martes, 10 de julio de 2012

Cristo Eucaristía, Sacramento del Padre



  
         El Concilio Vaticano II llama a la Iglesia “sacramento universal de salvación”[1]: en la Iglesia Católica se ofrece a la humanidad la salvación. Ahora, puesto que la salvación que la Iglesia ofrece se encuentra en los sacramentos, los cuales, según Santo Tomás, son la humanidad de Jesús[2], entonces, la realidad salvífica es sacramental, es Jesús quien salva a través de su humanidad, los sacramentos. En otras palabras, la Iglesia es sacramento universal de salvación porque la Iglesia es Cristo en su humanidad gloriosa, resucitada, unida hipostáticamente al Verbo; es Cristo quien actúa personalmente, usando su humanidad en los sacramentos.
         La Iglesia es sacramento de salvación, la salvación se ofrece a través de los sacramentos, la realidad salvífica es sacramental: en los sacramentos se ofrece a los hombres la salvación de Dios, porque los sacramentos son una derivación y están ideados por Dios sobre el modelo de Cristo, sacramento del Padre.    
         Santo Tomás compara a Cristo con los sacramentos[3]: así como los sacramentos se constituyen por la unión de la materia y de la forma, así en Cristo se unen en la humanidad cuerpo y alma –materia- y la divinidad –forma-, que es la Segunda persona de la Trinidad, el Verbo. Cristo es entonces “sacramento” y, aún más, como es el sacramento original del Padre, es sobre su modelo en el cual Dios mismo se inspiró e ideó todos los sacramentos por los cuales se ofrece a la humanidad la salvación.
         Cristo es el sacramento del Padre para la salvación de los hombres, y como Él con su humanidad santa y gloriosa está presente en cada sacramento, Él es el “sacramento interior” a todo sacramento exterior. El sacramento exterior, compuesto de cosas materiales en su aspecto material, recibe de Cristo –a través de las palabras humanas pronunciadas por el sacerdote ministerial- toda su capacidad para producir la gracia que comunica a los hombres. Es Cristo quien actúa con su poder divino, comunicando la gracia en el momento de la confección de los sacramentos. Los sacramentos producen la gracia en modo instrumental, son un instrumento que Cristo utiliza para producir y transmitir la gracia cada vez que los sacramentos son producidos.
         Los sacramentos se convierten así no en simples gestos exteriores, con simbolismo subjetivo pero en sí vacíos de contenido ontológico real. Los sacramentos son actos del Señor glorioso, resucitado, vivo y presente en su Iglesia.
         Cada sacramento es un acto de Cristo de quien fluye, como de un manantial, la gracia divina. El contacto con el sacramento es el contacto con su humanidad santísima.
         Por eso nosotros, separadas por dos mil años de distancia de la Pasión del Señor, tenemos acceso a la humanidad de Cristo y a su divinidad, a través de los sacramentos.
         Por eso los sacramentos son, para nosotros que vivimos en el tiempo, nuestro acceso y nuestro contacto físico, directo, a la eternidad subsistente, que es Dios, Jesucristo: a través de los sacramentos confeccionados en el tiempo accedemos a la Gracia Increada Eterna de la Persona divina de Jesucristo.
         Si esto es válido para los sacramentos, es más válido aún para la Eucaristía, que es Cristo mismo en Persona.
         En la Eucaristía, el ser eterno del Verbo Encarnado ingresa en nuestro tiempo, nuestra temporalidad es informada, penetrada por la eternidad, y así ya en esta vida mortal, tenemos una experiencia no-sensible de la eternidad.
         La Eucaristía no es sólo acción de Cristo, como los otros sacramentos: es Cristo mismo. Él mismo, el que padeció en la cruz, se hace presente en persona en la Eucaristía.
         Pero como Cristo es la persona eterna del Verbo, sus actos humanos, aunque hechos en el tiempo y sujetos a la contingencia de todo acto humano, como al mismo tiempo son actos que pertenecen a una persona que es en sí misma la eternidad, perduran, llegan hasta nuestros días, abarcan todos los tiempos.
         Por eso en la Eucaristía, en la Misa, nuestro tiempo se hace co-presente al tiempo de la Pasión. De un modo misterioso pero no menos real, nos hacemos co-presentes, somos como transportados místicamente a los pies de la cruz, de hace dos mil años, porque la misa es la renovación del mismo y único sacrificio de la cruz de Cristo.
         En cada misa, donde se celebra la Eucaristía, subimos al Calvario y re-vivimos la Pasión salvífica de Jesús.
         Si cada sacramento es un acto del Señor glorioso, la Misa, la Eucaristía, es la Presencia misma del Señor glorioso que realiza, en el tiempo, la Pascua eterna.
         La misa es la actuación de nuestra salvación, en cada misa participamos de la Pascua de Cristo y es esto lo que debemos pedir como don: ver siempre, detrás del sacramento exterior, a Cristo, sacramento del Padre, y de vivir cada misa como la actuación de nuestra salvación.


        
        



[1] En sentido análogo, porque los sacramentos son siete.
[2] Cfr. Santo Tomás de Aquino.
[3] Cfr. Santo Tomás de Aquino.

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