miércoles, 28 de febrero de 2018

Hora Santa en reparación por burla sacrílega a Nuestro Señor por parte de un travestido en Las Palmas España 020218



Imagen de la representación blasfema de la Última Cena,
a cargo del hombre travestido de mujer que se hace llamar "Sethlas".

Inicio: ofrecemos esta Hora Santa y el rezo del Santo Rosario meditado en reparación por el gravísimo ultraje cometido contra Nuestro Señor Jesucristo, nuevamente por un hombre travestido de mujer –llamado comúnmente “drag queen”- durante el Carnaval de febrero de 2018 en Palmas de Gran Canaria. El susodicho personaje había ya ofendido a Nuestro Señor y a María Santísima el año anterior, y este año, ha vuelto a repetir su ofensa. La información pertinente a esta burla sacrílega se encuentra en la siguiente dirección electrónica:


Además de reparar por esta ofensa, pediremos por nuestra conversión, por nuestros seres queridos, por el mundo entero y por quienes cometieron este sacrilegio.
Canto inicial: “Sagrado Corazón, Eterna Alianza”.

Oración inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amor. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

         Inicio del rezo del Santo Rosario meditado (Misterios a elección). Primer Misterio.

         Meditación.

Cuando se le apareció a Santa Margarita María de Alacquoque, Jesús le mostró su Sagrado Corazón, el cual aparecía envuelto en llamas. Estas llamas no corresponden a ningún fuego material o terreno: son las llamas del Fuego de Divino Amor, el Espíritu Santo. El Amor de Dios penetra tan profundamente el Corazón de Jesús, que lo vuelve en un Corazón incandescente, que ilumina con la luz de este fuego y que enciende en este Divino Amor a todo aquel que entra en contacto con Él. Impregnado y compenetrado de tal manera con este Divino Fuego, el Corazón de Jesús se convierte en un sola cosa con él, de la misma manera a como el carbón, puesto al contacto con las llamas, deja de ser carbón, para convertirse en brasa incandescente. El Corazón de Jesús es esta brasa incandescente, que arde con las llamas del Divino Amor, el Espíritu Santo y quiere comunicar de este mismo fuego a los corazones humanos. Este Fuego Santo, el Espíritu de Dios, es el que Jesús ha venido a traer a la tierra y quiere verlo ya encendido: “He venido a la tierra a traer fuego, ¡y cómo quisiera ya verlo ardiendo!” (Lc 12, 49).

Silencio para meditar.

Padrenuestro, diez Ave Marías, Gloria.

Segundo Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

         El corazón humano, manchado por el pecado original y sin la gracia de Dios en él, se puede comparar a un carbón. Como el carbón, el corazón del hombre sin Dios es oscuro –no tiene la luz de Dios-, frío –no posee el calor del Divino Amor-, y su consistencia es dura –al no poseer la divina caridad, es indiferente frente al sufrimiento de su prójimo-. Es este corazón del hombre, oscuro, frío, endurecido por el pecado, al cual el Sagrado Corazón de Jesús quiere encenderlo en llamas, en las llamas del Divino Amor. Cuando Jesús dice en el Evangelio: “He venido a traer fuego a la tierra, ¡y cómo quisiera ya verlo ardiendo!”, se refiere, por un lado, al Fuego de Amor de su Sagrado Corazón; por otro, se refiere al corazón del hombre, al cual quiere comunicarle de sus Llamas de Amor para así convertirlo, a imitación suya, de carbón en brasa incandescente; de corazón oscuro y frío, en un corazón que, ardiendo en el Fuego del Divino Amor, sea como una brasa encendida que ilumine el mundo y las almas con la luz de Dios y transmita al mundo el calor del Amor del Corazón único de Dios, el Corazón de Jesús. ¡Nuestra Señora de la Eucaristía, que nuestros corazones, oscuros y fríos como el carbón, se conviertan en otras tantas brasas incandescentes, al contacto con el Fuego del Divino Amor que envuelve el Sagrado Corazón de Jesús!

         Silencio para meditar.

Padrenuestro, diez Ave Marías, Gloria.

Tercer Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

Jesús se le apareció a Santa Margarita y le mostró su Corazón Divino, envuelto en las llamas del Divino Amor. Contemplando la escena de la aparición, no podemos dejar de admirar el amor demostrado por Jesús a Santa Margarita, desde el momento en que fue la elegida, la predilecta de su Amor, para que fuera la destinataria de la nueva devoción. Sin embargo, podemos decir que, con nosotros –que estamos a siglos de distancia de la santidad de Santa Margarita-, en cada Misa, Jesús muestra un amor infinitamente más grande que el demostrado a Santa Margarita. En efecto, a Santa Margarita solo se le apareció y le mostró su Sagrado Corazón, en cambio a nosotros, en la Santa Misa, no nos muestra visiblemente su Sagrado Corazón, como a ella, pero a cambio, nos lo concede, vivo, palpitante, glorioso, envuelto en las llamas del Divino Amor, oculto a los ojos del cuerpo pero visibles a los ojos del alma, en la Eucaristía. En cada Eucaristía está contenido el Sagrado Corazón de Jesús, esa Divina Brasa que arde sin consumirse –como la zarza ardiente que vio Moisés- en el Fuego del Amor del Padre y el Hijo, el Espíritu Santo. Y esto de manera tal que, cualquiera que comulgue en estado de gracia, con fe, con devoción y sobre todo con amor y adoración, podrá comprobar que su pobre corazón, seco, duro, frío y oscuro como el carbón, se convierte, al contacto con siquiera una pequeñísima chispa del Corazón de Jesús, en una brasa ardiente, incandescente, que arde en el Amor Divino. El deseo de Jesús de incendiar la tierra con el fuego que Él ha venido a traer del cielo se ve plenamente cumplido cuando, por la Eucaristía, comunica al alma fiel las llamas de  Amor de su Sagrado Corazón Eucarístico, incendiándolo con el Fuego de Dios, el Espíritu Santo.

Silencio para meditar.

Padrenuestro, diez Ave Marías, Gloria.

Cuarto Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

Quien contemple al Sagrado Corazón envuelto en el Fuego del Espíritu Santo, puede inclinarse a pensar que, recibiendo el Fuego del Divino Amor contenido en la Eucaristía, todo será dulzura, goces y amor embriagante del espíritu. Sin embargo, quien esto así piense, está equivocado, porque Jesús no promete estos divinos consuelos, al menos no para esta vida. Sí para la otra vida, pero no para esta vida. Para esta vida, Jesús promete la participación en las penas y dolores de su amarga Pasión y Muerte en cruz, pero las alegrías y gozos de la Resurrección están reservados para la vida eterna. Por otra parte, si un alma deseara comulgar –siempre en estado de gracia, obviamente-, solo para experimentar los gozos, alegrías y dulzuras que efectivamente comunica el Corazón de Jesús al donar el Espíritu Santo, estaría dejando de lado al mismo Dios y lo estaría intercambiando por sus dones. Es esto lo que afirma Tomás de Kempis cuando afirma que a Jesús debemos buscarlo y amarlo por Él mismo, por lo que Él es, y no por los consuelos que Él da[1]. Quien busca a Dios por sus consuelos y no por lo que Él es en sí mismo, erra en la vida espiritual, dice Santa Teresa de Ávila. Es verdad que Jesús da, junto con su Corazón Eucarístico, la alegría, el amor y la paz del Espíritu Santo, pero si lo buscamos por eso, entonces quiere decir que nos interesan más la alegría, el amor y la paz del Espíritu Santo concedidos por el Corazón de Jesús, y no el Corazón de Jesús por sí mismo. Para no errar en el camino espiritual, debemos desear, en primer lugar, participar de la Pasión y Muerte de Jesús; debemos desear, verdaderamente, participar en cuerpo y alma del Via Crucis de Jesús; debemos desear beber del Cáliz amargo de su Pasión, ser coronados de espinas, experimentar sus mismas penas y dolores –en la medida y grado que sean de su Divina Voluntad- y unirnos a Él, en cuerpo y espíritu, a su oración en el Huerto, a la flagelación, a la crucifixión. Solo si participamos –místicamente- de la Pasión del Corazón de Jesús en esta vida terrena, gozaremos de las alegrías eternas del Amor de su Sagrado Corazón Eucarístico en el Reino de los cielos.

Silencio para meditar.

Padrenuestro, diez Ave Marías, Gloria.

Quinto Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

En una de las apariciones, Jesús le dijo a Santa Margarita: “Mi Divino Corazón contiene (…) las gracias suficientes para separar a las almas del abismo de eterna perdición”[2]. Estas palabras de Jesús no hacen sino confirmar lo dicho por Él en el Evangelio: “Yo Soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre sino es por Mí” (Jn 14, 6). Es imposible la salvación eterna si no es Jesús quien nos salva y Jesús está Presente, en Persona, con su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad y con su Sagrado Corazón encendido en el Divino Amor, en la Eucaristía. Ser devotos del Sagrado Corazón y amarlo y adorarlo en la Eucaristía, no es entonces una cuestión secundaria en la vida espiritual de un católico: del amor y la devoción eucarística dependen nada menos que la eterna salvación del alma. En el Corazón de Jesús, donado en su integridad en cada comunión eucarística, se encuentran absolutamente todas las gracias que el alma necesita para no condenarse y para salvar su alma. Quien se aleja del Corazón Eucarístico de Jesús, se aleja del Único camino de salvación y de la salvación en sí misma que es la Eucaristía. Muchos creen que ser devotos del Corazón de Jesús y que adorar o no adorar la Eucaristía, son cuestiones de menor importancia para la vida personal y que esas cosas están reservadas para quienes, por tradición, o por propia decisión, eligieron esta devoción. Sin embargo, ser devotos del Sagrado Corazón –y adorar la Eucaristía, en donde está palpitante y vivo este Sagrado Corazón- es una cuestión, literalmente, de vida o de muerte eternas. Quien es devoto del Sagrado Corazón y lo adora en la Eucaristía, recibe las gracias suficientes para su eterna salvación; quien por indiferencia, desamor, frialdad, pereza corporal y espiritual, deja de lado esta devoción y también la adoración eucarística, pierde la única fuente de gracias necesarias para su salvación y se encamina directamente al abismo de la eterna perdición, según las palabras de Jesús. De esto se sigue que la mayor desgracia para una persona en esta vida es alejarse del Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús, así como la mayor dicha en esta vida es amar, adorar y postrarse ante Jesús Eucaristía.

Oración final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón, por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente, y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

Canto final: “Plegaria a Nuestra Señora de los Ángeles”.




[1] Cfr. La imitación de Cristo, 11, 2.
[2] Cfr. Primera Revelación Principal del Sagrado Corazón de Jesús, 27 de diciembre de 1673.

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