viernes, 9 de septiembre de 2016

Hora Santa en honor a Jesús Eucaristía


Inicio: ofrecemos esta Hora Santa y el rezo del Santo Rosario meditado, en reparación por la profanación cometida contra la Eucaristía en la ciudad de Mar del Plata, según consta en el siguiente portal informativo: https://www.aciprensa.com/noticias/profanan-la-eucaristia-y-asaltan-a-misioneras-de-la-caridad-en-argentina-14409/  A modo de reparación por este sacrilegio, ofreceremos esta Hora Santa y el rezo del Santo Rosario meditado, tomando como tema las figuras de la Eucaristía: el cordero pascual, el maná del desierto, Melquisedec, el Arca de la Alianza, y el profeta Elías. pediremos por la conversión de quienes perpetraron este sacrilegio, además de nuestra conversión, la de nuestros seres queridos, y la de todo el mundo.

Canto inicial: “Alabado sea el Santísimo Sacramento del altar”.

Oración de entrada: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

Inicio del rezo del Santo Rosario. Primer Misterio (misterios a elección).

Meditación.  

El cordero de la Pascua hebrea, sacrificado primero y asado luego al fuego, es imagen de Jesucristo, Cordero Pascual que fue muerto y sacrificado en el altar de la cruz, para ser luego abrasado en el Fuego del Divino Amor, el Espíritu Santo, en la Resurrección. La cena pascual hebrea consistía en cordero asado, pan ázimo -es decir, sin levadura-, y vino que se servía en el cáliz de bendición, todo acompañado por hierbas amargas. Sin embargo, la pascua judía era solo una figura de la verdadera Pascua, que es la que celebramos nosotros en la Santa Misa: allí nos alimentamos con la Carne del Cordero de Dios, el Pan Vivo bajado del cielo y el Vino de la Alianza Nueva y Eterna, todo lo cual es acompañado por las hierbas amargas de la tribulación de la Santa Cruz de Jesús. Por la Eucaristía, los cristianos no solo recordamos a nuestro Redentor, sino que nos unimos a Él por la gracia, la fe y el amor, y nos hacemos participamos de su Pasión comiendo su carne en la Sagrada Comunión, y al recordar que Cristo subió a la cruz para sacrificarse y entregar su vida por nosotros como manso cordero, nos unimos a Él en la Santa Misa como víctimas de la Divina Justicia y de la Divina Misericordia, para la salvación de las almas. Los hebreos celebraban con gran unción y piedad la Cena Pascual, cena por la cual agradecían a Yahvéh por las maravillas que había obrado a su favor, los grandiosos milagros por las cuales los había sacado de Egipto; nosotros, los cristianos, no celebramos la figura de la Pascua, sino la Pascua real y verdadera, Cristo Jesús, el Cordero de Dios que obra la maravilla de llevarnos, por su Cruz y su Sangre, desde la miseria de nuestra nada en la tierra, al seno eterno del Padre en el Reino de los cielos.

Silencio para meditar.

Padrenuestro, Diez Ave Marías, Gloria.

Segundo Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

Luego de salir de Egipto, los israelitas caminaron por cuarenta años por el desierto, peregrinando hacia la Tierra Prometida, la Jerusalén terrena, y en este largo peregrinar, los hebreos recibieron un alimento milagroso caído del cielo, llamado “Maná”, gracias al cual pudieron atravesar el desierto y llegar a Jerusalén. Sin embargo, ese Maná, aún siendo milagroso, porque venía del cielo, era sólo una figura y un anticipo del verdadero Maná bajado del cielo, la Eucaristía. El Maná que recibieron los israelitas era milagroso por su origen, pero era solo un alimento terreno, que alimentaba los cuerpos, pero no las almas, y al ser alimento terreno, era perecedero y, sobre todo, no alimentaba el alma ni concedía la vida eterna. Los cristianos no caminamos por un desierto de arena en dirección a la Jerusalén terrena, sino que caminamos por el desierto de la vida hacia la Jerusalén celestial y así como los israelitas necesitaron de un Maná celestial para fortalecer sus cuerpos y no perecer en el desierto, así también los cristianos necesitamos un alimento celestial, que es el Verdadero Maná bajado del cielo, el Pan de Vida eterna, la Eucaristía, que nos alimenta el alma con la substancia misma de Dios, con su Vida eterna y con su Amor infinito, dándonos así la fuerza espiritual más que suficiente para llegar a nuestro destino final, la Patria del cielo, la Jerusalén celestial, cuya Lámpara es el Cordero.

 Silencio para meditar.

Padrenuestro, Diez Ave Marías, Gloria.

Tercer Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

         En el Antiguo Testamento el rey y sacerdote Melquisedec ofrece pan y vino al Único y Verdadero Dios, Yahvéh, en acción de gracias por una gran victoria obtenida por Abraham. En Melquisedec, sacerdote del Dios Altísimo, está representado Jesucristo, “Rey de reyes y Señor de señores” y Sumo y Eterno Sacerdote de la Nueva Alianza, y la ofrenda de Melquisedec, hecha de pan y vino simboliza y representa a su vez a la ofrenda de la Iglesia, que sin embargo no ofrece a Dios Trino las substancias materiales e inertes inertes del pan y vino terrenos, sino la substancia humana glorificada del Hombre-Dios Jesucristo, unido a la substancia divina y a la Persona divina del Cordero de Dios, contenidas en acto en el Pan de Vida eterna y en el Vino de la Alianza Nueva y definitiva, la Eucaristía; por su parte, la Iglesia, al igual que Melquisedec, ofrece por manos del sacerdote ministerial, representante del Sumo Sacerdote Jesucristo y que actúa in Persona Christi, la ofrenda eucarística, no por una victoria terrena sobre enemigos terrenos, como la de Abraham, sino por la victoria obtenida por el Cordero de Dios, inmolado en la cruz, sobre los tres grandes enemigos del hombre, el Demonio, el mundo y la carne.

Silencio para meditar.

Padrenuestro, Diez Ave Marías, Gloria.

Cuarto Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

         En el Arca de la Alianza se guardaba una porción del maná, el pan milagroso caído del cielo, con el cual Dios había alimentado a su Pueblo y gracias al cual el Pueblo Elegido no solo no había perecido en el desierto, sino que había sido hecho capaz de alcanzar la Tierra Prometida, la Jerusalén terrena. Así, el Arca de la Alianza del Antiguo Testamento se convierte en figura de los sagrarios de la Iglesia Católica, en donde se guarda el Verdadero Maná, el Pan Vivo bajado del cielo, la Eucaristía, el Pan celestial con el que Dios Padre alimenta al Nuevo Pueblo Elegido en su peregrinar, por el desierto de la vida y la historia humana, hacia la Jerusalén celestial, cuya “Lámpara es el Cordero” (cfr. Ap ). A diferencia del Arca de la Alianza, que contenía un maná milagroso, pero no dejaba de ser una substancia inerte, en los sagrarios de la Iglesia Católica se contiene al Dios de la Eucaristía, Jesucristo, el Hombre-Dios, la Persona Segunda de la Trinidad encarnada en el seno virgen de María Santísima, el Dios Viviente y la Vida Increada en sí misma, Creador de toda vida creatural y participada, y por esta razón es que los católicos debemos acudir a los tabernáculos de la tierra, para postrarnos en acción de gracias y adoración al Dios de los sagrarios, Cristo Jesús, Pan Vivo bajado del cielo, que nos alimenta con el contenido de su Sagrado Corazón Eucarístico, el Amor de Dios, el Espíritu Santo. El Maná del Arca de la Alianza no era el Dios Viviente, sino el recuerdo de su amor, porque por amor a su Pueblo les había enviado el Maná; el Maná del Sagrario católico ES el Dios Viviente, el mismo Yahvéh del Antiguo Testamento, revelado como Trinidad de Personas por Jesús de Nazareth y encarnado en la Persona del Hijo, y así es la Eucaristía la Segunda de estas Tres Divinas Personas, Presente en el Tabernáculo, en la Eucaristía, con su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, encarcelado en el sagrario, para darnos el Amor de su Sagrado Corazón Eucarístico.

         Silencio para meditar.

Padrenuestro, Diez Ave Marías, Gloria.

Quinto Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

         El profeta Elías, en su peregrinación al Monte Horeb, experimentó un agotamiento tal de sus fuerzas, que le resultaba imposible cumplir con la misión que Dios le había encomendado. Para auxiliarlo en la misión y para que pudiera llevarla a cabo, Dios envió a un ángel del cielo, quien le dio pan y así pudo el profeta, fortalecido por este pan, continuar su peregrinación por cuarenta días más y llegar al Monte santo. A nosotros, Dios no nos envía un ángel para que nos dé un pan terreno, sino que Dios Padre envía a Dios Hijo, por el Amor de Dios Espíritu Santo, para que se encarne en María Santísima y, naciendo en Belén, Casa de Pan, como Pan Vivo bajado del cielo, se nos dé a nuestras almas todo Él, no un pan sin vida, como el que recibió Elías, sino Él, que es el Dios Viviente y Autor de toda vida, oculto en algo que parece pan sin levadura, pero ya no es más pan terreno, sino que es el Pan del cielo, la Eucaristía, que nos nutre con la substancia misma de la divinidad para que, así fortalecidos con este manjar celestial, lleguemos al Nuevo Monte Horeb, el Reino de los cielos.

         Meditación final.

         El cordero pascual hebreo no podía perdonar los pecados, como sí lo puede hacer Jesús Eucaristía, el Cordero de Dios, que viene a su Iglesia desde el cielo en cada Santa Misa, invisible, para renovar su sacrificio en cruz, para entregar su Cuerpo en la Eucaristía y derramar su Sangre en el cáliz, por nuestra salvación. Son las palabras de la consagración, pronunciadas por el Sumo y Eterno Sacerdote, Jesucristo, a través de la voz del sacerdote ministerial humano, las que producen el milagro de la Transubstanciación, por el cual el pan y el vino, sin vida, se convierten en el Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo. Jesús baja del cielo, por el poder del Espíritu Santo, en cada Santa Misa, para quedarse en la Eucaristía y para donar, a quien lo reciba con fe y con amor, el Amor infinito y eterno de su Sagrado Corazón Eucarístico. Jesús Eucaristía es Dios Hijo en Persona, y es a Él a quien adoramos en la Adoración Eucarística y en la Sagrada Comunión, cuando nos acercamos a comulgar. Y a quien lo recibe con fe y con amor en la Eucaristía, Jesús le concede la Vida eterna: “Si alguno come de este pan vivirá para siempre y el pan que yo daré es mi carne… El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna y Yo lo resucitaré el último día” (Jn 6, 51-57).

         Un Padrenuestro, tres Ave Marías, un gloria, para ganar las indulgencias del Santo Rosario, pidiendo por la salud e intenciones de los Santos Padres Benedicto y Francisco.

Oración final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

Canto final: “Plegaria a Nuestra Señora de los Ángeles”.


           

            

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