viernes, 12 de abril de 2013

Hora Santa en reparación por nuestros pecados y los del mundo entero




         Inicio: ingresamos en el oratorio, nos ponemos en presencia de Cristo Dios, Presente en Persona en la Eucaristía, con su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad. Jesús en la Eucaristía es el mismo Jesús glorioso, el Cordero de Dios, que es adorado y alabado en la eternidad por ángeles y santos; desde la tierra, nos unimos a la adoración de los bienaventurados habitantes del cielo, postrándonos en adoración ante su Presencia sacramental. No lo vemos con los ojos del cuerpo, pero la luz de la fe nos ilumina y nos dice que en la Eucaristía está el Dios omnipotente, Tres veces santo, de infinita majestad y misericordia, y en su honor ofrecemos el humilde homenaje de nuestra adoración. Pedimos a María Santísima, Madre de Jesús Eucaristía, quien adoró la Eucaristía en el tiempo que duró su vida terrena, hasta su gloriosa Asunción, que tome posesión de nuestros pobres corazones para que, desde el interior de su Inmaculado Corazón, nos unamos a su misma adoración a Jesús. Que San Miguel Arcángel, nuestros ángeles custodios, y los nueve coros angélicos que se extasían de gozo adorando al Cordero, nos acompañen también en esta Hora Santa. Ofrecemos esta Hora Santa en reparación por nuestros pecados y por los de todo el mundo.

         Canto de entrada: “Te adoramos, Hostia divina”.

         Oración inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo; te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

Meditación

Jesús Eucaristía, que padeciste en el Huerto de los Olivos una amarga agonía, al sufrir en tu Humanidad santísima los castigos merecidos por los pecados de los hombres de todos los tiempos, lo cual te hizo sudar sangre a causa de la angustia de muerte que te invadió. En ese estado, recibiste el consuelo de las almas que negándose a sí mismas, te seguirían por el Camino de la Cruz, cargando su cruz de cada día, y así llegarían a salvarse. Pero también tus penas y tus dolores se vieron aumentados al infinito al comprobar cuántas almas se perderían en el infierno, al negarse a reconocerte como Salvador. Por estas almas, sufriste en el Huerto de Getsemaní incluso hasta las penas y dolores que experimentarían en el infierno. Te suplicamos, oh Buen Jesús, que aceptes nuestra humilde reparación, para aliviarte aunque sea en algo las amarguras de tu Sagrado Corazón, y no permitas jamás que nos apartemos de Ti, y que jamás hagamos vano tu sacrificio por nosotros.

Meditación en silencio.

Jesús, en el Huerto de Getsemaní confiaste a tus discípulos que sentías “una tristeza de muerte” y les pediste que “estuvieran despiertos e hicieran oración, para no caer en tentación” y alejándote de ellos, comenzaste a orar (cfr. Mt 26, 37-45) pensando que las oraciones de tus amigos te confortarían y consolarían en las amarguísimas tres horas de agonía. Sin embargo, tus discípulos, Pedro, Santiago y Juan, a quienes habías amado con amor de predilección por sobre todos los demás, vencidos por la tibieza, el desánimo, la pusilanimidad, y agobiados por el desamor a Ti, se durmieron y te dejaron solo en tu agonía. Jesús, en estos discípulos tan amados por Ti, a quienes tantas muestras de amor diste, pero que se mostraron pusilánimes, tibios, faltos de fe, perezosos, insensibles a tu sufrimiento y a tu amor, sordos a tus pedido de vigilancia y oración, nos reconocemos nosotros mismos, porque también a nosotros nos has amado hasta el extremo, pero a tu Amor santo correspondemos con frialdades e indiferencias, y con amores no santos, profanos, impuros; también a nosotros nos pides que oremos, pero a tus amorosos pedidos respondemos con acidia, tedio, fastidio, eligiendo otras ocupaciones en vez de hacer oración; también a nosotros nos pides que estemos “vigilantes y alertas”, pero como los discípulos en el Huerto, nos dejamos adormecer por los atractivos del mundo, nos sumergimos en las brumas de las pasiones y abrimos los sentidos y las puertas de la mente y del corazón a la tentación, permitiendo que el enemigo de las almas entre y haga destrozos en nosotros, llamados a ser templos vivientes de tu Espíritu Santo.

Meditación en silencio.

Jesús, en las tres horas de amarga agonía en el Huerto, sufriste las penas, los dolores, las muertes, de todos y cada uno de todos los hombres de todos los tiempos. Movido por la inmensidad incomprensible de tu Amor eterno, sufriste mis penas, mis dolores, mi muerte, para destruirlos y para donarme tu alegría, tu felicidad y tu vida. Concédeme la gracia, Jesús Agonizante, de comprender y amar, con luz sobrenatural, la inmensidad de este misterio, inmensidad que no es posible de alcanzar con mi pobre mente humana. Ilumíname con la luz del Espíritu Santo, para que yo pueda apreciar la enormidad de tus sufrimientos por mí, para que esté dispuesto a morir antes que pecar mortal o venialmente de forma deliberada. Por las angustias y dolores de tu Madre, acepta mis reparaciones por los pecados de mi vida pasada, cuando al cometerlos no tuve en cuenta ni el inmenso dolor que te provocaba, ni el infinito Amor con el que sufrías por mí; acepta también esta reparación por mis hermanos, que al igual que yo mismo, te ofenden con sus pecados, y perdónalos, porque “no saben lo que hacen” (Lc 23, 34).

Meditación en silencio.

Jesús, que ante la vista de nuestros horribles pecados sudaste “gotas de sangre que caían hasta el suelo” (Lc 22, 44), te ofrecemos en reparación estas mismas gotas de sangre, y todos tus pensamientos, y todos los latidos de tu Sagrado Corazón, pidiéndote perdón y con la intención de reparar por todos los pecados de la humanidad, reticente a tu Amor. Nos postramos ante Ti, adorándote en el Santísimo Sacramento del altar, el Sacramento que es invención de tu Amor, con el cual no nos dejas solos sino que te quedas con nosotros “hasta el fin de los tiempos” (Mt 28, 20). Queremos así tomar en nuestros corazones tu dolor, para darte al menos un poco de descanso en tu terrible y mortal tristeza. Danos la gracia de beber del cáliz de tus amarguras y de sentir tus mismas penas, para que nuestra oración suba ante el trono de Dios Padre como incienso de suave fragancia. La visión de todos los pecados de la humanidad –asesinatos, mentiras, fraudes, estafas, violencias, traiciones, ira, codicia, venganza, lujuria, lascivia, orgullo, avaricia, pereza, acidia, idolatría- en su horrible y espantosa realidad, fue lo que te hizo entrar en agonía de muerte y sudar sangre. Jesús, por esta sangre derramada en el Huerto de los Olivos, concédenos la gracia de experimentar la náusea y el horror del pecado, para que nunca nos apartemos de Ti y vivamos siempre en Tu Presencia, de día y de noche.

Meditación en silencio.

Jesús, que al finalizar las tres Horas de amarga agonía en el Huerto, sufriste un nuevo dolor que desgarró tu Corazón, y fue la traición de Judas Iscariote, a quien habías colmado de tus dones y gracias, ordenándolo sacerdote y llamándolo “amigo” (cfr. Jn 15, 15) en la Última Cena. Su traición fue para Ti causa de dolores inenarrables, porque sus repetidos rechazos a tu Amor lo llevó a preferir escuchar el tintineo metálico de las monedas de plata, antes que los latidos de tu Sagrado Corazón; su dureza de corazón lo llevó a comulgar con Satanás, quien “entró en él” cuando Tú “le diste el bocado” (cfr. Jn 13, 21-38) en la Última Cena, saliendo del Cenáculo y de tu Presencia para ser engullido por las tinieblas del infierno; su frialdad e indiferencia por los pobres y por el sufrimiento de sus hermanos, lo llevó a amar “el dinero de la bolsa” y no a tu Sagrado Corazón, convirtiéndose en ladrón impenitente; su soberbia le impidió adorarte con el perfume de la oración y de las buenas obras, como lo hizo María Magdalena al ungir tus pies con un costoso perfume (cfr. Lc 7, 36-50), símbolo de la piedad y de la misericordia, fingiendo una falsa pobreza y una cínica preocupación por los pobres, porque en realidad, como Tú lo dijiste, “era ladrón” y amaba el dinero; su cinismo e hipocresía lo llevó a entregarte a tus enemigos con el símbolo de la amistad, el beso, pervirtiéndolo, y convirtiéndose en figura de los cristianos que, a lo largo de la historia, traicionarían a sus hermanos valiéndose de su condición de cristianos. Jesús, que no le reprochaste a Judas su traición, sino más bien sufriste en silencio su dureza de corazón y no dejaste, hasta el último momento, de elevar súplicas por su salvación, aun cuando tenía ya un pie en el infierno, Te suplicamos que aceptes nuestra reparación por nuestros pecados, por las veces que nos hemos comportado como otros tantos judas iscariotes, y te ofrecemos reparación por todos los judas iscariotes de todos los tiempos, pero te pedimos también, por los dolores de María Santísima que, ante la vista de nuestra traición a Ti, nos concedas la gracia de la contrición perfecta del corazón, como se la concediste a Pedro, quien movido por Ti se arrepintió de haberte traicionado, y hagas que las lágrimas de dolor y arrepentimiento sean nuestro pan de cada día.

Meditación final:

Jesús, que en las Horas penosísimas de la Agonía en el Huerto fuiste confortado por un “ángel del cielo” (cfr. Lc 22, 43) quien, según la Beata Ana Catalina Emmerich, te dio “un alimento de color rojo” del tamaño similar a una Hostia. Este alimento del cielo, más el cáliz de la amargura que te dio a beber el Padre, fueron tu sostén en el Getsemaní. Concédenos, por tu agonía y por las penas, tristezas y amargura de tu Madre, participar de tu Pasión en cuerpo y alma, y así como el ángel te dio un alimento de color rojizo, haz que la Virgen nos alimente con la Eucaristía, que es blanca como el pan y roja como la Carne Santa de tu Sagrado Corazón, y así como bebiste hasta las heces del cáliz que te preparó el Padre, cáliz de amargura y dolor, haz que la misma Virgen sacie nuestra sed de Ti dándonos de beber del cáliz de tus amarguras, para que uniéndonos a Ti y a tu Pasión ofrezcamos nuestras vidas como holocausto para la salvación de nuestros seres queridos y de toda la humanidad. Haz que, alimentados por la Virgen con la Eucaristía y bebiendo del cáliz de tus amarguras, se imprima en nosotros tu Pasión y así alcancemos la gloria en la vida eterna. Amén.

         Oración final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo; te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

Canto de salida: “El trece de mayo”.
A tres pastorcitos la Madre de Dios,
descubre el misterio de su corazón.
Ave, ave, ave María. Ave, ave, ave María.
Haced penitencia, haced oración,
por los pecadores implorad perdón.
Ave, ave, ave María. Ave, ave, ave María.
Las modas arrastran al fuego infernal,
vestid con decencia si os queréis salvar.
Ave, ave, ave María. Ave, ave, ave María.
El Santo Rosario constantes rezad,
y la paz del mundo el Señor os dará.
Ave, ave, ave María. Ave, ave, ave María.
¡Qué pura y qué bella se muestra María,
qué llena de gracia en Cova de Iria!
Ave, ave, ave Maria. Ave, ave, ave Maria.


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