martes, 27 de marzo de 2018

Hora Santa en reparación por profanación de una iglesia en Francia a manos de fundamentalistas islámicos 200318



Islamistas enajenados, acompañados por activistas y políticos de extrema izquierda, 
en el momento en el que ingresan a la Iglesia de San Denis en París, profanándola.
Acto seguido, fueron desalojados por la policía.


         Inicio: ofrecemos esta Hora Santa y el rezo meditado del Santo Rosario en reparación por la agresión y profanación de la Iglesia de San Denis en Francia, por parte de una horda de islamistas enajenados acompañados por activistas de la extrema izquierda. La noticia acerca del lamentable suceso puede encontrarse en los siguientes enlaces:



         Pediremos por la conversión de quienes perpetraron este sacrilegio, como así también nuestra propia conversión, la de nuestros seres queridos y la del mundo entero. Para las meditaciones, nos serviremos de las reflexiones de un gran teólogo alemán, Odo Casel, recopiladas en su magistral libro: “Misterio de la Cruz”.

         Canto inicial: “Cantemos al Amor de los amores”.

         Oración inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

Enunciación del Primer Misterio del Santo Rosario (misterios a elegir.)

Meditación

El primer Adán, creado por la omnipotencia de Dios Padre, por la Sabiduría de Dios Hijo y por el Amor de Dios Espíritu Santo, reflejaba en su cuerpo y en su alma la hermosura del Dios trinitario, al cual estaba unido por la vida de la gracia[1]. Creado por Dios Trino como rey de la Creación y llamado a una unión en el amor con las Tres Divinas Personas, el primer Adán sin embargo sucumbe, por el mal uso de la libertad con la cual debía unirse a Dios Trino, al escuchar la voz de la Serpiente Antigua. Pero el primer Adán es solo un tipo del segundo Adán, el Definitivo, Cristo Jesús, el Hombre-Dios, que por ser Dios no era que estaba siempre en gracia, sino que Él era en sí mismo la Gracia Increada y el Autor de toda gracia creada. El Segundo Adán, si bien fue creado por el Padre en su humanidad, en su divinidad como Segunda Persona de la Trinidad, es engendrado desde la eternidad en el seno del Padre. Del Padre recibe el Ser divino trinitario, la naturaleza divina, y por lo tanto este Segundo Adán comparte con el Padre y el Espíritu Santo un mismo honor y gloria y es adorado junto al Padre y al Espíritu Santo.

Silencio para meditar.

Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Gloria.

Enunciación del Segundo Misterio del Santo Rosario (misterios a elegir).

Meditación

El Segundo Adán proviene del Padre desde la eternidad y asume en su Persona divina una naturaleza humana en el seno virgen de María para poder ofrecerse a sí mismo como Víctima Inmaculada para la salvación de los hombres. Este Segundo Adán es Sacerdote, Altar y Víctima y por Él y su sacrificio definitivo, quedan abolidos los sacrificios del Antiguo Testamento. Es Sumo y Eterno Sacerdote para toda la eternidad, porque Él es el Único Mediador entre Dios y los hombres y por medio de su Sangre derramada en la Cruz, se presenta ante el Padre con la ofrenda de sí mismo, por el Espíritu Santo. Es Sacerdote “según el orden de Melquisedech (Sal 109, 4) y no según la sucesión del sacerdocio del Antiguo Testamento. El Segundo y definitivo Adán es Jesucristo, el Ungido por excelencia, porque el Espíritu de Dios descansa sobre la humanidad suya, la humanidad que es la del Logos, la Sabiduría del Padre, desde el momento mismo de la Encarnación. Jesucristo es también Altar, porque su Humanidad extendida en la cruz es el Ara perfectísima sobre la que se inmola la Víctima agradabilísima a Dios; es la Víctima Pura, Santa, Inmaculada, porque en su condición de Hombre-Dios, es Purísimo en su Humanidad glorificada y es Santísimo en su Divinidad Increada. Y este Segundo y definitivo Adán es el que se ofrenda, cada vez, en la Santa Misa, por la Sagrada Eucaristía, ofreciendo al Padre su Cuerpo, su Sangre, su Alma, su Divinidad en expiación por nuestros pecados y el Amor de su Sagrado Corazón Eucarístico para nuestra dicha, honra y gloria.

Silencio para meditar.

Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Gloria.

Enunciación del Tercer Misterio del Santo Rosario (misterios a elegir).

Meditación

         Quien se une a este Segundo Adán, que cuelga del Árbol de la Vida, la Santa Cruz y que se ofrece a sí mismo como manjar angelical en el Pan Vivo bajado del cielo, la Eucaristía. Quien se une a este Segundo Adán por la fe, por el amor, por la adoración en la cruz y por la comunión eucarística, es introducido en la gloria de Dios[2], en el seno mismo de la Trinidad o, mejor aún, es la Trinidad misma quien viene a inhabitar en el alma del que está en gracia, aun cuando esta alma continúe todavía viviendo en este “valle de lágrimas”. Por medio de este Segundo Adán, el hombre no solo queda libre del pecado, triunfante sobre la muerte y vencedor sobre el Demonio, sino que comienza a vivir una nueva vida, ya en la tierra, la vida de la gracia, que es participación a la vida íntima de Dios Trino. Y esta vida de la gracia es la que, en el Reino de los cielos, se desplegará en todo su esplendor, convirtiéndose en la vida de la gloria de Dios Trinidad. Vivir unidos al Segundo Adán por la fe, la gracia, el amor y la comunión eucarística, es vivir ya en anticipo –aun cuando estemos en este “valle de lágrima”- algo más grande que el Reino de los cielos, y es la comunión de vida y amor con el Rey del Reino de los cielos, Cristo Jesús y, por su intermedio, con Dios Padre y Dios Espíritu Santo.

Silencio para meditar.

Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Gloria.

Enunciación del Cuarto Misterio del Santo Rosario (misterios a elegir).

Meditación

El Primer Adán, creado en la gloria y felicidad paradisíacas en su dignidad de creatura predilecta de Dios, sucumbió sin embargo por su propio orgullo, por su desobediencia a la voz de Dios y por escuchar y hacer caso a la voz de la Serpiente Antigua. Así, el Primer Adán se hizo partícipe del pecado angélico, la soberbia, y de amigo de Dios se convirtió en enemigo de Dios y amigo de Satanás, el Ángel caído, por cuya envidia el Primer Adán conoció la muerte: “Por envidia del Diablo entró la muerte en el mundo” (Sap 1, 13). El Primer Adán comenzó en la gloria y terminó en polvo y corrupción[3], y eso somos nosotros, sus descendientes, en las palabras de los santos: “Nada más pecado”. La vida del Primer Adán terminó en una tumba y en el seol, en la oscura región de los abismos. Pero sobre la tumba del Primer Adán se alzó el Altar de la Cruz, el Ara Santa donde se inmoló el Segundo Adán, con cuya muerte sacrificial el Primer Adán volvió a la vida, a una vida superior a la que poseía. Según la Tradición, la tumba de Adán estaba en el Gólgota, en línea recta en donde sería plantado el Nuevo Árbol de la Vida, la Santa Cruz de Jesús y cuando la Sangre Preciosísima del Cordero de Dios escurrió de sus sagradas llagas, cayó sobre el cráneo del Primer Adán, regresándolo a la vida. Es por esto que nosotros, descendientes del Primer Adán, nos postramos ante la Santa Cruz de Jesús y, con el corazón contrito y humillado, le suplicamos al Cordero de Dios, con piedad y amor y para recibir su vida, que su Sangre Preciosísima “caiga sobre nosotros”[4] –no lo pedimos con impiedad y blasfemia, como el Pueblo Elegido-, para que la muerte, el pecado y el demonio se alejen de nosotros, para que en nosotros muera el hombre viejo, el hombre dominado por la concupiscencia de la vida y de los ojos, y así seamos capaces de “nacer de lo alto” (cfr. Jn 3, 3), nacer de lo más profundo del Sagrado Corazón de Jesús, de su Sangre, que contiene el Espíritu Santo de Dios, Dador de vida eterna.

Silencio para meditar.

Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Gloria.

Enunciación del Quinto Misterio del Santo Rosario (misterios a elegir).

Meditación

Puesto que somos descendientes del Primer Adán, engendrados del pecado que de Adán, por medio de la concupiscencia, pasa a nosotros, también nosotros debemos arrastrar la carga de Adán. Pero hay una diferencia: todo lo que en esta vida es duro y áspero –dolor, enfermedad, sufrimientos, persecución, servidumbre, hambre, flaqueza, angustia y hasta la misma muerte-, todo, ha sido redimido por la Encarnación del Verbo, por su Sacrificio redentor y muerte en cruz, de manera tal que todo esto, si es asumido por nosotros con sentido penitencial –y así convertimos a nuestra vida terrena en una Cuaresma que finaliza en la Pascua a la vida eterna-, es un camino hacia Dios, es un camino de santificación y de salvación. Lo que antes era castigo, en el Primer Adán, ahora, gracias a Jesucristo, el Segundo Adán, se convierte –si es ofrecido con fe y con amor a Nuestro Señor crucificado- en fuente de santificación y en camino de vida eterna. La Cuaresma de esta vida es, por lo tanto –o al menos, debe serlo, porque tiene que ser ofrecida libremente, con fe y con amor-, un Via Crucis que nos lleva a la tumba con la Cruz[5], pero como en la Cruz se encuentra el Segundo Adán, que es Dios Eterno y Viviente y Dador de toda vida y de la vida de la gracia, en la Cruz encontramos nuestra Pascua, nuestro “paso” de esta vida a la eterna, aun viviendo todavía en esta vida terrena. Y si en la Cruz, también en la Eucaristía encontramos nuestra Pascua y con mucha mayor razón, pues en la Eucaristía se encuentra el Cordero de Dios, nuestra Pascua, vivo, radiante, resucitado, glorioso.

Oración final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

Canto final: “El Trece de Mayo en Cova de Iría”.



[1] Cfr. Odo Casel, Misterio de la Cruz, Ediciones Guadarrama, Madrid2 1964, 218.
[2] Cfr. Casel, ibidem, 221.
[3] Cfr. Casel, ibidem, 223.
[4] Cfr. Mt 27, 25.
[5] Cfr. Casel, ibidem, 224.

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