a nadie, para que todos, convertidos
por su mediación amorosa a Ti, único Dios y Redentor, vivamos en una Patria en
la que la santidad, el amor y la fraternidad entre los argentinos, sea el
anticipo de la alegría eterna que por tu misericordia habremos de vivir en la
eternidad. Que por intercesión de María de Luján, nuestra Patria sea un
anticipo de la Patria celestial.
Silencio para meditar.
Te damos gracias, oh Jesús Eucaristía, por tantas y tantas
intervenciones a lo largo de nuestra historia como país, pero sobre todo, te
damos gracias por el Congreso Eucarístico de 1934 que, en dichos del entonces
cardenal Pacelli, luego Papa Pío XII, fue como si “el cielo hubiera descendido
a la tierra”, y así fue, porque era Tu Presencia Eucarística la que lo
embelesaba, Presencia que es infinitamente más grande y maravillosa que todo el
cielo, con sus ángeles y santos juntos. Te damos gracias, porque ese Congreso fue
como una postal de lo que Tú quieres para nuestra Patria y para todos y cada
uno de los argentinos: que la Eucaristía sea el centro de nuestras vidas. Te pedimos,
Jesús, que como argentinos, podamos revivir las grandezas de nuestros
antepasados, grandezas que no radican ni en los apellidos, ni en la sangre, ni
en el dinero, ni en las grandes hazañas, sino en el amor a Ti, Presente en la
Eucaristía. Te damos gracias también, Jesús, por nuestros ancestros, para que
quienes todavía no están en el cielo, lo estén prontamente por tu misericordia,
y te damos gracias por muchos de ellos que ya están en los altares o en camino
de subir a los altares, lo cual es signo de la Presencia de tu gracia
santificante que actúa en los corazones de los más humildes, concediendo la
gracia de la conversión para que, de pecadores, se conviertan en santos y así,
como santos, ingresen en el Reino de los cielos para adorarte por siglos sin
fin. Te suplicamos, Jesús, que al igual que iluminaste a nuestros antepasados
con la luz de la fe y de la gracia, así también nos ilumines a nosotros, para
que al final de nuestro peregrinar por la tierra, nos reencontremos, en Ti, con
nuestros seres queridos y con todos nuestros compatriotas, en la Patria
definitiva, la Jerusalén celestial, para ya nunca más separarnos y vivir en la
eterna alegría que es contemplar tu hermosísimo rostro, radiante de gloria
divina.
Silencio para meditar.
Te damos gracias, oh Jesús, por el Santo Padre Francisco,
primer Papa argentino, porque Tú lo elegiste con tu Espíritu de Amor, y Te
suplicamos que seamos dignos ante esta muestra de tu Amor de predilección; Te
damos gracias por el Papa Francisco, un Papa mariano, cuyo primer acto público
fue acudir a homenajear y dar gracias a tu Madre, María Santísima; Te damos
gracias por el Papa Francisco, un Papa devoto de la Eucaristía y amante de la
pobreza evangélica, la pobreza de la Cruz, la única pobreza que conduce al
cielo, pobreza de la Cruz que debe ser vivida por los ricos, para desapegarse de los bienes terrenos, y pobreza de la Cruz que debe ser vivida por los pobres, para adquirir los tesoros del cielo; concédenos, a todos los argentinos, la gracia de la contrición del
corazón, contrición que nos mueva a amarte y adorarte con todas nuestras
fuerzas, con toda nuestra mente, con todo nuestro corazón, con todo nuestro
ser; por la intercesión de María Santísima, envía tu Espíritu Santo a los
corazones de todos los argentinos, y concédenos una Presencia tan viva e
intensa de tu Amor, que ninguno de nosotros pueda resistirse y, extasiados por
la belleza del Ser divino trinitario, nos postremos en tu adoración; te
suplicamos que, por intercesión de María Santísima conmuevas los corazones de
los argentinos, y soples sobre ellos el Espíritu Santo para que, iluminadas
nuestras mentes y encendidos nuestros corazones en este Amor santo, Te amemos y
adoremos en la Eucaristía, en el tiempo que resta de nuestra vida terrena, para
que continuemos amándote y adorándote en la eternidad, en el Reino de los
cielos.
Silencio para meditar.
Meditación final
Jesús, Tú que lloraste por Jerusalén, tu Patria, porque
veías cómo rechazaba su salvación al condenarte a muerte en juicio inicuo y al
crucificarte en el Monte Calvario, y sin embargo, tu Amor por tu Patria te
llevó a dar la vida por ella y por todo el mundo en la Cruz; haz que también
nosotros, a imitación tuya, sepamos inmolarnos día a día, en el cumplimiento de
tu Ley de Amor, por nuestra Patria y por nuestros compatriotas, para que todos
juntos edifiquemos una Patria santa, una Patria en donde todos seamos hermanos
en Ti, oh Cristo, Dios de los corazones.
Oración final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te
amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman”
(tres veces).
Canto de salida: “Tu pueblo argentino de largos caminos”.
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