sábado, 22 de septiembre de 2012

Creer que Dios Hijo está en la Eucaristía




            “Tú eres el Mesías, el Hijo del Dios vivo” (Mt 16, 13-19). Narra el evangelista que la revelación del Padre a Pedro acerca de la divinidad de Jesús, y la posterior confesión de Pedro, tienen lugar en Cesarea de Filipo, al norte de Palestina. Dios no hace las cosas por casualidad. Ese lugar tenía una gran importancia para el mundo antiguo: habían allí dos templos paganos, el templo en honor del dios Pan, levantado por los griegos, y un templo levantado por los romanos, en honor del emperador Augusto, por eso se llamaba Cesarea, en honor de César Augusto. Es decir, en ese lugar, los pueblos más ilustres de la antigüedad, rendían culto de idolatría a los dioses y al poder político, y es en ese lugar en donde es confesada por primera vez la divinidad de nuestro Señor Jesucristo[1]. La confesión de la divinidad de Jesucristo es lo que va a diferenciar a la religión católica de cualquier otra religión de la tierra, y es lo que la transforma a esta Iglesia en la única y verdadera Iglesia de Dios.
         Es Dios Padre quien revela a Pedro la verdad acerca de Jesucristo: era imposible que por razonamientos lógicos y humanos, Pedro llegase a la verdad acerca de la divinidad de Cristo. Una consideración racional de los milagros y de las profecías, jamás habría podido llevar a Pedro a deducir que Jesús era el Hijo eterno del Padre, encarnado en una naturaleza humana[2]. Las palabras del Pedro tienen un significado profundísimo, tanto por el origen de la revelación –se lo revela interiormente el mismo Dios Padre- como por la substancia de lo revelado –Jesús no es un simple mortal, es Dios Hijo encarnado-. Y Dios Padre se lo revela a Pedro porque lo había elegido como fundamento visible de la Iglesia de su Hijo. De ahí que la Iglesia Católica confiese, a lo largo de los siglos, la misma fe de Pedro: Jesús es Dios Hijo encarnado.
         También para nosotros se repiten, a pesar de la distancia en el tiempo, situaciones análogas a las de la escena del evangelio: también hoy, los hombres de nuestro tiempo, como los de ayer, idolatran al ser humano, que intenta ejercer sobre los demás un poder omnímodo, totalitario, a través de la política –hoy se idolatra el poder político como si fuera un poder divino-, e idolatran a dioses y demonios, como lo hacen los cultores de la secta neo-pagana de la Nueva Era: tarot, brujería, esoterismo, ocultismo, religiones orientales.
         Pero también hoy como ayer, el Padre envía su Espíritu, así como lo envió a Pedro, para iluminar desde el interior las almas de sus hijos adoptivos, para que no caigan en el error de la civilización moderna, y confiesen, junto a Pedro, la divinidad de Jesús. Y ese mismo Jesús, que estuvo delante de Pedro, está hoy en medio de su Iglesia, en Persona, vivo y resucitado, en su Presencia Eucarística. Por eso, junto a Pedro, con la fe de Pedro, también confesamos la divinidad de Cristo Eucaristía: “Cristo Eucaristía, Tú eres el Hijo del Dios vivo”.


[1] Cfr. B. Orchard et al., Comentario a la Sagrada Escritura, Tomo III, Editorial Herder, Barcelona 1954, 415.
[2] Cfr. Orchard, ibidem, 416.

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