martes, 6 de agosto de 2019

Hora Santa en reparación por grave ultraje a Jesús en Italia 030317



Inicio: ofrecemos esta Hora Santa y el rezo del Santo Rosario meditado en reparación por el grosero ultraje cometido contra Nuestro Señor Jesucristo por parte de una asociación pro-homosexual. El informe relativo a tan lamentable episodio se encuentra en el siguiente enlace:


         Canto inicial: “Cristianos venid, cristianos llegad”.

Oración inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

         Inicio del rezo del Santo Rosario. Primer Misterio (misterios a elección).

Meditación

         Si la gracia concede al alma una hermosura que es admirada por los ángeles y enamora hasta al mismo Dios[1], su pérdida provoca un estado tal de horripilancia espiritual, que provoca horror para quien pueda percibirlo. Un autor, Rufino[2], escribe que un santo obispo veía a los que estaban en gracia como muy hermosos y blancos y a los que carecían de ella negras como el carbón y horribles, con los ojos hechos sangre y llenos de llamas.

          Silencio para meditar.

Un Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.

Segundo Misterio.

Meditación

         Cuando se pierde la gracia, que hermosea al alma con la hermosura de Dios, el alma queda con tanta fealdad encima, que todas las fealdades corporales juntas no llegan ni siquiera a dar una pálida idea de lo que es la fealdad del alma sin gracia, en estado de pecado[3]. Si alguien pudiera ver a esta desdichada alma con los ojos espirituales, quedarían espantados de horror, como si estuvieran viendo a los mismos demonios, cuya fealdad extrema es provocada también por la pérdida de la gracia.

         Silencio para meditar.

Un Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.

Tercer Misterio.

Meditación

         ¿Por qué los cristianos no dan importancia a la gracia? ¿Por qué la desprecian, dejándola de lado y prefiriendo el pecado, cuando el pecado es causa de que el alma se parezca en su fealdad a un demonio? Muy probablemente, porque no se toma conciencia, porque no se ve corporalmente, cuánta y cuan espantosa es la fealdad que la pérdida de la gracia provoca tanto en el alma como en el ángel caído. Así, dijo Nuestro Señor Jesucristo a Santa Brígida[4]: “Si vieses a los demonios como son en sí, o vivieras con un dolor excesivo, o murieras de repente por su vista terrible; y así sólo se te representan las cosas espirituales con figuras corporales”.

         Silencio para meditar.

Un Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.

Cuarto Misterio.

Meditación

         Afirma un autor que incluso los santos, que vieron la fealdad del pecado en los demonios, quedaron atónitos y espantados; se pregunta este autor si qué les sucedería si vieran espiritualmente –es decir, no sólo en figura corporal- a la fealdad del pecado y de la pérdida de la gracia, tal como es en sí. A los monjes de San Alcardo[5] Dios les permitió que se les mostrase en la hora de la muerte, para que la pena de su horrible vista les sirviera de Purgatorio. También a Santa Catalina de Siena se le mostró el demonio con la fealdad de su pecado, sólo por un instante, y quedó tan horrorizada, que manifestaba que prefería andar descalza hasta el día del Juicio por un camino en llamas, que verlo otra vez.

         Silencio para meditar. 

Un Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Un Gloria.

Quinto Misterio.

Meditación

         La hermosura de la gracia sobrepasa a todo cuanto es hermoso y a cuantas cosas hermosas se puedan imaginar, por lo que surge la pregunta: ¿por qué no hace el pecador el propósito de convertirse, de la fealdad del pecado, a la hermosura de la gracia?[6] ¿Qué misterio de iniquidad es éste, que el alma prefiere el horror del pecado antes que la dulzura y hermosura de la gracia divina? Un santo, San Paulo el Simple[7], vio una vez que había mucha gente en la iglesia y que todos eran hermosos como ángeles; pero entró uno fiero y negro como un demonio. El siervo de Dios lloró amargamente por el estado de esta alma, pero vio el santo cómo este hombre, otrora horrible, adquiría en un instante también una belleza similar a los demás de la iglesia. El santo le preguntó si qué es lo que había hecho, y el hombre le contestó que estando en la iglesia, tuvo la perfecta contrición de los pecados y que Dios le había concedido esta gracia, que le hizo arrepentirse y así su alma se llenó de la hermosura de la gracia. Podemos decir que lo mismo sucede, aunque invisiblemente, cada vez que un alma en estado de pecado mortal se confiesa sacramentalmente con verdadero dolor de sus pecados.

         Un Padrenuestro, tres Avemarías y un Gloria pidiendo por la salud e intenciones de los Santos Padres Benedicto y Francisco.

Oración final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

Canción de despedida: “El Trece de Mayo en Cova de Iría”.




[1] Cfr. Juan Eusebio Nieremberg, Aprecio y estima de la Divina Gracia, Apostolado Mariano, Sevilla s. d., 212.
[2] Lib. 3, cap. 199, passim.
[3] Cfr. Nieremberg, ibidem, 213.
[4] Revel., 1. 2, cap. 3.
[5] Blos. Moniii, cap. 2.
[6] Cfr. Nieremberg, ibidem, 214.
[7] In Vit. Patrum. Ruf., lib. 4, núm. 167.

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