miércoles, 14 de agosto de 2013

La fuente de la fortaleza de los mártires


Cuando se contempla la vida de los mártires y, sobre todo, su muerte cruenta -que es lo que los ubica entre los mártires-, surge la pregunta de cómo es posible tanta fortaleza ante tanta adversidad. Efectivamente, cuando se considera que los mártires, con su muerte martirial, no solo pierden absolutamente todo lo que tenían en esta vida –desde lo menos valioso, hasta lo más valioso: bienes materiales, amigos, familia-, sino que pierden hasta la propia vida, sumado al hecho de que lo hacen en medio de las más terribles torturas y los más dolorosos tormentos que puedan imaginarse, se puede caer en la tentación de creer que son seres desafortunados, abrumados por la desgracia y la adversidad. Sin embargo, nada de esto es verdad. Los mártires, iluminados y movidos por el Espíritu Santo, dan el supremo testimonio de Cristo, Rey de los mártires, y esto los convierte en los seres más afortunados de entre los afortunados, porque el martirio les abre las puertas del Reino de los cielos y les granjea el paso hacia una eternidad de felicidad.
El hecho de “perderlo todo” –bienes materiales, amigos, familia-, lejos de constituir una pérdida –valga la redundancia-, significa una ganancia enorme, incalculable, inimaginable, porque Cristo Jesús devuelve el “ciento por uno y la vida eterna” al que “pierda la vida por Él” (cfr. Mt 10, 37-39). De esto se ve, entonces, que el martirio, lejos de ser una desgracia, es una gracia de valor inestimable, porque por él se adquiere la vida eterna.
Llegados a este punto, regresamos a la pregunta inicial: ¿cómo es posible tanta fortaleza ante tanta adversidad? La respuesta es una sola: porque los mártires reciben la fuerza no de la naturaleza humana, sino de la Naturaleza divina del Hombre-Dios Jesucristo, quien les comunica la gracia y, por ella, la vida divina.
Podemos entonces preguntarnos: ¿dónde puede el cristiano obtener fuerzas, frente a las adversidades de la vida? El ejemplo de los mártires nos lo dice: de Cristo Jesús, que para nosotros, se ha quedado en el Santísimo Sacramento del Altar, la Eucaristía.

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