sábado, 29 de abril de 2017

Hora Santa en reparación por profanación de imagen de la Virgen en Monserrat, España, el 250417


Inicio: ofrecemos esta Hora Santa y el Santo Rosario meditado[1], en reparación y desagravio por la ofensa cometida contra Nuestra Señora de Montserrat el pasado 25 de Abril de 2017, por parte de activistas feministas. La información acerca de la profanación se puede encontrar en el siguiente enlace:
         Las meditaciones girarán en torno a la Virgen como modelo de amor, humildad y aceptación sumisa y amorosa a la voluntad de Dios, además de su condición de ser Madre de la Eucaristía –recibiendo, por lo tanto, el nombre de “Nuestra Señora de la Eucaristía”-. Como lo hacemos siempre, ofreceremos esta reparación pidiendo, al mismo tiempo, nuestra propia conversión, la de nuestros seres queridos y la de aquellos que perpetraron este horrendo sacrilegio.

         Canto inicial: “Alabado sea el Santísimo Sacramento del altar”.

Oración de entrada: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

Inicio del rezo del Santo Rosario. Primer Misterio (misterios a elección).

Meditación.

María Santísima es nuestra Madre y nuestro modelo en la fe: ante el anuncio del ángel, la Virgen no dudó un instante en aceptar la voluntad de Dios, creyendo en su Palabra y recibiéndola en su mente, en su corazón y en sus entrañas virginales. Para el cristiano, la fe es más necesaria e imprescindible aunque el alimento corporal, porque mientras que la ausencia de alimento corporal debilita el cuerpo, la falta o ausencia de fe en Cristo Jesús debilita y termina por dar muerte al alma misma. No es suficiente, para el cristiano, creer en Dios, puesto que es depositario de la totalidad y plenitud de la Revelación, transmitida por el Magisterio de la Iglesia, y es por eso que el cristiano debe profundizar y fortalecer su fe en los misterios sobrenaturales de la Redención, principalmente, el misterio de Dios Uno y Trino y el misterio de la Encarnación del Verbo de Dios, y es en esta fe en la que la Virgen es nuestra Madre a quien escuchar y nuestro Modelo a quien imitar. La Virgen aceptó, por la fe, el Anuncio del Ángel de que habría de ser la Madre de Dios, sin dejar de ser Virgen, porque el fruto bendito de sus entrañas virginales habría de ser concebido no por obra humana, sino por obra del Espíritu Santo. La Virgen aceptó, por la fe, ser la Madre del Redentor y así unirse a su Hijo en la redención de la humanidad, convirtiéndose en Corredentora de los hombres. Por la fe en su Hijo, el Hombre-Dios, la Virgen aceptó abrazar la cruz del sufrimiento, siendo atravesado su Inmaculado Corazón por la espada de dolor profetizada por Simeón, manteniéndose firme en el dolor, al confiar en que Dios mismo se ocuparía de Ella, y así es nuestro modelo en la fe en los momentos de prueba y tribulación.

Silencio para meditar.

Padrenuestro, Diez Ave Marías, Gloria.

Segundo Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

         Gracias a que María Virgen dio su “Sí” a la voluntad de Dios, que deseaba que su Hijo Dios se encarnara en su seno virginal para salvar a los hombres por el sacrificio de cruz, es que viene a nosotros el Salvador, que es la Vida Increada y que en los cielos está inseparablemente unido al Padre y al Espíritu Santo, y en la tierra se entrega a la muerte con su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, en el Santo Sacrifico del Calvario primero y en el Santo Sacrificio del Altar después, siendo adorado por los serafines y los demás coros angélicos, que tiemblan ante la contemplación de su divina majestad. Gracias a la Virgen y a su “Sí” al plan redentor del Padre, el Verbo se encarnó en su seno purísimo, convirtiéndose la Virgen Santísima en Sagrario viviente y Custodia más preciosa que el oro, al alojar en sus entrañas inmaculadas la Eucaristía, esto es, Cristo Dios, el Hijo eterno del Padre, encarnado. Gracias al “Sí” de la Virgen, los hombres tenemos acceso al Cuerpo de Cristo, ese mismo Cuerpo que en el seno de María fue alojado y nutrido con la substancia materna de la Virgen, y que por la Santa Madre Iglesia viene a nosotros oculto en apariencia de pan, y aunque no podemos ver, con los ojos del cuerpo, al Cuerpo de Jesús en el sacramento del altar, porque el Cuerpo de Cristo está a modo de substancia y la substancia no puede ser percibida por los sentidos, sí podemos percibir o “ver”, con la luz del entendimiento, iluminada a su vez por la luz de la fe y de la gracia, al Cuerpo sacramental de Cristo y, con su Cuerpo, también su Sangre, su Alma y su Divinidad y, ante todo, el Amor de Dios, el Espíritu Santo, que arde con las llamas del Divino Amor en su Sagrado Corazón Eucarístico.

         Silencio para meditar.

Padrenuestro, Diez Ave Marías, Gloria.

Tercer Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

         Al ser la Madre de Dios Hijo encarnado, la Virgen es Madre de la Eucaristía y adquiere el nombre de Nuestra Señora de la Eucaristía, al concebir, por obra del Espíritu Santo, a la Persona de Dios Hijo, que asume hipostáticamente una naturaleza humana. Creciendo en su seno virginal desde la etapa de cigoto, el Verbo de Dios Encarnado es dado a la luz por la Virgen en Belén, Casa de Pan, para entregarse al mundo como Pan Vivo bajado del cielo, como el Verdadero Maná de Dios Padre, como Pan de Vida eterna, que concede al alma que lo recibe, con fe, con amor y piedad, la vida misma de Dios y el Amor de su Sagrado Corazón Eucarístico. La Virgen es Nuestra Señora de la Eucaristía porque, concibiendo en su seno a la Eucaristía, Cristo Dios encarnado, nos dona a su Hijo, por medio de la Santa Misa, también como Eucaristía, esto es, como Dios Hijo encarnado con su Cuerpo glorificado, con su Sangre Preciosísima, con su Alma Purísima y con su Divinidad Santísima, y es en este don de su Hijo, Cristo, el Dios de la Eucaristía, al alma, en lo que consiste el triunfo de su Inmaculado Corazón.

         Silencio para meditar.

Padrenuestro, Diez Ave Marías, Gloria.

Cuarto Misterio del Santo Rosario. 

Meditación.

         Cuando el alma comulga con fe, amor, piedad y devoción, cuando tanta más fe, amor, piedad y devoción comulgue, tanto más resonante es el triunfo del Inmaculado Corazón en esa alma, porque su triunfo consiste, no solo en que aplastará la cabeza de la Serpiente Antigua, sino en que preparará los corazones para que estos se conviertan en otros tantos sagrarios y custodias vivientes, en donde el Hijo de Dios sea alabado, amado, ensalzado y adorado, en el tiempo y en la eternidad. Y este triunfo del Inmaculado Corazón de María, que se extenderá al mundo entero, comenzará por la Iglesia, por la conquista de los corazones de los hijos de Dios, los bautizados en la Iglesia Católica, cuando estos reciban de la Eucaristía la Sangre del Cordero, que oxigena las almas del Cuerpo Místico de Jesús, concediéndoles la vida eterna y la fuerza misma del Cordero, sucediendo de la misma manera a como el corazón de un hombre, al enviar la sangre por las arterias, oxigena los órganos que conforman su cuerpo, dándoles vitalidad y energía.

         Silencio para meditar.

Padrenuestro, Diez Ave Marías, Gloria.

Quinto Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

         Gracias a la Virgen y a su “Sí” a la voluntad de Dios, los hombres tenemos el privilegio inmerecido de ser testigos y de contemplar, por medio de la luz de la fe, la máxima manifestación de la Presencia de Jesús en la tierra, puesto que el Jesús Eucarístico, el que viene a nosotros por el milagro de la Transubstanciación en la Misa y que se queda en el sagrario para estar con nosotros “todos los días, hasta el fin del mundo”, es el mismo Jesús que, en los cielos, es adorado y glorificado por los coros angélicos que, extasiados por su belleza y el esplendor de su gloria divina, se postran en adoración, entonando en su honor cantos de alabanza. Y cuando el alma comulga la Eucaristía, viviendo aún el alma en la tierra, se vuelve semejante a los ángeles, porque el Dios de la Eucaristía, Cristo Jesús, hace participar al alma de su gracia y, por esta, de su vida divina, volviéndose el alma, que aún vive en esta vida mortal, más parecida a Dios que a los hombres, cuanto más abra el alma su corazón al Amor del Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús. La Eucaristía que nos da la Virgen, Nuestra Señora de la Eucaristía, nos alimenta con un alimento super-substancial, la substancia divina del Hombre-Dios Jesucristo, un alimento que deleita a los ángeles y que diviniza al hombre. Con el alimento eucarístico, el alma se fortalece y se llena de luz, pero no porque se multiplique su propia fuerza, o porque su propia luz se haga más intensa, sino porque el Dios de la Eucaristía, Cristo Jesús, le comunica al alma de su misma fuerza y lo ilumina con su misma luz divina, además de hacerla partícipe del Amor de su Sagrado Corazón Eucarístico, el Espíritu Santo, que arde con sus divinas llamas, esperando el momento propicio para encender a las almas en el Divino Amor.

         Un Padrenuestro, tres Ave Marías, un gloria, para ganar las indulgencias del Santo Rosario, pidiendo por la salud e intenciones de los Santos Padres Benedicto y Francisco.

Oración final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

Canto final: “Un día al cielo iré y la contemplaré”.




[1] Las meditaciones son una adaptación del libro Consagración a mi Inmaculado Corazón, de Agustín del Sagrado Corazón.

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