viernes, 26 de febrero de 2021

Hora Santa en reparación por profanación de la Santa Misa por pastor evangélico en Brasil 230221


 


Inicio: ofrecemos esta Hora Santa y el rezo del Santo Rosario meditado en reparación por la profanación de la Santa Misa y de la Santa Eucaristía cometida por un pastor protestante, que “concelebró” la Santa Misa y comulgó sacrílegamente la Sagrada Eucaristía. Para mayores datos, consultar el siguiente enlace:

https://www.aciprensa.com/noticias/destituyen-de-parroquia-a-sacerdote-que-concelebro-misa-con-pastor-evangelico-12264

Canto inicial: “Cantemos al Amor de los amores”.

Oración inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

Inicio del rezo del Santo Rosario. Primer Misterio (Misterios a elección).

Meditación.

Afirma un autor que “el pecado hace al alma malaventurada”[1]. Es decir, así como la gracia santificante convierte al alma en bienaventurada, porque la hace partícipe de la vida divina y por lo tanto le anticipa, aquí en la tierra, la eterna bienaventuranza del cielo, la que habrá de gozar si se mantiene y muere en gracia, así el pecado convierte al alma en “malaventurada”, porque desde esta vida la aparta del cielo y la coloca a las puertas del Infierno, haciéndola partícipe, en cierto modo, de la eterna desdicha de los ángeles caídos y de los condenados.

Un Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.

Segundo Misterio.

Meditación.

En otras palabras, por la gracia se consigue la bienaventuranza de esta vida y sobretodo de la vida eterna, mientras que por el pecado, se adquiere la malaventuranza, además de la miseria temporal y eterna. En cuanto a la desdicha temporal, no hay mayor desventura que la del pecador, porque la voz de la conciencia, que le recrimina haber pecado, no lo deja en paz y así con este remordimiento llegan la envidia, la ira y multitudes de vicios que lo asaltan a cada momento y le quitan la paz interior[2].

Un Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.

Tercer Misterio.

Meditación.

En el pecado solo hay desdicha e infelicidad, porque la dicha y felicidad que el pecador cree que se procura con el pecado, no son tales, sino su contrario. Además, es ya gran desdicha para el pecador el hecho de que Dios lo deje con su pecado a cuestas, y esta desdicha es suma y es grande, aun cuando el pecador esté rodeado de bienes materiales y de placeres terrenales. De esto se sigue, como dice Boecio, que para el pecador, el castigo es un gran bien, puesto que por el castigo se puede corregir, en cambio si queda sin castigo, se queda con el pecado y con la miseria y desdicha que éste conlleva[3].

Un Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.

Cuarto Misterio. 

Meditación.

Quien está en pecado, es desdichado en medio de las mismas dichas: es malaventurado, aun cuando esté en brazos de la fortuna, porque el pecador puede tener todos los bienes materiales que desee, pero no posee la gracia santificante de Nuestro Señor Jesucristo, que es el único y verdadero bien del alma al que debemos aspirar en esta vida terrena. El pecador es malaventurado porque tiene la culpa y es desdichado hasta que no reciba la Divina Misericordia, que por medio de una ligera corrección le quita el pecado y le devuelve la plena y verdadera felicidad[4].

Un Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.

Quinto Misterio.

Meditación.

Porque es la suma de las desgracias, tanto temporales como eternas, es que el alma debe temer cometer un solo pecado mortal o venial deliberado, porque estos privan al alma del Sumo, Eterno e Infinito Bien Increado, que es Dios Uno y Trino y su Mesías, Cristo Jesús. Es por esto que en esta vida se deben temer las culpas –esto es, el pecado- y no las penas, porque no hay pena en esta vida que no tenga mucho de bien y no hay culpa que no sea toda mala. La pena tiene siempre anexa algún bien, porque es Dios quien la envía y la envía para bien; en cambio el pecado es siempre veneno y gran ponzoña, porque es solo pestilencia y malicia y por ello es de temer siempre aunque sea tan solo su nombre. Los santos nos enseñan que todas las desgracias y calamidades del mundo no son de temer en comparación con el pecado: “Nombres son de calamidades solamente, la verdadera calamidad es ofender a Dios”[5].

Oración final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

Canto final: “Plegaria a Nuestra Señora de los Ángeles”.

Un Padrenuestro, tres Avemarías y un Gloria, pidiendo por las intenciones de los Santos Padres Benedicto y Francisco.

 



[1] Cfr. Juan Eusebio Nieremberg, Aprecio y estima de la Divina Gracia, Apostolado Mariano, Sevilla s. d., 450.

[2] Cfr. Nieremberg, ibidem, 450.

[3] Cfr. Nieremberg, ibidem, 451.

[4] Cfr. Nieremberg, ibidem, 451.

[5] San Juan Crisóstomo, Homil. 5 ad Popul.

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