Inicio: ofrecemos esta Hora Santa y el
rezo del Santo Rosario meditado en reparación y desagravio por la persecución
sangrienta sufrida por cristianos en África a manos de la secta fundamentalista
islámica Boko Haram. Para mayor información, consultar en el siguiente enlace:
Canto inicial: “Alabado sea el
Santísimo Sacramento del altar”.
Oración
inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te
adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran,
ni te aman” (tres veces).
“Santísima
Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco
el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo,
Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes,
sacrilegios e indiferencias con los cuales Él mismo es continuamente ofendido.
Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado
Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.
Inicio
del rezo del Santo Rosario. Primer Misterio (misterios a elección).
Meditación
Por la unión que Cristo procura, por medio de su Cuerpo y su
Sangre contenidos en la Eucaristía, con el cuerpo y las almas de los que viven
en gracia y lo reciben dignamente en la Comunión Eucarística, todo cristiano
debería tener un amor inefable a Cristo[1],
no bastando esta vida ni las eternidades de eternidades, para agradecer al
Cordero de Dios un don tan inefable, el darse a Sí mismo en el Santísimo
Sacramento del altar para que el alma se goce y alegre en su posesión. ¡Nuestra Señora de la Eucaristía, que
postrados ante el sagrario, demos siempre adoración y acción de gracias por el
inefable Sacramento del altar!
Silencio para meditar.
Un
Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.
Segundo
Misterio.
Meditación
El
justo que, en estado de gracia y con fe, piedad y amor comulga para recibir el
Cuerpo y la Sangre de Jesús y así unirse a Él del modo más íntimo posible entre
Dios y la creatura, debe considerarse más afortunado que los ángeles más
afortunados, es decir, de aquellos ángeles que están ante el Trono de Dios[2].
Esto es así porque, habiendo ingresado en nuestro cuerpo por la comunión de
rodillas el Cuerpo sacrosanto de Cristo, nuestra carne queda “más pura que el
cristal, más limpia que el oro sacado del crisol, más resplandeciente que las
estrellas; más blanda que la cera, más devota que la misma devoción y más
espiritual que los ángeles y a todo gusto del sentido más muerta que los mismos
muertos”.
Silencio
para meditar.
Un
Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.
Tercer
Misterio.
Meditación
¡Cuánto duele ver a los cristianos buscar la felicidad en
lugares mundanos, en donde jamás la encontrarán! Las vidas de los cristianos se
verían transformadas para bien, si vieran no sólo la eficacia de los
Sacramentos y en particular el de la Eucaristía y no pusieran impedimento a la
gracia[3].
¡Cómo cambiarían sus vidas, si sólo se acercaran a Cristo Eucaristía y probaran
el Amor de su Sagrado Corazón Eucarístico, allí encontrarían la felicidad que sus
corazones anhelan en todo momento!
Silencio para meditar.
Un
Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.
Cuarto
Misterio.
Meditación
Muchos cristianos no encuentran, lamentablemente, el gozo y
la alegría en el Santísimo Sacramento del altar, porque ni se preparan
adecuadamente para recibirlo –lo hacen en forma distraída, mecánica, como si
comulgar fuera ingerir un poco de pan-, ni tampoco hacen meditación y acción de
gracias luego de recibir la Sagrada Eucaristía –se entretienen con pensamientos
mundanos, por ejemplo- y así todas las gracias, todo el Amor y todo el gozo que
Cristo Eucaristía quería darles a sus corazones, no se los puede entregar,
porque sería como arrojarlos al vacío[4]. ¡Que no seamos descuidados en la comunión,
Nuestra Señora de la Eucaristía, y que comulguemos siempre con amor, fe y
adoración!
Silencio para meditar.
Un
Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.
Quinto
Misterio.
Meditación
Quien
quiera gustar del Amor de Dios que Él vierte en cada Comunión Eucarística, debe
procurar un cambio radical de vida, porque no puede disfrutar de este Amor
Divino contenido en el Sagrado Corazón Eucarístico, si antes de comulgar su
propio corazón está volcado a las cosas del mundo y si después de comulgar,
sigue tan campante en su mundanidad, como si no hubiera recibido al Manjar de
los manjares, la Carne Eucarística del Cordero de Dios. ¡Nuestra Señora de la Eucaristía, despierta en nosotros un gran deseo
de comulgar, precedido por el amor y la adoración, para que el Amor de Jesús
Eucaristía reine en nuestros corazones!
Un
Padrenuestro, tres Avemarías y un Gloria pidiendo por la salud e intenciones de
los Santos Padres Benedicto y Francisco.
Oración
final: “Dios mío, yo creo, espero, te
adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran,
ni te aman” (tres veces).
“Santísima
Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco
el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo,
Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes,
sacrilegios e indiferencias con los cuales Él mismo es continuamente ofendido.
Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado
Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.
Canción
de despedida: “Cantad a María la Reina del
cielo”.
[1] Cfr. Juan Eusebio Nieremberg, Aprecio
y estima de la Divina Gracia, Apostolado Mariano, Sevilla s. d., 225.
[2] Cfr. Nieremberg, ibidem, 225-226.
[3] Cfr. Nieremberg, ibidem, 226.
[4] Cfr. Nieremberg, ibidem, 226.
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