viernes, 31 de marzo de 2017

Hora Santa en reparación por ultraje a la Virgen y Madre de Dios en marcha feminista


Inicio: en ocasión de la celebración del denominado “Día Internacional de la mujer”, celebración de cuño neo-marxista que se propone “desconstruir” la realidad cristiana para “construir” una anti-realidad atea y marxista, el feminismo radicalizado aprovechó la ocasión para ofender, más que a los cristianos, a la Madre de Dios, la Santísima Virgen María. Evitamos las  imágenes y también la descripción del evento por pudor; para quien desee profundizar en los detalles más aberrantes del ya aberrante hecho, pueden consultar la siguiente dirección electrónica:
Como siempre lo hacemos, ofrecemos la Hora Santa y el rezo del Santo Rosario meditado pidiendo por la conversión nuestra, la de nuestros seres queridos, la de quienes idearon y llevaron a cabo esta horrorosa blasfemia contra María Santísima, y también pedimos por la conversión del mundo entero. Las meditaciones del Santo Rosario están dedicadas a la Encarnación del Verbo y a su Madre, María Santísima, e inspiradas en un escrito de San Atanasio.

Canto inicial: “Cantemos al Amor de los amores”.

Oración de entrada: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

Inicio del rezo del Santo Rosario. Primer Misterio (misterios a elección).

Meditación.

Dice San Atanasio que “el Verbo de Dios, incorpóreo, incorruptible e inmaterial, vino a nuestro mundo, aunque tampoco antes se hallaba lejos, pues nunca parte alguna del universo se hallaba vacía de él, sino que lo llenaba todo en todas partes, ya que está junto a su Padre”[1]. El Verbo, que en cuanto Dios era Espíritu Purísimo y era la Vida Increada en sí misma, vino a nosotros movido solo por el infinito Amor Misericordioso de su Corazón de Dios, para hacerse visible y para tener un Cuerpo para ofrecer en el Santo Sacrificio de la Cruz y así rescatarnos, lavando nuestros pecados con su Sangre Preciosísima, concediéndonos la gracia de la divina filiación y conduciéndonos al Reino de su Padre en los cielos. El Verbo de Dios se encarnó por pura piedad y amor misericordioso para con nuestra condición de “nada más pecado”, sometidos al dominio de la muerte, del demonio y del pecado, y puesto que el Amor que ardía en su Corazón no soportaba nuestra esclavitud, tomó un Cuerpo como el nuestro en el seno virgen de María Santísima, que así se convirtió en Tabernáculo Viviente del Altísimo, desde el momento en que comenzó a albergar en Ella el Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo. Al recubrirlo con su carne y sangre, la Madre de Dios le tejió un Cuerpo al Verbo de Dios, Cuerpo que por eso miso se volvió Templo del Dios Altísimo; Cuerpo que habría de nacer en Belén, Casa de Pan, para donarse a sí mismo como Pan de Vida eterna; Cuerpo que habría de inmolarse en la Cruz del Calvario, para derramar su Sangre salvífica sobre nuestras almas y así limpiarlas del pecado; Cuerpo que prolongaría su Encarnación y perpetuaría su inmolación en la Cruz por medio del Santo Sacrificio del Altar, la Santa Misa, para nutrirnos con la substancia divina al donársenos como Pan Vivo bajado del cielo. ¡Madre de Dios, que siempre ardamos en deseo de consumir el Cuerpo sacramentado del Señor Jesús, la Sagrada Eucaristía!

Silencio para meditar.

Padrenuestro, Diez Ave Marías, Gloria.

Segundo Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

Al tomar un Cuerpo como el nuestro, dice San Atanasio, éste serviría como su propio instrumento, con el cual habría de “darse a conocer y habitar”, y luego, al morir en la Cruz con este Cuerpo, habría de dar muerte a nuestra muerte con la muerte de su Cuerpo, y como Él era la Persona Segunda de la Trinidad, Dios Tres veces Santo y Dios Viviente por los siglos, Causa Primera de toda vida creada, en el mismo instante en que su Cuerpo murió, dio una estocada mortal a la muerte con la Vida que era Él mismo, la Persona Segunda de la Santísima Trinidad. Y así, el Verbo destruyó nuestra muerte, derrotó al demonio y venció al pecado, al entregar al Padre, con el mismo Amor con el que se encarnó -el Amor de Dios, el Espíritu Santo-, su Cuerpo sacrificado en la Cruz. Y para que todos los hombres seamos capaces de acceder a los frutos de la Redención, asistiendo al Santo Sacrificio de la Cruz, renovado sacramental e incruentamente en el Altar Eucarístico, continúa entregando este Cuerpo vivo, glorioso y resucitado cada vez en la Santa Misa, alimentándonos con su Cuerpo y su Sangre presentes en la Eucaristía. Con su muerte en cruz, el Verbo de Dios, Fuego de Amor Eterno, consumió nuestra muerte, así como el fuego consume el pasto seco y, destruyendo nuestra muerte, nos dio su Vida divina, así como el fuego enciende un leño y lo convierte en brasa ardiente, haciéndolo ser él mismo, fuego encendido en la brasa, y es por eso que, obteniendo la vida divina, nuestros cuerpos humanos resplandecen con la luz de la gloria en la resurrección y arden encendidos en el Fuego del Divino Amor.

 Silencio para meditar.

Padrenuestro, Diez Ave Marías, Gloria.

Tercer Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

Porque la Virgen es Inmaculada y Purísima y Llena de gracia y del Amor de Dios, el Hijo de Dios, al encarnarse en su seno purísimo, encontró la misma Pureza y el mismo Amor en el que vivía en el seno del Padre. Al encarnarse, el Verbo de Dios asumió un cuerpo mortal para que este cuerpo, unido al Verbo que está por encima de todo -porque es Dios y está junto a Dios y es la Luz del mundo que ilumina a todo hombre-, al ofrecer su Cuerpo santísimo en la cruz como Víctima Santa y Pura, pagara por todos los hombres la deuda contraída con el pecado de los primeros padres. Al habitar en este Cuerpo sacratísimo el Verbo de Dios, engendrado en el seno purísimo de María Virgen, aunque verdaderamente murió en la cruz, separándose verdaderamente su Alma bendita de su cuerpo, éste no sufrió la corrupción de la muerte, porque la divinidad de la Persona Segunda de la Trinidad permaneció unida a este Cuerpo, como así también al Alma, de manera tal que, el Domingo de Resurrección, el Cuerpo que había muerto el Viernes Santo separándose de su Alma Santísima, se uniera nuevamente a su Alma Bendita, resplandeciendo ambos con la divina gloria y, llenos de la Vida eterna de Dios, no volver a separarse ya nunca jamás. Y este admirable Cuerpo, que fue engendrado en el seno purísimo de la Madre de Dios, es el mismo Cuerpo glorificado que, unido a su Alma glorificada y a la divinidad de la Persona del Hijo de Dios, comunica la gracia santificante y hace partícipes de la vida divina a todo aquel que a este Cuerpo se une por la Santísima Eucaristía, en la comunión. ¡Nuestra Señora de la Eucaristía, que yo desee siempre recibir la vida divina que nos comunica el Cuerpo sacramentado del Señor, la Sagrada Eucaristía!

Silencio para meditar.

Padrenuestro, Diez Ave Marías, Gloria.

Cuarto Misterio del Santo Rosario. 

Meditación.

Cuando el Verbo Eterno del Padre se encarnó en el seno virgen de María, tomó un cuerpo, que fue nutrido con la substancia materna de María Santísima, y esto lo hizo el Verbo de Dios para que, siendo Él el Dios Viviente y la Vida Increada en sí misma, cuando entregara este Cuerpo Sacratísimo en el altar de la cruz para que recibiera la muerte, al contener la Vida Increada de la Persona de Dios Hijo, diera muerte a la muerte y diera muerte al Dragón, sucediendo lo mismo que sucede cuando un pez muerde el anzuelo y recibe la muerte al ser arrastrado fuera de su elemento vital: así el Dragón infernal, al morder el anzuelo del Cuerpo Sacratísimo del Redentor, pleno de la Vida divina, recibió la muerte de la que ya era portador desde su rebelión en los cielos, quedando vencido para siempre. El Verbo de Dios, que entregó el Cuerpo que la Madre de Dios alimentó en su seno, como una Hostia Santa, Pura, Inmaculada por estar libre de toda mancha y por ser Él la santidad y la vida en sí misma, al ser Él Dios Tres veces Santo, destruyó la muerte de los hombres y dio muerte al Dragón infernal, el cual fue hundido en lo más profundo del Infierno bajo el peso de la Cruz en el Calvario. ¡Nuestra Señora de la Eucaristía, que nuestros corazones se inflamen en el Amor de Dios, al recibir la Eucaristía, el Cuerpo del Señor Jesús resucitado!

Silencio para meditar.

Padrenuestro, Diez Ave Marías, Gloria.

Quinto Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

Siendo el Verbo del Palabra consubstancial al Padre, es decir, Dios como el Padre Eterno, es superior a toda creatura, pues Él es, junto al Padre y al Espíritu Santo, el Único Dios Creador, de cuyo Acto de Ser participan todos los seres creados, y sin cuya asistencia dichos seres creados dejarían de ser y de existir. Todo fue creado por el Verbo, en Él y por Él, y todo fue creado por Él y por el Padre y el Espíritu Santo, incluidos los ángeles del cielo y aquellos ángeles que, creados buenos, se hicieron malos y perversos por propia voluntad. Y este Verbo de Dios, igual en naturaleza divina, en substancia divina, en majestad y honor al Padre y al Espíritu Santo; este Verbo de Dios al cual los ángeles del cielo se postran en adoración y entonan cánticos de alabanza y adoración diciendo: “Santo, Santo, Santo es el Señor Dios de los ejércitos”, este mismo Dios, Espíritu Purísimo, que habita en una luz inaccesible, tomó Cuerpo humano en el seno virgen de la Madre de Dios para ofrecerlo en sacrificio, como templo en donde inhabita la divinidad y como instrumento de la divinidad para dar muerte al Pecado, al Demonio y a la Muerte, los tres enemigos mortales del hombre. Y así, con la muerte de su Cuerpo mortal, en el que inhabitaba la divinidad, el Verbo de Dios pagó con su muerte en cruz la deuda que todos los hombres habíamos contraído en los Primeros Padres; destruyó la muerte y nos dio su vida divina, y aplastó la cabeza del Dragón infernal con el leño de la Santa Cruz, el Madero Santo empapado en su Preciosísima Sangre. ¡Nuestra Señora de la Eucaristía, que aumente en mi corazón el deseo de comulgar el Cuerpo glorioso y resucitado de Nuestro Señor, la Sagrada Eucaristía!

Silencio para meditar.

Padrenuestro, Diez Ave Marías, Gloria.

Un Padrenuestro, tres Ave Marías, un gloria, para ganar las indulgencias del Santo Rosario, pidiendo por la salud e intenciones de los Santos Padres Benedicto y Francisco.

Oración final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

Canto final: “Junto a la Cruz de su Hijo”.







[1] Cfr. San Atanasio, Sermón sobre la Encarnación del Verbo, 8-9.

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