sábado, 13 de abril de 2024

Hora Santa en reparación por profanación del Sagrado Corazón de Jesús por parte de travesti en Catedral de La Serena, Chile 260324

 



Inicio: ofrecemos esta Hora Santa y el rezo del Santo Rosario meditado en reparación por el sacrilegio cometido contra el Sagrado Corazón de Jesús por parte de un hombre travestido de mujer. Para mayores datos, consultar el siguiente enlace:

https://infovaticana.com/blogs/cigona/escandalo-en-la-serena-chile-por-modelo-trans-en-el-altar-de-la-catedral-representando-al-sagrado-corazon/

Canto de entrada: “Cristianos venid, cristianos llegad”.

Inicio del rezo del Santo Rosario. Primer Misterio (misterios a elección).

Meditación.

A partir de su institución por parte de Jesús, en la Última Cena, la Santa Misa ha reemplazado, de modo supereminente, todos los holocaustos y todas las ofrendas del Templo de Jerusalén, ofrecidas en acción de gracias[1]. Al compararlas con las ceremonias antiguas, por ejemplo, la oración de David, luego de la construcción del Templo, las oraciones solemnes que hacemos en la Santa Misa, nos damos cuenta de nuestra ingratitud y de nuestra frialdad de corazón. En efecto, el rey David dice: “Este Templo no es para un hombre, sino para el Dios Yahvéh”. David alaba a Dios con todo su corazón: “¡Bendito seas, de eternidad en eternidad, Yahvéh, Dios de nuestro padre Israel! A Ti sea la grandeza, la fuerza, la magnificencia, el esplendor y la gloria, porque te pertenecen todo el cielo y la tierra (por esto) celebramos Tu Nombre glorioso”. Ahora bien, los bienes espirituales -y también materiales- de Dios en Jesucristo son incomparablemente más elevados y grandiosos que los del Antiguo Testamento, por lo cual nosotros deberíamos, imitando al rey David, postrarnos en acción de gracias, en alabanzas y en adoración ante Jesús Sacramentado, Don de dones divinos, Ante Quien doblas las rodillas el cielo, la tierra y el abismo.

Un Padrenuestro, diez Avemarías, un Gloria.

Segundo Misterio.

Meditación.

Dice San Bernardo que debemos agradecer permanentemente a Nuestro Señor Jesucristo y reparar por quienes no lo hacen y él mismo da el ejemplo con la siguiente oración: “Oh Buen Jesús, lo que me inflama en tu Amor, lo que vuelve amable mi corazón, es el cáliz que has bebido, es la obra de nuestra redención. Es Jesús quien reclama nuestro amor y sin reservas. El Salvador ha trabajado en la formación del universo entero, pues Él lo dijo y todas las creaturas fueron hechas y es Él quien gobierna todo lo creado (Sal 30, 2); pero también, Él se ha encontrado con seres que contradicen su palabra, que critican sus obras, que menosprecian sus tormentos, que insultan su muerte. ¡A Aquel que nos ha amado! Él nos ha amado con un amor tierno, prudente y valiente; con un amor tierno, porque Él tomó nuestra carne; con un amor prudente, porque nos advirtió del pecado; con un amor valiente, porque Él enfrentó la muerte”. Amemos al Amor de los amores, que está en el altar solo por nuestro amor, Jesús Eucaristía.

Un Padrenuestro, diez Avemarías, un Gloria.

Tercer Misterio.

Meditación.

San Pablo, en sus Epístolas a los Efesios y a los Colosenses, expresa con sublime plenitud la obra de Cristo, su obra salvífica, obra a la cual debemos agradecer por la inmensidad de dones conseguidos por nosotros, por Jesús, al precio altísimo de su Preciosísima Sangre. Dice así: “Bendito sea el Dios y Padre de Nuestro Señor Jesucristo, que en Cristo nos ha bendecido con toda clase de bienes espirituales (…) Es en Él (…) que vosotros habéis recibido el sello del Espíritu prometido, el Espíritu Santo, las arras de nuestra herencia mientras esperamos la plena redención de quienes Dios ha adquirido para honor de su gloria” (cfr. Ef 1). Y la forma más adecuada y más apreciada por Dios, para agradecer todos los dones espirituales recibidos por Cristo, es ofreciendo el Santo Sacrificio del altar, la Santa Misa.

Un Padrenuestro, diez Avemarías, un Gloria.

Cuarto Misterio.

Meditación.

Cada vez que se celebra, la Santa Misa nos invita a testimoniar a Dios este reconocimiento de su gloria manifestada en Cristo Jesús. Debemos reconocer que somos profundamente ingratos, no solo con nuestros benefactores, sino ante todo con Dios, que nos ha bendecido por encima de toda capacidad de nuestra razón, en Cristo Jesús, en su Santo Sacrificio del Calvario, renovado incruenta y sacramentalmente cada vez, en el altar eucarístico, en la Santa Misa. No se trata de un agradecimiento puramente sensible y afectivo: es necesario que tomemos conciencia de nuestra total dependencia de su Amor en todos los bienes que componen la trama de nuestra vida, tanto temporal, como la vida eterna a la que estamos destinados y cuyas puertas han sido abiertas para nosotros gracias a la Sangre del Cordero derramada en el Calvario y recogida en el Cáliz de la Santa Misa, en el altar eucarístico.

Un Padrenuestro, diez Avemarías, un Gloria.

Quinto Misterio.

Meditación.

Ahora bien, la Santa Misa no es solamente una Acción de gracias por los beneficios recibidos: damos gracias a Dios, a través de la Santa Misa, debido a la inmensidad y majestuosidad de la gloria divina de la Santísima Trinidad. La “Gloria in excelsis” que se manifiesta en esta expresión, no es solo la oración de la Misa inspirada para agradecer los dones recibidos, sino ante todo inspirada por el deseo de agradecer a Dios por su inmensa gloria. La alegría que la contemplación de las grandezas de Dios hacen nacer en los corazones de los cristianos es tan esencial a la Santa Misa, que el nombre original de la Misa fue el de “Eucaristía”, es decir, “acción de gracias”. Cristo se nos dona en el Pan eucarístico como memorial de su Pasión para que al mismo tiempo demos gracias a Dios por el hecho de que Él ha creado el mundo y lo que contiene, en vistas del hombre y del mal en el que hemos nacido y del cual nos ha liberado, al reducir a la impotencia a los Principados y a las Potestades, por medio de Aquel que voluntariamente soportó el sufrimiento de la Pasión. Nunca dejemos de dar gracias a Dios, no solo por los innumerables bienes recibidos a través de Cristo, sino principalmente por la inmensidad de su gloria, de su divinidad y de su majestad.

Oración final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

Canto final: “El Trece de Mayo en Cova de Iría”.

Un Padrenuestro, tres Avemarías y un Gloria, pidiendo por las intenciones del Santo Padre.

 



[1] Cfr. Francois Charmot, La Messe, source de sainteté, Editorial Spes, París 1959, 34.

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