Inicio: ofrecemos esta Hora Santa y el rezo del Santo Rosario
meditado en reparación por el sacrilegio cometido contra el Sagrado Corazón de
Jesús por parte de un hombre travestido de mujer. Para mayores datos, consultar
el siguiente enlace:
Canto de entrada: “Cristianos venid, cristianos llegad”.
Inicio del rezo del Santo Rosario. Primer Misterio
(misterios a elección).
Meditación.
A partir de su institución por parte de Jesús, en la
Última Cena, la Santa Misa ha reemplazado, de modo supereminente, todos los
holocaustos y todas las ofrendas del Templo de Jerusalén, ofrecidas en acción
de gracias[1]. Al
compararlas con las ceremonias antiguas, por ejemplo, la oración de David,
luego de la construcción del Templo, las oraciones solemnes que hacemos en la
Santa Misa, nos damos cuenta de nuestra ingratitud y de nuestra frialdad de
corazón. En efecto, el rey David dice: “Este Templo no es para un hombre, sino
para el Dios Yahvéh”. David alaba a Dios con todo su corazón: “¡Bendito seas,
de eternidad en eternidad, Yahvéh, Dios de nuestro padre Israel! A Ti sea la
grandeza, la fuerza, la magnificencia, el esplendor y la gloria, porque te
pertenecen todo el cielo y la tierra (por esto) celebramos Tu Nombre glorioso”.
Ahora bien, los bienes espirituales -y también materiales- de Dios en
Jesucristo son incomparablemente más elevados y grandiosos que los del Antiguo
Testamento, por lo cual nosotros deberíamos, imitando al rey David, postrarnos
en acción de gracias, en alabanzas y en adoración ante Jesús Sacramentado, Don
de dones divinos, Ante Quien doblas las rodillas el cielo, la tierra y el
abismo.
Un Padrenuestro, diez Avemarías, un Gloria.
Segundo Misterio.
Meditación.
Dice San Bernardo que debemos agradecer
permanentemente a Nuestro Señor Jesucristo y reparar por quienes no lo hacen y él
mismo da el ejemplo con la siguiente oración: “Oh Buen Jesús, lo que me inflama
en tu Amor, lo que vuelve amable mi corazón, es el cáliz que has bebido, es la
obra de nuestra redención. Es Jesús quien reclama nuestro amor y sin reservas.
El Salvador ha trabajado en la formación del universo entero, pues Él lo dijo y
todas las creaturas fueron hechas y es Él quien gobierna todo lo creado (Sal
30, 2); pero también, Él se ha encontrado con seres que contradicen su palabra,
que critican sus obras, que menosprecian sus tormentos, que insultan su muerte.
¡A Aquel que nos ha amado! Él nos ha amado con un amor tierno, prudente y
valiente; con un amor tierno, porque Él tomó nuestra carne; con un amor
prudente, porque nos advirtió del pecado; con un amor valiente, porque Él
enfrentó la muerte”. Amemos al Amor de los amores, que está en el altar solo
por nuestro amor, Jesús Eucaristía.
Un Padrenuestro, diez Avemarías, un Gloria.
Tercer Misterio.
Meditación.
San Pablo, en sus Epístolas a los Efesios y a los
Colosenses, expresa con sublime plenitud la obra de Cristo, su obra salvífica,
obra a la cual debemos agradecer por la inmensidad de dones conseguidos por
nosotros, por Jesús, al precio altísimo de su Preciosísima Sangre. Dice así:
“Bendito sea el Dios y Padre de Nuestro Señor Jesucristo, que en Cristo nos ha
bendecido con toda clase de bienes espirituales (…) Es en Él (…) que vosotros
habéis recibido el sello del Espíritu prometido, el Espíritu Santo, las arras
de nuestra herencia mientras esperamos la plena redención de quienes Dios ha
adquirido para honor de su gloria” (cfr. Ef 1). Y la forma más adecuada
y más apreciada por Dios, para agradecer todos los dones espirituales recibidos
por Cristo, es ofreciendo el Santo Sacrificio del altar, la Santa Misa.
Un Padrenuestro, diez Avemarías, un Gloria.
Cuarto Misterio.
Meditación.
Cada vez que se celebra, la Santa Misa nos invita a
testimoniar a Dios este reconocimiento de su gloria manifestada en Cristo
Jesús. Debemos reconocer que somos profundamente ingratos, no solo con nuestros
benefactores, sino ante todo con Dios, que nos ha bendecido por encima de toda
capacidad de nuestra razón, en Cristo Jesús, en su Santo Sacrificio del
Calvario, renovado incruenta y sacramentalmente cada vez, en el altar
eucarístico, en la Santa Misa. No se trata de un agradecimiento puramente
sensible y afectivo: es necesario que tomemos conciencia de nuestra total
dependencia de su Amor en todos los bienes que componen la trama de nuestra
vida, tanto temporal, como la vida eterna a la que estamos destinados y cuyas
puertas han sido abiertas para nosotros gracias a la Sangre del Cordero
derramada en el Calvario y recogida en el Cáliz de la Santa Misa, en el altar
eucarístico.
Un Padrenuestro, diez Avemarías, un Gloria.
Quinto Misterio.
Meditación.
Ahora bien, la Santa Misa no es solamente una Acción
de gracias por los beneficios recibidos: damos gracias a Dios, a través de la Santa
Misa, debido a la inmensidad y majestuosidad de la gloria divina de la
Santísima Trinidad. La “Gloria in excelsis” que se manifiesta en esta expresión,
no es solo la oración de la Misa inspirada para agradecer los dones recibidos,
sino ante todo inspirada por el deseo de agradecer a Dios por su inmensa gloria.
La alegría que la contemplación de las grandezas de Dios hacen nacer en los
corazones de los cristianos es tan esencial a la Santa Misa, que el nombre
original de la Misa fue el de “Eucaristía”, es decir, “acción de gracias”.
Cristo se nos dona en el Pan eucarístico como memorial de su Pasión para que al
mismo tiempo demos gracias a Dios por el hecho de que Él ha creado el mundo y
lo que contiene, en vistas del hombre y del mal en el que hemos nacido y del
cual nos ha liberado, al reducir a la impotencia a los Principados y a las Potestades,
por medio de Aquel que voluntariamente soportó el sufrimiento de la Pasión. Nunca
dejemos de dar gracias a Dios, no solo por los innumerables bienes recibidos a
través de Cristo, sino principalmente por la inmensidad de su gloria, de su
divinidad y de su majestad.
Oración final: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo.
Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman”
(tres veces).
“Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo
os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, de Nuestro Señor
Jesucristo, Presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los
ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los cuales Él mismo es continuamente
ofendido. Por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón y los del
Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores.
Amén”.
Canto final: “El Trece de Mayo en Cova de Iría”.
Un Padrenuestro, tres Avemarías y un Gloria, pidiendo
por las intenciones del Santo Padre.
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