sábado, 10 de marzo de 2018

Hora Santa en reparación por burla blasfema a la Eucaristía por un izquierdista italiano 260218



         Inicio: ofrecemos esta Hora Santa y el rezo del Santo Rosario en reparación por una burla blasfema cometida contra la Presencia real de Nuestro Señor en la Eucaristía. El acto sacrílego –consistente en una parodia de la comunión eucarística a cargo de un supuesto “cómico” italiano llamado Beppe Grillo, en el que la Sagrada Eucaristía era reemplazada por un insecto, un grillo, vivo- ocurrió en Italia y la información relativa al lamentable episodio se puede encontrar en el siguiente sitio:


         Canto inicial: “Sagrado Corazón, Eterna Alianza”.

Oración inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amor. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

Inicio del rezo del Santo Rosario meditado (Misterios a elección). Primer Misterio.

Meditación.

         La Eucaristía es “un misterio de luz”[1], aunque no de una luz creatural, como la luz del sol o la luz de los cirios. Se trata de una luz sobrenatural porque en la Eucaristía está contenido el Hijo de Dios, cuya naturaleza divina es, en sí misma, luminosa. Jesús dice de sí mismo: “Yo Soy la luz del mundo” y la luz que es Él mismo, la ha recibido del Padre desde la eternidad. Esta verdad es la que la Iglesia manifiesta en el Credo cuando dice: “Dios de Dios, Luz de Luz”. Jesús es el Hombre-Dios y en cuanto Dios es luz, una luz divina, celestial, sobrenatural, que vivifica a quien ilumina por cuanto es una luz viva, que procede del Ser divino trinitario. Así como Jesús dijo de sí mismo que quien fuera iluminado por Él no viviría en tinieblas, sino en la luz viviente de Dios –“Yo Soy la luz del mundo y el que me sigue no andará en tinieblas”-, lo mismo se dice de la Sagrada Eucaristía, que es Dios Hijo, Jesús, en Persona: quien adora la Eucaristía, no vive en tinieblas, porque recibe la luz divina que vivifica el alma humana con la vida misma del Ser divino trinitario.

         Silencio para meditar.

Padrenuestro, diez Ave Marías, Gloria.

Segundo Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

         Jesús se presenta a sí mismo como “Luz del mundo” y se muestra como tal, como Luz celestial, en la Transfiguración y en la Resurrección[2]. En la Escritura, la luz es sinónimo de gloria divina, por lo que en el Monte Tabor y en el Santo Sepulcro –también en la Epifanía- la luz que emite Jesús y que resplandece a través de su Humanidad glorificada es la luz de la gloria que brota de su Ser divino trinitario. Es decir, la luz de Jesús no es una luz que le venga añadida de afuera, como algo que no le corresponde y que le es concedido: es la luz que brota de su Acto de Ser divino trinitario y confirma que Él no es un hombre más entre tantos; no es un hombre santo, ni siquiera el más santo entre los santos, sino que esta luz celestial que brota de su Ser trinitario y resplandece en la Epifanía, en el Tabor y en la Resurrección, es su propia luz; es Él, que es luz divina, por cuanto su naturaleza divina es una naturaleza luminosa. Ahora bien, no solo en Belén, en la Epifanía, y en el Tabor y en el Sepulcro Jesús refulge y resplandece con su luz divina trinitaria. También en la Eucaristía resplandece Jesús con su luz celestial y aunque esta luz está oculta a los ojos del cuerpo –“en la Eucaristía la gloria de Cristo está velada”[3]-, es visible sin embargo a los ojos del alma iluminados con la luz de la fe. La Eucaristía resplandece con la luz divina con un resplandor más intenso que cientos de miles de millones de soles juntos y porque se trata de una luz viva, que concede la Vida divina a quien lo ilumina, quien contempla la Eucaristía en la Santa Misa y en la Adoración Eucarística recibe, junto con esta luz, la vida de la Trinidad y con la vida Trinidad, el Amor, la Paz, la Sabiduría, la Justica divinas y toda clase de dones, virtudes y gracias para su alma[4].

         Silencio para meditar.

Padrenuestro, diez Ave Marías, Gloria.

Tercer Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

         Los discípulos de Emaús, antes del contacto con Jesús resucitado, estaban abrumados por la oscuridad de sus almas. Pero cuando Jesús “les explica las Escritura” en el camino y luego “parte para ellos el pan” en la mesa eucarística, sus almas son iluminadas con la luz de la Palabra de Dios y así “son sacadas de la oscuridad de la tristeza y la desesperación”, al tiempo que, encendiendo sus corazones en el Divino Amor, enciende en ellos el deseo de permanecer para siempre unidos a Jesús: “Quédate con nosotros, Señor” (cfr. Lc 24, 29)[5]. Ahora bien, los discípulos de Emaús reciben la efusión del Espíritu Santo y de luz divina en el momento en el que Jesús parte el Pan Eucarístico, ese Pan que es su Corazón traspasado y del cual brotan la Sangre y el Agua que contienen al Espíritu de Dios. La fracción del Pan Eucarístico, en la Santa Misa, se convierte así en una prolongación y actualización de la efusión de Sangre y Agua ocurridas en el Calvario, por la cual se derramó sobre el mundo la Divina Misericordia y es fuente de luz divina para el adorador, así como lo fue para los discípulos de Emaús.

         Silencio para meditar.

Padrenuestro, diez Ave Marías, Gloria.

Cuarto Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

Del Sagrado Corazón de Jesús traspasado en la cruz brotaron Sangre y Agua, portadoras del Amor de Dios, el Espíritu Santo, que al derramarse sobre los corazones, los enciende en el Fuego del Divino Amor; del Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús, brota el torrente inagotable de la divina gracia, que colma las almas de la gracia santificante, divinizándolas al hacerlas partícipes de la vida divina, siendo esto mismo lo que les sucedió a los discípulos de Emaús. Los discípulos de Emaús recibieron la iluminación celestial proveniente del Corazón Eucarístico de Jesús, que es el mismo Corazón traspasado de Jesús en el sacrificio del Calvario. Los discípulos de Emaús fueron iluminados por la luz del Espíritu Santo en el momento de la fracción del pan eucarístico y, al amar y adorar la Eucaristía gracias a esta efusión del Espíritu, sus vidas dieron un giro de completa conversión al Señor. A imitación de los discípulos de Emaús, el adorador eucarístico debe resplandecer, no por sus palabras, sino por su caridad, paciencia, humildad y misericordia, porque mucha luz divina y mucho Amor recibe del Dios de la Eucaristía por lo que mucho amor debe dar, según la afirmación del Señor: “Al que se le dio mucho, se le pedirá mucho”. Al que es iluminado por la Eucaristía, se le pedirá mucho amor porque mucho Amor divino recibe en la adoración. Un adorador que obre las obras de las tinieblas, que son las obras del Demonio, traiciona al Corazón Eucarístico de Jesús, así como Judas Iscariote traicionó el Amor de Cristo y, como el Iscariote, se convierte en hijo de las tinieblas. En este sentido, los discípulos de Emaús son modelos inigualables a imitar en la conversión, para todo adorador eucarístico.

Silencio para meditar.

Padrenuestro, diez Ave Marías, Gloria.

Quinto Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

En la cima del Monte Calvario, la Virgen ofreció al Padre la Víctima Perfectísima y Purísima, el fruto Santísimo de sus entrañas virginales, la Hostia Santa y Pura, el Cuerpo de Jesús, y el Cáliz de la Nueva y Eterna Alianza, la Sangre del Cordero de Dios, por la salvación del mundo y, con el Cordero, se ofreció a sí misma, como víctima en la Víctima. La Virgen no ofreció a su Hijo sino en toda conformidad con los designios del Padre, con amor ardiente a la voluntad de Dios, aun cuando está Divina Voluntad le arrancaba a Aquél que era la Vida de su Alma y el Amor de su Corazón, Cristo Jesús. Sin un solo reproche y en total unión mística con los designios de Dios Uno y Trino, María Santísima ofreció a su Hijo Jesús y con Él, a ella misma, convirtiéndose así en Corredentora de los hombres, incluidos aquellos que persiguen a su Hijo y a su Iglesia, la Iglesia Católica. Si bien no sufrió físicamente, sí sufrió mística y espiritualmente, participando, con los dolores de su Inmaculado Corazón, de los dolores inenarrables de Jesús. Al celebrar la Santa Misa, el sacerdote debe imitar a María Virgen y no sólo ofrecer al Padre la Víctima Perfectísima, Jesucristo, sino ofrecerse él mismo, en Jesús, al Padre. Y lo mismo debe hacer todo sacerdote bautismal, es decir, todo bautizado en la Iglesia Católica, imitando a la Virgen en su anonadamiento e inmolándose a sí mismo en la Víctima Perfectísima, la Hostia Santa y Pura, Cristo Jesús, repitiendo junto a María y Jesús en el Calvario: “Hágase tu voluntad, oh Padre, y no la mía”. Porque es a través de la Virgen Santísima que viene a nuestro mundo, por la Encarnación y Nacimiento en Belén, Casa de Pan, Jesucristo, la Luz del mundo, es que la Virgen puede ser llamada “Portal de luz eterna” por cuyo medio el mundo, que vive “en tinieblas y en sombras de muerte”, recibe la Luz divina, Jesucristo, quien con su fulgor divino disipa y derrota a las tinieblas en las que los hombres estamos inmersos, las tinieblas del pecado, del error, de la ignorancia acerca de Dios y su Mesías, y las tinieblas vivientes, los ángeles apóstatas, que buscan nuestra eterna perdición. Todas estas tinieblas son vencidas, de una vez y para siempre, por Cristo Jesús, Luz del mundo, que viene a nosotros por el Portal de eternidad que es María Santísima. Pero también la Iglesia Santa es Portal de eternidad, por cuanto a través de ella y a imitación de María Santísima, viene al mundo envuelto en tinieblas Jesús Eucaristía, Luz de Luz y Dios de Dios, que resplandece en el altar eucarístico con un fulgor más intenso que miles de millones de soles juntos. Quien recibe a Jesús Eucaristía es iluminado con esta luz divina de su Ser divino trinitario y por eso “no vive en tinieblas”, sino en la luz de Dios Trino.

Oración final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón, por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente, y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

Canto final: “El Trece de Mayo en Cova de Iría”.




[1] Cfr. Juan Pablo II, Mane nobiscum Domine, Carta Apostólica al Episcopado, al Clero y a los Fieles para el Año de la Eucaristía, II, 11.
[2] Cfr. Mane nobiscum Domine, II, 11.
[3] Cfr. ibidem.
[4] “Cristo se convierte en misterio de luz, gracias al cual se introduce al creyente en las profundidades de la vida divina”; cfr. Mane nobiscum Domine, II, 11.
[5] Cfr. Mane nobiscum Domine, II, 12.

No hay comentarios:

Publicar un comentario