miércoles, 29 de mayo de 2013

Hora Santa pidiendo por la Nación Argentina


         Inicio: ingresamos en el oratorio. Nos ponemos en presencia de Dios, y para ello hacemos silencio tanto exterior como interiormente. “Dios habla en el silencio”, dice Su Santidad el Papa Benedicto XVI; por lo tanto, la ausencia de silencio dificulta e imposibilita escuchar la Palabra de Dios. Para esta Hora Santa, pedimos la asistencia de María Santísima y de nuestros ángeles custodios, para que nuestra pobre oración sea llevada por los ángeles al Corazón Inmaculado de María, y desde allí, al Sagrado Corazón de Jesús. Que la Virgen supla, con su amor sin límites a su Hijo Jesús, todas las deficiencias de nuestra oración. Ofrecemos esta Hora Santa pidiendo por la Nación Argentina, suplicando para ella y para sus habitantes el mayor de los bienes posibles, el bien de la gracia santificante de Nuestro Señor Jesucristo, que brota de su Sagrado Corazón Eucarístico como de una fuente inagotable.

         Oración inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

         Canto de entrada: “Dios de los corazones”.

         Meditación

         Jesús, Dios de los corazones, Rey de Nuestra Patria Argentina, te damos gracias por nuestra Patria, porque viene de tus manos amorosas. Todo en su origen nos hace ver Tu Presencia y Tu designio; todo en el origen de nuestra Patria nos hace ver que desde siempre la elegiste para que te sirviera, te amara y te adorara; todo en el origen de nuestra Patria, nos hace ver que la quisiste como Hija tuya predilecta entre las naciones mundo, quisiste desde siempre que fuera una nación católica. No fue por casualidad que los bueyes, que llevaban la preciosísima carga de la imagen de Nuestra Señora de Luján, se hayan detenido y no haya sido posible moverlos hasta que descargaran el baúl que la portaba, como clarísima señal del cielo que indicaba que la Madre de Dios quería quedarse en nuestras pampas, para siempre, para que sus hijos argentinos, a medida que nacían al pie de la Cruz, fueran cubiertos por su Manto celeste y blanco. No fue casualidad que nuestro prócer, el General Belgrano, diera a la Bandera Nacional, enseña de la nueva Nación, los colores del Manto de Nuestra Señora de Luján, los colores celeste y blanco, colores de los cielos eternos, porque son los colores de la Inmaculada Concepción. Respondiendo a un impulso y a una moción del Espíritu Santo, el General Manuel Belgrano creó la Bandera Nacional dotándola de los colores de la Inmaculada de Luján, como modo de honrar a su Purísima Concepción, realizando no un acto creador más, sino un acto de devoción mariana, que como todo acto de amor a la Virgen, está inspirado por el Amor de Dios. Te damos gracias, oh Jesús, Rey de nuestra Patria Argentina, por habernos dado a María de Luján como Madre, Dueña, Patrona y Protectora de Nuestra Patria, y por habernos dado su Manto celeste y blanco como nuestra Insignia Nacional. Te damos gracias, Jesús, por el Sol en el Escudo Nacional –el mismo que se encuentra en el escudo del actual Papa Francisco-, porque no se refiere al astro sol, sino que es una representación de Ti, Segunda Persona de la Santísima Trinidad, Sol que nace de lo alto (Lc 1, 78), porque con sus 32 rayos -10 Sefiroth que asisten al trono del Altísimo, más las 22 letras del alfabeto hebreo- simboliza la Sabiduría de Dios, “por quien han sido hechas todas las cosas”, y sin esta Sabiduría, que eres Tú, oh Jesús, “no ha sido hecha cosa alguna” (Jn 1-3).

Silencio para meditar.

         Jesús, Rey de nuestra Patria, de nuestras familias y de nuestros corazones, te damos gracias por los patriotas de Mayo de 1810 y los de Julio de 1816, y por la obra de la Independencia, independencia de la Madre Patria España que fue solo política pero nunca cultural ni religiosa, porque los patriotas nunca renunciaron a sus orígenes ni a la religión católica, y por eso nuestra Patria nació hispana y católica. Jesús, Te damos gracias por los buenos sentimientos de piedad y de amor patriota que concediste a los patriotas, sentimientos que nos condujeron a la independencia guiados por Ti, porque según el Padre Fray de Paula Castañeda, testigo presencial de esos hechos, nuestra independencia no fue obra nuestra, de los argentinos, sino obra tuya, obra de Dios, y por ese motivo decía el Padre Castañeda que cada 25 de Mayo -y también cada 9 de Julio- debía amanecer como “un día solemne, sagrado, augusto y patrio”, al cual debíamos agradecer “postrándonos ante los altares por tan grande misericordia” confesando Tu autoría de este día, y que ese día debía ser siempre un día “memorable y santo”, por el cual debía “amanecer cada año para perpetuar nuestras glorias, nuestro consuelo y nuestras felicidades”.

Silencio para meditar.

Jesús, Rey crucificado, que reinas majestuoso desde la Cruz, con una corona más valiosa que el oro, la corona de espinas; Rey cuyo cetro es el leño de madero; Rey cuyas vestimentas regias, más preciosas que la seda, están formadas por tu Sangre preciosísima; Rey de los hombres, que vienes a llevarnos al Reino de los cielos como herederos y dueños del Reino; Rey que en la Cruz derramas tu Sangre, recogida en el cáliz de la Santa Misa, para donarnos tu perdón, tu paz, tu Vida y tu Amor, te damos gracias porque en el glorioso nacimiento de nuestra Patria estuviste Presente en el crucifijo, porque tu crucifijo presidió las reuniones y asambleas en las que se decidió nuestro nacimiento como Nación. Te damos gracias por la Presencia del crucifijo, porque esto indicaba visiblemente y por un signo Tu Presencia espiritual invisible -y también la de Tu Madre y nuestra, porque donde está el Hijo está la Madre-, en las sesiones del Cabildo de Mayo en Buenos Aires y en las de la Casa Histórica de Tucumán, señal inequívoca de que la Patria naciente había sido concebida y engendrada en tus entrañas de misericordia, y que desde el primer día de su nacimiento, era bañada con tu Sangre, la Sangre del Cordero, y era envuelta y arropada en el Manto celeste y blanco de tu Madre, la Inmaculada de Luján, como signo de predilección entre las naciones del mundo. Un signo de Tu Presencia y la de María Santísima en los albores de la Patria, fue que a pesar de ser llamada “Revolución de Mayo”, no hubo por parte de los patriotas ni derramamiento de sangre, ni traiciones, ni codicias mundanas, ni soberbias ni apostasías, todo lo cual abunda en las revoluciones mundanas; por el contrario, en todos ellos hubo nobleza cristiana, nobleza que transmitieron al acto mismo de la Independencia, porque como dice el Padre Castañeda, el 25 de Mayo es, al mismo tiempo, “el padrón y monumento eterno de nuestra heroica fidelidad a Fernando VII”, como “también el origen el principio de nuestra absoluta independencia política” y “el fin de nuestra servidumbre”. Por todo esto, siempre según el Padre Castañeda, el 25 de Mayo “es y será siempre un día memorable y santo, que ha de amanecer cada año para perpetuar nuestras glorias, nuestro consuelo y nuestras felicidades”, y todo esto te lo debemos a Ti, Rey de nuestra Patria, y por eso Te adoramos y te ofrecemos esta Hora Santa en acción de gracias.

         Silencio para meditar.

         Jesús, Rey de reyes y Señor de señores, Rey de las mentes y los corazones, Te damos gracias por la presencia amorosísima de tu Madre, quien a través de un milagro, el milagro de la carreta y los bueyes, indicó cuál era el deseo de su Inmaculado Corazón, el quedarse en nuestras tierras para asistir al nacimiento de Nuestra Patria Argentina, para que inmediatamente nacida, fuera bañada en la Sangre del Cordero y fuera envuelta y arropada con su Manto celeste y blanca. Te damos gracias, oh Jesús, por los numerosísimos templos y advocaciones marianas que se encuentran a lo largo y ancho del país, y te pedimos que nos concedas a los argentinos la gracia de comprender que esas advocaciones marianas no se deben a la casualidad, sino a la presencia viva de tu Madre Santísima entre nosotros, presencia que no solo nos protege del mal sino que derrama sobre nosotros toda clase de bienes celestiales. Te damos gracias también por la presencia de María Santísima en las mentes y corazones de quienes fundaron nuestra Patria, presencia reflejada en sus vidas heroicas de pioneros y también en los nombres marianos con los que dotaron a provincias, ciudades, pueblos, parajes, montes, islas, de nuestra Patria medio, nombres con los cuales quisieron reflejar la gratitud que embargaba sus corazones por tener como Protectora, Dueña, Patrona y Señora a una Madre tan amorosa como la Virgen. Te pedimos, Jesús, que así como María Santísima estuvo en las mentes y corazones de los primeros habitantes de nuestra Nación Argentina, custodiándolos y guiándolos en sus trabajos y quehaceres de todos los días, para guiarlos a la Patria celestial, así también la misa Virgen María esté en las mentes y corazones de todos tus hijos argentinos, sin excluir a nadie, para que todos, convertidos por su mediación amorosa a Ti, único Dios y Redentor, vivamos en una Patria en la que la santidad, el amor y la fraternidad entre los argentinos, sea el anticipo de la alegría eterna que por tu misericordia habremos de vivir en la eternidad. Que por intercesión de María de Luján, nuestra Patria sea un anticipo de la Patria celestial.

         Silencio para meditar.

         Te damos gracias, oh Jesús Eucaristía, por tantas y tantas intervenciones a lo largo de nuestra historia como país, pero sobre todo, te damos gracias por el Congreso Eucarístico de 1934 que, en dichos del entonces cardenal Pacelli, luego Papa Pío XII, fue como si “el cielo hubiera descendido a la tierra”, y así fue, porque era Tu Presencia Eucarística la que lo embelesaba, Presencia que es infinitamente más grande y maravillosa que todo el cielo, con sus ángeles y santos juntos. Te damos gracias, porque ese Congreso fue como una postal de lo que Tú quieres para nuestra Patria y para todos y cada uno de los argentinos: que la Eucaristía sea el centro de nuestras vidas. Te pedimos, Jesús, que como argentinos, podamos revivir las grandezas de nuestros antepasados, grandezas que no radican ni en los apellidos, ni en la sangre, ni en el dinero, ni en las grandes hazañas, sino en el amor a Ti, Presente en la Eucaristía. Te damos gracias también, Jesús, por nuestros ancestros, para que quienes todavía no están en el cielo, lo estén prontamente por tu misericordia, y te damos gracias por muchos de ellos que ya están en los altares o en camino de subir a los altares, lo cual es signo de la Presencia de tu gracia santificante que actúa en los corazones de los más humildes, concediendo la gracia de la conversión para que, de pecadores, se conviertan en santos y así, como santos, ingresen en el Reino de los cielos para adorarte por siglos sin fin. Te suplicamos, Jesús, que al igual que iluminaste a nuestros antepasados con la luz de la fe y de la gracia, así también nos ilumines a nosotros, para que al final de nuestro peregrinar por la tierra, nos reencontremos, en Ti, con nuestros seres queridos y con todos nuestros compatriotas, en la Patria definitiva, la Jerusalén celestial, para ya nunca más separarnos y vivir en la eterna alegría que es contemplar tu hermosísimo rostro, radiante de gloria divina.

         Silencio para meditar.

        Te damos gracias, oh Jesús, por el Santo Padre Francisco, primer Papa argentino, porque Tú lo elegiste con tu Espíritu de Amor, y Te suplicamos que seamos dignos ante esta muestra de tu Amor de predilección; Te damos gracias por el Papa Francisco, un Papa mariano, cuyo primer acto público fue acudir a homenajear y dar gracias a tu Madre, María Santísima; Te damos gracias por el Papa Francisco, un Papa devoto de la Eucaristía y amante de la pobreza evangélica, la pobreza de la Cruz, la única pobreza que conduce al cielo, pobreza de la Cruz que debe ser vivida por los ricos, para desapegarse de los bienes terrenos, y pobreza de la Cruz que debe ser vivida por los pobres, para adquirir los tesoros del cielo; concédenos, a todos los argentinos, la gracia de la contrición del corazón, contrición que nos mueva a amarte y adorarte con todas nuestras fuerzas, con toda nuestra mente, con todo nuestro corazón, con todo nuestro ser; por la intercesión de María Santísima, envía tu Espíritu Santo a los corazones de todos los argentinos, y concédenos una Presencia tan viva e intensa de tu Amor, que ninguno de nosotros pueda resistirse y, extasiados por la belleza del Ser divino trinitario, nos postremos en tu adoración; te suplicamos que, por intercesión de María Santísima conmuevas los corazones de los argentinos, y soples sobre ellos el Espíritu Santo para que, iluminadas nuestras mentes y encendidos nuestros corazones en este Amor santo, Te amemos y adoremos en la Eucaristía, en el tiempo que resta de nuestra vida terrena, para que continuemos amándote y adorándote en la eternidad, en el Reino de los cielos.

         Silencio para meditar.

         Meditación final

         Jesús, Tú que lloraste por Jerusalén, tu Patria, porque veías cómo rechazaba su salvación al condenarte a muerte en juicio inicuo y al crucificarte en el Monte Calvario, y sin embargo, tu Amor por tu Patria te llevó a dar la vida por ella y por todo el mundo en la Cruz; haz que también nosotros, a imitación tuya, sepamos inmolarnos día a día, en el cumplimiento de tu Ley de Amor, por nuestra Patria y por nuestros compatriotas, para que todos juntos edifiquemos una Patria santa, una Patria en donde todos seamos hermanos en Ti, oh Cristo, Dios de los corazones.

         Oración final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).


         Canto de salida: “Tu pueblo argentino de largos caminos”.

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