Inicio:
ofrecemos esta Hora Santa y el rezo del Santo Rosario meditado en reparación
por grave ultraje litúrgico cometido contra la Santa Misa por parte de Cardenal
católico el 10 de junio pasado. En la denominada “Conferencia Episcopal Regional
sobre Comunicaciones Sociales”, las eucaristías se celebraron en las mesas de
reunión en forma de U. El cardenal Francis presidió o copresidió estas
Eucaristías. Todo el clero se sentó, obviamente también durante la
consagración. No fue necesario ningún misal para la Eucaristía del cardenal. En
las mesas había teléfonos, folletos y botellas de agua. Para la Comunión, se
pasó un cáliz con hostias para el autoservicio. El abuso litúrgico fue expuesto
por “Veritate Fideles” en una red social (29 de agosto). Rechazamos rotunda y profundamente
este ultraje a la Santa Misa y a la Eucaristía.
Canto
de entrada: “Postrado a vuestros pies humildemente”.
Inicio del rezo del Santo Rosario. Primer Misterio
(misterios a elección).
Meditación.
Afirma un autor que la Tercera Persona de la Trinidad
Sacrosanta, el Espíritu Santo, se encuentra “por todas partes” en la Santa
Misa: “El Santo Espíritu, según la liturgia de la Santa Misa, está en todos los
actos, en todas las oraciones, en todos los símbolos, en todos los frutos (espirituales),
por todas partes”[1].
Esto significa que la Santa Misa es un acto de amor de la Santísima Trinidad
hacia los hombres, además de ser el Santo Sacrificio del Altar, el cual es,
obviamente, también un acto de amor, el Supremo Acto de Amor, del Hombre-Dios
hacia la Santísima Trinidad.
Un
Padrenuestro, diez Avemarías, un Gloria.
Segundo Misterio.
Meditación.
La lección que se deriva de esto es que debemos vivir tanto en
el Espíritu como en Cristo; de otro modo, dice San Pablo, vivimos bajo la
esclavitud del pecado y de la carne. La Santa Misa nos ayuda a vivir en el
Espíritu y en Cristo: “La Misa nos hace vivir por el Padre, para Jesucristo, en
la unidad del Espíritu Santo y es esta la única manera en la cual podemos
concederle a la Trinidad lo que la Trinidad merece, todo el poder, el honor y
la gloria”[2].
Un
Padrenuestro, diez Avemarías, un Gloria.
Tercer Misterio.
Meditación.
La Santa Misa, ofrecida por la Santa Iglesia, es la obra de
Cristo Sacerdote Sumo y Eterno y es también obra del Espíritu Santo, por medio
del cual Cristo es consagrado redentor glorioso y vivificador. Por esto mismo,
la presencia y la acción del Espíritu Santo es real y actúa de principio a fin
en el Sacrificio Redentor de Cristo: en su Concepción milagrosa y en su Nacimiento, la unción del Espíritu Santo
consagra la naturaleza humana de Jesús como sacerdote; el Espíritu Santo se manifiesta
sobre Jesús en la Sinagoga, cuando lee al Profeta Isaías –“El Espíritu del
Señor está sobre Mí”-; su Cuerpo es consagrado por el Espíritu como Víctima de
sacrificio; el fuego que lo consume y con el que Él quiere encender el mundo es
el fuego del Espíritu Santo; finalmente, dice San Agustín, Jesucristo es Sacerdote
y Víctima, que se ofrece a Sí Mismo al Padre en el Amor del Espíritu Santo, por
medio de la perpetuación del misterio del sacrificio cotidiano de la Iglesia,
la Santa Misa[3].
Un
Padrenuestro, diez Avemarías, un Gloria.
Cuarto Misterio.
Meditación.
A su vez la Eucaristía, llamada también “Sacramento del Amor”,
difunde este Amor del Corazón de Cristo Sacerdote, inmolado en el altar de la
cruz y en la cruz del altar, para expandirse y difundirse por todos los corazones
de su Cuerpo Místico, así como el corazón expande y difunde la sangre por las
arterias haciendo llegar así esta sangre a los órganos. Y así como Jesucristo
no hizo nada en la Pasión y no hace nada en el misterio eucarístico que no sea
dictado e inspirado por el Amor Divino, así también los sacerdotes y los fieles,
en virtud de este mismo Espíritu Divino, deben también obrar por amor y una
muestra de esto es el ofrecerse a sí mismos, en unión con Cristo, como víctimas
en la Víctima, por la redención de los hombres, siendo copartícipes del Sacrificio
del altar.
Un
Padrenuestro, diez Avemarías, un Gloria.
Quinto Misterio.
Meditación.
En la Santa Misa, el Espíritu Santo obra una triple
santificación: a través del sacerdote ministerial, la Iglesia bendice el Cuerpo
y la Sangre de Cristo sobre el altar, luego de la consagración, de manera que
la Iglesia realiza esta ofrenda Purísima, desde el altar terreno, hasta el
altar celestial, puesto que lo que ofrecen los sacerdotes y los fieles no es a
otro que a Jesucristo sobre la Cruz; el Espíritu Santo bendice y santifica las
oraciones que se elevan hacia la Majestad del Padre y es por eso que las
oraciones finalizan diciendo: “In unitate Spiritu Sancti”, en la unidad del
Espíritu Santo; finalmente, la tercera santificación que obra el Espíritu Santo
en la Santa Misa, es sobre las almas, según lo dicen los Santos Padres: “El Espíritu
Santo, debido a que es Santo por esencia, es el principio de toda santidad”
(San Basilio). Es por esto que no es necesario que el Espíritu Santo sea
nombrado del mismo modo que el Padre y el Hijo, puesto que está en todas partes[4]. Y quiere estar en
nuestros corazones, por medio de la Comunión Eucarística, ya que el Sagrado
Corazón Eucarístico de Jesús sopla el Espíritu Santo sobre los corazones de las
almas que lo reciben en gracia, con fe, con piedad, devoción y amor.
Oración
final: “Dios
mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen,
ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).
“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo
os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, de Nuestro Señor
Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los
ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente
ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del
Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores.
Amén”.
Canto final: “El Trece de Mayo en Cova de Iría”.
Un Padrenuestro, tres Avemarías y un Gloria, pidiendo
por las intenciones del Santo Padre.
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