Inicio: ofrecemos esta Hora Santa y el
rezo del Santo Rosario meditado en reparación por la ofensiva danza homoerótica
llevada a cabo en antigua iglesia católica de Canadá. Para mayor información de
este lamentable hecho, el siguiente enlace:
Canto inicial: “Tantum ergo,
Sacramentum”.
Oración
inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te
adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran,
ni te aman” (tres veces).
“Santísima
Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco
el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo,
Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes,
sacrilegios e indiferencias con los cuales Él mismo es continuamente ofendido.
Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado
Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.
Inicio
del rezo del Santo Rosario. Primer Misterio (misterios a elección).
Meditación
En el Evangelio, Jesús oró al Padre pidiendo que los
cristianos seamos “una sola cosa” (cfr. Jn
17, 21) con Él, así como Él y el Padre están el uno en el otro. Esta petición
se cumple en la Eucaristía: por ella, al unirnos al Espíritu de Cristo, nos
unimos a los espíritus de los justos y los bienaventurados, entre ellos y
principalmente, la Madre de Dios[1];
pero también nuestro cuerpo, al unirse sacramentalmente al Cuerpo de Cristo
contenido en la Eucaristía, se une en cierto modo al cuerpo de todos los
bienaventurados que en el Espíritu están unidos a Cristo, cumpliéndose así el
deseo de Cristo de que los cristianos y Él seamos “una sola cosa”[2].
Silencio para meditar.
Un
Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.
Segundo
Misterio.
Meditación
Afirma un autor que la “admirable sabiduría de Dios halló el
modo para que todos los justos fuesen una sola cosa, tal como lo había pedido
la Verdad Encarnada, Cristo Jesús. Y esta “sola cosa” no es por sólo la unión
en un solo espíritu por la Divinidad de Cristo, sino también siendo una sola
carne por la unión con la sacrosanta Carne de Cristo”[3],
la cual recibimos en el Pan vivo bajado del cielo, la Eucaristía. ¡Nuestra Señora de la Eucaristía, que
siempre seamos uno con Cristo en la Eucaristía!
Silencio para meditar.
Un
Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.
Tercer
Misterio.
Meditación
San
Pablo dice que “muchos somos un mismo cuerpo en Cristo y cada uno es miembro
del otro”[4] y
esto, según algunos autores, se refiere a que “no es sólo un cuerpo considerado
de manera mística y general, sino propia y corporalmente, porque todos,
realmente, nos unimos y juntamos con el Cuerpo de Cristo Nuestro Redentor en la
Eucaristía”[5].
Silencio
para meditar.
Un
Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.
Cuarto
Misterio.
Meditación
Porque
formamos un solo cuerpo con Cristo es que, quien comulga, debe considerar y
guardar con mucho celo la pureza de su cuerpo y su alma: su carne debe ser
espiritual y pura, pues se hace un cuerpo con el cuerpo de los Santos y de la
Madre de Dios, al comulgar el Cuerpo de Cristo[6]. ¡Nuestra Señora de la Eucaristía, que nuestras
mentes y cuerpos estén siempre puros por la gracia, para así poder recibir a
Jesús Eucaristía dignamente!
Silencio
para meditar.
Un
Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.
Quinto
Misterio.
Meditación
Estimemos
esta dignidad de ser unos con el Espíritu Santo y con todos aquellos que fueron
templos del mismo Espíritu Santo[7] y,
por eso mismo, guardemos con celo nuestra mirada, nuestros pensamientos,
nuestras acciones, para que nada impuro o indigno de Dios llegue a afectarnos,
siendo como estamos, llamados a ser también nosotros morada de la Trinidad y
Templo del Espíritu Santo y nuestros corazones, otros tantos altares y
sagrarios vivientes en donde se ame y se adore únicamente a Cristo Eucaristía, Nuestro
Dios y Señor. ¡Nuestra Señora de la
Eucaristía, que nunca amemos ni adoremos a nada ni nadie que no sea Jesús
Eucaristía!
Un
Padrenuestro, tres Avemarías y un Gloria pidiendo por la salud e intenciones de
los Santos Padres Benedicto y Francisco.
Oración
final: “Dios mío, yo creo, espero, te
adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran,
ni te aman” (tres veces).
“Santísima
Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco
el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo,
Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes,
sacrilegios e indiferencias con los cuales Él mismo es continuamente ofendido.
Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado
Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.
Canción
de despedida: “Plegaria a Nuestra Señora de los
Ángeles”.
[1] Cfr. Juan Eusebio Nieremberg, Aprecio
y estima de la Divina Gracia, Apostolado Mariano, Sevilla s. d., 227.
[2] Cfr. Nieremberg, ibidem, 227.
[3] Cfr. Nieremberg, ibidem, 227.
[4] Rom 12.
[5] Cfr. Nieremberg, ibidem, 227.
[6] Cfr. Nieremberg, ibidem, 228.
[7] Cfr. Nieremberg, ibidem, 228.
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