jueves, 1 de mayo de 2014

Hora Santa en acción de gracias por el Sacramento del Bautismo


         Inicio: ingresamos en el oratorio, hacemos genuflexión exteriormente, mientras que interiormente acompañamos la genuflexión con un acto de adoración y con una jaculatoria dirigida al Cordero de Dios que reina desde la Eucaristía. Nos postramos en adoración ante la Presencia sacramental de Jesús Eucaristía y de esta manera nos unimos, con nuestra adoración, aquí en la tierra, como Iglesia Peregrina, a la adoración que le tributan, en los cielos, los ángeles y los santos, al Cordero victorioso en los cielos, que es el mismo que está en la Eucaristía. Ofrecemos esta Hora Santa a María Santísima, Madre y Maestra de Adoradores, en acción de gracias a Jesús, por el don del Sacramento del Bautismo.

         Canto inicial: “Sagrado Corazón, Eterna Alianza”.

         Oración inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón, por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

       “Santísima Trinidad, Padre, Hijo, y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente, y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón, y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

Meditación

Jesús Eucaristía, te damos gracias por el Sacramento del Bautismo, porque por el Bautismo, somos librados de la oscura mancha del pecado original; el Sacramento del Bautismo nos quita la mancha del pecado original, mancha que cubre el alma de todo hombre que nace en este mundo, mancha que lo recubre de una densa tiniebla, negra, oscura, que oculta al alma de los benéficos rayos de gracia que emite el Sol de justicia que es Jesucristo. Toda alma que es concebida en este mundo, nace con el pecado original, y por este motivo, habita “en tinieblas y en sombras de muerte” (Lc 1, 68-79), porque los rayos de gracia que emite el Sol de justicia que es Jesucristo, son rayos de vida y de vida eterna, y el alma, al no recibirlos a causa de esta negra y densa, que es el pecado original, muere indefectiblemente, aunque más bien, podemos decir, que nace muerta a la vida de la gracia y vive una vida muerta mientras no reciba los rayos de este Sol de vida eterna que es Cristo Jesús. La nube negra y oscura del pecado original se disipa solo cuando la Sangre de Cristo cae sobre el alma, y esto se produce místicamente cuando el alma recibe el Bautismo sacramental; solo entonces, por efecto de la Purísima y Preciosísima Sangre del Cordero, que limpia y quita el pecado original del alma, dejándola inmaculada y llena de gracia, puede el alma no solo recibir los benéficos rayos de gracia que emite el Sol de gracia que es Jesucristo, sino, por un prodigio que admira a los cielos, albergar en su seno al mismo Sol de gracia, Jesucristo, convirtiéndose el alma en un Tabernáculo viviente, en un Sagrario resplandeciente, que aloja en su interior a Aquel al que los cielos no pueden contener, Jesús, el Cordero Inmaculado, la Lámpara de la Jerusalén celestial (Ap 21, 23). Por habernos dado tan precioso don, el Bautismo sacramental, te damos gracias, te alabamos, te bendecimos y te adoramos, oh Jesús Eucaristía, nuestro Rey y Redentor, en el tiempo y en la eternidad. Amén.

         Silencio para meditar.

         Jesús Eucaristía, te damos gracias por el Bautismo sacramental, porque nos sustrae de las garras del Príncipe de las tinieblas. En el Bautismo se cumple la liberación que estaba prefigurada en el paso del Mar Rojo: el Pueblo hebreo estaba esclavizado por el faraón y se encontraba lejos y separado de la Tierra Prometida, Jerusalén, por el desierto y el Mar, todos símbolos del pecado y de Satanás, imposibles de superar con las solas fuerzas humanas. Todos estos obstáculos fueron superados con el auxilio divino, y fue así que el Pueblo Elegido emprendió el Éxodo hacia la Tierra Prometida, obteniendo la liberación con la poderosa y benévola intervención de Yahvéh en favor de su amado Pueblo. Sin embargo, el Éxodo o Pascua, o "Paso" del Pueblo Elegido, era solo una figura del verdadero Éxodo, la verdadera Pascua, el verdadero "Paso", el bautismo, por el cual Jesucristo derrota a Satanás y libera al hombre de la esclavitud del Príncipe de las tinieblas, de la esclavitud del pecado, del error, y de la muerte, porque por medio del Bautismo, lo hace partícipe de su misterio pascual de Muerte y Resurrección: lo sumerge con Él en las aguas del Jordán, lo hace participar místicamente de su propia muerte, y luego, cuando emerge del Jordán, lo hace participar también místicamente de su resurrección, haciéndolo renacer a la vida nueva de los hijos de Dios. Por el Bautismo sacramental, el alma escapa del dominio del Príncipe de las tinieblas, del pecado y de la muerte, porque es hecha partícipe del triunfo de Cristo y entra a formar parte del Nuevo Pueblo Elegido, que entona el Cántico de los que han vencido a la Bestia con la cruz de Cristo y que, enarbolando el signo victorioso de la Cruz, se dirigen hacia la eternidad, hacia el Reino de los cielos. Porque nos has hecho partícipes de tu triunfo en la Cruz, te alabamos, te bendecimos, te damos gracias y te adoramos, oh Jesús Eucaristía, Cordero de Dios victorioso, en el tiempo y en la eternidad. Amén.

         Silencio para meditar.

         Jesús Eucaristía, te damos gracias por el Bautismo sacramental, porque por él, somos re-creados y re-generados y convertidos en nuevas creaturas, como lo dicen los Padres de la Iglesia: “Nosotros, como otros pequeños peces, nacemos en el agua a semejanza de Nuestro Pez, Jesucristo, y somos salvados solo si permanecemos en el agua”, es decir, en la gracia santificante. El Espíritu de Dios, que aletea sobre las aguas del Bautismo, es el mismo Espíritu que se posa sobre la Virgen y que obra en las aguas bautismales para suscitar el hombre nuevo a imagen y semejanza de Dios en justicia y santidad. El seno materno de este nuevo nacimiento está dado por las surgentes bautismales de la Iglesia, en donde obra el Espíritu Santo. Nace en el sentido bautismal implica comenzar a existir en una nueva forma, una nueva creación, una nueva creatura. El Bautismo sacramental nos concede la gracia de la filiación adoptiva, la misma filiación por la cual Jesús es Hijo de Dios desde la eternidad. Por el Bautismo nacemos como hijos adoptivos de Dios, por el agua y el Espíritu, que actúan como co-agentes en esta nueva creación, para que así podamos entrar en el Reino de Dios. Nacemos de Dios, para Dios, como hijos adoptivos de Dios. Ser bautizados significa ser re-generados, convertirnos en primicias de la nueva humanidad y de la nueva creación. Por este don de tu Amor, te bendecimos, te alabamos, te damos gracias y te adoramos, oh Jesús Eucaristía, en el tiempo y en la eternidad. Amén.

         Silencio para meditar.

Jesús Eucaristía, te damos gracias por el Bautismo sacramental, porque por él, cuando recibimos el agua bautismal, nos sumergimos místicamente contigo en el río Jordán, participando no solo de tu Bautismo, sino que nos hacemos partícipes, ante todo, de tu misterio pascual de Muerte, Sepultura  y Resurrección. Es decir, ser bautizados, para nosotros, significa el participar de tu misterio pascual; la inmersión significa que el alma desaparece en las aguas para morir y ser sepultada y el emerger significa el renacer a la vida y a la luz de la gracia santificante que proviene de Ti, Gracia Increada. El que es bautizado muere y es sepultado contigo, que has muerto y has sido sepultado, para luego resucitar, y así como Tú has resucitado, así también nosotros resucitamos contigo, oh Jesús, que has resucitado venciendo a la muerte para siempre “y ya no mueres más”; el bautizado, en Ti, oh Jesús, es una nueva creatura, porque ha recibido de Ti la gracia santificante y el hombre viejo ha desaparecido (2 Cor 5, 17). Por el bautismo, vivimos la vida nueva del Espíritu, en una sola fe y en una sola Iglesia, en la espera de tu Segunda Venida. Por eso, como bautizados y como hijos de la Iglesia, tu Esposa, esperamos, ansiosos, el cumplimiento del mundo escatológico, tu triunfo definitivo, tu Llegada en la gloria, “sobre las nubes del cielo”, y como hijos de la Iglesia, nacidos a la vida nueva por la gracia bautismal, mientras nos esforzamos por vivir la caridad fraterna, decimos: “Ven, Señor Jesús” (Ap 22, 20).

         Silencio para meditar.

         Meditación final

    Jesús Eucaristía, debemos ya retirarnos, para cumplir con nuestro deber de estado. Le pedimos a María Santísima que nos conceda la gracia de conservar siempre nuestros cuerpos en gracia, como templos del Espíritu Santo, para mayor gloria de Dios, para que en ellos habite en todo momento la Santísima Trinidad, y que nuestros corazones sean siempre y en todo momento altares vivientes y tabernáculos de Jesús Eucaristía. A Ella, a María Santísima, que al Anuncio del Arcángel Gabriel se convirtió en Custodia Viviente del Verbo de Dios Encarnado, le pedimos que convierta a nuestros corazones en otras tantas copias vivas de su Corazón Inmaculado, que ardan de Amor por su Hijo Jesús, en lo que nos quede de tiempo en esta vida y luego por toda la eternidad. Amén.

         Oración final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón, por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces).

       “Santísima Trinidad, Padre, Hijo, y Espíritu Santo, yo os adoro profundamente, y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón, y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Amén”.

Canto final: “Un día al cielo iré”.


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