miércoles, 19 de agosto de 2015

Hora Santa en honor a las Siete Palabras de Jesús en la cruz


Inicio: ofrecemos esta Hora Santa y el rezo del Santo Rosario meditado en honor a las Siete Palabras de Jesús en la cruz.

Canto inicial: “Cristianos, venid, Cristianos llegad, a adorar a Cristo que está en el altar”.

Oración inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amor. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

Inicio del rezo del Santo Rosario meditado (misterios a elección).

Primer Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

1ª Palabra. “Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen” (Lc 23, 34). Desde la cruz, en medio de los dolores indescriptibles de la crucifixión, el Amor del Sagrado Corazón de Jesús lo lleva al extremo de pedir perdón y misericordia al Padre, por aquellos que lo crucificaban y le quitaban la vida, es decir, por nosotros. Aun sufriendo un dolor tan insoportable que literalmente no existían palabras para describirlo, debiéndose inventar una nueva palabra llamada “excruciante” (que significa “de la cruz”) para describir semejante dolor, Jesús nos ama con tal ardor de su Sagrado Corazón, que pide perdón y nos excusa ante el Padre y su Divina Justicia, justamente irritada por el deicidio que los hombres estábamos cometiendo al matar al Hijo de su Amor. Atravesado por el dolor excruciante que laceraba cada átomo de su humanidad santísima, Jesús pide perdón al Padre por todos y cada uno de nosotros, que somos los que lo crucificamos. En vez de pedir justicia y venganza a Dios, Jesús muestra al Padre su Humanidad Santísima lacerada y cubierta de Sangre, y ofrece este Cuerpo y esta Sangre para aplacar a la Ira divina, y es así como en vez de castigo por el deicidio, obtenemos no solo el perdón, sino el océano infinito de Divina Misericordia que se abre para nosotros con la muerte de Jesús en la cruz. Además, con su pedido de perdón para nosotros, Jesús nos da el fundamento de porqué tenemos que perdonar a nuestros enemigos: porque Él nos perdonó primero desde la cruz, siendo nosotros sus enemigos y es así que imitamos a Jesús crucificado cada vez que perdonamos, en su Nombre y por su Sangre, a nuestros enemigos.

2ª Palabra. “Hoy estarás conmigo en el Paraíso” (Lc 23, 43). El buen ladrón oye de Jesús las más hermosas palabras que un alma puede oír en esta vida: nada menos que del mismísimo Dios Hijo en Persona, el buen ladrón oye cómo Jesús, en poco tiempo, lo llevará al Reino de los cielos. Jesús promete al buen ladrón el paraíso, porque se arrepintió a tiempo, antes de morir y así se convirtió, luego de María Virgen y Juan el Bautista, en el primer santo en ser redimido por la Sangre de Jesús. ¡Que María Santísima, que intercedió al pie de la cruz para que el buen ladrón recibiera la gracia de la contrición perfecta del corazón, nos alcance para nosotros esa misma gracia, para que, como el buen ladrón, reconozcamos a Jesús como nuestro Salvador, para escuchar de sus labios estas dulces palabras, el día de nuestra muerte: “Hoy estarás conmigo en el Paraíso”.

Silencio para meditar.

Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Gloria.

Segundo Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

3ª. “He aquí a tu Madre. Mujer, he aquí a tu hijo” (Jn 19, 26-27). El Amor que late en el Sagrado Corazón de Jesús y arde con las llamas del Divino Amor, el Espíritu Santo, es Quien lleva a Jesús a donarnos, por el sacrificio de la cruz, todo lo que tiene y todo lo que Es: su Cuerpo, su Sangre, su Alma y su Divinidad, y esto que nos dona en la cruz, lo continúa en cada Santa Misa, renovación incruenta del Santo Sacrificio del Calvario. Pero el Sagrado Corazón no se contenta con donarnos a todo Jesús, en la cruz y en la Eucaristía: su Amor es tan grande por nosotros, que nos dona aquello que más ama en la tierra, nos dona a su Madre, para que sea Nuestra Madre del cielo. Así, María se convierte, al pie de la cruz, en Madre adoptiva de los hijos de Dios, los que hemos recibido el bautismo, que en Juan estábamos representados. ¡Oh Sagrado Corazón de Jesús, que nos amas hasta el extremo de donarnos, no solo hasta tu última gota de Sangre, hasta tu último instante de dolor lacerante, sino que nos donas lo que más amas en esta tierra, tu amantísima Madre, la Virgen María, para que sea Nuestra Madre celestial! ¡Sagrado Corazón de Jesús, te amamos, te bendecimos y te adoramos, porque nos diste a tu Madre, la Virgen, para que nos adoptara como a sus hijos muy amados! Con razón decimos, junto a San Juan de la Cruz: “"Míos son los cielos y mía es la tierra; mías son las gentes, los justos son míos y míos los pecadores; los ángeles son míos, y la Madre de Dios y todas las cosas son mías; y el mismo Dios es mío y para mí, porque Cristo es mío y todo para mí. Pues ¿qué pides y buscas, alma mía? Tuyo es todo esto, y todo es para ti. No te pongas en menos ni repares en meajas que se caen de la mesa de tu Padre"”. ¡Oh Virgen, Madre de Dios y Madre nuestra, haz que seamos dignos hijos tuyos, nacidos para el cielo al pie de la cruz gracias al Amor del Corazón de Jesús!

Silencio para meditar.

Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Gloria.

Tercer Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

4ª. “¡Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?” (Mt 27, 6). En el extremo del dolor excruciante, el dolor en el que cabe todo el dolor de la humanidad, Jesús experimenta ya la frialdad de la muerte que se avecina. Como consecuencia de la pérdida de Sangre, está en shock hipovolémico, y ésa es la razón por la cual siente que el final ya está más cerca. La escasa cantidad de Sangre en su Cuerpo, como consecuencia de la pérdida traumática de su mayor volumen en la Pasión, hace que Jesús experimente la proximidad de la muerte, de su muerte terrena, muerte por la cual vencerá a nuestra muerte y nos dará la vida eterna, la vida que late en su Sagrado Corazón. La extrema tensión de su Cuerpo Sacratísimo, torturado por los hombres sin piedad hasta dejarlo exánime, hace que Jesús experimente el abandono del Padre, preguntándole “porqué lo ha abandonado”. Sin embargo, la realidad es que Dios nunca abandonó a Jesús, aunque sí permitió que Jesús experimentara la sensación de abandono y de extrema soledad en la que el alma se sumerge, como consecuencia del pecado. Sin haber cometido jamás pecado alguno, Jesús quiso experimentar el abandono y la soledad del alma que se queda sin Dios por causa del pecado, para que nosotros supiéramos que Dios está siempre con nosotros y nunca nos abandona. Ahora bien, si Dios Padre parece abandonar a Jesús –aunque en realidad no lo hace nunca-, la Virgen jamás abandona a Jesús, y es por eso que Jesús no dirige la súplica a su Madre virginal, sino a su Padre celestial; en todo momento, durante toda su agonía en la cruz, la Virgen, Nuestra Señora de los Dolores, permanece siempre al pie de la cruz, y eso es un consuelo para nosotros, porque sabemos que nuestra Madre del cielo nunca nos abandonará, así como no abandonó a su Hijo Jesús cuando agonizaba y moría en la cruz. ¡Madre del cielo, nunca nos abandones, ni ahora ni en la hora de nuestra muerte!

Silencio para meditar.

Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Gloria.

Cuarto Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

5ª. “Tengo sed” (Jn 19, 28). Jesús sufre de sed en la cruz, porque ha perdido muchísima Sangre; tanta, que está a punto de entrar en shock por hipovolemia, por bajo volumen de Sangre. Jesús no tiene ya casi Sangre, porque toda la ha vertido por nuestra salvación, y esa Sangre bendita es la que recogen los ángeles en cálices de oro, para ser servida en la Mesa del Altar Eucarístico. Como consecuencia de la abundante pérdida de Sangre, Jesús experimenta, entre otras cosas, una sed ardentísima; escuchándolo decir: “Tengo sed”, los soldados le alcanzan para beber una esponja con agua, mezclada con vinagre y con un calmante para los dolores. Sin embargo, Jesús se niega a beber, porque la sed más ardiente de Jesús no es la del Cuerpo, sino la de su Corazón: es su Corazón Sagrado el que siente sed del amor de los hombres, y los hombres, en vez del agua pura del amor a Dios, le dan vinagre, es decir, la malicia y el rechazo de Dios, porque eso es lo que representa el vinagre: la malicia de nuestros pecados, que da sabor agrio al agua, es decir, a la vida, cuyo Autor es Jesús, el Hombre-Dios. Jesús rechaza también el calmante y esto lo hace para sufrir hasta lo último, por nuestro amor y por nuestra salvación. ¡Jesús, cuánto has sufrido por nosotros, con dolores inconcebibles e inimaginables! ¡Permite, por los dolores de tu Madre, que saciemos tu sed de amor con la acción de gracias y con el amor de nuestro pobre corazón!

Silencio para meditar.

Padre Nuestro, Diez Ave Marías, Gloria.

Quinto Misterio del Santo Rosario.

Meditación.

6ª. “Todo se ha cumplido” (Jn 19, 30). Con estas palabras, Jesús revela que el sacrificio en el tiempo, por el cual habría de salvarnos, está consumado; significa que, desde ahora, sus brazos abiertos en la cruz nos descubren su Sagrado Corazón, Puerta de la eternidad, que será traspasado por la lanza, para abrirnos paso al Reino de los cielos. Jesús ha cumplido con la Voluntad del Padre, dando hasta la última gota de su Sangre por nuestra salvación; Jesús ha cumplido el tiempo de su Pasión, por medio de la cual nos obtuvo una eternidad de alegría y de bienaventuranzas; Jesús . ¡Te adoramos, oh Cristo y te bendecimos, porque por tu Santa Cruz, nos abriste las puertas del cielo!

7ª. “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu” (Lc 23, 46). Luego de decir estas palabras, Jesús muere en la cruz. Al producirse su muerte, el universo todo muestra su luto y su dolor al oscurecerse el sol y temblar la tierra, demostrando así con estos prodigios, que el que moría en la cruz no era un hombre más entre tantos, sino el Hombre-Dios. Jesús ha cumplido su misterio pascual: venía del Padre, ahora retorna al Padre, desde donde inhabita por la eternidad. Que siempre, pero sobre todo en la hora de nuestra muerte, seamos revestidos de la Sangre de Jesús, para que a imitación suya encomendemos, por manos de María, nuestra alma al Padre, para que el Padre, viéndonos revestidos de la Sangre del Cordero, bese nuestras almas con el sello de su Amor, el Espíritu Santo, y así comencemos a vivir en la felicidad eterna del Reino de los cielos.

Meditación final

Jesús, luego de tu muerte en la cruz, sucedieron muchos prodigios, que indicaban que el que moría no era un hombre más entre tantos, sino el Hombre-Dios: todo el universo visible se conmocionó, porque el que moría en la cruz era quien los sostenía en el ser, y ésa fue la razón por la cual el sol se obscureció y la tierra tembló estremecida, pero esto que sucedía en el universo visible, era solo figura de las verdaderas tinieblas y del verdadero estremecimiento, que sucede en el espíritu como consecuencia del pecado: con el pecado, damos muerte al Hijo de Dios y nuestra alma se sumerge en las más profundas tinieblas, figuradas por el eclipse solar y se agita en los abismos del dolor y de la angustia, significados en el temblor de tierra. Sin embargo, la resurrección a la gracia y a la vida nueva de los hijos de Dios, están significados en los muertos que resucitaron al producirse tu muerte, mientras que el velo del templo rasgado de arriba abajo, significaba que ya la Ley Antigua no rige más, porque ahora el Templo en el que inhabita la divinidad es tu Cuerpo Sacratísimo, suspendido en la cruz y ofrecido como Pan de Vida eterna en la Eucaristía.  
Oh Sagrado Corazón de Jesús, que en la cruz nos diste tu vida y tu amor, por estos prodigios sucedidos en tu muerte en la cruz, haz que por intercesión de María Santísima, tengamos siempre presente, en la mente y en el corazón todo lo que sufriste por nuestro amor, para poder cumplir con el propósito de no pecar más, para no causarte todavía más heridas y dolores. Haz también que María Santísima nos conceda, oh Buen Jesús, la gracia de imitar tu ejemplo de sufrir sin quejarte, para que en el ofrecimiento de nuestras vidas, reparemos contigo ante el Padre por las ofensas del pecado, convirtiéndonos, en Ti, corredentores de nuestros hermanos.
Te saludamos y te bendecimos, oh Buen Jesús, Hombre-Dios que te donas en la cruz y en la Eucaristía, y en unión con toda la Iglesia que te ama y te glorifica, te decimos: “Te adoramos, oh Jesús Eucaristía, y te bendecimos, porque por tu Santa Cruz redimiste al mundo”.

Oración final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amor. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

Canto final: “El trece de mayo en Cova de Iría”.


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