miércoles, 30 de diciembre de 2015

Hora Santa en reparación por ultraje satánico a imagen de la Virgen en Oklahoma, EE.UU.




         Inicio: ofrecemos esta Hora Santa y el rezo del Santo Rosario meditado en honor y reparación a la Santísima Madre de Dios, cuya imagen y nombre fueron horriblemente ultrajados, de forma pública, por una secta satánica en las inmediaciones de la Catedral de San José, en Oklahoma, EE. UU., a principios del mes de diciembre de 2015. La profanación consistió en derramar sangre fresca –presumiblemente de animales- sobre una imagen de la Inmaculada Concepción, al tiempo que otros miembros de la secta recitaban en voz alta “letanías” que ofendían a la Madre de Dios. La información del hecho se encuentra en las siguientes direcciones electrónicas:   https://www.youtube.com/watch?v=pq2gonkO0nw; http://observatorioantisectas.blogspot.com.ar/2015/12/satanistas-profanan-imagen-de-la-virgen.html Por medio de esta Hora Santa y el rezo del Santo Rosario meditado, queremos reparar por este ultraje cometido contra la Madre de Dios, como así mismo rezamos pidiendo la conversión de quienes idearon y llevaron a cabo tamaña ofensa a María Santísima.

         Canto inicial: “Cristianos, venid, cristianos, llegad”.

         Oración inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

         “Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

         Inicio del rezo del Santo Rosario (misterios a elección). Primer Misterio del Santo Rosario.

         Meditación.

         María Santísima es la Mujer del Génesis, la que “aplasta la cabeza de la serpiente” con su talón (cfr. Gn 3, 15), al ser hecha partícipe de la omnipotencia divina por su condición de ser Madre de Dios. María aplasta a la Serpiente porque Ella y la Serpiente son enemigas: nada hay en común entre su descendencia y la descendencia de la Serpiente; nada hay en común entre la luz y las tinieblas, entre Dios y Satán; entre la Sabiduría y la Mentira; entre la humildad del Hombre-Dios y su Madre y la soberbia diabólica del ángel caído y esa es la razón de la enemistad entre los hijos de Dios, los hijos de la Virgen, y los hijos de las tinieblas, los hombres perversos, pervertidos y pervertidores, que cubrieron de oscuridad sus almas al decidirse adorar impíamente al Demonio. En nuestros tiempos parecen crecer y multiplicarse, cada vez más, los sacrílegos adoradores del Ángel caído, los cuales, contaminados con el letal soplo de la rebelión angélica contra Dios por parte de Lucifer, no cesan en su blasfema tarea de profanar y mancillar el Santo Nombre de Dios y de su Madre, por todos los medios posibles. Sin embargo, aun cuando arrecien los ataques de las fuerzas de las tinieblas y cuando todo haga pensar que el Mal ha triunfado sobre la humanidad, la Virgen, la Mujer del Génesis, la Madre de Dios, participando del poder divino de su Hijo Dios, aplastará la cabeza del Dragón, dejándolo vencido para siempre y entonces resplandecerá la Luz Eterna, Jesucristo, en las almas de los redimidos y será entonces el triunfo del Inmaculado Corazón de María. ¡Oh Virgen, santa y Pura, te suplicamos por nuestros hermanos que, enceguecidos por la rebelión contra Dios, osan profanar tus imágenes y tu nombre, para que intercediendo ante tu Hijo, consigas para ellos la gracia de la conversión perfecta del corazón!

         Silencio para meditar.

Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Gloria.

Segundo Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

         María Santísima es la Mujer que, siendo Virgen Purísima, recibe del Ángel el Feliz Anuncio de que será la Madre de Dios: “Alégrate, Llena de gracia, el Señor está contigo” (Lc 1, 26, 38ss). Al dar su “Sí” a la Divina Voluntad, convirtiéndose así en Madre de Dios, la Virgen es la Causa de la Alegría de los hombres, porque por la Encarnación, Ella porta en su seno virginal a Dios Encarnado, que es Alegría infinita, para luego darlo al mundo, para que con la entrega de su vida en la cruz, destruya al pecado, causa y origen de todos los males y de todas las tristezas del hombre; María es Causa de la Alegría para los redimidos, porque Ella concibe virginalmente y da a luz milagrosamente al Verbo de Dios Encarnado, la Gracia Increada, que con su Encarnación, Pasión, Muerte en Cruz y Resurrección, quita el pecado del mundo, lavándolo con su Sangre derramada en el Santo Sacrificio de la Cruz y donando a los hombres la gracia santificante que los hace partícipes de la vida divina. María, la Madre del Cordero, da a luz al Cordero de Dios, que al altísimo precio de su Sangre vertida en el Santo Sacrificio del Calvario, renovado de modo incruento y sacramental cada vez en la Santa Misa, redime a los hombres de buena voluntad, amantes de Dios y de su Amor, y los conduce al cielo, revestidos con la túnica blanca y pura de la gloria de Dios. María Santísima es la Causa de nuestra alegría porque por Ella, por su “Sí” dado al Ángel, que le comunicaba la Voluntad de Dios, se derramó sobre nosotros la Luz Eterna, Cristo Dios, iluminándonos a quienes habitábamos en “tinieblas y en sombras de muerte” (cfr. Lc 1, 28). Al dar su “Sí” a la Divina Voluntad, la Virgen, al igual que un diamante terreno, que atrapa la luz y la encierra en su interior para recién luego irradiarla al exterior, así María Santísima, inhabitada por el Espíritu Santo, encerró en su seno virginal a la Luz Eterna de Dios, Jesucristo, por nueve meses, y luego lo dio a luz milagrosamente, irradiando sobre el mundo envuelto en las tinieblas vivientes, a su Divino Niño, que con la luz de su gloria disipó las tinieblas e iluminó y vivificó al mundo con la vida misma de Dios Trino. María Santísima es por lo tanto la Madre de Dios, pero es también Virgen, porque su virginidad quedó intacta antes, durante y después del parto, ya que su Hijo, Luz de Luz, atravesó su seno virginal del mismo modo a como un rayo de luz atraviesa un cristal, dejándolo intacto. ¡Madre de Dios, Virgen María Santísima, intercede ante tu Hijo Dios, para que se apiade de aquellos de nuestros hermanos, inmersos en las más oscuras y densas tinieblas, para que reciban un rayo de luz divina que disipe las sombras vivientes que los acechan y así conviertan sus corazones a Cristo, Divino Sol de justicia!

Silencio para meditar.

Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Gloria.

Tercer Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

         María Santísima es la Mujer que, al pie de la cruz y luego de acompañar a su Hijo, el Redentor del mundo, a lo largo del Via Crucis, recibe del Hombre-Dios el encargo de ser Madre de todos los hombres: “Mujer, he ahí a tu hijo” (Jn 19, 26). A partir de ese momento, la Virgen nos concibe por el Amor de Dios que inhabita en su Inmaculado Corazón, comenzando en ese instante a amarnos como Madre celestial con el mismo amor con el que amó a su Hijo, el Divino Amor. La Virgen es nuestra amorosa Madre del cielo, que sólo quiere estrecharnos contra su Corazón Purísimo, para transmitirnos el Fuego del Amor a Dios que arde en él, para que de ese modo, nos convirtamos de las cosas bajas y terrenas, al Sol Ardiente de Amor que es su Hijo Jesús. Desde que recibió el encargo de parte de Jesús, de ser nuestra Madre celestial, la Virgen no deja de recorrer, día y noche, toda la tierra en busca de sus hijos, principalmente aquellos que viven inmersos en las tinieblas del error y  del pecado;; aquellos que están bajo el influjo de las siniestras sombras vivientes de muerte, los ángeles caídos y que por esto viven en rebelión contra Dios; la Virgen nos busca a todos, pero especialmente a los que más alejados están de Dios, que como Sol divino que es, a todos quiere alumbrar con los rayos de su gracia santificante. Así como la Virgen se le apareció al Beato Juan Diego y tranquilizó sus angustias, diciéndole que “era nada lo que lo preocupaba”, porque Ella, que “era su Madre, estaba ahí y lo tenía entre sus brazos”, así también hoy la misma Virgen, la Madre de Dios y Nuestra Madre, sale al encuentro de la vida de sus hijos que más alejados se encuentran de Dios, para concederles la oportunidad de que vuelvan a Él, concediéndoles la gracia de la conversión. ¡Oh María Santísima, que al pie de la cruz nos adoptaste como hijos de la luz; te suplicamos que no cejes en tu empeño de atraer a todos los hombres, sobre todo a los más alejados de Dios, a los pies de la cruz de Jesús, para que sobre todos caiga la Preciosísima Sangre del Redentor, santificando sus corazones y convirtiéndolos al Amor de Dios!

Silencio para meditar.

Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Gloria.

Cuarto Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

         María Santísima es la Mujer del Apocalipsis que aparece en los cielos “revestida de sol” (cfr. Ap 12, 1), como “una señal” del triunfo del Cordero sobre los enemigos del hombre, el pecado, del demonio y la muerte, porque el sol que la reviste es símbolo de la gracia santificante y por medio de esta el pecado que anida en el hombre se destruye, el demonio se aleja del alma y la muerte se retira vencida, para dar paso a la vida gloriosa de la resurrección. La Virgen, como la “Mujer revestida de sol”, es también símbolo y representación del alma en gracia, el alma que vive la vida nueva de los hijos de Dios, y lo es porque la Virgen es concebida sin mancha de pecado original y Llena del Espíritu Santo, es decir, es concebida no solo sin pecado, sino en estado de plenitud de gracia, al ser inhabitada por el Espíritu Santo desde el primer instante de su Concepción Inmaculada. Y así como la Virgen, Llena de gracia, es luego Asunta en cuerpo y alma a los cielos en el momento en el que debía morir, porque la plenitud de gracia de su alma se derramó sobre su cuerpo, glorificándolo, así también los hijos de María, los hijos de la Virgen, estamos llamados a vivir en estado de gracia todos y cada uno de los días asignados para vivir en esta tierra, para que al momento de la muerte, seamos llevados al cielo y, en la resurrección final, nuestros cuerpos sean colmados de la gloria del alma y así, glorificados en cuerpo y alma, seamos asuntos al cielo para que, junto con Nuestra Madre celestial alabemos, glorifiquemos y adoremos al Cordero de Dios, Cristo Jesús, que derramó su Sangre Preciosísima por nuestra salvación. ¡Oh María Santísima, Tú que eres la Mujer revestida de sol, Llena de gracia y Asunta al cielo en cuerpo y alma, te pedimos por todos nuestros hermanos, pero sobre todo por aquellos que te ofenden en tu Inmaculada Concepción, en tu Asunción, en tu condición de Madre de Dios, para que te apiades de estos pobres hijos tuyos y obtengas, del Sagrado Corazón de Jesús, la gracia de la conversión del corazón, para que cesen en sus ofensas hacia ti y hacia Jesús y junto con nosotros, alabemos y adoremos al Único Dios que merece ser adorado, Cristo Jesús!

Silencio para meditar.

Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Gloria.

Quinto Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

         María Santísima es la Mujer Corredentora, porque participó de la Pasión de su Hijo, al hacerse partícipe de sus dolores, sufriéndolos en su espíritu, y al ofrecer a su Hijo estando Ella de pie al lado de la  cruz, a Dios Padre, como Víctima Santa y Pura, Inmolada en el ara de la cruz para la salvación de los hombres. La Virgen es Corredentora por dos motivos: porque ofreció al Altísimo el sacrificio de su Alma Purísima, destrozada por el dolor de ver a su Hijo cargar la cruz y luego morir en medio de terribles dolores provocados por la crucifixión y lo es también porque no solo nunca jamás dudó de la Voluntad, del Amor y de la Sabiduría del Padre que la había elegido para ser la Madre de Dios, sino porque, en todo momento, se sometió amorosamente a la Divina Voluntad, que quería que su Hijo -el Hijo de su Amor, el Hijo de su Corazón, Cristo Jesús-, muriera inmolado en la cruz, en medio de atroces dolores, para que los hombres fueran salvados. Unida con todo su querer a la Voluntad de Dios, la Virgen ofreció a su Hijo al Padre en sacrificio perfecto, aun cuando este ofrecimiento le costaba literalmente la vida, porque significaba la muerte de su Hijo, Aquel que era para Ella su vida, su alegría, su amor, todo su contento y la razón de su ser y de su vivir. ¡Oh María, tú que ofreciste a tu Hijo al Padre, para que muriera por nuestra salvación, mira a tus hijos más alejados de Dios e infúndeles la gracia del amor a Cristo, su Iglesia, sus sacramentos y sus Mandamientos!

Meditación final.

Dice San Luis María Grignon de Montfort que por la Virgen fue que vino al mundo el Verbo de Dios hecho carne, en su Primera Venida, y que será también por la Virgen que vendrá en la Segunda Venida en gloria, porque Ella preparará los corazones de los hombres para que estén prontos para recibirlo. María Santísima preparará los corazones de los Apóstoles de los Últimos Tiempos, así como preparó al frío y oscuro Portal de Belén acondicionándolo para que fuera digna morada del Niño Dios, y una señal de la presencia de la Virgen en un alma será la gracia del deseo de amar a Cristo y la salvación eterna que por Cristo y la Iglesia sobreviene a los hombres. En esa alma, ya ha comenzado la Segunda Venida de Cristo, ya ha comenzado a triunfar el Inmaculado Corazón de María.

Un Padre Nuestro, tres Ave Marías y Gloria, pidiendo por los santos Padres Benedicto y Francisco, por las Almas del Purgatorio y para ganar las indulgencias del Santo Rosario.

Oración final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón, por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

Canto final: “Los cielos, la tierra”.


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